
Salem – Élection,
Piège à Cons? -Que Reste-t-il De La Démocratie ? 1 - es una valiosa contribución para desmontar
del mito de la llamada democracia representativa.
En apenas 104 páginas, el autor consigue imprimir fuerza de
evidencia a un conjunto de cuestiones que condicionan el futuro de la
humanidad. Salem, profesor de Historia de Filosofía en la Sorbona,
conocedor profundo del pensamiento de los materialistas griegos, consigue en un
lenguaje muy accesible encaminar a los lectores hacia la reflexión sobre
problemas inseparables de la crisis global que lleva a la humanidad al abismo. En su libro Lenin y la Revolución 2 , recorriendo seis tesis del gran
revolucionario ruso, demostró que las mismas no han perdido actualidad en la
lucha contra la barbarie capitalista.
En este ensayo ilumina los engranajes de la falsa
democracia, desmonta los mecanismos del circo electoral y alerta sobre el papel
que la manipulación mediática juega hoy en la estrategia del poder del gran
capital.
Las dinastías
republicanas
Hijo de Henri Alleg, Jean Salem heredó de su padre el
talento de usar la ironía con eficacia en la denuncia de facetas poco
mencionadas del drama y de la comedia política. Comentando la proliferación de
las “dinastías electivas”, llama la atención hacia el extraño fenómeno de la
tendencia dinástica en regímenes formalmente republicanos. En los EEUU, George
Bush padre preparó a George Bush hijo para llegar a la Casa Blanca después del
intermedio de Clinton. En Haití, Papa Doc Duvalier tuvo como sucesor a Baby Doc
Duvalier. En Nicaragua fue necesaria una revolución para dar fin a la dinastia
de los Somoza. En Pakistán Benazir Butto, sucedió a su padre Ali Butho y el
marido, Asif Zardari, fue presidente cuando asesinaron a ésta. El hijo, Bilwal
es el heredero probable. En la India, de Indira Gandhi, hija de Jaharlal Nehru,
el sucesor fue el hijo Rajiv, también asesinado y, Sonia, la viuda, una
italiana, no fue primera ministra porque lo rechazó. En Corea del Norte, Kim
Jong Il heredó la presidencia del padre Kim Il Sung, y el nieto de éste, Kim
Jong Un gobierna ahora el país. En Colombia, dos familias, los Gómez y los
Lopez, tienen vocación dinástica y el actual presidente, Juan Manuel Santos, se
siente orgulloso del fundador de la estirpe presidencial, Eduardo Santos. En
Togo, Fauce Gnassingbé Éyadmé recibió el poder del padre, Gnassinbé Eyedma. En
Gabón, Ali Ben Bongo gobierna después del padre, Gongo Omar. En la República
Popular del Congo, cuando Laurent Desiré Kabila falleció, el poder fue atribuido
al hijo, Joseph Kabila. En Egipto la insurrección popular impidió que Hosni
Mubarak colocases en el poder a su hijo Gamal.
Todos definían en sus países la forma de gobierno como
democrática.
El sufragio universal
El sufragio universal fue instituido por Napoleón III
después de haber liquidado la República. No para entregar el poder al pueblo,
sino como señaló Lenin en El Estado y la Revolución, para “utilizarlo como instrumento de
dominación de la burguesía”.
Bismark lo imitó después de ampliar los privilegios de los
latifundistas prusianos. Millones de electores creyeron ingenuamente que les
era atribuido un poder real, cuando en realidad el sufragio universal servía
para reforzar el despotismo.
Salem recuerda que en su crítica al parlamentarismo Lenin
nuca defendió el boicot de las elecciones. Los comunistas, en su opinión,
deberían estar presentes en la Duma (el parlamento del Zar), para, vacunados
contra el parlamentarismo, defender allí los intereses de los trabajadores.
Para él, la democracia capitalista se limitaba a autorizar a
los oprimidos de tres en tres o de seis en seis años a decidir qué elementos de
la clase dominante los representarían y pisotearían sus intereses en el
Legislativo. Nada más. Fue igualmente en El Estado y la Revolución –escrito
durante la Revolución de Febrero del 17 –donde Lenin llamó la atención sobre la
realidad: la verdadera tarea del Estado falsamente democrático es ejecutada
entre bastidores y no a través del Parlamento. Este sirve fundamentalmente para
engañar al pueblo y conferir legitimidad a la dictadura de clase.
Transcurrido un siglo, el mundo cambió mucho, pero no la
función de los parlamentos. Y su papel es “avalar lo que fue decidido sin
ellos”.
Jean Salem recuerda lo que pasó con el proyecto de la
Constitución Europea para desenmascarar el concepto de democracia del Estado
burgués.
Cuando el pueblo francés en 2005 votó contra el texto que
imponía la Unión Europea, una Constitución que institucionalizaba el
capitalismo, sonó la alarma en el mundo del capital. Y el miedo se amplió seis
meses después, cuando los electores de Holanda en un referéndum similar
rechazaron también el proyecto.
¿Por ventura la burguesía aceptó el veredicto popular? No.
Los gobiernos cambiaron el titulo del Tratado
Constitucional, introdujeron alteraciones cosméticas, pero, en vez de someterlo
nuevamente a la votación del pueblo, transfirieron a los parlamentos la
decisión. El desenlace fue el esperado: en Francia y en Holanda el proyecto
recompuesto fue fácilmente aprobado en 2008.
Inesperadamente, sin embargo, los irlandeses habían, en
referendo, rechazado el monstruo constitucional. La presión y el chantaje
ejercidas sobre aquel pueblo fueron tales que, meses después, en otro
referendo, ¡el No pasó a ser Si!
A partir de entonces no hubo más referendos en países de la
Unión Europea y los parlamentos aprobaron dócilmente el célebre Tratado. En
Portugal, el gobierno «socialista» de Sócrates archivó el compromiso de su
partido de confiar al pueblo la decisión.
La dualidad de criterios sobre el carácter democrático de
“elecciones libres” es enfatizada por Jean Salem a propósito de lo que ocurrió
en Palestina en 2006. Al territorio afluyeron observadores internacionales de
decenas de países. Los EEUU y los gobiernos de la UE tenían como cierta a
victoria de las fuerzas de Mamoud Abbas y de su corrupta Autoridad Palestina,
sumisa a las imposiciones de Washington e Israel. Pero, contrariando los
sondeos, Hamas obtuvo una victoria clara. La reacción del imperialismo fue
inmediata. Aplicaron sanciones económicas a Gaza, bastión de Hamas. No
perdonaron a los palestinos haber desafiado a Occidente. Y en 2009 Israel
invadió la Faja de Gaza, cometiendo crímenes que indignaron a la humanidad.
El binomio EEUU-Unión Europea se enorgullece de ser guardián
de la democracia, declarándose disponible para condenar siempre a aquellos que
la violan.
Pero admite excepciones. Cuando Yeltsin ordenó el asalto
sangriento al Parlamento ruso en 1993 (150 muertos y 1000 heridos) el
Washington Post escribió: “Aprobación general a la acción de fuerza de Yeltsin,
encarada como victoria de la democracia”. El secretario de Estado Warren
Cristopher corrió a Moscú para apoyar el golpe porque se trataba de
“circunstancias excepcionales”.
El poder real
Comparando la política, tal como es hoy en los países
industrializados, a un teatro de sombras, Jean Salem, siempre didáctico, coloca
el dedo en la herida.
Las pompas oratorias confunden, pero no alteran el
movimiento de la historia. El poder real no está en la sala oval de la Casa
Blanca ni en Bruselas. Quien toma las decisiones importantes es el sector
financiero, el Capital, más exactamente aquellos que representan al dios del
dinero: el Banco Mundial, el FMI, la OMC, los instrumentos de un poder
“monográfico y tecnocrático” como dice el italiano Sabino Acquaviva, agentes de
una soberanía trasnacional, incontrolable, deshumanizada.
Los capítulos dedicados por Salem al funcionamiento de la
farsa democrática permiten al lector asistir al espectáculo del teatro del
absurdo.
No revela cosas que no sean del dominio público. Más, al
recordar el rodaje de la maquina podrida del sistema, aviva el rechazo que el
engranaje del capitalismo inspira hoy a una gran parte de la humanidad. En
Europa es particularmente grotesco el debate entre la derecha asumida y la
socialdemocracia. Ambas, cuando gobiernan, practican políticas neoliberales. Solamente
se diferencian porque los socialdemócratas acreditan administrar mejor el
capitalismo.
El circo electoral
Nada ridiculiza más el discurso sobre la grandeza de la
democracia norteamericana que un hecho insólito confirmado por la estadística:
todos los presidentes de los EEUU son llevados a la Casa Blanca por una pequeña
minoría de electores; en promedio 25% de los inscritos. Así aconteció con
Reagan, Carter, Bush padre, Clinton, Bush hijo. Barack Obama, visto por Mario
Soares, como esperanza de la humanidad, recibió el 30%, un record.
El sistema es perverso. Con los «grandes electores»
destinados a reprentar los ciudadanos, el resultado de las primárias es
decisivamente influenciado por el dinero acumulado por los candidatos en
campañas millonárias y las convenciones partidarias, que deciden quién es el
escogido, transcurren en atmósfera de circo.
En el año 2000, Bush hijo obtuvo menos votos que Al Gore,
los fraudes en Florida y en otros estados fueron evidentes, hubo recuento,
pero, después de largos días Bush fue proclamado presidente con la intervención
del Supremo Tribunal. Así funciona la “gran democracia americana”...
El modelo es repulsivo,
pero se extiende a Europa
En Portugal, el Partido Socialista y el Partido Social Demócrata
se esfuerzan por aplicarlo como buenos discípulos. En los programas prometen
obras faraónicas, beneficios sociales, aumentos salariales, centenas de
millares de empleos. El discurso, la postura, los gestos, la voz, el peinado,
la ropa de los líderes son estudiados e impuestos por especialistas
contratados, algunos extranjeros.
Una vez nominado, el primer ministro del Partido vencedor
guarda en una gaveta todas las promesas y desarrolla una política reaccionaria
con ellas incompatible.
Los gobernantes, aplaudidos por el coro de epígonos, repiten
diariamente monocordemente, que el régimen es democrático, el parlamento la
expresión de la voluntad popular y los media
estampan la mentira.
Mienten conscientemente. Saben que la llamada democracia
representativa obedece en su funcionamiento a reglas concebidas para promover
la desigualdad, beneficiar al gran capital y mantener en la pobreza a la
mayoría de la población.
El sistema no tiene remiendo posible. No puede ser
reformado, tiene que ser destruido. La burguesía no entrega el poder a través
de las elecciones.
¿Qué hacer, entonces?
“Lo que es necesario
cambiar, en realidad, es el conjunto ” - afirma Jean Salem en el final de
su bello y lúcido libro- un sistema en el
cual el omnipresente modelo del mercado
es suficientemente repugnante para que analistas más o menos
desinteresados hayan transforman al ciudadano-elector en un vulgar consumidor
de la “elección tradicional (...) un sistema en cuyo tronco están inscritas la
desigualdad, la falta de carácter, la violencia, la guerra”.
Notas
1 Jean Salem, É lections, Piège À Cons?-Que Reste-T-Il De La
Démocratie, Flammarion, Paris, 2012
2 Jean Salem, Lenine e a Revolução, editora Avante, Lisboa,
2005
Jean Salem ha
escrito un libro muy importante en el que arranca la máscara a la falsa
democracia impuesta a los pueblos por el capital.
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Traducción Jazmín Padila
Título original: “El desmontaje de "La democracia representativa", un libro de Jean Salem”
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