
"(...) el PCI ha representado, de modo intermitente y sin desarrollarla plenamente, la tentativa más seria, en una determinada fase histórica, de abrir el camino a una “tercera vía”: es decir, de conjugar reformas parciales, búsqueda de amplias alianzas sociales y políticas, empleo convencido de la democracia parlamentaria, con difíciles luchas sociales, con una explícita y compartida crítica de la sociedad capitalista; de construir firmemente un partido compacto, militante, rico en cuadros ideológicamente formados, pero de masas; de corroborar la propia pertenencia a un terreno revolucionario mundial, padeciendo por ello pero conquistando una relativa autonomía. No se trataba de un simple doble frente: la idea estratégica aglutinante era que la consolidación y la evolución del “socialismo real” no constituía un modelo que un día también habría sido posible aplicar a Occidente, sino el bagaje necesario para realizar, respetando las libertades, otro tipo de socialismo. Es esta tentativa la que explica el crecimiento de su fuerza en Italia —que continuó también después de la modernización capitalista— y de su influencia internacional, incluso después de las primeras y llamativas señales de crisis del “socialismo real”. Sin embargo, recíprocamente, su decadencia y su disolución final en una fuerza liberal-demócrata, más que socialdemócrata, obliga a explicar cómo y cuándo esa tentativa ha fracasado. Permitámonos hallar las razones objetivas y subjetivas de esta parábola y preguntarnos si, cómo y cuándo, se han ofrecido vías mejores para corregirla. Si esto escierto, y si se lograra demostrarlo concretamente, entonces la historia del comunismo italiano podría no ser tan sólo la historia de un partido, sino que podría decirnos algo relevante acerca del hecho global, ya sea de la Italia republicana, ya sea del movimiento comunista en general, permitiría valorarla en su mejor versión y apreciar a fondo los límites no superados."
Sin embargo, en el momento de su despegue efectivo, el PCI
recibía como herencia también una voz todavía en gran parte desconocida y
ocultada por su adversario fascista, un recurso autónomo, los Cuadernos de la Cárcel
de Antonio Gramsci, un cerebro que había seguido pensando, una mina de ideas.
Sobre el pensamiento de Gramsci volveré una y otra vez para
destacar elementos que quedaron siempre a la sombra en la elaboración y en la
política del PCI y en cambio todavía, o mejor, sobre todo ahora, ofrecen ideas
preciosas para una discusión sobre el presente, con una original lectura de la
historia italiana, en su particularidad y al mismo tiempo en su valor general.
Ahora me urge considerarla “fortuna” de Gramsci, es decir cómo, cuánto, y
cuándo, él haya intervenido e incidido en la definición gradual de una
identidad y de una estrategia específica del comunismo italiano, en un primer
momento bajo persecución, luego a plena luz, y por último en declive, hasta su
reducción a santón del antifascismo, ejemplo de moralidad, intelectual
poliédrico. Hablar, más que de Gramsci, del gramscismo como genoma operante en
una gran fuerza colectiva y en la cultura de un país.
Sus Cuadernos pedían una mediación que los hiciera
comprensibles y dejaran huella más allá de un estrecho círculo de
intelectuales. Las condiciones constrictivas de la cárcel y la censura que
había que sortear, las enfermedades recurrentes, la parcialidad de las
informaciones y de los textos a los cuales tenía acceso obligaban a Gramsci a
emplear un lenguaje a menudo alusivo, a escribir en forma de notas, a iniciar
reflexiones suspendidas y retomadas más tarde, formas que no habrían permitido
a esos escritos alcanzar el objetivo que él mismo se proponía manteniendo el
esfuerzo heroico de un cerebro que siguió pensando en soledad. No bastaba pues
con un escrupuloso trabajo filológico que reprodujese fielmente cada uno de los
fragmentos e interpretara su sentido. Se necesitaba, desde el principio, un
arriesgado y progresivo intento de dilucidar los elementos esenciales y
reconstruir un hilo conductor capaz de penetrar en vastas masas y también de
obligar a los adversarios a tenerlo en cuenta. En suma, para devolverle a
Gramsci el papel que había tenido, el jefe y promotor de una gran empresa
política; y también reconocer a sus investigaciones teóricas el carácter,
subrayado por él mismo, de una filosofía de la praxis.
Esta mediación existió, con efectos poderosos: Gramsci se ha
convertido muy pronto, y lo ha seguido siendo, en un punto de referencia de la
búsqueda político-cultural, en Italia y en el mundo, y no sólo entre los
comunistas. Tal mediación ha sido efectuada no por un gran intelectual, o por
una escuela, sino mediante una operación intencional promovida por Palmiro
Togliatti y con la participación de un partido de masas. La peligrosa
conservación de los Cuadernos, la progresiva publicación de una clasificación
provisional de las notas en grandes temas, un estudio colectivo enérgicamente
solicitado. La fábula recientede que Togliatti habría entregado el cuidado de
los Cuadernos a los archivos soviéticos para sacarlos de circulación, es un
vuelco ridículo de la verdad, de la misma manera que es artificialmente
exagerada la tesis de que su primera edición haya estado fuertemente censurada
y manipulada, siendo por lo tanto desleal. Ciertamente el objetivo de Togliatti
no fue sólo el de tributar un homenaje a un gran amigo, ni tan sólo el de
brindar una contribución a la cultura italiana. Era un objetivo político en
sentido fuerte; el de usar un gran pensamiento y una autoridad indiscutida para
fundar una identidad nueva para el comunismo italiano. Algo parecido había ya
ocurrido en el proceso de formación de la socialdemocracia alemana y la Segunda
Internacional: Marx leído y difundido a través de Kautsky y en parte con el
aval del viejo Engels. Eimplicaba el precio de una lectura restrictiva. El
mismo Togliatti, poco antes de morir, lo reconoció cuando, en una reseña a la
que no se le dio gran importancia, dijo en sustancia lo siguiente: nosotros,
comunistas italianos, tenemos una deuda con Antonio Gramsci, hemos construido
copiosamente sobre él nuestra identidad y nuestra estrategia, pero, para
hacerlo así, lo hemos reducido a nuestra medida, a las necesidades de nuestra
política, sacrificando lo que él pensaba “mucho más allá”.
Cuando hablo de lectura restrictiva no me refiero tanto a
manipulaciones o a censuras del texto, que muchos buscaron con tesón más tarde
y que el ejemplar trabajo posterior de Valentino Gerratana demostró como un
hecho de escasa trascendencia, cuanto a una sabia dirección, necesaria para la
aparición inicial de las notas, en la larga cadencia de su publicación y en los
comentarios que las acompañaban y las estimulaban. En todo esto no es difícil
descubrir el límite impuesto y aceptado por el contexto de la época. En primer
lugar, el esfuerzo, durante largo tiempo, de no hacer demasiado explícito todo
cuanto Gramsci innovaba y modificaba con respecto al leninismo o entrabaen
conflicto con su versión estaliniana; en segundo lugar el esfuerzo de subrayar
todo cuanto en Gramsci servía para la valorización de la continuidad lineal
entre “revolución antifascista” y “democracia progresiva”; por último el
aplazamiento de algunas temáticas pioneras, más o menos conscientemente, a
tiempos más maduros.
De esta manera la atención se habría concentrado en torno a
dos grandes temas. El primero, el Resurgimiento italiano como “revolución
incompleta”, por la eliminación de la cuestión agraria, y como “revolución
pasiva” por la escasa participación de las masas y la marginación de las
corrientes políticas y culturales más avanzadas democráticamente, y cuya salida
era el compromiso entre renta parasitaria y burguesía. El segundo, o sea la
relativa autonomía y el valor de la “superestructura”, en discusión con el
mecanicismo vulgar, introducido por medio de Bujarin también en la Tercera
Internacional, y por lo tanto la mayor atención que tenía que dedicarse al
papel de la intelectualidad, de los partidos políticos y de los aparatos
estatales.
Temas leídos, no al azar, con una particular óptica
interpretativa, inconscientemente selectiva. Por una parte al enfatizar lo que
precisamente relacionaba a Gramsci con los Salvemini, los Dorso y los Gobetti
(el atraso fatal del capitalismo harapiento y de la cultura nacional mojigata),
pero dejando en la sombra la crítica del compromiso cavouriano y la rápida
corrupción del Parlamento con el camaleonismo político, las ambigüedades del
giolittismo (4), la polémica con el croccianismo, los venenos emergentes del
nacionalismo, la “cuestión romana” como rémora aún no superada en la Iglesia,
en suma, aquellos procesos parciales y distorsionados de modernización que
habrían llevado a la crisis del Estado liberal y al nacimiento del fascismo.
Por otra parte, la justa reafirmación de la autonomía de la “superestructura”
tendía a convertirse en una separación de la dinámica político-institucional de
su base de clase y llevaba al historicismo marxista a convertirse en
historicismo tout court.
Otros temas gramscianos permanecieron como marginales
durante mucho tiempo en la reflexión teórica e ignorados en la política. Pienso
en el escrito sobre Americanismo y fordismo, que anticipó aquello que mucho más
tarde llegaría también a Italia, y que era visible, como veleidad, en la
política fascista. O en la pasión juvenil de Gramsci por la experiencia
consejista, completamente diferente de la rusa, que él mismo había dejado
aparte, al descubrir sus límites, peroque, revisitada, habría ayudado no poco a
interpretar la fase inminente de la Resistencia y, mucho más tarde, la
aparición del movimiento de mayo del sesenta y ocho. Las consecuencias de este
descubrimiento restringido del pensamiento de Gramsci no habrían sido solamente
de carácter cultural, ni en el corto ni en el largo plazo. Son dos, en
particular: la obstinación en no reconocer y analizar el alcance y la rapidez
del proceso de modernización de la economía en Italia y en Europa; y la
concepción del partido nuevo (partido de masas, ciertamente, capaz de “hacer política”
y no solamente propaganda, educador de un pueblo, pero aún alejado del
intelectual colectivo, interlocutor de los movimientos e instituciones desde
abajo, promotor de una reforma cultural y moral que Gramsci consideraba
importante en un país que había quedado indemne de la reforma religiosa)
En suma, por lo menos al inicio, la herencia gramsciana se
ofrecía y era aceptada como fundamento de una alternativa intermedia entre la
ortodoxia leninista y la socialdemocracia clásica, más que como una síntesis
que superaba los límites de ambas posturas: el economicismo y el estalinismo.
Un “genoma” que podía desarrollarse o simplemente actuar sobreviviendo,
imponerse plenamente o deteriorarse. Lo veremos en acción. No obstante me
parece que la interpretación que al comienzo emprendía Togliatti de Gramsci, no
era ni abusiva ni inmotivada. No era abusiva porque el motor que mueve y
caracteriza los Cuadernos es efectivamente la reflexión crítica y autocrítica
sobre el fracaso de la revolución en los países occidentales (en la que, tanto
él como Lenin, habían creído), sobre sus causas y consecuencias. Él fue el
único que, entre los marxistas de su época, no se limitó a explicarla como la
traición de los socialdemócratas, o por la debilidad y los errores de los
comunistas: y al mismo tiempo, no sacó de ello la conclusión de que la
Revolución rusa era inmadura y su consolidación en Estado un error. Buscó, en
cambio, las causas más profundas por las que el modelo de la Revolución rusa no
podía reproducirse en las sociedades avanzadas, pero era un bagaje necesario (y
el leninismo era una contribución teórica admirable) para una revolución en
Occidente con recorrido diferente y resultado más rico. De hecho todo su
esfuerzo de pensamiento se apoyaba en dos fundamentos, que pueden resumirse en
pocas frases. Primero, un análisis: “En Oriente el Estado lo era todo,la
sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad
civil había un relación equilibrada y en los parpadeos del Estado se vislumbraba
de inmediato una sólida estructura de la sociedad civil. El Estado era
solamente una trinchera avanzada, tras la cual había una robusta cadena de
fortalezas y baluartes». En segundo lugar un principio teórico, mencionado
continuamente mediante una cita de Marx tomada del prefacio de Contribución a
la crítica de la economía política: “Ninguna formación social desaparece antes
de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y
jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las
condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno mismo de la
sociedad”.
La revolución es para Gramsci, por lo tanto, un largo
proceso mundial, por etapas, en el que la conquista del poder estatal, aun siendo
necesaria, interviene hasta cierto punto según las condiciones históricas, y en
Occidente presupone, de todos modos, un largo trabajo de conquista de
baluartes, la construcción de un bloque histórico entre clases diferentes, cada
una portadora no sólo de intereses diferentes sino con raíces culturales y
políticas propias. Entretanto, tal proceso social no es el resultado gradual y
unívoco de una tendencia ya inscrita en el desarrollo capitalista y en la
democracia, sino el producto de una voluntad organizada y consciente que
interviene, de una nueva hegemonía política y cultural, de un nuevo tipo humano
en formación progresiva.
No era abusivo, por lo tanto, el intento togliattiano de
utilizar a Gramsci como anticipador y fundamento teórico del “partido nuevo ”y
del “camino italiano hacia el socialismo”, en continuidad con el leninismo y
con la socialdemocracia de los orígenes, pero diferenciado de ambos. Parte de
un proceso histórico mundial avanzado y sostenido por la Revolución de octubre
pero no es una imitación tardía de su modelo. No era abusivo, ni mucho menos
inmotivado, porque nacía de grandes novedades que habían aparecido tras la
redacción de los Cuadernos. La victoria sobre el fascismo se había alcanzado,
el papel decisivo que la Unión Soviética había desempeñado era reconocido, y
habían participado movimientos de resistencia armada en muchos países de Europa
Oriental, Occidental y Meridional, estaban en marcha poderosos movimientos de
liberación anticolonial y una revolución en China; todo esto obligaba al
capitalismo a un compromiso y se abrían también en Occidente espacios para
conquistas sociales y políticas de relieve. Sin embargo, la victoria se había
conseguido a través de una alianza con Estados y fuerzas muy distintas, en
Europa con gobiernos y liderazgos abiertamente conservadores; la resistencia
armada, a diferencia de la primera posguerra, no mostraba indicios de
prolongarse en una insurgencia popular y radical; emergía en el mundo, en los
hechos aunque aún no en las directrices, la supremacía económica y militar de
una nueva potencia a la que la guerra, en vez de desgastarla, había dejado
intacta, y con la que se había concluido en Yalta un pacto para la posguerra
que era no sólo un vínculo sino también una garantía.
Quien, como Gramsci, había ido más adelante en la búsqueda
de un nuevo camino, no podía prever ninguna de estas dos novedades: ni en el
impetuoso avance del comunismo en el mundo, ni la consolidación del capitalismo
en Occidente. Incluso Trotsky, con su reconocida lucidez, poco antes de ser
asesinado, previendo la inminencia de la guerra y aun habiendo dicho que había
que ayudar a la Unión Soviética a resistir, había anotado: “Si de una nueva
guerra mundial no se derivan una revolución en Europa y una subversión del poder
en la URSS, tendremos que volver a pensarlo todo”. Y precisamente esto habría
hecho el mismo Gramsci, no sé decir de qué manera, si hubiese sobrevivido:
reconocer el nuevo marco surgido históricamente, reconocer los límites
impuestos por las relaciones de fuerza en el mundo y en Italia, movilizar todos
los nuevos recursos para conservar y reforzar la propia identidad autónoma y
comunista en una nueva “guerra de posiciones”, para transformar, una posible
nueva “revolución pasiva” en una nueva hegemonía, aquello en lo que —decía— los
mazzinianos habían errado, o mejor dicho, no habían ni siquiera tratado de
hacer en el Resurgimiento.
Notas
(4) Política llevada a cabo por Giovanni Giolitti que se
basaba en una táctica parlamentaria de carácter clientelista, apropiada para
asegurar la estabilidad del gobierno, y en tanteos para institucionalizar las
formaciones políticas extremas (N. de T.).
Lucio
Magri, El sastre de Ulm, Buenos Aires, CLACSO, 2011) de Cuadernos de la Cárcel
(Antonio Gramsci)