Especial para Gramscimanía |

No
se sabe a santo de qué pero Manuel Vicent publicó una nota sobre Louis
Althusser [1]. La estupidez del título –“No
todos los filósofos matan a su mujer”- es fuertemente consistente con su
contenido. Pretendo una breve (y, debo admitirlo, enrabietada) respuesta a
algunos vértices del “artículo”.
La
infamia del contenido viene resumida en la entradilla del escrito: “Louis Althusser, último resistente
ideológico del marxismo, repitió con su esposa el mismo tormento que su padre
ejerció con su madre, aunque la muerte de Hélène sirvió también como símbolo de
la violencia de una doctrina a punto de perecer”. Como no estoy seguro si
es fruto de la pluma de Vicent, la dejo aquí para asombro del lector. En todo
caso, ¿último resistente ideológico del
marxismo? ¿Ideológico en el caso del mayor defensor de la ruptura
epistemológica en la obra de Marx? ¿Símbolo de “la violencia de una doctrina” a
punto de perecer?
MV
abre su texto con una afirmación histórica falsa. “En su momento este terrible suceso se interpretó como el símbolo de la
caída moral de una ideología”. Nadie en su sano juicio interpretó la enorme
desgracia de la muerte de Hélène como símbolo de la caída moral de ideología
alguna. La gente fue mucho más razonable, menos unilateral, más humana, menos
“ideológica” y pensó en otras direcciones: fragilidad humana, vulnerabilidad,
extravíos de la enfermedad mental, tragedias que golpean en lo más hondo del
alma de todos, intimidades desconocidas.
MV
empieza a describir así el homicidio: “En
la mañana brumosa y melancólica del domingo 16 de noviembre de 1980, en un
apartamento de la Escuela Normal Superior, de la calle Ulm, de París, un
filósofo de referencia, reconocido en todo el mundo, el último resistente
ideológico del marxismo, estranguló a su mujer al pie de la cama”. Lo del “último resistente ideológico del marxismo”
es una idiotez de enormes proporciones a la altura de otras sandeces de la
nota. No vale la pena detenerse en ella. MV debe vivir en Marte o en algún
apartamento del Imperio y no se entera de nada si cree que Althusser fue el
“último resistente”, como si el marxismo fuera una tradición
político-filosófica condenada a la hoguera.
Según
MV, en plena guerra fría, “los
intelectuales franceses de izquierdas, escandalizados por la corrupción, por los
crímenes estalinistas salidos a la luz o por haber superado una doctrina que
creían periclitada, comenzaron a desertar, pero Louis Althusser resistía”.
¿Cita alguno de esos intelectuales a los que hace referencia? Ni uno.
¿Corrupción? ¿De quiénes? ¿De la clase política institucional francesa? Lo de
los “crímenes estalinistas salidos a la luz” es otra prueba de falta de finura
histórica. ¿Fue a mediados de los setenta cuando irrumpió en Francia la
temática de la represión estalinista? ¿No sabíamos de ella mucho antes?
Para
MV, el pensamiento crítico de Althusser “trabajaba
en dar salida y adaptar la filosofía de Marx al nuevo espíritu de la época”.
Enunciado sin apenas interés, trillado donde las haya, y escasamente
significativo. Acierta, sin embargo, cuando recuerda que “Lenin y la filosofía. Para leer El Capital, Curso de filosofía para
científicos”, estaban en la biblioteca de cualquier universitario progresista”.
Eso sí, había más libros del filósofo materialista argelino, el Pour Marx por
ejemplo, y no éramos estrictamente “universitarios progresistas”. Éramos
trabajadores y universitarios comunistas.
MV
gira y narra a continuación la vida de Althusser. Es el grueso de su texto: “Nacido en Birmandréis, Argelia, en 1918.
Sus primeros recuerdos eran de unos cerros lejos de la ciudad donde su abuelo
materno, Pierre Berger, ejercía de guarda forestal, etc”. MV construye una
imagen psicoanalítica que luego le es útil para su interpretación de la muerte
de Hélène, de la que, por otra parte, apenas da noticias: “La figura del padre, un tipo alto, fuerte, autoritario, con un
revólver disponible en el cajón de la mesa del despacho, profundamente sensual,
devorador de carne sangrante en la mesa, comenzó a imponerse en la conciencia
de su hijo Louis hasta anularlo. Muchos años después, a la hora de purgar la
responsabilidad de haber estrangulado a su esposa Hélène, confesaría que, tal
vez, en el fondo de su culpa estaba la traslación que su progenitor había
operado en su delirio”.
No
es la única vez que MV opera con ese instrumental: “Louis Althusser era un buen estudiante. Su padre estaba orgulloso de
él y al mismo tiempo lo tenía aterrorizado. Cuando en 1929 consiguió una beca
le preguntó qué regalo quería. “Una carabina” —respondió el aprendiz de
filósofo pensando en complacerle—. El subconsciente funcionó. Un día tuvo la
idea de jugar a matarse con ese arma. La apuntó contra su vientre creyendo que
estaba descargada. Iba a apretar el gatillo, pero, de pronto, desistió y luego
comprobó que tenía una bala en la recámara sin saber quién la había metido
allí”. Aquel día, asegura MV con la frescura con la que uno se toma un baño
en verano, “comenzó a pensar por primera
vez, lleno de pánico, que su padre deseaba su muerte porque había descubierto
sus tendencias homosexuales”. Pues será eso. Todo es uno y conduce a lo
mismo.
MV
sigue su artículo con el “odio que el
filósofo Althusser profesó a su padre a lo largo de toda su vida” y con el
momento en que “Althusser ya era un ser
misántropo y paranoico” (así, sin más). Sobre este sustrato vital,
sostiene, “entró la figura de su mujer
Hélène, condenada a soportar sus continuas depresiones”. Claro está, y para
que la cosa cuadre, “el martirio de su
esposa se sobrepuso al de su madre. Se estaba repitiendo la historia”. En
ambas instancias como tragedia claro está.
MV
asegura, sin documentarlo en absoluto, que “el
hecho de que todas las llamadas fueran para él y ninguna para su mujer, el
filósofo lo llevaba como un suplicio entre la compasión y el desprecio”.
¿No habrá aquí alguna proyección? No obstante, añade, “era Hélène la que lo llevaba al hospital, la que atendía a todas sus
necesidades diarias mientras él sentía que estaba reproduciendo con su mujer el
mismo tormento que su padre había ejercido con su madre”. El “no obstante”
es incomprensible a todas luces pero asegurar o apuntar conjeturas sobre los
posibles sentimientos de Althusser es de una gratuidad teórica que escandaliza
al más pintado o al más sereno.
Describe
MV a continuación el asesinato. No entro en la narración que extrae con más o
menos licencias literarias, si mi memoria no me ha traicionado, de algún texto
del propio Althusser.
Llegamos
el compás final, apenas cinco líneas tras la larga descripción biográfica
resumida.
Durante
los diez años siguientes, señala el colaborador de El País, “mientras Louis Althusser, declarado no
culpable, pasó por diversos psiquiátricos, el universo comunista entró en
barrena”. La expresión es suya (pero nada original). El intelectual
resistente, prosigue MV, “que había establecido
las nuevas bases teóricas del marxismo” (¡a saber lo quiere decir esta
afirmación y lo que entiende el escritor Vicent por “nuevas bases teóricas del
marxismo”) murió en 1990, un año después de la caída del muro de Berlín”. En
realidad, concluye, ahora viene lo bueno, “el
hecho de que el filósofo marxista de guardia estrangulara a su mujer fue tomado
como el símbolo de la violencia de una doctrina que ya estaba a punto de
perecer a manos de la nueva filosofía”. ¿De qué nueva filosofía? ¿Símbolo
de la violencia del marxismo? ¿El marxismo es violento? ¿Es una doctrina? ¿Ha
perecido “esa doctrina”?
El
gran marxista hispano-argentino Nicolás González Varela abre precisamente su
cuarta e imprescindible aproximación a “Un Marx desconocido: la Deutsche Ideologie
(IV)” con una cita de 1980 de Louis Althusser. La siguiente: “Hay que
interpretar a Karl Marx sin partituras”. De eso se trata. Manuel Vicent, que no
es Marx, ni Althusser, ni desde luego Nicolás González Varela, ha leído… mejor
dicho, se ha aproximado a Louis Althusser no tan sólo con una partitura
(antimarxista pero sobre todo anticomunista) muy desgastada sino con el máximo
desconocimiento del que puede hacer gala un periodista que se las da de
escritor, que habla por hablar (o malintencionadamente) y todo ello con unas
anteojeras anticomunistas fashion y muy consistentes con la columna vertebral
-esta vez sí netamente ideológica, de falsa consciencia- del cada vez más
insoportable diario global.
De
hecho, como se habrá adivinado, el tema no es Althusser. El tema, una vez más,
es liquidar sea como sea cualquier sombra, punto de interés o legado que tenga
que ver con la tradición marxista-comunista, echando mano de lo que sea,
incluso de tragedias del calibre de la que se está comentando. En el diario de
Cebrián y de los especuladores usamericanos son muchos los que están dispuestos
a ganar puntos con semejantes hazañas ideológicas.
Notas
Título
original: “Sobre un artículo de Manuel Vicent sobre Althusser”