
Doña Adelaida debió ser una joven hermosa. Pómulos
pronunciados, sonrisa franca y ojos vivarachos. Remueve el atole –un caldo
espeso de maíz- en una olla de peltre ennegrecida mientras sus dos largas
trenzas de cabello ya cano y sus aretes de oro bailan al mismo compás. En
realidad la doña sigue siendo hermosa a pesar de su maltrecha dentadura y los
surcos de su rostro. Aviva el fuego de la fogata, una de las 200 que jalonan el
pueblo de Cherán (Michoacán) y regresa a su banqueta, junto a otras tantas mujeres
purhépechas. “Todo empezó el 15 de abril de 2011”, dice. “Estábamos cansados de
ver pasar a los talamontes con sus carros cargados de troncos de nuestros
bosques. Armados, de pie en los remolques, con tantito descaro y ya sin querer
disimular lo que nos estaban haciendo”, añade.
A las cuatro de la madrugada de ese 15 de abril las mujeres
del pequeño pueblo –apenas 20.000 habitantes encorsetados entre los montes del
valle purhépecha- salían a moler maíz. Los gallos cantaban y algún que otro
perro flaco asomaba en las azoteas. Amanecía y los vehículos todoterreno de los
madereros iniciaban su ir y venir por medio de Cherán. “Les teníamos mucho
miedo, pues habían matado a varios hombres que les habían hecho frente en el
monte. Pero como le digo estábamos hartos. Así que unas cuantas fueron a
buscarlos, a decirles no más que eso no estaba bien, que esas tierras eran de
la comunidad desde hacía años; pero se burlaron, les hablaron feo, muy feo”,
cuenta Doña Adelaida.
Se burlaron y esa mañana Cherán estalló. Las mujeres se
abalanzaron sobre los vehículos ante la mirada atónita de los madereros y
quemaron su carga. Todavía hay un par de vehículos calcinados en las calles del
pueblo. Los talamontes trataron de intimidarlas con sus rifles y fusiles. Pero
ya la campana de la ermita de El Calvario estaba repicando y más mujeres y
jóvenes acudieron a la bulla.“Pensábamos que era un fuego, un incendio”, cuenta
el farmacéutico Armando Madrigal, un hombre de tez oscura, mediana edad y
bigote recortado a ras del labio. “Pero cuando llegamos vimos todo: las mujeres
prendiendo fuego a los carros, ellos con sus AK-47 y los jóvenes devolviendo el
fuego con purititos cohetes de feria”, añade.
La escaramuza se saldó con la huida de los madereros, menos
cinco, que fueron retenidos en Cherán por varios días hasta que los entregaron
a la justicia sin consecuencias, y un pueblo que acababa de tomar las riendas
de su futuro. “Desde esa noche salimos a la calle. Cerramos el pueblo con un
retén en cada una de las cinco entradas y nos reunimos en una fogata en cada
cruce de calles de Cherán. Guardando vigía por si alguien acertaba a cruzar las
barricadas. Todas las noches en vela. Hasta hoy”, explica Madrigal.
De bosques
esquilmados, secuestros y muertes
Los madereros ilegales empezaron a esquilmar las 29.000
hectáreas de monte en Cherán alrededor de 2005. “Hoy sólo quedan 7.000. Y no
podemos ir a trabajarlas porque ellos siguen por allí. Ellos y los hombres que
los protegen, los esbirros del Güero Cuitláhuac, un narco. El hombre de
confianza de la Familia Michoacana en esta zona…”, asegura Juana Campos,
profesora en el instituto de Cherán, mientras mira un pequeño tractor que con
dos vagones de madera pasea haciendo círculos en la plaza del pueblo a los
pocos niños que quedan por allí ese sábado por la noche. “El narco vio rápido
el negocio. Les hicimos frente a los madereros y éste les dijo: nosotros les
protegemos de la gente de Cherán. Y así fue. Por cada carro lleno de madera los
hombres del Güero se llevaban unos 1.500 pesos (80 euros), ¡y salían 200 carros
diarios!”, dice Campos.
Los pobladores de
Cherán no se amilanaron. Salieron a buscar a los madereros y entonces, lo
inevitable: secuestros, desapariciones, tiroteos en el monte y cuerpos sin
vidas tirados en las colinas. Los sicarios del narcotraficante entraban al
pueblo, exigían impuestos a los pequeños negocios locales y sacaban a hombres
de sus casas, ante sus familias, para llevárselos al monte y no regresarlos
más. “Presentamos informes al Gobierno Municipal de Cherán, al Federal, hicimos
marchas a la capital del estado, Morelia, y nada. No nos hicieron caso”, dice
Campos. “¿Y la policía? Nada, no hacía nada, estaba amedrentada. El alcalde,
menos todavía”, apunta la chica con mueca de hastío.
El alcalde era Roberto Bautista Chapina del Partido
Revolucionario Institucional. “Sólo gobernaba para los suyos. No hacía caso a
nuestras denuncias, a nuestras quejas. ¿O es que cree que no se daba cuenta de
los carros cargados con madera que salían del pueblo?, dice Campos. Por eso,
hace unos años, el pueblo le dio la espalda, lo “desconoció” como dicen ellos y
Bautista no tuvo más remedio que abandonar el Palacio Municipal y gobernar,
para los suyos, desde su propia casa. “Los mismo pasó con la policía desde el
15 de abril. O se unen o se van, les dijimos. Y la mayoría se fue”, concluye.
Así, desde esa fecha Cherán tiene su propia autodefensa en forma de fogatas,
retenes y escopetas de caza, fusiles y machetes como armas frente al narco.
“La tala estaba afectando a nuestros manantiales. Cortaban
los árboles y sólo se llevaban el tronco. La leña restante se quedaba en el
monte, tapando los ríos y manantiales. Hubo un momento en que no llegaba agua
al pueblo”, explica la profesora. Los madereros talaban y a medida que los
árboles caían quemaban el bosque. Dicen que en esos días se vieron coyotes en
Cherán huyendo de las llamas. “Ahora ya no hay nada, ni hongos, ni plantas
medicinales… ni zopilotes se ven ya volando por allá”, dice Naila Rodríguez,
una vecina que se ha detenido a saludar a la maestra. “Han arrasado con todo, y
las tierras que quedan no las podemos ni pisar. Pues ellos siguen por allá”,
señala. La mayoría de familias tenían en el bosque su medio de vida:
comerciaban con madera a pequeña escala, sabiendo qué árbol cortar y cuándo,
dicen. Extraían resina, recogían setas, plantas medicinales y aromáticas,
arbustos. Pero hoy sólo pueden acogerse a trabajos esporádicos de albañilería o
en comercios de otros cheranenses pobremente remunerados; “pero sobre todo de
lo que nos mandan desde el norte (Estados Unidos) los que emigraron para allá
hace años.Ellos nos ayudan mucho en esta lucha”, dice la mujer.La profesora,
que también realiza becada una tesis de antropología sobre mujeres migrantes en
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) asegura que todo es un
problema estructural, propio de una egoísta economía global. “Usted por qué
cree que los madereros hacen lo que hacen. Porque tienen que vivir, porque no
tienen otra posibilidad. Si les dan protección, pues a eso se hacen, si los
grupos del crimen organizado les dicen hagan esto y se ganan tanto, pues lo
hacen, porque así pueden alimentar a su familia. Lo peor es adonde van esas
maderas: a los aserraderos del Güero y de ahí a papeleras legales que pagan sus
impuestos. Impuestos de los que el Estado se beneficia. Es un problema de
economía global; de dinero a la final. Pero vamos a ganarles la partida. Con
nuestros valores comunales, con nuestro derecho. Estas tierras comunales son
nuestras, lo dice el convenio 169 sobre pueblos indígenas y tribales de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y la tierra comunal se defiende
con sangre”, sentencia Campos.
Elecciones propias
A esta ausencia de Estado en Cherán se le cruzó el periodo
electoral para elegir a gobernadores, diputados locales y alcaldes de municipio
que se celebraron el pasado 13 de noviembre. En Cherán no entró ni una casilla
electoral ese día. “Ni papeletas. Aunque hubieran venido bien para mantener las
fogatas”, bromea Ernesto Tapia, un joven abogado de Cherán. El mismo que junto
a otros colegas presentó al Instituto Electoral de Michoacán (IEM), primero, y
al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), segundo, la
petición de Cherán de quedar al margen de las estructura gubernamental del
Estado y regirse por los Usos y Costumbres indígenas purhépechas. La petición
está también amparada por el citado convenio de la OIT además de por varias resoluciones
de Naciones Unidas, apunta el letrado.
El Tribunal falló a favor del pueblo; pero antes se debió
celebrar una consulta popular coordinada con el IEM en diciembre. Puro trámite.
Todo el mundo estuvo a favor y se conformó el K’ erhi Jamakatica o Consejo del
Gobierno Municipal. Un ente de doce miembros que entró en vigor el 1 de enero y
permaneció vigente hasta el 22, cuando los cheranenses escogieron a su Consejo
definitivo por Usos y Costumbres. “El nuevo sistema no se diferencia demasiado
del que instauramos el 15 de abril”, añade. La fogata es el núcleo del pueblo,
de las decisiones. Cada cuadra en Cherán tiene su fogata. En éstas se delibera
y lo acordado se sube a la Asamblea de Barrio. “Allí sometemos a voto cualquier
decisión. Es un voto presencial, a mano alzada. No hay problemas con eso, todos
asistimos, todos votamos y todos respetamos la mayoría. Finalmente, las
asambleas de los cuatro barrios suben sus peticiones y propuestas a la Asamblea
General, allí votamos todos los representantes de las 200 fogatas y también
allí se decide nuestro futuro”, explica Tapia.
Todo el proceso está bajo observación del Consejo de
Ancianos y con una serie de comisiones de apoyo: la comisión de Bienes
Comunales, de Honor y Justicia, de Cultura, la Municipal, etc. “Éstas variarán
evidentemente cuando la situación se normalice, cuando todo esté más asentado y
sobre todo más seguro”, apunta Tapia. “Habrá unas doce o trece… No sabemos bien
todavía. Unos cargos serán remunerados y otros no dependiendo de las funciones.
Todo debe perfilarse aún. Lo que sí está claro de que al frente de cada una
habrá varias personas. Un solo dirigente es más fácil de sobornar, de
corromper, que varios. Así no nos va a calar la corrupción. No, se lo aseguro”,
dice el abogado mientras niega con la cabeza y tuerce el semblante.
El camino por recorrer es tan largo como urgentes las
prioridades del nuevo gobierno: justicia, seguridad y restitución del
territorio. “Conociendo al gobierno mexicano sabemos que va a ser difícil; pero
queremos justicia por nuestros muertos, seguridad como la que teníamos antes y
recuperar nuestros bosques reforestados y nuestra cultura, que nos la están
arrebatando”, concluye.
Es un hecho histórico en México. Si bien Chiapas y Oaxaca
dos estados eminentemente indígenas cuentan con iniciativas similares, éstas se
contemplaban ya en sus constituciones políticas. No así en Cherán, Michoacán,
donde ha sido un fallo judicial el que ha cambiado la legislación en favor de
los Usos y Costumbres indígenas.
Hay quien en el pueblo crítica la poca libertad de
movimiento que suponen los retenes de las entradas y las fogatas, aunque son
los menos. Y quien pudiera criticar las exigencias al Estado de un pueblo que
renuncia a su forma de gobierno. “Primero que todo, nosotros, los indígenas, le
damos el apellido a este país. Segundo, no rompemos con nada, reconocemos al
Gobierno Federal, sin duda, y nuestra relación con ellos va a seguir siendo
igual, aunque con procesos internos independientes. Así que, tenemos obligaciones
como mexicanos, somos 20.000 cheranenses que pagamos impuestos al Estado; pero
por ello también tenemos derechos y garantías. A pesar de que esto es como una
nueva independencia, no rompemos con en el estado en absoluto”, dice Julio
Cuervo, uno de los integrantes de la Comisión de Honor y Justicia mientras
frota sus manos sobre las brasa de la fogata donde pasará la noche hasta
entrada la madrugada.
La fogata número 35, como todas las fogatas de Cherán, tiene
en una de sus esquinas un altar a la virgen de la Guadalupe. Adornados con
flores presiden las hogueras que han ganado metros a las calles y han devenido
sin quererlo en un espacio más de las casas bajas del pueblo. Las familias han
levantado tabiques de madera en paralelo a las fachadas de sus viviendas y han
cerrado el habitáculo por uno de sus lados. Dentro, al calor del comal y con el
aroma del nixtamal de las tortillas, hombres y mujeres comparten atole, sopas
espesas y picantes, risas y modelos de gobierno para el futuro Cherán. La hoguera
está levantada junto a la pequeña tienda de comestibles de Cuervo, quien con un
gesto pide a un vecino que baje el volumen del televisor. Retransmiten el
enésimo combate entre el local, Juan Manuel Márquez, y el filipino Manny
Pacquiao. Ganó, a los puntos y no exento de polémica, el de las islas. “Fue
algo espontáneo”, dice el hombre mirando al vacío. “Esa noche, digo, la del 15.
Salimos todos y sin más encendimos una fogata en cada esquina. A modo de
ritual, también, ya sabe: fuego, comida, reunión… Pero sobre todo para estar
alerta, como antiguamente. En vela toda la noche y si algún carro se salta el
peaje de la entrada, cortamos las calles y lo detenemos”.
Junto a la lumbre hay una sartén con unos aros fritos de
patata. Fríos y secos, aún desprenden un leve olor a aceite quemado. A veces,
el fuego suelta bocanadas de humo que parecen ir directas a los ojos de los
presentes. Hay quien toma café instantáneo con sustituto de crema, hay quien no
toma nada y los hay, como la mujer que está ante Julio Cuervo, que se pasa las
madrugadas cabeceando en las pequeñas banquetas de madera dispuestas alrededor
de la hoguera. “No es cómodo. Se la pasa uno despierto hasta el alba, el humo
te destroza los ojos, hueles a leña chamuscada todo el día… Pero lo más
importante, el estar aquí 24 horas te impide trabajar, atender tu negocio. No
es fácil; pero es necesario, hay que estar atento a lo que pueda pasar en los
retenes de acceso, dice Cuervo, que ha entrado un segundo a su establecimiento
para salir con una gruesa chaqueta bajo la que asoma la empuñadura de metal de
una pistola automática.
Estar atento al retén significa estar pendientes de las
consignas que los hombres allí apostados lancen al aire, nunca mejor dicho. “Un
cohete es que todo está bien. Todo al 100 como decimos por radio. Tres cohetes
es que hay que estar alerta, si pasa un carro sospechoso o tenemos algún tipo
de situación tensa por acá”, explica Gerardo Paz, un hombre en la media de los
sesenta, de piel morena y ajada y tocado por un sombrero de fieltro beige. “Y
si lanzas cinco, es que el asunto se complicó… balacera… quien sabe, pero en
cualquier caso, la gente debe acudir al toque”, dice el hombre que descansa en
un viejo asiento de automóvil bajo un toldo plástico y junto a costales llenos
de tierra a modo de parapeto. Una barrera, que levantan o dejan caer según el
vehículo que quiera pasar, y, colocados a unos metros en la carreta de entrada,
hierros, maderas y llantas de coches cortando el paso son el resto de
componentes de los controles de acceso a Cherán.
“Ya no pasa tanto. Pero antes era frecuente cuando los
hombres del Güero venían en sus carros, así de frentecito. Armados y dando
bala”, dice Paz señalando hacia una curva próxima y entornando los ojos por el
sol. “Nosotros nos esquinábamos y disparábamos. Otros se subían a los tejados a
esperar… Y yo una vez hasta tumbé un pino para cortarles el paso. Eso y rogar
para que la gente acudiera, la gente y los muchachos del rondín, que los
llamamos por radio”.
Al poco pasa el rondín por la barricada. Una decena de
muchachos, subidos en el interior y remolque del coche que fue propiedad de la
Policía Municipal hasta el pasado abril. Algunos van vestidos con ropas de
camuflaje, uniformes militares, otros, y con vestimenta civil, los que más.
Cargan armas de fuego: de caza unas, del mercado negro otras. Aunque la mayoría
de ellos ronda la veintena, en realidad no hay edad para entrar en el rondín. “Son
chicos, pero tienen valor”, apunta el responsable de uno de los cuatro
rondines, uno por barrio, que tiene Cherán. Se llama Néstor Gutiérrez es bajito
y acuerpado y cuenta 38 años. “Aquí se entra de manera voluntaria, el que
quiere, no se obliga a nadie”, dice.
Los integrantes reciben instrucción profesional, no
especifican de parte de quien ni cuando, y además de rondar por las calles cada
noche, patrullan el monte para asegurarse de que los madereros no siguen con la
tala. “Y claro, eso comporta situaciones complicadas. Tiroteos,
enfrentamientos. O como aquella vez que fuimos a levantar el cuerpo de un
compañero y no teníamos certeza de si estaban allí o no, esperándonos; pero
claro, había que ir porque había que ir”, dice Gutiérrez.
¿Y las armas, de dónde vienen? “¿Las armas?, pues ya sabe,
esto es México, quien más quien menos tiene algún conocido con acceso a ellas”,
confiesa Gutiérrez.
Eufemio Bautista pertenecía a la comisión de Bienes
Comunales. Una mañana se dirigía al monte, a cavar unas zanjas para dificultar
el paso de los madereros. Le advirtieron: “Hay gente armada”. “Pues vamos”,
dijo él. “Vamos a ver quiénes son y a hablar con ellos. ¿Quién viene?”,
preguntó. Pero nadie fue y él fue solo para no regresar jamás. Otro comunero,
Rafael Hernández, regentaba un colmado en el centro del pueblo al frente del
cual está su viuda ahora. Doblaron las campanas y tronaron los cohetes –señal
de alarma- el hombre bajó la persiana y se echó al monte. Tampoco regresó.
“Mi esposo desapareció hace tres años. Lo levantaron. Aquí
se convirtió en una costumbre que levantaran a la gente, que la desaparecieran.
Se lo llevaron y no lo he visto más. Sólo queremos justicia; pero parece
imposible. Pedimos al gobierno que nos trajeran perros para buscar los cuerpos…
y mandaron helicópteros, ya me dirá que puede verse desde arriba con tanto
pino. Nada. Los perros los trajeron a los dos años y medios, y como
comprenderá, seguimos sin encontrar el cuerpo”, dice Rosario Nieto, una mujer
de unos cincuenta años que resguarda su rostro del frío con un manto negro y de
rayas púrpuras. Hasta la fecha, el conflicto en Cherán ha dejado 12 muertos (se
desconoce el número de los caídos entre los madereros y hombres del Güero) y 5
desaparecidos. Ni una detención ni un juicio ni una indemnización. “Sólo
queremos justicia. Ayudas para las viudas, becas para nuestros hijos, apoyo
económico… Y que encuentren a los desaparecidos…”, señala la mujer.
Hace algo más de cuatro meses estas mujeres salieron una vez
más en una marcha de protesta; pero esta vez fueron más allá de Morelia. A
pesar de que todo corre de su bolsillo, arribaron a la capital, a Ciudad de
México. Allí las recibió el responsable de la Red Federal de Servicio a la
Ciudadanía, Juan Manuel Llera. “Nos atendieron muy bien. Hasta nos ofrecieron
café y galletas. El Sr. Llera nos prometió becas, prótesis para los heridos,
ayudas económicas... Hasta abrimos cuentas bancarias como él nos dijo, pues
aseguró que en ocho días tendríamos la primera ayudas; pero han pasado más de
cuatro meses y no hemos recibido nada”, señala Nieto. (Este periodista ha
tratado de obtener el punto de vista de la Red Federal de Servicio a la
Ciudadanía a este respecto sin obtener una respuesta por parte de los
responsables de este organismo.)
A pesar de todo, ellas –y toda la comunidad- miran adelante.
“A la final, esta lucha, lo que ha pasado aquí, nos ha unido. Por un lado,
vivimos más seguros, por otro, compartimos charlas, sopas y atoles en las
fogatas. Antes íbamos cada uno a lo suyo, ahora nos hablamos, sabemos quién es
quién, hemos recuperado las bases de la comunidad. En las escuelas, por
ejemplo, se ha vuelto a impartir la lengua purhépecha. Los pequeños ya conocen
como concebimos nosotros el mundo, nuestra cosmovisión indígena. Hemos vuelto a
los valores tradicionales, a nuestra cultura. Y todo eso se agradece, ¿sabe por
qué? Déjeme decirle: porque un territorio no se recupera solamente por medio de
las armas”, dice Juana Campos, la joven y becada profesora de Cherán, mientras
posa su mirada en uno de los carteles que se suceden en los balcones del
pueblo. Uno que rezajuchari uinapikua, “nuestra fuerza” en lengua purhépecha.
(Los
nombres y situaciones de las personas que forman parte de este reportaje han
sido modificados por cuestiones de seguridad)
Iván M. García es el responsable de Comunicación de Oxfam en América Central y Caribe, con base en Ciudad de México. Combina este cargo con proyectos personales como periodista y fotógrafo independiente. De este modo, ha cubierto escenarios como Palestina, Colombia, Sierra Leona y República Democrática del Congo, entre otros países.
Iván M. García es el responsable de Comunicación de Oxfam en América Central y Caribe, con base en Ciudad de México. Combina este cargo con proyectos personales como periodista y fotógrafo independiente. De este modo, ha cubierto escenarios como Palestina, Colombia, Sierra Leona y República Democrática del Congo, entre otros países.
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Título original: “El pueblo jalonado por 200 fogatas” http://www.fronterad.com/?q=node/4702&page=0,3 |