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Foto: Texto de una carta y los lentes de Gramsci
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Alberto Burgio
Traducción del italiano por Joaquín Miras
- Publicamos un fragmento del volumen Por Gramsci. Crisis y
potencialidad de lo moderno, del estudioso de Gramsci Alberto Burgio. El liberalismo como respuesta restauradora ante
la expansión de los derechos del trabajo. Las sociedades occidentales se encuentran metidas de lleno aún en una clásica
“revolución pasiva”, que sin embargo “no ha logrado una normalización del
paisaje político”
Vivimos una grave crisis democrática. No se trata de una
condición excepcional ni anómala. Se puede sostener, con una aparente paradoja,
que el estado de crisis es la condición normal de la democracia, la cual es,
tengámoslo muy en cuenta, un proceso. Lo que llamamos democracia es el proceso
de conquista de la capacidad de autogobierno por parte de los cuerpos sociales.
Es la dinámica expansiva de la ciudadanía que, con palabras claras y sencillas,
Gramsci denomina “transformación molecular de los grupos dirigidos en grupo
dirigente” A esta crucial dinámica se le suman inevitablemente contradicciones
y conflictos. Es decir, crisis: provocadas por la permanente tensión entre inclusión
y exclusión (entre tendencias
“expansivas” de la clase dominante y tendencias “represivas”), y destinadas a
influir sobre la estructura de los sujetos (sobre los confines del demos),
sobre la forma de los poderes, sobre la lógica y la finalidad de su ejercicio.
Así definida, democracia es sinónimo de modernidad. La
potencial coincidencia entre ciudadanía y cuerpo social (población) es en
efecto, la esencia del “proyecto de la modernidad”. Esto implica que la
totalidad de la historia de la modernidad se entiende a la luz de una peculiar
dialéctica entre variantes y constantes: las crisis cambian a lo largo del
tiempo (son diversos los conflictos que
han ido marcando el proceso, al igual
que diversos son los sujetos que en ellos se ponen a prueba) sobre el fondo de
la crisis (el proceso de conquista de la autonomía por parte de los cuerpos
sociales) que constituye aquí el contexto invariable.
Pero, precisamente: estas crisis son distintas la una de la
otra. Su carácter –progresista o regresivo – depende de la composición de las
fuerzas predominantes. La grave crisis democrática con la que hoy día nos vemos
obligados a ajustar cuentas está determinada por una poderosa tendencia a la
(re)apropiación privada de todo aquello que tiene valor: bienes materiales e
inmateriales, recursos económicos, energéticos, y ambientales, poderes e
instituciones; redes recomunicación; saberes, lenguajes y formas del
imaginario. Este proceso de (re)privatización de recursos e instrumentos que en
un periodo reciente del desarrollo histórico habían sido trabajosamente
conquistados por lo público (por el demos)
impone a la actual crisis un carácter decididamente regresivo (…).
Una nueva oligarquía
La expansión neoliberal del mercado –característica de la
actual crisis democrática- se lleva a
cabo mediante el predominio de sujetos privados que (re)conquistan funciones
que en el pasado habían dependido
de la esfera pública. Empresas
multinacionales, organizaciones multilaterales (Organización Mundial del
Comercio, Fondo Monetario Internacional, Banca Mundial) e instituciones
privadas (fondos de inversión, y grandes concentraciones bancarias) disponen de
recursos y poderes comparables a los de muchos Estados nacionales. De aquí
surge un conflicto sobre la soberanía en el que, cada vez con más frecuencia,
acaban sucumbiendo estos últimos. No ya –dejémoslo claro- en el sentido de su,
aunque solo sea, tendencial desaparición, tal como había sido “previsto”, de forma aventurada,
por parte de tan afortunadas como improbables teorías “imperiales” y por sus
variantes subordinadas. Sino en el sentido de su frecuente renuncia al propio
estatuto de entes públicos por excelencia, para convertirse ellos mismos, con
toda su fuerza normativa, coercitiva y militar, en portavoces y garantes de los
intereses privados(…)
No se trata por lo tanto sólo de economía, sino también de sistemas políticos.
En la medida en que se rediseña las relaciones de fuerza en las sociedades
concediendo un poder exorbitante al capital y a la empresa, el neoliberalismo no incide solamente (deslocalizando,
precarizando, financiarizando) sobre la producción y sobre las condiciones
materiales del trabajo. Redefine también los poderes políticos en su conjunto,
y los objetivos que éstos persiguen. Para utilizar las palabras de Gramsci, es
un “retorno a la pura economicidad” , como consecuencia de la cual la política
queda inmediatamente “conectada a la economía”
El “trentenio
republicano”
Por lo demás el mismo Gramsci es uno de los más lúcidos
críticos de la presentación ideológica del liberalismo como desaparición de la
política, como renuncia al Estado (“mínimo”), a interferir en los
acontecimientos de la economía. No se recordará nunca suficientemente la página
de los Quaderni del carcere //1// en la que Gramsci subraya hasta qué punto es
el liberalismo “una “reglamentación” de carácter estatal”, que es “introducida
y mantenida por vía legislativa y coercitiva” y constituye “un programa político, destinado a cambiar,
en cuanto triunfa, el personal dirigente de un Estado y el programa económico
del mismo Estado, esto es, a modificar la distribución de la renta nacional”
(…)
Con toda probabilidad, para explicar el triunfo de lo
privado con el que estamos obligados a hacer la cuentas es necesario volver a
pensar por completo la segunda mitad del
siglo que hemos dejado a nuestras espaldas. Y para ello es preciso refutar la
tesis hobsbawmiana que tanta fortuna tuvo. El siglo XX no es en absoluto un
“siglo breve”. Al igual que la Guerra de los Treinta Años que marca al rojo
vivo la primera mitad del siglo XX, hunde sus raíces en posconflictos
interimperialistas que estallaron
durante los años ochenta del siglo diecinueve; del mismo modo, en lo que
concierne al presunto final del siglo XX , es discutible la tesis según la cual
ésta se habría consumado con la caída del Muro de Berlín y con la desaparición
de la Unión Soviética. Al contrario, el siglo XX aún dura.
La escena mundial no es el resultado tan solo de las
consecuencias políticas, sociales y económicas de los acontecimientos de 1989-
1991. Los procesos sobre los cuales estamos reflexionando derivan con toda
probabilidad también de los acontecimientos que se desarrollaron durante la segunda mitad del
siglo transcurrido. Tras finalizar la Segunda Guerra mundial, y hasta la mitad
de los años setenta, las sociedades occidentales conocieron treinta años de
dinámica progresiva gracias a la vigorosa iniciativa del movimiento obrero, a
la competición entre capitalismo y “socialismo real” (es decir a la necesidad
de poner dique el impacto hegemónico
ejercido por un modelo que de todas formas estaba en condiciones de poder
garantizar el pleno empleo y la
exigencia de derechos sociales) y al avanzado marco jurídico-institucional
diseñado por las Constituciones postbélicas
En el periodo que va de 1945 a 1975 –que podríamos definir
como trentenio republicano- las sociedades occidentales cambiaron de cara. Se
abrieron, se integraron, se transformaron, no solamente en el terreno de las
libertades civiles, sino también en el plano de la participación democrática y
en el reconocimiento concreto de los derechos del trabajo. No sorprende que esta dinámica
progresiva suscitara una furiosa
reacción, que se desplegó, a partir de finales de los años Setenta, con las
características de una devastadora “revolución pasiva”. Que aún dura. Aún hoy
nos encontramos envueltos en la onda larga de la respuesta que sobrevino tras
el proceso expansivo que se desarrolló inmediatamente después de la segunda
conflagración mundial. De esta periodización temporal, y de todo cuanto la
misma implica, es preciso adquirir plena consciencia si se está verdaderamente
interesado en descifrar los procesos que están transcurriendo (…)
La “revolución
pasiva”
El concepto de “revolución pasiva” (que Gramsci declara
haber extraído de la obra de Cuoco sobre
el “trágico experimento” de la Revolución napolitana de 1799) //2// constituye
un esquema de interpretación que los
Quaderni utilizan en relación con fenómenos que son diversos entre sí: la
modernización europea acontecida durante el siglo XlX (interpretada por Gramsci
como efecto “pasivo” de la Revolución francesa); y las políticas de estabilización adoptadas
durante el siglo XX (durante el periodo histórico inaugurado por la Revolución
de Octubre) con la intención de salir al
paso de la “crisis orgánica” del capitalismo. (…). Traer a colación este
esquema interpretativo en relación con los últimos treinta años significa, en consecuencia, formular la
hipótesis de que la restauración capitalista promovida por la “revolución
conservadora” reaganiano- thatcheriana
ha tenido en el plano macro histórico, una función análoga a la
desempeñada por otras “revoluciones – restauraciones”, en particular por la
“revolución pasiva” del siglo XX, puesta en pie por los regímenes fascistas
(surgidos como antídoto contra el riesgo de contagio revolucionario que durante
los Años Veinte amenazó a una gran parte de los países europeos) y por el New Deal roosseveltiano
(concebido como respuesta frente al shock de la Gran Depresión). (…)
En la medida en que reproduce, mutatis mutandis, este
escenario, la actual crisis parece presentar un cuadro carente de vías de
salida (…). En realidad, si nos detuviésemos en este punto, elaboraríamos una
representación unilateral del proceso. Engañosa por ser incapaz de percibir las
latentes potencialidades antisistémicas. Ni siquiera durante las más agudas
etapas de crisis, en las cuales las fuerzas dominantes desatan su máxima potencialidad represiva, el proceso logra
zafarse de sus propias contradicciones. La dinámica evolutiva de la modernidad
sigue siendo inevitablemente dialéctica. Al igual que resulta irreductiblemente
dialéctico el individualismo, que es al
mismo tiempo particularismo (cada individuo es, en primer término, para sí, él
mismo) y universalismo (cada uno es, sin embargo, en sí, uno de tantos, igual que cualquier otro). La
“desasimilación” y la tendencia a la recuperación de las dinámicas de casta
constituyen tan sólo un aspecto del proceso reproductivo. Junto al cual convive
siempre el otro momento, vinculado a la vocación expansiva de la modernidad: a
su destino dinámico, inscrito en la necesidad imparable que el capital tiene de
ensanchar la esfera de la reproducción. Y que lo obliga a activar, en el
corazón mismo de la explotación, un movimiento objetivamente inclusivo. (…)
Crisis y
potencialidad de lo moderno
A pesar de todas las apariencias, el diagnóstico de una
normalización sustancial del paisaje político global realmente no resulta
convincente. Al contrario, parece bien fundamentada la impresión de que está
arraigando en el mundo un sentimiento de rechazo en relación con la política
inicua y destructiva practicada por los grupos dominantes de los países más
industrializados. Difundiendo aversión a consecuencia de la guerra, de la
devastación ambiental, de la apropiación privada de los recursos naturales.
Alimentando una renovada consciencia sobre el estatuto irreductiblemente
público – global (“común”) de los resultados del trabajo global, de la
investigación científica, de la interacción comunicativa. Promoviendo
movimientos y experiencias de lucha contra la precarización del trabajo
(recordemos la batalla ganada contra el “contrato de primer empleo” la
primavera pasada en Francia) y por la globalización de los derechos y la
gestión pública de los lenguajes, de los saberes, de los “bienes comunes”. Y
asumiendo progresivamente las características de una poderosa instancia de
legitimación, que cada vez está más cerca de rebasar el límite que separa los
sectores más conscientes de la masa despolitizada para conformar a partir de
ella misma un nuevo sentido común. .
Y creo posible afirmar lo mismo a propósito de la cálida
participación con la que se sigue, en
todas las regiones del planeta, las experiencias de autonomía que se
desarrollan en los países (en particular en América Latina) que más
recientemente se han sacudido de encima el yugo colonial, y las luchas
populares de resistencia y de independencia. Pensemos en la derrota sufrida por
los Estados Unidos en el teatro bélico iraquí –casi un nuevo Vietnam- y en la
dramática situación en que se encuentra el pueblo palestino. También en el caso
de esta participación masiva y de sus premisas “ético- políticas”, no nos
encontramos ante hechos acabados, sino ante procesos en curso. Que sin embargo aluden a las constituciones
de nuevas subjetividades críticas, a la
lenta cimentación de un conjunto cada vez más vasto y articulado de
fuerzas sociales , políticas y estatales anticapitalistas. (…)
La crisis es lugar de ambivalencias. De inestabilidades, de
conflictos y de más o menos poderosas dinámicas progresivas. La dialéctica de
la crisis moderna (la tensión entre vectores expansivos y respuestas
regresivas) es el gran tema de los
Quaderni del carcere . Incluso cuando se interroga sobre el advenimiento del fascismo, Gramsci reflexiona desde este
supuesto. Por esta razón –prisionero en la cárcel, mientras parte de Europa
yacía sometida a la tiranía – declara que aquella victoria es “transitoria”, al igual que
la derrota sufrida por el movimiento revolucionario en su tentativa de
generalizar Octubre. Esta es su lección fundamental, gracias a la cual aún hoy
–a los setenta años de su muerte- encontramos en la lectura de los
Quaderni la clave teórica de nuestra
época y de su crisis.
Notas del traductor
//1 Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Ed. Einaudi, Turín 1975 y 2001. 5 vols. Edición a cargo de
Valentino Gerratana. Hay traducción
española de Ed. Era de México en 6 vols.
//2 El político y ensayista Vincenzo Cuoco (1780 -1823) participó en la
revolución jacobina de Nápoles, de 1798,
que instauró la República Partenopea. Esta república no consiguió
sostenerse y fue derrotada con la
intervención de la escuadra inglesa del almirante Nelson. A consecuencia de esa
derrota, Cuoco fue encarcelado, y luego debió exiliarse forzosamente en el
extranjero. En esta contrarrevolución se produjo además otro acontecimiento
histórico de importancia, sobre el cual reflexionaría Cuoco. Las fuerzas
reaccionarias, los realistas y la Iglesia
lograron que amplias capas populares se sumaran a la reacción y que
intervinieran activamente en el derrocamiento del joven régimen. Cuoco escribió
una obra titulada Ensayo histórico sobre la revolución napolitana, en el que
acuña el término “revolución pasiva”, del que parte Gramsci para elaborar su
nuevo concepto cuya capacidad explicativa es incomparable con la del viejo
revolucionario. Una observación más: el autor de este artículo, Del Burgio, se
inspira en Gramsci para comprender la actual Revolución pasiva, precisamente
por la importancia de la obra política del gran revolucionario italiano.
Podemos ver en estas páginas la potencia heurística que poseen las categorías
hermenéuticas elaboradas por Gramsci para explicar la historia del siglo XX. En
una anterior referencia al mismo, hemos
leído el texto de Gramsci en el que
éste hace el análisis en el que
desenmascara y denuncia lo que en realidad es el liberalismo. Esta cita,
importante por sí misma, no deja, con todo de tener un significado añadido
dentro del actual debate ideológico
italiano. El Instituto Gramsci, que hoy es orgánico del Partido de los
demócratas, ha elaborado, en los últimos
tiempos una nueva interpretación manipulada de las ideas de Gramsci. Su actual
director Giuseppe Vacca, y todo el organismo institucional, presentan ahora al gran revolucionario
comunista como un pensador liberal.