Especial para Gramscimanía |

> “Hie Formalismus! –Hie Inhaltismus!
Das ist
doch zu primitiv und zu metaphysisch!”: Bertolt Brecht, ‘Über Realismus’, 1971)
Nicolás González Varela
Se entiende por clásico a aquella
obra que puede soportar infinitas lecturas. De alguna manera, el tiempo no
puede con su ser. Se trata de obras (autores) que pueden sobrevivir a las
caprichosas variaciones de la perspectiva humana sin sufrir banalización, decadencia,
corrupción y olvido. Salvador López Arnal, profesor de filosofía y de
matemáticas en la UNED además de prolífico historiador de la historia
intelectual del marxismo español, precisamente nos recuerda que un clásico es
“un autor que tiene derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre.”
A
veces, los hombres, como los libros, llevan sin conocerlo su tortuoso destino,
ocurren entonces maravillosas casualidades: dos autores clásicos, sin ser
conscientes de portar la sagrada categoría, entran en contacto, se conocen,
establecen afinidades electivas, respetan sus respectivos desarrollos
espirituales, combaten entre líneas y nosotros podemos ser testigos de todo
ello. Podemos recordar aquí muchos de estos acontecimientos que hacen coincidir
las parábolas autónomas de grandes clásicos: el furtivo encuentro entre Spinoza
y Leibniz; la amistad juvenil de Hegel, Hölderlin y Schelling; la desastrosa
vivencia entre Hume y Rousseau; Nietzsche y su ambivalente intimidad con
Wagner; el primer desencuentro entre Engels y Marx preludio de un lazo
inquebrantable; Ezra Pound y su amistad-mecenazgo con Eliot; el productivo e
intenso encuentro de Robert Graves con el trágico Wilfred Owen; la relación
amor-odio de Heidegger con su maestro Husserl; el raro diálogo cuasi místico entre
Benjamin y Scholem; el violento choque positivista lógico entre Wittgenstein y
Popper. Todos estos nimios hechos individuales, privados, no tienen valor per se sino porque de alguna manera
modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar la ilación
histórica.
El libro de López Arnal, por otro lado un maravilloso
lector, trata de estos choques fortuitos de cometas estelares, muy pocas veces
documentados, en el cual seremos privilegiados escuchas de esta “inestimable
conversación”, como señala en el prólogo Constantino Bértolo, entre dos notables
del pensamiento occidental. El arte del biógrafo intelectual consiste
justamente en la elección, su instinto debe ser infalible. Y no se equivoca en
absoluto. Nada menos que la relación entre una leyenda filosófica, uno de los
mayores filósofos del siglo XX, seguramente el pensador marxista más importante
después de Marx, el húngaro György Lukács, y el que sin lugar a dudas ha sido
el más decisivo pensador marxista en español: Manuel Sacristán. El ensayo, que
podría llevar perfectamente como subtítulo “encuentro de hombres notables”, es
además un desafío en sí mismo, pues cruza en su intertextualidad campos
inconexos o habitualmente tabicados en la celosa Academia: en una feliz
síntesis de biografía intelectual, historia de la cultura, historia de la
filosofía, historia europea, teoría de la estética, política del siglo XX, Marxologie, SLA nos esboza como una
divinidad inferior, casi hasta agotarla, la esencia de esta afinidad electiva.
Una afinidad no exenta de oscilaciones, vaivenes, desgastes, planos inclinados,
malentendidos y silencios, entre un ya consagrado Lukács, “un cerebro de primera
clase” como le llamaba Victor Serge, en su exilio interior en el bloque
stalinista, y su lector-admirador, traductor, editor y corresponsal Sacristán. En
este cortocircuito productivo es donde se encuentra el sabor peculiar del ensayo.
Sacristán fue un hombre poliédrico, multifacético, como
gusta de llamarlo con justicia SLA, que fungía como transfert cultural en el mundo de lengua española con las mejores
ideas filosóficas de vanguardia. En su doble condición de estudioso de la
lógica formal y de conocedor profundo de las tendencias esenciales de la
filosofía analítica y la epistemología contemporánea, podía, efectivamente,
reflexionar de manera creativa sobre la vulgata
marxista imperante. En primer lugar atento lector, editor y traductor de, por
ejemplo, las obras escogidas de Engels y Marx, de marxistas ya clásicos como Adorno,
Benjamin, Della Volpe, Gramsci, Korsch, Labriola o Marcuse, de economistas
progresistas y radicales como John Kenneth Galbraith o Joseph Schumpeter, de
pensadores polémicos como Platón, de filósofos analíticos como Quine o Runes;
en segundo lugar Sacristán es un filósofo, con todo lo que ello implica, cuyo
derrotero se inició con una audaz crítica, en el ambiente académico totalitario
del Franquismo de los 1950’s, desde el racionalismo y la ilustración a la Daseinanalytik de Martin Heidegger; en
tercer lugar Sacristán es un homo
politicus, ya sea como ciudadano comprometido, militante, brillante tribuno
o cuadro del grupo dirigente del PSUC-PCE, editando las revistas de perfil marxista
más importantes de la época: Nous
Horitzons, Materiales y Mientras tanto.
Es sintomático, señala SLA, que Lukács fuera, junto a Marx,
el autor que más tradujo Sacristán (p. 20), pero además demuestra que no era un
mero ejercicio de virtuosidad editorial: lo leyó, estudió y anotó con
minuciosidad durante años, inspirándose en su común hybris antiestalinista. Y a Lukács se le sumarían, como sanos
contrapesos, nada menos que Gramsci y Korsch, dos almas heterodoxas del
marxismo abierto. SLA cita, a propósito, una reveladora definición
sacristaniana: “el Marxismo debe entenderse… como la conciencia crítica del
esfuerzo por crear un nuevo mundo humano.” A la difusión de un clásico del
Marxismo occidental como Lúkacs, se le superponía y solapaba la búsqueda de
puntos de critica&renovación de la vulgata
marxista, del DiaMat
institucionalizado en la URSS. Pero, aunque menos explícito, Sacristán
necesitaba también autoclarificación, antídotos contra el otro extremo de la
herradura ideológica que “enajenaba o sublimaba la realidad”: el propio
Neopositivismo (p. 36). ¿Era el Neopositivismo una de las formas ideológicas de
la Cold War en Occidente? ¿Era el
Neopositivismo una falsa conciencia, un “pensamiento restaurador”? Sólo así
puede explicarse su dificultosa navegación entre Escila y Caribdis: SLA
demuestra que Sacristán se movía en un tensión crítica entre la negación a ser
un lukácsiano in toto y la afirmación
de entender nada menos que la Dialektik
en Engels y Marx, un escándalo para la tradición neopositivista. Era lógico:
los problemas de la Dialéctica, como método y lógica de la cosa misma, son el punctum saliens de la entera obra
filosófica de Lukács. ¿Quería en realidad Sacristán recorrer el camino de
Lukács hacia Marx sin repetir sus errores? SLA se basa en parte del Nachlass inédito de Sacristán como en su
corta aunque sustanciosa correspondencia personal con Lukács. El primer
contacto estuvo relacionado con el libro Der
junge Hegel, un contacto profesional, en clave editorial, que Sacristán
sabiamente transforma en un diálogo filosófico que excede el marco original.
En su diálogo editorial-político Sacristán no duda en poner
bajo la luz crítica uno de los dogmas más queridos del Dia Mat stalinista: la teoría del reflejo, plasmada en la cuestión
del realismo en estética, que tenía mucho de redundancia ideológica o mero non sense. Reconocía en Lukács en su
aproximación a la cuestión, no solo su honestidad intelectual sino su “generosa
radicalidad”, su ambición especulativa auténtica, que a veces desembocaba en
excesos filosóficos (p. 51 y ss.). Tal como intuía formas de reificación y
falsa consciencia en el Neopositivismo, Sacristán también percibía la creciente
importancia del Irracionalismo en el 1900, como formas ideológicas del capital,
en todas su filigranas (Modernismo reaccionario, Vitalismo, Conservadurismo
revolucionario, etc.), coincidiendo en esto con mucho de los frentes abiertos
por la obra de filosofía de la historia de Lukács, basada en un principio
esperanza y en una racionalidad socialista, que como paradigma tiene el libro El asalto a la razón. La ecuación,
aunque clara, no era explícita para las vanguardias en el combate ideológico
(como Enzensberger u Adorno): los motivos anticientificistas aparecían
estrechamente entrelazados y solapados con los anticomunistas. Pero Sacristán
“corregía” el excesivo ideologismo diltheyniano-simmeliano a la hora de la
disección crítica: el filósofo húngaro no se preguntaba si esas formas teóricas
tenían alguna función técnica medianamente material, productiva, determinada
por el sistema (p. 79 y ss.). Sacristán sospechaba, como mucho instinto
filosófico subraya SLA, que detrás de esta “drástica reducción de la
investigación positiva a simple ideología” se encontraba el sacrificio e
inmolación de la evidencia histórica a una dogmática categoría de la filosofía
de la historia lukácsiana, un tipo ideal al mejor estilo weberiano: la
decadencia ideológica irreversible de la burguesía. Para Lukács, quién creía
que este esquema coexistía en Marx, desde 1848 se inicia una larga decadencia
que tiene como punto de partida la toma del poder por la burguesía y se
desarrolla en las masas cuando ocupa el lugar central la lucha de clases
capital&trabajo, un gran cambio político ideológico hacia la apologética,
hacia la degeneración del pensamiento burgués in toto, incluyendo las ciencias positivas, que clausura el período
heroico. La ciencia, como parte de las fuerzas productivas, ya no es fecundada
por las contradicciones vivas de la evolución social; al contrario, dirá Lukács,
se acomoda a las necesidades de reproducción ampliada de la burguesía.
Uno de los capítulos más sustanciosos, el XI, es el referido
a la arcanum opus de Lukács: la controvertida&mítica
Historia y conciencia de clase (HCC) de
1923, muy comentada, poco leída y tantas veces negada y renegada por el mismo
Lukács. El libro, escrito en Viena (aunque publicado en Berlín)[1] y terminado en 1922, fue
inmediatamente repudiado por la Realideologie
de los partidos comunistas europeos (ya forzosamente “rusificados” y en vías de
la fatídica Verapparatisiserung) como
literatura “luxemburguista” (Rosa Luxemburg era entonces el símbolo de la
herejía marxista), desde Deborin, Duncker, Kun e incluso Zinoviev en el Vº
Congreso Mundial de la IIIº Internacional; junto con él quedaron condenados
otros intentos heterodoxos como Marxismo y
Filosofía de Karl Korsch, que apareció el mismo año. No era casualidad: en
los medios de la izquierda alemana independientes ambos eran calificados como
“los nuevos comunistas” cuyas concepciones teóricas mostraban una afinidad
esencial con el joven Marx, considerándose sus obras como los intentos más
importantes de fundamentar filosóficamente el movimiento comunista
occidental. Tampoco es casualidad que
Sacristán fuera el traductor del Karl Marx
de Korsch al español. SLA narra la apasionante historia de la edición española
de HCC, las agudas reflexiones
plasmadas en el prospecto editorial donde Sacristán señala con justicia que el
libro había alcanzado “una celebridad sólo comparable con la de los clásicos
mayores” de la Filosofía política de Occidente (p. 111 y ss.), denominándolo
“recuperación filosófica del marxismo revolucionario”. Lukács en uno de sus
artículos fundamentales, “La cosificación y la conciencia del Proletariado”, se
centraba en el concepto de Entfremdung,
extrañamiento, un intento serio y sistemático de formular una teoría social
basada en el método dialéctico, la prehistoria de su ambiciosa Ontología del
ser social. Para los que conocen a Marx en profundidad, Entfremdung es un concepto extraño a su corpus teórico, no es sinónimo del término técnico marxiano Entäusserung (que Marx tradujo del
inglés al alemán siguiendo al economista James Stuart) que significa una
dimensión distinta, la alienación entre el sujeto y el objeto en una sociedad
productora de mercancías. A Sacristán no se le escapa este matiz decisivo, que
destacará al lector en una nota en la que diferenciará entre la lukácsiana Entfremdung de la alienación en el
sentido marxista, la Entäusserung. Es
un ejemplo de cómo traducción, recepción, exégesis y crítica se unen en el
trabajo de Sacristán de recuperar la dimensión crítica y la valencia
epistemológica profunda de Marx, ya que el uso acrítico de la Entfremdung
abría las puertas a la explicación de la Historia por potencias trascendentes
(p. 114). Aquí la explicación es paradójicamente adialéctica: “algo falla en
esta deducción de la cosificación a partir de la mercancía.”Dialéctico, dirá
Sacristán, es “el Conocimiento asintóticamente pleno de lo individual concreto.”
En cuanto a la autocrítica de Lukács a sus locuras juveniles, denominadas para
confortar al Dia Mat soviético como
“idealismo subjetivo”, SLA destaca las ambivalencias del pensador húngaro
percibidas por Sacristán, ya que “se adhirió al Comunismo estaliniano, muy
antihegeliano, pero siguió cultivando su Hegelomarxismo.”, descubriendo que al
menos coexistían en el alma escindida de Lukács un pensador oficial, diurno,
exotérico, una suerte de Goethe filostalinista, y otro nocturno, esotérico,
indisolublemente ligado a un Marxismo abierto. Nada mejor que su necrológica
del verano de 1971 para descubrir su admiración crítica: “Lukács ha realizado
más que el mismo Aristóteles la divisa de ser arqueros que tienden a un blanco .
Ha sido una vida planificada y su moral, la moral del plan.”
Perry Anderson en su brevísima historia del Marxismo en
Occidente sostenía, no con poca razón, que en el caso de España, y en relación
con el pensamiento de Marx en su recepción y desarrollo, es que, a pesar de lo
temprano que se introdujo el Marxismo -suele señalarse la fecha de 1871, año en
que el yerno de Marx, Lafargue llegó a la península ibérica-, no podía hablarse
de una tradición teórica marxista madura e incluso que toda la producción intelectual
en este sentido es relativamente pobre. El important
historical enigma español, decía Anderson, consistía en porqué no se había
desarrollado en el campo intelectual un pensador de la talla de un Labriola o un
Gramsci como en otros países similares como Italia. Es probable que el enigma
español ya haya sido resuelto, y este libro demuestra que Sacristán es nuestro
Gramsci español. O como señala con justicia López Arnal, veritatis splendor, “desde 1956 hasta su fallecimiento, Manuel
Sacristán cultivó, amplió y renovó la tradición marxista como pocos autores
hispánicos o europeos.”
Nota
[1] HCC fue editada por la curiosa
Malick Verlag, fundada por el ala izquierda del Dadaísmo berlinés, como el
pintor George Grosz, con estrechos vínculos con el KPD y financiada por el
acaudalado Felix Weil, que después apoyaría económicamente la famosa “Escuela
de Frankfurt”. El libro de Lukács apareció como el volumen Nº 9 de la colección
“Pequeña Biblioteca Revolucionaria”, que tenía como objetivo “aumentar y
desarrollar el conocimiento revolucionario”; en ella aparecieron libros de
Grosz, Zinoviev, Lenin, el poeta Blok, el escritor pacifista Henri Barbusse o
del sociólogo Wittfogel.