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Carlos Cruz-Diez [Venezuela] Fisiocromía |
Los nuevos miembros que el Partido gana en tal situación,
evidentemente hombres sinceros y de vigorosa fe revolucionaria, no pueden ser
educados en nuestros métodos de amplia actividad, de amplias discusiones, del
control recíproco que es propio de los periodos de democracia y de legalidad.
Se anuncia así un periodo muy grave: la masa del Partido habituándose, en la ilegalidad,
a no pensar en otra cosa que en los medios necesarios para escapar al enemigo,
habituándose a ver posible y organizable inmediatamente sólo acciones de
pequeños grupos, viendo cómo los dominadores aparentemente habían vencido y
conservan el poder con el empleo de minorías armadas y encuadradas
militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción marxista de la
actividad revolucionaria del proletariado, y mientras parece radicalizarse por
el hecho de que a menudo se anuncian propósitos extremistas y frases
sanguinolentas, en realidad se hace incapaz de vencer al enemigo. La historia
de la clase obrera, especialmente en la época que atravesamos, muestra cómo
este peligro no es imaginario. La recuperación de los partidos revolucionarios,
tras un periodo de ilegalidad, se caracteriza con frecuencia por un
irrefrenable impulso a la acción, por la ausencia de toda consideración de las
relaciones reales de las fuerzas sociales, por el estado de ánimo de las
grandes masas obreras y campesinas, por las condiciones del armamento, etc.
Así, a menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho destrozar
por la reacción aún no disgregada y cuyas reservas no habían sido debidamente
justipreciadas, entre la indiferencia y la pasividad de las amplias masas, que,
después de todo periodo reaccionario, se vuelven muy prudentes y son fácilmente
presa del pánico cada vez que se amenaza con la vuelta a la situación de la que
acaban de salir.
Es difícil, en líneas generales, que tales errores no se
cometan; por eso, el Partido tiene que preocuparse de ello y desarrollar una
determinada actividad que especialmente tienda a mejorar su organización, a
elevar el nivel intelectual de los miembros que se encuentren en sus filas en
el periodo del terror blanco y que están destinados a convertirse en el núcleo
central y más resistente a toda prueba y a todo sacrificio del Partido, que
guiará la revolución y administrará al Estado proletario.
El problema aparece así más amplio y complejo. La
recuperación del movimiento revolucionario y especialmente su victoria, lanzan
hacial el Partido una gran masa de nuevos elementos. Estos no pueden ser
rechazados, especialmente si son de origen proletario, ya que precisamente su
adhesión es uno de los signos más reveladores de la revolución que se está
realizando; pero el problema que se plantea es el de impedir que el núcleo
central del Partido sea sumergido y disgregado por la nueva arrolladora ola.
Todos recordamos lo que ha ocurrido en Italia, después de la guerra, en el
Partido Socialista. El núcleo central, constituido por camaradas fieles a la
causa durante el cataclismo, se restringe hasta reducirse a unos 16.000. En el
Congreso de Liorna estaban representados 220.000 miembros, es decir, que
existían en el Partido 200.000 adherentes después de la guerra, sin preparación
política, ayunos o casi de toda noción de doctrina marxista, fácil presa de los
pequeños burgueses declamadores y fanfarrones que constituyeron en los años
1919-1920 el fenómeno del maximalismo. No carece de significado que el actual
jefe del Partido Socialista y director de Avanti sea el propio Pietro Nenni,
entrado en el Partido Socialista después de Liorna, pero que resume y sintetiza
en sí mismo toda la debilidad ideológica y el carácter distintivo del maximalismo
de la posguerra. Sería realmente delictivo que en el Partido Comunista se
verificase con respecto al periodo fascista lo que ha ocurrido en el Partido
Socialista respecto al periodo de la guerra; pero esto sería inevitable, si
nuestro Partido no tuviera una línea a seguir también en este terreno, si no
procurase a tiempo reforzar ideológica y políticamente sus actuales cuadros y
sus actuales miembros, para hacerlos capaces de contener y encuadrar masas aún
más amplias sin que la organización sufra demasiadas sacudidas y sin que la
figura del Partido sea cambiada.
Hemos planteado el problema en sus términos prácticos más
inmediatos. Pero tiene una base que es superior a toda contingencia inmediata.
Nosotros sabemos que la lucha del proletariado contra el
capitalismo se desenvuelve en tres frentes: el económico, el político y el
ideológico. La lucha económica tiene tres fases: de resistencia contra el
capitalismo, esto es, la fase sindical elemental; de ofensiva contra el
capitalismo para el control obrero de la producción; de lucha para la
eliminación del capitalismo a través de la socialización. También la lucha
política tiene tres fases principales: lucha para contener el poder de la
burguesía en el Estado parlamentario, es decir, para mantener o crear una
situación democrática de equilibrio entre las clases que permita al
proletariado organizarse y desarrollarse; lucha por la conquista del poder y
por la creación del Estado obrero, es decir, una acción política compleja a
través de la cual el proletariado moviliza en torno a sí todas las fuerzas
sociales anticapitalistas (en primer lugar la clase campesina), y las conduce a
la victoria; fase de la dictadura del proletariado organizado en clase
dominante para eliminar todos los obstáculos técnicos y sociales, que se
interpongan a la realización del comunismo.
La lucha económica no puede separarse de la lucha política,
y ni la una ni la otra pueden ser separadas de la lucha ideológica.
En su primera fase sindical, la lucha económica es
espontánea, es decir, nace ineluctablemente de la misma situación en la que el
proletariado se encuentra en el régimen burgués, pero no es por sí misma
revolucionaria, es decir, no lleva necesariamente al derrocamiento del
capitalismo, como han sostenido y continúan sosteniendo con menor éxito los
sindicalistas. Tanto es verdad, que los reformistas y hasta los fascistas
admiten la lucha sindical elemental, y más bien sostienen que el proletariado
como clase no debiera realizar otra lucha que la sindical. Los reformistas se diferencian
de los fascistas solamente en cuanto sostienen que si no el proletariado como
clase, al menos los proletarios como individuos, ciudadanos, deben luchar
también por la democracia burguesa; en otras palabras, luchar sólo para
mantener o crear las condiciones políticas de la pura lucha de resistencia
sindical.
Puesto que la lucha sindical se vuelve un factor
revolucionario, es menester que el proletariado la acompañe con la lucha
política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de ser el protagonista
de una lucha general que envuelve todas las cuestiones más vitales de la
organización social, es decir, que tenga conciencia de luchar por el
socialismo. El elemento "espontaneidad" no es suficiente para la
lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase obrera más allá de los
límites de la democracia burguesa existente. Es necesario el elemento
conciencia, el elemento "ideológico", es decir, la comprensión de las
condiciones en que se lucha, de las relaciones sociales en que vive el obrero,
de las tendencias fundamentales que operan en el sistema de estas relaciones,
del proceso de desarrollo que sufre la sociedad por la existencia en su seno de
antagonismos irreductibles, etcétera.
Los tres frentes de la lucha proletaria se reducen a uno
sólo, para el Partido de la clase obrera, que lo es precisamente porque asume y
representa todas las exigencias de la lucha general. Ciertamente, no se puede
pedir a todo obrero de la masa tener una completa conciencia de toda la
compleja función que su clase está resuelta a desarrollar en el proceso de
desarrollo de la humanidad, pues eso hay que pedírselo a los miembros del
Partido. No se puede proponer, antes de la conquista del Estado, modificar
completamente la conciencia de toda la clase obrera; sería utópico, porque la
conciencia de la clase como tal se modifica solamente cuando ha sido modificado
el modo de vivir de la propia clase, esto es, cuando el proletariado se
convierta en clase dominante, tenga a su disposición el aparato de producción y
de cambio y el poder estatal. Pero el Partido puede y debe en su conjunto
representar esta conciencia superior; de otro modo, aquel no estaría a la
cabeza, sino a la cola de las masas, no las guiaría, sino que sería arrastrado.
Por ello, el Partido debe asimilar el marxismo y debe asimilarlo en su forma
actual, como leninismo.
La actividad teórica, la lucha en el frente ideológico, se
ha descuidado siempre en el movimiento obrero italiano. En Italia, el marxismo
(por influjo de Antonio Labriola) ha sido más estudiado por los intelectuales
burgueses para desnaturalizarlo y adecuarlo al uso de la política burguesa, que
por los revolucionarios. Así hemos visto en el Partido Socialista Italiano
convivir juntas pacíficamente las tendencias más dispares, hemos visto como opiniones
oficiales del Partido las concepciones más contradictorias. Nunca imaginó la
dirección del Partido que para luchar contra la ideología burguesa, para
liberar a las masas de la influencia del capitalismo, fuera menester ante todo
difundir en el Partido mismo la doctrina marxista y defenderla de toda
contrafracción. Esta tradición por lo menos no ha sido interrumpida de modo
sistemático y con una notable actividad continuada.
Se dice, sin embargo, que el marxismo ha tenido mucha suerte
en Italia y en cierto sentido esto es cierto. Pero también es cierto que tal
fortuna no ha ayudado al proletariado, no ha servido para crear nuevos medios
de lucha, no ha sido un fenómeno revolucionario. El marxismo, o algunas
afirmaciones separadas de los escritos de Marx, ha servido a la burguesía
italiana para demostrar que por la necesidad de su desarrollo era necesario
prescindir de la democracia, era necesario pisotear las leyes, era necesario
reírse de la libertad y de la justicia; es decir, se ha llamado marxismo, por
los filósofos de la burguesía italiana, la comprobación que Marx ha hecho de
los sistemas que la burguesía empleará, sin necesidad de recurrir a
justificaciones... marxistas, en su lucha contra los trabajadores. Y los
reformistas, para corregir esta interpretación fraudulenta, se han hecho
democráticos, se han convertido en los turiferarios de todos los santos
consagrados del capitalismo. Los teóricos de la burguesía italiana han tenido
la habilidad de crear el concepto de la "nación proletaria" y que la
concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de Italia contra los otros
Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado italiano contra el
capitalismo italiano; los "marxistas" del Partido Socialista han
dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron aceptadas por uno, Enrico
Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta fue la fortuna del
marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas las indigestas salsas que
los más imprudentes aventureros de la pluma han querido poner en venta.
Marxistas de esta guisa han sido Enrico Ferri, Guillermo Ferrero, Achille
Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini...
Para luchar contra la confusión que se ha creado de esta
manera, es necesario que el Partido intensifique y haga sistemática su actividad
en el campo ideológico, que se imponga como un deber de los militantes el
conocimiento de la doctrina del marxismo-leninismo, al menos en sus términos
más generales.
Nuestro Partido no es un partido democrático, al menos en el
sentido vulgar que comunmente se da a esta palabra. Es un Partido centralizado
nacional e internacionalmente. En el campo internacional, nuestro Partido es
una simple sección de un partido más grande, de un partido mundial. ¿Qué
repercusiones puede tener y ya ha tenido este tipo de organización, que también
es una necesidad de la revolución? La propia Italia se da una respuesta a esta
pregunta. Por reacción a la costumbre establecida por el Partido Socialista, en
el que se discutía mucho y se resolvía poco, cuya unidad por el choque contínuo
de las fracciones, de las tendencias y con frecuencia de las camarillas
personales se rompía en una infinidad de fragmentos desunidos, en nuestro
Partido se había terminado con no discutir ya nada. La centralización, la
unidad de dirección y unidad de concepción se había convertido en un
estancamiento intelectual. A ello contribuyó la necesidad de la lucha incesante
contra el fascismo, que verdaderamente desde la fundación de nuestro Partido
había ya pasado a su fase activa y ofensiva, pero contribuyeron también las
erróneas concepciones del Partido, tal como son expuestas en las "Tesis
sobre la táctica" presentadas al Congreso de Roma. La centralización y la
unidad se concebían de modo demasiado mecánico: El Comité Central, y más bien
el Comité Ejecutivo era todo el Partido, en lugar de representarlo y dirigirlo.
Si esta concepción fuera permanentemente aplicada, el Partido perdería su
carácter distintivo político y se convertiría, en el mejor de los casos, en un
ejército (y un ejército de tipo burgués); perdería lo que es su fuerza de
atracción, se separararía de las masas. Para que el Partido viva y esté en
contacto con las masas, es menester que todo miembro del Partido sea un
elemento político activo, sea un dirigente. Precisamente para que el Partido
sea fuertemente centralizado, se exige un gran trabajo de propaganda y de
agitación en sus filas, es necesario que el Partido, de manera organizada,
eduque a sus militantes y eleve su nivel ideológico. Centralización quiere
decir especialmente que en cualquier situación, incluso en estado de sitio
reforzado, incluso cuando los comités dirigentes no pueden funcionar por un
determiando periodo o fueran puestos en condiciones de no estar relacionados
con toda la periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su ambiente,
se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los
elementos para establecer una orientación, a fin de que la clase obrera no se
desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La preparación
ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha
revolucionaria, es una de las condiciones indispensables para la victoria.
Escrito: En mayo de 1925.
Primera Edición: Aparecido en "Lo Stato Operaio" de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
Primera Edición: Aparecido en "Lo Stato Operaio" de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.