
Introducción del
editor de Tom Dispatch
En mayo de 2007, tropecé con bocetos en el sitio en la web
de una firma arquitectónica de Kansas contratada para construir una monstruosa
embajada combinada con ciudadela para el centro de comando de Gran Medio
Oriente en 42 hectáreas en el centro de la capital iraquí, Bagdad. Presentaban
las impresiones de un artista de cómo se vería el lugar – un gigantesco
complejo autosuficiente prosaico (pensad en centros comerciales o proyectos
habitacionales) y opulento (una gigantesca piscina, canchas de tenis, un centro
recreativo).
Impresionado por el hecho de que el gobierno de EE.UU. se
propusiera construir la mayor embajada de todos los tiempos en el corazón
petrolero del planeta, escribí un artículo: “El buque nodriza aterriza en Iraq”
sobre esos planes y presenté un pequeño tour del proyecto mediante esos burdos
dibujos. Desde TomDispatch comenzó a circular por Internet y pronto
un Departamento de Estado aterrorizado declaró una “ruptura de la seguridad” y
obligó a la firma a retirar los bocetos de su sitio en la web.
Ahora, más de cinco años después, tenemos las primeras fotos
públicas de la embajada –una piscina, un campo de baloncesto, canchas de tenis,
y una cafetería maravillosa– precisamente cuando llegó la noticia de que el
vasto despilfarro, construido con 750 millones de dólares del contribuyente,
con un presupuesto de 6.000 millones del Departamento de Estado para este año,
y su propia fuerza aérea mercenaria, está a punto de sufrir una reducción de su
personal de 16.000. En un artículo del Washington Post sobre el tema,
citan al senador Patrick Leahy diciendo: “He estado en embajadas en todo el
mundo, y uno llega a ese sitio y se siente como ‘¡Híjole! ¡Wuau!’ De repente se
está frente a algo tan completamente fuera de escala con todo lo que conoce,
que uno se tiene que preguntar ¿qué estaban pensando cuando lo construyeron?”
La respuesta es: en 2004, cuando comenzó la planificación
para este elefante blanco entre las embajadas, el gobierno de Bush todavía
soñaba con una Pax Americana impuesta por Washington en el Gran Medio Oriente y
lo veía como su puesto de comando occidental. Ahora, claro está, las vastas
mega-bases estadounidenses en Iraq con sus múltiples rutas de autobuses,
gigantescos supermercados, Pizza Huts, Cinnabons y Burger Kings, donde iban a
poner en guarnición durante décadas a soldados estadounidenses siguiendo el
“modelo coreano”, son otros tantos pueblos fantasma, decadentes zigurats
estadounidenses en Mesopotamia. Del mismo modo, esas fotos de la embajada
parecen instantáneas de Pompeya justo cuando la ceniza comenzaba a caer.
Mientras tanto, en Afganistán, las noticias son similarmente deprimentes, y
reducciones y retiradas se encuentran repentinamente a la orden del día. Algo
está cambiando. Es un sentimiento tectónico. Ciertamente estamos recibiendo otro
conjunto de señales de que los planes imperiales estadounidenses en Eurasia
continental se han derrumbado y quemado y que EE.UU. se reagrupa ahora y se
dirige “mar adentro”.
Qué momento entonces para que Noam Chomsky intervenga sobre
el tema de la decadencia de EE.UU. Tom
“Perdiendo”
el mundo - I
Los aniversarios significativos son conmemorados
solemnemente – el ataque de Japón contra la base naval de EE.UU. en Pearl
Harbor, por ejemplos. Otros son ignorados, y frecuentemente nos enseñan
lecciones valiosas sobre lo que probablemente nos espera. Ahora mismo, de
hecho.
Por el momento, no estamos conmemorando el 50 aniversario de
la decisión del presidente
John F. Kennedy de lanzar el acto de agresión más
destructivo y asesino del período posterior a la Segunda Guerra Mundial: la
invasión de Vietnam del Sur, y después de toda Indochina, dejando a millones de
muertos y a cuatro países devastados, con víctimas que siguen aumentando por
los efectos a largo plazo de la saturación de Vietnam del Sur con algunos de
los carcinógenos más letales conocidos, realizada para destruir la cobertura en
el terreno y los cultivos alimentarios.
El objetivo primordial era Vietnam del Sur. Posteriormente
la agresión se extendió hacia el Norte, luego a la remota sociedad campesina
del norte de Laos, y finalmente a Camboya rural, que fue bombardeada al
sorprendente nivel de todas las operaciones aéreas aliadas en la región del
Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, incluidas las dos bombas atómicas
arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Al hacerlo, se cumplieron las órdenes de
Henry Kissinger –“todo lo que vuela sobre todo lo que se mueve”– un llamado al
genocidio que es raro en los antecedentes históricos. Poco de esto es
recordado. La mayor parte es apenas conocida más allá de círculos limitados de
activistas.
Cuando la invasión fue lanzada hace 50 años, la preocupación
fue tan ligera que hubo pocos esfuerzos por justificarla, apenas más que el
apasionado argumento del presidente de que “en todo el mundo se nos opone una
conspiración monolítica e implacable que se basa primordialmente en medios
clandestinos para expandir su esfera de influencia” y si la conspiración logra
sus objetivos en Laos y Vietnam: “las puertas se abrirán ampliamente”.
En otro sitio, advirtió además que “los complacientes, los
autoindulgentes, las sociedades blandas están a punto de ser barridos con los
despojos de la historia [y] solo los fuertes… pueden llegar a sobrevivir”,
reflexionando en este caso sobre el fracaso de la agresión y del terror
estadounidense para aplastar la independencia de Cuba.
Para cuando la protesta comenzó a aumentar media docena de
años después, el respetado especialista en Vietnam e historiador militar
Bernard Fall, ningún pacifista, predijo que “Vietnam como entidad cultural e
histórica… está amenazado por la extinción… [mientras]… el campo muere
literalmente bajo los golpes de la mayor maquinaria militar jamás desencadenada
sobre un área de este tamaño”. De nuevo se refería a Vietnam del Sur.
Cuando la guerra terminó después de ocho horrendos años, la
opinión dominante estaba dividida entre los que describían la guerra como una
“noble causa” que podría haber sido ganada con más dedicación, y en el extremo
opuesto, los críticos, para quienes fue un “error” demasiado costoso. En 1977,
el presidente Carter, provocó poca atención cuando explicó que “no tenemos
ninguna deuda” con Vietnam porque “la destrucción fue mutua”.
Todo esto contiene importantes lecciones para nuestros días,
incluso fuera de otro recuerdo de que solo los débiles y derrotados tienen que
rendir cuentas por sus crímenes. Una lección es comprender lo que está
sucediendo cuando solo prestamos atención a los eventos críticos del mundo
real, a menudo desdeñados en la historia, sino también a lo que creen los
dirigentes y la opinión de la elite, por teñidos de fantasía que estén. Otra
lección es que junto a la fantasía elucubrada para aterrorizar y movilizar al
público (y que tal vez sea creída por algunos que son atrapados por su propia
retórica), también existe una planificación geoestratégica basa en principios
que son racionales y estables durante largos períodos porque están arraigados
en instituciones estables y sus preocupaciones. Eso también vale en el caso de
Vietnam. Volveré al tema, solo subrayo aquí que los factores persistentes en la
acción estatal son generalmente bien ocultados.
La guerra de Iraq es un caso instructivo. Fue mercadeada a
un público aterrado sobre las bases usuales de la autodefensa contra una
terrible amenaza a la supervivencia: la “única pregunta” declararon George W.
Bush y Tony Blair era si Sadam Hussein terminaría sus programas de desarrollo
de armas de destrucción masiva. Cuando la única pregunta recibió la respuesta
equivocada, la retórica del gobierno giró desenvueltamente hacia nuestro
“anhelo de democracia”, y la opinión educada, como se debe, siguió el camino
indicado; todo rutina.
Más adelante, a medida que resultaba más difícil ocultar la
escala de la derrota de EE.UU. en Iraq, el gobierno admitió silenciosamente lo
que siempre estuvo claro. En 2007-2008, el gobierno anunció oficialmente que un
acuerdo final debía otorgar a EE.UU. bases militares y el derecho a operaciones
de combate, y preferir a inversionistas estadounidenses en el rico sistema
energético – demandas que fueron renuentemente abandonadas más tarde ante la
resistencia iraquí. Y todo fue ocultado a la población en general.
Midiendo la
decadencia de EE.UU.
Con semejantes lecciones en mente, vale la pena considerar lo
que es destacado actualmente en los grandes periódicos de política y opinión.
Limitémonos a la más prestigiosa de las revistas del establishment, Foreign
Affairs. El titular que vociferaba en la portada de la edición de diciembre de
2011, dice en negrita: “¿Se acabó EE.UU.?”
El artículo titular llama a “recortes económicos” en las
“misiones humanitarias” en el extranjero que consumen la riqueza del país, a
fin de detener la decadencia de EE.UU. que es un tema importante en el discurso
de los asuntos internacionales, acompañado usualmente por el corolario de que
el poder se orienta hacia el Este, hacia China y (tal vez) India.
Los principales artículos tienen que ver con
Israel-Palestina. El primero, de dos altos funcionarios israelíes, lleva el
título de “El problema es el rechazo palestino”: el conflicto no puede ser
resuelto porque los palestinos se niegan a reconocer Israel como Estado judío –
ajustándose así a la práctica diplomática estándar: los Estados son
reconocidos, pero no sectores privilegiados en su interior. La demanda es
apenas más que un nuevo artilugio para desalentar de la amenaza de un arreglo
político que debilitaría los objetivos expansionistas de Israel.
La posición opuesta, defendida por un profesor
estadounidense, tiene el título: “El problema es la ocupación”. El subtítulo
dice “Cómo la ocupación destruye la nación”. ¿Qué nación? Israel, por supuesto.
El par de artículos aparece bajo el titular “Israel sitiado”.
La edición de enero de 2012 presenta un llamado más para
bombardear Irán ahora, antes que sea demasiado tarde. Advirtiendo contra “los
peligros de la disuasión”, el autor sugiere que “los escépticos de la acción
militar no aprecian el verdadero peligro que un Irán con armas nucleares
plantearía a los intereses de EE.UU. en Medio Oriente y más allá. Y sus
sombríos pronósticos asumen que la cura sería peor que la enfermedad –es decir,
que las consecuencias de un ataque de EE.UU. contra Irán serían tan malas o
peores que las de que Irán logre sus ambiciones nucleares. Pero es una suposición
defectuosa. La verdad es que un ataque militar con el propósito de destruir el
programa nuclear de Irán, si es dirigido cuidadosamente, podría ahorrar a la
región y al mundo una amenaza muy real y mejorar dramáticamente la seguridad
nacional a largo plazo de EE.UU.”
Otros argumentan que los costes serían demasiado elevados, y
en los extremos algunos incluso señalan que un ataque violaría el derecho
internacional – como lo hace la posición de los moderados, quienes regularmente
planean amenazas de violencia, en violación de la Carta de la ONU.
Veamos una por una esas principales preocupaciones.
La demografía es solo uno de los numerosos problemas serios
del futuro. Para India, los problemas son mucho más severos.
No todas las voces prominentes prevén una decadencia de
EE.UU. Entre los medios internacionales, no hay ninguno más serio y responsable
que el London Financial Times. Recientemente dedicó toda una página a la
expectativa optimista de que nueva tecnología para la extracción de
combustibles fósiles norteamericanos podría permitir que EE.UU. llegue a ser
independiente energéticamente, y por ello retenga su hegemonía global durante
un siglo. No hay ninguna mención del tipo de mundo que EE.UU. dominaría en ese
caso, pero no por falta de evidencia.
Aproximadamente al mismo tiempo, la Agencia Internacional de
Energía (IEA) informó que, con el rápido aumento de las emisiones de carbono
por el uso de combustible fósil, se llegará al límite de seguridad en 2017 si
el mundo continúa por su camino actual. “La puerta se está cerrando” dijo el
economista jefe de la IEA, y muy pronto “se cerrará para siempre”.
Poco antes el Departamento de Energía de EE.UU. informó
sobre las cifras más recientes de emisiones de dióxido de carbono, que
“aumentaron por la cantidad más alta registrada” a un nivel mayor que el peor
de los casos previstos por el Panel Internacional sobre Cambio Climático
(IPCC). No fue ninguna sorpresa para muchos científicos, incluido el programa
del MIT sobre cambio climático, que ha advertido durante años que las
predicciones del IPCC son demasiado conservadoras.
Semejantes críticos de las predicciones del IPCC no reciben
prácticamente ninguna atención pública, a diferencia del margen de
negacionistas que son apoyados por el sector corporativo, junto con inmensas
campañas de propaganda que han apartado a los estadounidenses del espectro
internacional en su negación de las amenazas. El apoyo empresarial también se
traduce directamente en poder político. El negacionismo forma parte del
catequismo que debe ser entonado por los candidatos republicanos en la grotesca
campaña electoral que está en curso, y en el Congreso son suficientemente
poderosos como para abortar hasta esfuerzos para estudiar los efectos del calentamiento
global, para no hablar de hacer algo serio al respecto.
En breve, la decadencia de EE.UU. puede posiblemente ser
detenida si abandonamos la esperanza de supervivencia decente, perspectivas que
son demasiado reales en vista del equilibrio de fuerzas en el mundo.
“Perdiendo” China y
Vietnam
Dejando de lado pensamientos tan desagradables, una mirada
de cerca a la decadencia de EE.UU. muestra que China juega ciertamente un
importante papel, como lo ha hecho durante 60 años. La decadencia que ahora
provoca una preocupación semejante no es un fenómeno reciente. Se remonta a
fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE.UU. tenía la mitad de la riqueza
del mundo e incomparable seguridad y alcance global. Los planificadores eran
naturalmente bien conscientes de la enorme disparidad del poder, y querían
mantenerla de esa manera.
El punto de vista básico fue presentado con admirable
franqueza en un importante documento estatal de 1948 (PPS 23). El autor fue uno
de los arquitectos del Nuevo Orden Mundial de esos días, presidente del
Personal de Planificación Política del Departamento de Estado, el respetado
estadista y erudito George Kennan, un pacifista moderado dentro del espectro de
la planificación. Señaló que el objetivo político central era mantener la “posición
de disparidad” que separaba nuestra inmensa riqueza de la pobreza de otros.
Para lograr ese objetivo, aconsejó: “Debemos cesar de hablar de objetivos
vagos… pero irreales como ser derechos humanos, el aumento de los estándares de
vida, y democratización”, y debemos “utilizar conceptos de poder directo”, no
“embarazados por consignas idealistas” sobre “altruismo y obras de beneficencia
hacia el mundo”.
Kennan se refería específicamente a Asia, pero las
observaciones se generalizan, con excepciones, para participantes en el sistema
global dirigido por EE.UU. Se comprendía bien que las “consignas idealistas”
debían ser ostentadas prominentemente cuando iban dirigidas a otros, incluidas
las clases intelectuales, de quienes se esperaba que las promulgaran.
Los planes que Kennan ayudó a formular e implementar daban
por entendido que EE.UU. controlaría el Hemisferio Occidental, Lejano Oriente,
el antiguo imperio británico (incluidos los incomparables recursos energéticos
de Medio Oriente), y tanto de Eurasia como fuera posible, crucialmente sus
centros comerciales e industriales. No eran objetivos poco realistas, en vista
de la distribución del poder. Pero la decadencia comenzó de inmediato.
En 1949, China declaró la independencia, un evento conocido
en el discurso occidental como “la pérdida de China” – en EE.UU. con amargas
recriminaciones y conflicto sobre quién era responsable de esa pérdida. La
terminología es reveladora. Solo se puede perder algo que uno posee. La
suposición tácita era que EE.UU. poseía China, por derecho, junto con la mayor
parte del resto del mundo, tal como lo asumían los planificadores de la
posguerra.
La “pérdida de China” fue el primer paso importante en la
“decadencia de EE.UU.” Tuvo importantes consecuencias políticas. Una fue la decisión
inmediata de apoyar el esfuerzo de Francia por reconquistar su antigua colonia
de Indochina, para que esta, no fuera también “perdida”.
La propia Indochina no era una preocupación enorme, a pesar
de las afirmaciones sobre sus ricos recursos por el presidente Eisenhower y
otros. La preocupación fue más bien la “teoría del dominó”, frecuentemente
ridiculizada cuando los dominós no caen, pero sigue siendo un principio
dominante en la política porque es bastante racional. Para adoptar la versión
de Henry Kissinger, una región que cae fuera de control puede convertirse en un
“virus” que “propagará el contagio”, induciendo a otros a seguir el mismo
camino.
En el caso de Vietnam, la preocupación era que el virus del
desarrollo independiente pudiera infectar Indonesia, que realmente posee ricos
recursos. Y eso podría llevar a Japón –el “súper dominó” como fue llamado por
el destacado historiador sobre Asia, John Dower, – a “acomodarse” a un Asia
independiente como su centro tecnológico e industrial en un sistema que
escaparía al alcance del poder de EE.UU. Eso significaría, en efecto, que
EE.UU. había perdido la fase del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, librada
para impedir el intento de Japón de establecer un Nuevo Orden semejante en
Asia.
El camino para encarar un problema semejante es obvio:
destruir el virus e “inocular” a los que podrían estar infectados. En el caso
de Vietnam, la decisión racional era destruir toda esperanza de un exitoso
desarrollo independiente e imponer dictaduras brutales en las regiones vecinas.
Esas tareas fueron realizadas con éxito – aunque la historia tiene su propia
astucia, y algo similar a lo que se temía se ha estado desarrollando desde
entonces en el Este de Asia, para consternación de EE.UU.
La victoria más importante de las guerras de Indochina fue
en 1965, cuando un golpe militar en Indonesia, respaldado por EE.UU. y dirigido
por el general Suharto, realizó masivos crímenes que fueron comparados por la
CIA con los de Hitler, Stalin y Mao. Los medios dominantes informaron fielmente
y con euforia irrestricta sobre la “asombrosa matanza masiva”, como la
describió el New York Times.
Fue un “rayo de luz en Asia”, como escribió el renombrado
comentarista ‘liberal’ James Reston en el Times. El golpe terminó la
amenaza de democracia al demoler al partido político de los pobres, basado en
las masas; estableció una dictadura que procedió a compilar uno de los peores
historiales de derechos humanos en el mundo, y abrió las riquezas del país a
inversionistas occidentales. No es de extrañar que, después de muchos otros
horrores, incluida la casi genocida invasión de Timor Oriental, Suharto haya
sido saludado por el gobierno de Clinton en 1995 como “nuestro tipo de hombre”.
Años después de los grandes eventos de 1965, el consejero de
seguridad nacional de Kennedy-Johnson, McGeorge Bundy, reflexionó que hubiera
sido sabio terminar la guerra de Vietnam en ese momento, con el “virus”
virtualmente destruido y el dominó primordial sólidamente en su sitio,
reforzado por otras dictaduras respaldadas por EE.UU. en toda la región.
Procedimientos similares han sido seguidos rutinariamente en
otros sitios. Kissinger se refirió específicamente a la amenaza de una
democracia socialista en Chile. Esa amenaza fue destruida en otra fecha
olvidada, lo que los latinoamericanos llaman “el primer 11-S”, que en violencia
y amargos efectos excedió de lejos el 11-S conmemorado en Occidente. Una cruel
dictadura fue impuesta en Chile, parte de una plaga de brutal represión que se
extendió por Latinoamérica, alcanzando Centroamérica bajo Reagan. Los virus
también han causado profundas preocupaciones en otros sitios, incluido Medio
Oriente, donde la amenaza del nacionalismo secular ha preocupado frecuentemente
a los planificadores británicos y estadounidenses, induciéndolos a apoyar al
fundamentalismo islámico radical para contrarrestarlo.
La concentración de
la riqueza y la decadencia de EE.UU.
A pesar de semejantes victorias, la decadencia de EE.UU.
continuó. En 1970, la parte estadounidense de la riqueza del mundo había caído
a un 25%, aproximadamente donde permanece, todavía colosal, pero mucho menos
que al fin de la Segunda Guerra Entonces. Para entonces, el mundo industrial
era “tripolar”: Norteamérica basada en EE.UU., Europa basada en Alemania, y el
Este de Asia, que ya era la región industrial más dinámica, basada en aquel
entonces en Japón, pero que entonces incluía a las antiguas colonias japonesas
Taiwán y Corea del Sur, y más recientemente China.
Aproximadamente en esos días, la decadencia de EE.UU. entró
a una nueva fase: decadencia conscientemente auto-infligida. Desde los años
setenta, ha habido un cambio significativo en la economía estadounidense,
cuando planificadores, privados y estatales, se volvieron hacia la
financialización y la subcontratación al extranjero de producción, impulsada en
parte por la tasa de beneficios en disminución en la manufactura en el
interior. Esas decisiones iniciaron un ciclo maligno en el cual la riqueza se
concentró considerablemente (dramáticamente en el máximo 0,1% de la población),
causando la concentración del poder político; de ahí la legislación para llevar
aún más lejos el ciclo: la tributación y otras políticas fiscales,
desregulación, cambios en las reglas de la gobernancia corporativa permitiendo
inmensos beneficios para los ejecutivos, etc.
Mientras tanto, para la mayoría, los salarios reales se
estancaron en gran parte, y la gente pudo arreglárselas solo mediante cargas
laborales fuertemente aumentadas (mucho más que en Europa), deudas
insostenibles, y burbujas repetidas desde los años de Reagan, creando riqueza
en el papel que inevitablemente desaparecía cuando reventaban (y los
perpetradores eran rescatados por el contribuyente). Paralelamente, el sistema
político ha sido cada vez más desgarrado mientras ambos partidos son impulsados
más profundamente dentro de los bolsillos corporativos con el aumento del coste
de las elecciones, los republicanos a un nivel grotesco, los demócratas (ahora
sobre todo los antiguos “republicanos moderados”) no se quedaron demasiado
atrás.
Un reciente estudio del Instituto de Política Económica, que
ha sido durante años la mayor fuente de datos probos sobre estos eventos, es
titulado Failure by Design [Fracaso deliberado]. La palabra
“deliberado” es exacta. Otras alternativas eran ciertamente posibles. Y como
señala el estudio, el “fracaso” tiene una base clasista. No hay fracaso para
los que deliberan. Lo contrario es lo cierto. Las políticas fueron, más bien,
un fracaso para la gran mayoría, el 99% en la imaginería de los movimientos
Ocupa – y para el país, que ha declinado y seguirá haciéndolo bajo estas
políticas.
Otro factor es la subcontratación al extranjero de la
manufactura. Como lo ilustra el ejemplo de los paneles solares, la capacidad
manufacturera provee la base y el estímulo para la innovación llevando a
niveles más elevados de sofisticación en la producción, el diseño y la
invención. Eso, también, está siendo subcontratado, lo que no es un problema
para los “mandarines del dinero” que elaboran cada vez más la política, pero es
un problema serio para la gente trabajadora y las clases medias, y un verdadero
desastre para los más oprimidos, los africano-estadounidenses, que nunca han
escapado al legado de la esclavitud y sus crueles secuelas, y cuya exigua
riqueza desapareció virtualmente después del colapso de la burbuja de la
vivienda en 2008, provocando la más reciente crisis financiera, la peor hasta
ahora.
El camino
imperial - II
En los años de consciente, auto-infligida decadencia en el
país, las “pérdidas” siguieron aumentando en otros sitios. En la última década,
por primera vez en 500 años, Suramérica ha emprendido pasos exitosos para
liberarse de la dominación occidental, otra pérdida seria. La región ha
progresado hacia la integración, y ha comenzado a encarar algunos de los
terribles problemas internos de sociedades gobernadas por elites en su mayor
parte europeizadas, pequeñas islas de extrema riqueza en un mar de miseria. También
se han librado de todas las bases de EE.UU. y de controles del FMI. Una
organización recientemente formada, CELAC, incluye a todos los países del
hemisferio con la excepción de EE.UU. y Canadá. Si realmente funciona, será
otro paso en la decadencia de EE.UU., en este caso en lo que siempre ha
considerado como su “patio trasero”.
Incluso más seria sería la pérdida de los países de MENA
–Medio Oriente/Norte de África– que han sido considerados por los
planificadores desde los años cuarenta como “una estupenda fuente de poder
estratégico, y una de las mayores preseas materiales en la historia del mundo”.
El control de las reservas energéticas de MENA generaría “un sustancial control
del mundo”, en las palabras del influyente consejero de Roosevelt, A.A. Berle.
Sin duda, si las proyecciones de un siglo de independencia
energética de EE.UU. basada en recursos energéticos norteamericanos resultaran
ser realistas, la importancia de controlar MENA disminuiría en algo, aunque
probablemente no en mucho: la preocupación principal ha sido siempre el control
más que el acceso. Sin embargo, las probables consecuencias para el equilibrio
del planeta son tan ominosas que la discusión puede ser en gran parte un
ejercicio académico.
La Primavera Árabe, otro evento de importancia histórica,
puede presagiar por lo menos una “pérdida” parcial de MENA. EE.UU. y sus
aliados han hecho lo posible por impedir ese resultado – hasta ahora con
considerable éxito. Su política hacia las revueltas populares se ha ajustado de
cerca a las líneas directivas estándar: apoyar a las fuerzas más sensibles a la
influencia y el control de EE.UU.
Los dictadores preferidos son apoyados mientras puedan
mantener el control (como en los principales Estados petroleros). Cuando ya no
es posible, son descartados y se trata de restaurar el antiguo régimen en la
mayor medida posible (como en Túnez y en Egipto). El patrón general es
familiar: Somoza, Marcos, Duvalier, Mobutu, Suharto, y muchos otros. En un
caso, Libia, las tradicionales tres potencias imperiales intervinieron mediante
la fuerza a fin de participar en una rebelión para derrocar a un dictador
mercurial y poco fiable, abriendo el camino, como se espera, a un control más
eficiente de los ricos recursos de Libia (primordialmente el petróleo, pero
también el agua, de particular interés para las corporaciones francesas), a una
posible base para el Comando África de EE.UU. (limitado hasta ahora a Alemania)
y a la inversión de la creciente penetración china. En lo que respecta a la
política, ha habido pocas sorpresas.
Crucialmente, es importante reducir la amenaza de una
democracia que funcione, en la cual la opinión popular pueda influencia
significativamente la política. Esto, de nuevo, es rutina, y es bastante
comprensible. Una mirada a los estudios de opinión pública realizados por
agencias de sondeo en los países de MENA explica fácilmente el temor occidental
a una auténtica democracia, en la cual la opinión pública influencie
significativamente la política.
Israel y el Partido
Republicano
Consideraciones semejantes se trasfieren directamente a la
segunda preocupación importante planteada en la edición de Foreign Affairs citada
en la primera parte de este artículo: el conflicto Israel-Palestina. Será
difícil mostrar con más claridad el temor a la democracia que en este caso. En
enero de 2006, hubo una elección en Palestina, calificada de libre e imparcial
por monitores internacionales. La reacción instantánea de EE.UU. (y claro está
de Israel), y Europa lo siguió cortésmente, fue imponer duras sanciones a los
palestinos por haber votado de manera equivocada.
No es ninguna innovación. Está perfectamente de acuerdo con
el principio general y nada sorprendente reconocido por los expertos
dominantes: EE.UU. apoya la democracia si, y solo si, el resultado está de
acuerdo con sus objetivos estratégicos y económicos, la conclusión lastimera
del neo-reaganita Thomas Carothers, el más cuidadoso y respetado analista
experto de las iniciativas de “promoción de la democracia”.
De un modo más general, durante 35 años EE.UU. ha encabezado
el campo negacionista sobre Israel-Palestina, bloqueando un consenso
internacional que pide una solución política en términos demasiado conocidos
como para que requieran repetición. El mantra occidental es que Israel busca
negociaciones sin condiciones previas, a lo que se niegan los palestinos. Lo
contrario es más exacto. EE.UU. e Israel exigen precondiciones estrictas que,
además, han sido elaboradas para asegurar que las negociaciones conduzcan a una
capitulación palestina sobre temas cruciales, o a ninguna parte.
La primera condición previa es que las negociaciones deben
ser supervisadas por Washington, lo que tiene tanto sentido como exigir que
Irán supervise la negociación de conflictos entre suníes y chiíes en Iraq. Las
negociaciones serias tendrían que tener lugar bajo los auspicios de alguna
parte neutral, preferiblemente una que goce de un cierto respeto internacional,
tal vez Brasil. Las negociaciones tratarían de resolver los conflictos entre
los dos antagonistas: EE.UU./Israel por una parte, y la mayor parte del mundo
por la otra.
La segunda condición previa es que Israel debe tener
libertad para expandir sus asentamientos ilegales en Cisjordania. Teóricamente,
EE.UU. se opone a esas acciones, pero con un ligerísimo tirón de orejas,
mientras sigue suministrando apoyo económico, diplomático y militar. Cuando
EE.UU. tiene algunas objeciones limitadas, impide con gran facilidad las
acciones, como en el caso del proyecto E-1 para vincular Gran Jerusalén con la
ciudad de Ma’aleh Adumim, dividiendo prácticamente en dos Cisjordania, una
altísima prioridad para los planificadores israelíes (de todo el espectro),
pero provocando algunas objeciones en Washington, por lo que Israel ha tenido
que recurrir a medidas tortuosas para mermar el proyecto.
El fingimiento de oposición llegó al nivel de farsa en
febrero pasado cuando Obama vetó una resolución del Consejo de Seguridad que
pedía la implementación de política oficial de EE.UU. (agregando también la
observación no polémica de que los propios asentamientos son ilegales, a
diferencia de su expansión). Desde entonces se ha hablado poco de la
terminación de la expansión de asentamientos, que continúa, con una provocación
premeditada.
Por lo tanto, mientras representantes israelíes y palestinos
se preparaban para reunirse en Jordania en enero de 2011, Israel anunció nuevas
construcciones en Pisgat Ze’ev y Har Homa, áreas de Cisjordania que considera
que se encuentran dentro del área considerablemente expandida de Jerusalén,
anexada, cubierta de asentamientos y construida como capital de Israel, todo en
violación de órdenes directas del Consejo de Seguridad. Otras acciones incluyen
el mayor plan de separar los enclaves que le puedan quedar a la administración
palestina del centro cultural, comercial y político de la vida palestina en la
antigua Jerusalén.
Es comprensible que los derechos palestinos deban ser
marginados en la política y el discurso estadounidense. Los palestinos carecen
de riqueza y de poder. No ofrecen prácticamente nada a los intereses políticos
de EE.UU.; de hecho, tienen valor negativo, son una molestia que moviliza a “la
calle árabe”.
Israel, al contrario, es un valioso aliado. Es una sociedad
rica, con una industria de alta tecnología sofisticada, en gran parte
militarizada. Durante décadas, ha sido un altamente apreciado aliado militar y
estratégico, en particular desde 1967, cuando hizo un gran servicio a EE.UU. y
a su aliado saudí al destruir el “virus” nasserista, estableciendo la “relación
especial” con Washington en la forma que ha persistido desde entonces. También
es un centro creciente para inversiones de alta tecnología de EE.UU. De hecho,
las industrias de alta tecnología, y particularmente militares, en los dos
países están estrechamente vinculadas.
Aparte de semejantes consideraciones elementales de política
de gran potencia, hay factores culturales que no deben ser ignorados. El
sionismo cristiano en Gran Bretaña y en EE.UU. precedió de largo al sionismo
judío, y ha sido un significativo fenómeno elitista con claras implicaciones
políticas (incluida la Declaración Balfour, que se basó en él). Cuando el
general Allenby conquistó Jerusalén durante la Primera Guerra Mundial, fue
aclamado en la prensa estadounidense como Ricardo Corazón de León, quien había
finalmente vencido en las Cruzadas y expulsado a los paganos de Tierra Santa.
El siguiente paso fue que el Pueblo Elegido volviera a la
tierra que le fuera prometida por el Señor. Articulando un punto de vista común
de la elite, el secretario del Interior del presidente Franklin Roosevelt,
Harold Ickes, describió la colonización judía de Palestina como un logro “sin
igual en la historia de la raza humana”. Semejantes doctrinas encuentran
fácilmente su lugar dentro de las doctrinas providencialistas que habían sido un
fuerte elemento en la cultura popular y de la elite desde los orígenes del
país: la creencia en que Dios tiene un plan para el mundo y que EE.UU. lo está
realizando bajo guía divina, como es articulado por una larga lista de
personajes destacados.
Por otra parte, el cristianismo evangélico es una importante
fuerza popular en EE.UU. Más hacia los extremos, el cristianismo evangélico del
Fin de los Tiempos también tiene un enorme alcance popular, vigorizado por el
establecimiento de Israel en 1948, revitalizado aún más por la conquista del
resto de Palestina en 1967 – todas señales de que se acercan el Fin de los
Tiempos y la Segunda Venida.
Estas fuerzas se han vuelto particularmente significativas
desde los años de Reagan, ya que los republicanos han abandonado la pretensión
de ser un partido político en el sentido tradicional, mientras se dedican en
virtual formación uniforme a servir a un ínfimo porcentaje de súper ricos y al
sector corporativo. Sin embargo, el pequeño electorado que es servido primordialmente
por el partido reconstruido no puede proveer votos, de modo que se han vuelto a
otra parte.
La única alternativa es movilizar tendencias que siempre han
estado presentes, aunque raramente como una fuerza política organizada:
primordialmente nativistas que tiemblan de miedo y odio, y elementos religiosos
que son extremistas según estándares internacionales, pero no en EE.UU. Un
resultado es la reverencia por supuestas profecías bíblicas, de ahí no solo el
apoyo a Israel y sus conquistas y expansión, sino un amor apasionado por
Israel, otra parte fundamental del catequismo que debe ser entonado por
candidatos republicanos – y demócratas, de nuevo, no demasiado lejos.
Dejando de lado estos factores, no hay que olvidar que la
“Anglosfera” – Gran Bretaña y sus retoños – consiste de sociedades de colonos,
que surgieron de las cenizas de poblaciones indígenas, reprimidas o
virtualmente exterminadas. Las prácticas del pasado deben haber sido
básicamente, en el caso de EE.UU., incluso ordenadas por la Divina Providencia.
Por lo tanto a menudo existe una simpatía intuitiva por los hijos de Israel
cuando siguen un camino semejante. Pero primordialmente prevalecen los
intereses geoestratégicos y económicos, y la política no está grabada en
piedra.
La “amenaza” iraní y
el tema nuclear
Finalmente consideremos el tercero de los principales temas
encarados en los periódicos del establishment citados anteriormente, la
“amenaza de Irán”. Entre las elites y la clase política es considerada
generalmente como la amenaza primordial para el orden mundial – aunque no entre
las poblaciones. En Europa, los sondeos muestran que se considera a Israel como
la principal amenaza para la paz. En los países del MENA, este estatus es
compartido con EE.UU., hasta el punto que en Egipto, en vísperas del
levantamiento de la Plaza Tahrir, un 80% pensaba que la región sería más segura
si Irán tuviera armas nucleares. Los mismos sondeos establecieron que solo un
10% considera que Irán constituye una amenaza – a diferencia de los dictadores gobernantes,
quienes tienen sus propias preocupaciones.
En EE.UU., antes de las masivas campañas propagandísticas de
los últimos años, una mayoría de la población estaba de acuerdo con la mayor
parte del mundo en que, como firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear,
Irán tiene derecho a enriquecer uranio. E incluso ahora, una gran mayoría está
a favor de medios pacíficos para tratar con Irán. Incluso existe una fuerte
oposición a una participación militar si Irán e Israel estuvieran en guerra.
Solo un cuarto considera que Irán sea de alguna manera una preocupación
importante para EE.UU. Pero no es poco usual que haya una brecha, a menudo un
abismo, que divide a la opinión pública y la política.
¿Por qué, exactamente, se considera a Irán como una amenaza
tan colosal? La pregunta es poco discutida, pero no es difícil encontrar una
respuesta seria – aunque no, como de costumbre, en los pronunciamientos
febriles. La respuesta mejor documentada es provista por el Pentágono y los
servicios de inteligencia en sus informes regulares al Congreso sobre la
seguridad global. Informan que Irán no plantea una amenaza militar. Sus gastos
militares son muy bajos incluso según los estándares de la región, minúsculos,
claro está, en comparación con EE.UU.
Irán tiene poca capacidad para desplegar fuerza. Sus
doctrinas estratégicas son defensivas, diseñadas para disuadir una invasión
durante suficiente tiempo para quela diplomacia solucione los problemas. Si
Irán desarrollara una capacidad de armas nucleares, informan, formaría parte de
su estrategia de disuasión. Ningún analista serio cree que los clérigos
gobernantes estén ansiosos de ver que su país y sus posesiones sean
vaporizados, la consecuencia inmediata de que llegaran incluso cerca de iniciar
una guerra nuclear. Y es apenas necesario mencionar las razones por las cuales
cualquier dirigencia iraní estaría preocupada por la disuasión, bajo las
circunstancias existentes.
No cabe duda de que el régimen es una seria amenaza para
gran parte de su propia población – y desgraciadamente, no se puede decir que
sea un caso único desde ese punto de vista. Pero la amenaza primordial para
EE.UU. e Israel es que Irán pueda estorbar su libre ejercicio de violencia.
Otra amenaza es que los iraníes buscan evidentemente extender su influencia a
los vecinos Iraq y Afganistán, y también más lejos. Esos actos “ilegítimos” son
llamados “desestabilizadores” (o algo peor). Al contrario, la imposición por la
fuerza de la influencia sobre la mitad del mundo contribuye a la “estabilidad”
y al orden, de acuerdo con la doctrina tradicional de quién es el dueño del
mundo.
Tiene mucho sentido el intento de impedir que Irán se sume a
los Estados con armas nucleares, incluidos los tres que se han negado a firmar
el Tratado de No Proliferación –Israel, India y Pakistán– todos los cuales han
recibido ayuda de EE.UU. para el desarrollo de armas nucleares y siguen
recibiendo esa ayuda. No es imposible acercarse a ese objetivo por medios
diplomáticos pacíficos. Una actitud, que goza de abrumador apoyo internacional,
es emprender pasos significativos hacia el establecimiento de una zona libre de
armas nucleares en Medio Oriente, incluidos Irán e Israel (aplicado también a
fuerzas de EE.UU. desplegadas en el área); mejor todavía si se extiende al Sur
de Asia.
El apoyo para tales esfuerzos es tan fuerte que el gobierno
de Obama se ha visto obligado a aceptar formalmente, pero con reservas, que:
crucialmente, el programa nuclear de Israel no debe ser colocado bajo los
auspicios del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), y que no se
debe pedir a ningún Estado (lo que quiere decir EE.UU.) que divulgue
información sobre “instalaciones y actividades nucleares de Israel, incluida
información relacionada con anteriores transferencias nucleares a Israel”. Obama
también acepta la posición de Israel de que toda propuesta semejante debe estar
condicionada a un acuerdo de paz exhaustivo, que EE.UU. e Israel pueden seguir
retardando indefinidamente.
Este estudio no se aproxima en nada a ser algo exhaustivo,
sobra decir. Entre tópicos importantes que no son considerados es el cambio en
la política militar de EE.UU. hacia la región Asia-Pacífico, con las nuevas
adiciones al inmenso sistema de bases militares que tiene lugar ahora mismo, en
la Isla Jeju frente de Corea del Sur y en el Noroeste de Australia, todos
elementos de la política de “contención de China”. Estrechamente relacionado
está el tema de las bases de EE.UU. en Okinawa, a las que se ha opuesto
acremente la población durante muchos años, y una continua crisis en las
relaciones EE.UU.-Tokio-Okinawa.
Revelando lo poco que han cambiado las presunciones
fundamentales, analistas estratégicos estadounidenses describen el resultado de
los programas militares de China como un “clásico ‘dilema de seguridad’ por lo
cual programas militares y estrategias nacionales consideradas defensivas por
sus planificadores son vistos como amenazadores por el otro lado”, como escribe
Paul Godwin del Foreign Policy Research Institute. El dilema de la seguridad
aparece respecto al control de los mares frente a las costas de China. EE.UU.
considera su política de control de esas aguas como “defensiva”, mientras China
la ve como amenazante. Ni siquiera es imaginable un debate parecido respecto a
las aguas costeras de EE.UU. Este “clásico dilema de seguridad” tiene sentido,
de nuevo, sobre la base de la presunción de que EE.UU. tiene derecho a
controlar la mayor parte del mundo, y que la seguridad de EE.UU. requiere algo
que se acerca al control absoluto del globo.
Mientras los principios de la dominación imperial han
experimentado poco cambio, la capacidad de implementarlos ha disminuido
considerablemente a medida que el poder se ha distribuido más ampliamente en un
mundo que se diversifica. Las consecuencias son muchas. Es, sin embargo, muy
importante recordar que –por desgracia– ninguna disipa las dos oscuras nubes
que se ciernen sobre toda consideración de orden global: la guerra nuclear y la
catástrofe medioambiental, que amenazan ambas la decente supervivencia de la
especie.
Al contrario, ambas amenazas con siniestras, y aumentan.
Noam
Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del
MIT. Es autor de numerosas obras políticas que son éxitos de ventas. Sus
últimos libros son Making the Future: Occupations, Intervention, Empire, and
Resistance, The Essential Chomsky (editado por Anthony Arnove), una
colección de sus escritos de los años cincuenta hasta la actualidad, Gaza
in Crisis, con Ilan Pappé, yHopes and Prospects.
Copyright 2012 Noam Chomsky.
© 2012 TomDispatch. All rights reserved
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Parte
I: http://www.tomdispatch.com/
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II: http://www.tomdispatch.com/ Parte II
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Traducido del inglés para
Rebelión por Germán Leyens
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