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Foto: Trotsky con seguidores americanos México, 1940 |
León Trotsky llegó a México en 1937. El movimiento
trotskista en América Latina se ha caracterizado por la diversidad y sus
fragmentaciones. Proponemos un repaso de estos grupos revolucionarios en
diferentes países de Latinoamérica.
El retrato de León Trotsky aparece pintado en un mural en el
Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Su autor fue Diego Rivera,
famoso muralista mexicano, militante comunista y amigo personal del
revolucionario ruso.
A escasos metros hay otra pintura de David Alfaro Siqueiros, también afamado muralista, también militante comunista, y organizador de un intento de asesinato contra Trotsky, al que milagrosamente sobrevivió a pesar de los 400 balazos disparados en su casa.
A escasos metros hay otra pintura de David Alfaro Siqueiros, también afamado muralista, también militante comunista, y organizador de un intento de asesinato contra Trotsky, al que milagrosamente sobrevivió a pesar de los 400 balazos disparados en su casa.
Este curioso retazo de historia, en apenas unos metros
cuadrados, muestra que el político ruso siempre ha despertado grandes pasiones,
a favor y en contra. Lo extraño es que la mayoría de las veces, éstas no llegan
desde facciones opuestas, sino desde sus propias filas, desde el movimiento comunista que él ayudó a aupar en
la Rusia post-zarista.
El movimiento trotskista en América Latina, y en el mundo,
en general, no ha sido uno solo, sino un sinfín. Los había que apoyaban los
movimientos obreros, y los que no; los partidarios de la lucha armada, y los
pacifistas; los que simpatizaban con el guevarismo, o el castrismo, o el
Ejército de Liberación Nacional, por mencionar sólo unos pocos; y los que no.
Hubo y hay, en la actualidad, incluso “trotskismos silvestres”, grupos que
surgen en medio de la sierra, que saben de la existencia de Trotsky, y primero
se adhieren a esta corriente y luego empiezan a estudiar sus propuestas.
Manuel Aguilar, histórico dirigente trotskista mexicano
desde los años 70 hasta la actualidad, subraya que el hecho de que haya tantas
diferencias en su seno muestra que “es un movimiento muy libertario, muy
independiente, no tenemos ningún Vaticano, no tenemos ningún Moscú, no tenemos
ningún crimen, no hay sangre entre nosotros, en cambio los estalinistas y los
maoístas se han matado entre ellos. Nosotros nos dividimos pero seguimos
luchando.”
Pero esa fragmentación y sus continuas disidencias, aunque
saludables, le han restado fuerza. Son pocos los países donde consiguieron levantar
un partido lo suficientemente influyente como para convertirse en actores
políticos. En Argentina, por ejemplo, donde el movimiento disfruta de bastante
buena salud, la organización Política Obrera (PO), de origen trotskista, nunca
consiguió llegar al 2% en las elecciones presidenciales.
El pensamiento trotskista, pues, representado en decenas y
centenares de siglas, nunca ha conseguido unir masivamente a los obreros y
campesinos que se suscriben a ellas, y sus propuestas nunca han llegado a discutirse
en ninguna sede de gobierno.
El mundo es un planeta sin visado para León Trotsky
Trotsky llegó a México en enero de 1937, después de
deambular durante años, desterrado y perseguido por Stalin, y sin un país
dispuesto a acogerle. “Los gobiernos tenían temor no sólo de él como figura
emblemática de una gran revolución, sino también de la conflictividad que
implicaba tenerle en el país”, recuerda Olivia Gall, historiadora y autora del
libro Trotsky en México. De ahí la frase acuñada por el intelectual francés
André Breton: “El mundo es un planeta
sin visado para León Trotsky”.
Finalmente, y gracias
en parte a las gestiones de Diego Rivera, que junto a
su esposa Frida Kahlo, formaban la pareja estrella del mundo del arte
mexicano, el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas aceptó darle asilo
político.
A su llegada a México, en enero de 1937, sus seguidores no
sumaban más de 60 personas. Tras su muerte, tres años más tarde, a manos del
español Ramón Mercader, un agente de
Stalin que había planeado el asesinato junto con su madre, el movimiento se
escindió y se hizo más pequeño, si cabe.
Y así permanecería esta corriente en México, latente, hasta
su resurgir en los años 60 y 70. En
otros países latinoamericanos, en cambio, sí se mantuvo, y con una fuerza
especial en Bolivia, Chile y Argentina.
En la Bolivia de los años 50, el trotskismo se convirtió en
el movimiento de los trabajadores, vinculado a la COB, la Central Obrera
Boliviana, que hasta el día de hoy tiene una gran resonancia. Su partido afín,
el POR (Partido Revolucionario de los Trabajadores), obtuvo gran peso político,
apoyando la nacionalización de las minas de estaño y la redistribución de las
tierras. En 1954 se aliaría con el MRN
(Movimiento de Resistencia Nacional), en aquel entonces el partido en el poder,
con el que Estados Unidos simpatizaba, perdiendo así cualquier pretensión de
tener una agenda independiente de clase, y allanando el camino para el golpe
militar de 1964. Estados Unidos había conseguido colocar al movimiento obrero
de su parte.
En Chile, el trotskismo ganaría fuerza con la fundación del
Partido Obrero Revolucionario en 1937,
abiertamente hostil al estalinismo, y liderado en los 60 por Luis
Vitale. Pero el golpe de estado de Pinochet abocaría al movimiento obrero
chileno al olvido, y acabaría con Vitale en varios campos de concentración, y
finalmente en el exilio.
En Argentina, el trotskismo ha tenido múltiples variantes.
La más famosa, dirigida por un
excéntrico personaje, conocido por su alias, "Julián Posadas”.
El Posadismo se sostenía en la creencia en una guerra nuclear
inevitable, la invasión preventiva a Estados Unidos y la llegada de los
extraterrestres como vía al comunismo. A pesar de estas excentricidades,
Posadas fue capaz de convertirse en actor político del momento, algo que otras
corrientes trotskistas mucho más inmovilistas, no han conseguido. Tanto es asi,
que la Cuarta Internacional Posadista aún subsiste y en la actualidad, es
partidaria del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero fueron las décadas de los 60 y 70 las de mayor auge del
trotskismo en América Latina, coincidiendo con el ascenso de la lucha
revolucionaria a nivel mundial. Fueron
años de guerrillas y luchas en las calles, de protestas estudiantiles y
manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
Esto marcaría los destinos de muchos países, con movimientos obreros que
reivindicaron -y consiguieron- notables mejoras en sus condiciones de trabajo y
salariales. Fueron también duramente reprimidos, con miles de huelguistas
despedidos y activistas desaparecidos.
Los años 80 y 90 fueron los de la derrota de la clase
trabajadora, que perdió muchas de las
conquistas anteriormente conseguidas en educación, salud y vivienda.
En la actualidad, las causas que el trotskismo ha defendido
siempre, la lucha contra el colonialismo y la opresión capitalista siguen
vigentes, a pesar de lo mucho que el mundo ha cambiado desde que esta corriente
naciera. No existe el colonialismo tal y como su fundador lo conoció, pero
existe el colonialismo económico a través de la globalización, y la desigualdad
capitalista permanece. El problema para
las múltiples facciones trotskistas, dice Manuel Aguilar, es que nadie les
representa, no hay partidos ni sindicatos que hablen por los trabajadores.
En opinión del veterano militante, en medio de una crisis
mundial, y a pesar del “látigo del desempleo”, que impide que el movimiento de
los trabajadores avance, “la lucha de clases continúa, y la causa del
movimiento revolucionario sigue vigente, y sigue siendo justa. La lucha
revolucionaria va a continuar”.
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