
No, responde Gramsci. Hay que pensar y juzgar con autonomía
y con crítica: cada persona debe interrogarse sobre lo que hay, sobre lo que
ocurre y sobre sí misma, participando activamente en la historia del mundo. Si
no lo hacemos nos impondrán opiniones e ideas ajenas: nos someteremos con
docilidad.
Todos somos intelectuales. Discurrimos y creamos, nos
expresamos e intervenimos en la sociedad. Son intelectuales quienes cumplen esa
función y quienes se comprometen públicamente, analizando y exponiendo sus
resultados. En principio, no todas las personas desempeñan dichas tareas.
En realidad, cada una puede hacerlo: si de lo que se trata
es de pensar y juzgar, la convocatoria es común. Hacen falta voluntades y
razones, gentes decididas a pensar por sí mismas, decididas a intervenir y a
comunicarse. Eso nos pone en un compromiso: es decir, nos compromete.
Antonio Gramsci fue un filósofo, un intelectual
antifascista. Pero fue también un hombre corriente. Murió en 1937, tras años y
años de cárcel. En la celda no dejó de pensar y juzgar el mundo terrible que le
tocó vivir: razonó, escribió y anotó sin acobardarse.
Sus cavilaciones siguen siendo actuales y nos ayudan a
evaluar nuestro propio mundo. ¿Quién piensa por nosotros? ¿Quién nos impone la
visión y la versión de las cosas? Gramsci vuelve para proclamar la autonomía
del pensamiento y el compromiso de la razón. Necesitamos observadores críticos:
necesitamos observar críticamente.
Justo Serna y Anaclet Pons han seleccionado, traducido,
introducido y editado nuevamente las anotaciones de Antonio Gramsci en un libro
titulado ¿Qué es la cultura popular? El resultado es un volumen de reflexión,
un conjunto de instrumentos, una caja de herramientas intelectuales.