
En la Europa de hoy, más que problemas de naciones torcidas,
hay un problema internacional de estupidez. Cada día se habla de Alemania de forma más contradictoria.
Por un lado se murmura contra su “proyecto europeo”, por otro se elogia su
“modelo”. Está claro que ésta contradicción se resolverá en un sentido o en
otro, según evolucione la eurocrisis. Es decir, probablemente no evolucionará
bien para el prestigio de Alemania. Pero quedémonos en el día de hoy. Por un lado se critica la doctrina alemana de que la crisis
es “crisis de deuda de algunos países” y no, “crisis de un sistema
internacional en el que todas las miserias están interrelacionadas y que fue
desencadenada por un sector financiero que campa a sus anchas”, por ejemplo.
Se maldice también su receta, basada en la austeridad unilateral, que empeora las cosas en los países endeudados de Europa, en lugar de intentar ajustar los desequilibrios internos en la zona euro y poner al Banco Central Europeo al servicio de lo público.
Se desconfía también de los sospechosos conceptos
introducidos por la canciller alemana, como la “Marktkonforme Demokratie”, la
“democracia acorde con el mercado”, una democracia adjetivada que Merkel acuñó
el uno de septiembre en una entrevista radiofónica en la que dijo: “Vivimos en
una democracia parlamentaria y, por tanto la confección del presupuesto es un
derecho básico del Parlamento, pese a ello vamos a encontrar vías para
transformarla de tal manera que pueda concordar con el mercado”. Esa presunta
“nueva democracia” ya está implícita en la llamada “regla de oro”, porque al
meter el tope de gasto y endeudamiento en la constitución, el dogma neoliberal
se hace ley suprema y las políticas neokeynesianas poco menos que ilegales.
La guinda de este despropósito la ha puesto esta semana la
pretensión alemana de nombrar un “comisario” europeo que gobierne
económicamente a Grecia, restándole a ese país devastado su última apariencia
de soberanía. Alemania “no debería ofender”, ha dicho el canciller austriaco,
Wernar Faymann. “El mayor país de Europa debería ser más cuidadoso”, ha añadido
el ministro de exteriores de Luxemburgo, Jean Aselborn.
Murmullo y elogio
Pero junto a este murmullo de desagrado, que evidencia el
creciente aislamiento de Alemania en Europa, se sigue citando a ese país como
modelo. El Presidente francés, Nicolas Sarkozy, enarbola incluso la ejemplar
bandera de su vecina como recurso electoral para las presidenciales de abril.
“Apoyamos y vamos a estar a la cabeza” de la doctrina anticrisis alemana, ha
dicho Mariano Rajoy en su primera visita a Berlín.
Esta situación evidencia hasta qué punto es actual, y
esquizofrénico, el “modelo alemán” y su “proyecto europeo”. Pero, ¿qué hay
detrás de esos clichés?
Evidentemente estaría muy bien, por ejemplo en un país como
España, aprender de lo mucho virtuoso y valioso que hay en cualquier otro país.
En el caso de Alemania la lista salta a la vista: no han tenido burbuja
inmobiliaria interna, conservan un tejido industrial sólido, son un país
europeo aún capaz de fabricar, tienen una particular propensión al ahorro,
mantienen un consumo familiar que no ha estado basado en el endeudamiento,
disponen de una administración federal pequeña, eficaz y bien coordinada con la
de los Länder, de un empresariado más responsable y un trabajo más dignificado
cuyos sindicatos tienen una considerable participación en las decisiones
empresariales; practican una menor destrucción del paisaje y del entorno
natural hacia el que tienen mayor sensibilidad: no se puede construir cualquier
cosa en cualquier lugar para enriquecer al alcalde o al promotor (su pariente);
dedican una atención verdaderamente ejemplar, tanto a nivel federal como
regional, hacia los temas de educación, que pueden decidir elecciones (las
últimas de Hamburgo) y cuyo sistema –desde los colegios hasta las
universidades- es público en más de un 90%. Por esa misma razón, el presupuesto
educativo es el único que no ha sufrido recortes en la actual crisis…
Lamentablemente no es de esa larga y obvia lista, a la que podríamos añadir mucho
más, de lo que se habla cuando hoy se menciona el “modelo alemán”. Lo que se
vende como modelo es, sobre todo, el ajuste neoliberal y antisocial realizado
en los últimos veinte años en Alemania, en condiciones y plazos bien diferentes
a las de la Europa del sur.
Alemania no está mejor porque “hizo antes los deberes”
(¿quién pone esos “deberes”?, ¿quién es el maestro?), es decir porque hizo un
ajuste antisocial adverso a los intereses y las condiciones de vida y trabajo
de la mayoría antes que otros. En realidad Alemania llegó mucho más
tarde al ajuste neoliberal que Estados Unidos y el Reino Unido comenzaron con
Reagan y Thatcher a finales de los setenta. Fue de los últimos en “hacer
los deberes” en Europa. La verdadera película es otra.
Crisis por una reunificación
política
Alemania tuvo una crisis en 1990, ligada a su anexión de la
RDA, cuando, por razones políticas optó por prometer prosperidad inmediata a 16
millones de alemanes del Este mediante el establecimiento de la paridad entre
el Deustche Mark y el marco del Este, metiéndose con ello en un agujero
económico, que otra fórmula menos abrupta y efectista habría evitado. A corto
plazo fue como si a los alemanes del Este les hubiera tocado la lotería.
Gracias a la expectativa de los “paisajes floridos” prometidos por el canciller
Helmuth Kohl se disolvieron los programas y discursos, mayoritariamente verdes
y socialistoides, que manejaban los líderes civiles de la RDA; escritores,
intelectuales y disidentes. Kohl y su CDU, que estaban de capa caída en 1990,
recibieron la mayoría de los nuevos votos del Este y se mantuvieron en el
gobierno ocho años más, hasta 1998. En ese sentido la reunificación fue una
anexión a la medida de la derecha política alemana: una nueva revolución
fallida que añadir a la historia nacional.
Pero a medio y largo plazo aquella fiesta política
capitalizada por los conservadores, determinó una seria crisis de digestión. El
precio fue un duro lastre para la economía alemana, con mucho paro y casi total
desindustrialización del Este. Se estima que el coste de la reunificación, tal
como se hizo por imperativo político, fue de un billón de euros. El euro fue la salida
de la crisis: la moneda única configuró enormes ventajas para la exportación
alemana en su principal mercado.
Euro como solución
Gracias al euro (virtual en 1999, efectivo en 2002) Alemania
“salió de la crisis” de la reunificación, una crisis creada porque el
imperativo político de mantener a Kohl y su CDU ocho años más en el gobierno se
puso por delante de la estricta racionalidad económica, para escándalo del
Bundesbank de entonces. El ajuste antisocial aplicado en 2003 con la llamada
“Agenda2010”, a cargo de los socialdemócratas, no tuvo apenas repercusión en el
crecimiento. En 2007 The Economist cifró esa repercusión en un 0,2% del PIB.
Fueron sobre todo el euro y el estancamiento salarial -que restó competitividad
a sus competidores europeos- los que hicieron supercompetitivos los productos
alemanes en Europa. Hoy se dice que fue el tardío ajuste neoliberal la clave del
éxito y que con él otros saldrán del agujero en Europa. Y dicen que Alemania es
modelo por que tiene “poco paro”.
No hay modelo, sino
diferencia
Pero en Alemania se trabaja hoy, “con poco paro”,
prácticamente el mismo tiempo que cuando había “mucho paro”: lo que ha cambiado
ha sido el reparto de ese tiempo de trabajo y la contabilidad del desempleo.
Mediante trucos contables se ha barrido más de un millón de parados debajo de
la alfombra. Al mismo tiempo donde antes trabajaba uno en condiciones decentes,
ahora trabajan más, y muchos de ellos en condiciones precarias.
En Alemania hay 8,18 millones de personas en trabajos
temporales, a tiempo parcial, minijobs y “autónomos precarios”: el 75% de los
nuevos empleos que se crean pertenecen a esta categoría. En Alemania hay “poco
paro” porque se ha creado un “segundo mercado de trabajo” que es más pariente
del desempleo, que puente hacia un trabajo decente del que poder vivir sin caer
en la pobreza. En un país que era laboralmente confiado, se ha instalado la
inseguridad. Y en un país que era socialmente más nivelado que la media
europea, se ha disparado una desigualdad de tipo estadounidense: el 1% más rico
de su población concentra el 23% de la riqueza, y el 10% más favorecido el 60%
de ella, mientras la mitad de la población sólo dispone del 2% (cifras de 2007,
que casi calcan las de EE.UU del mismo año).
Contabilizando todo eso, es verdad que en Alemania hay menos
paro que en España (en algunas zonas de Baden-Württemberg incluso casi hay
pleno empleo sin trampa), de la misma forma que hay menos paro en el País Vasco
que en Extremadura o Andalucía, lo que nos lleva a la banalidad del
descubrimiento de la diferencia.
Alemania tiene menos paro, por todo lo anterior, y también
porque es diferente: porque tiene una estructura económica particular:
industrial, exportadora, con fuertes empresas medianas y pequeñas que son
líderes mundiales, con una intensa participación laboral en las empresas y
también con grandes consorcios multinacionales. Es un país con una sola
cosecha, con una sociedad que tiene su propia mentalidad, como cualquier otra.
Lo que allí se ve como cualidad, en otros lugares es defecto, y viceversa.
Transplantar mecánicamente sus recetas –y precisamente aquellas que han hecho
perder a Alemania muchas de sus virtudes- sin atender a las diferencias
estructurales, es tan ridículo como pretender convertir Andalucía en un País
Vasco. En el País Vasco también hay industria y menos paro que en el resto de
España, y una administración eficaz y menos corrupta que en el Levante.
No hay “proyecto
alemán”
A Alemania se le pide liderazgo en la eurocrisis, y es
natural porque es la primera economía de Europa y la nación más poblada. Pero
Alemania no tiene “proyecto europeo”. Mientras se agitan todo tipo de fantasmas
sobre su pretendido “dominio”, la simple realidad es que Alemania no sabe qué
hacer con esa responsabilidad y sus políticos no parecen preparados para
asumirla. Su tradición nacional hacia Europa no es precisamente ejemplar -¿que
nación europea lo es, por otra parte?- y además es un país particularmente
provinciano, sin experiencia colonial, con una tradición nacionalista que
tiende más al racismo que al universalismo como decía Heine, con problemas para
ponerse en el lugar del otro y que durante el medio siglo de posguerra tuvo su
soberanía hipotecada por los resultados de su desastrosa segunda guerra
mundial, soberanía y que apenas ahora comienza a estrenar en el mundo. En esas
condiciones y circunstancias, Alemania hace lo que todos en Europa: política
nacional.
El “proyecto europeo” de Merkel no va mucho más allá de
ganar las próximas elecciones generales en Alemania, o, como dice, “que
Alemania salga fortalecida de la crisis en el G-20”. Su “visión” no alcanza
mucho más allá de otoño de 2013 y en ella Europa es, ante todo, un asunto de
política interna: demostrar firmeza a su electorado que cree que Alemania es el
pagador de una Europa endeudada, asunto en el que su país no tiene la menor
responsabilidad. El proyecto político de Merkel es poder repetir en la campaña
electoral de 2013 lo mismo que dijo a los alemanes en su último mensaje de fin
de año: “tenemos menos paro que hace veinte años, a Alemania le está yendo
bien”. Para eso basta con mantener estable la situación actual.
Eso quiere decir; en primer lugar mantener las exportaciones
alemanas, favorecidas por un euro barato, confiando en que no haya un
enfriamiento global que impida seguir compensando la caída de ventas en el sur
de Europa con los incrementos de la demanda en China, Estados Unidos, Rusia,
etc., porque tal enfriamiento derribaría el actual “milagro” como un castillo
de naipes y sumiría a Alemania en una crisis seguramente peor que las
meridionales pues su potencial autárquico es menor.
En segundo lugar, mantener su coalición de gobierno, que
incluye cohabitar con el FDP, un partido muy sectario, convertido en marginal y
extraparlamentario por los sondeos, pero que determina mucho, y mantener a raya
a los machos de la CDU-CSU que podrían soñar con arrebatarle el liderazgo. Y en
tercer lugar, mantener el nacional-populismo que marcan la prensa más
retrógrada y cierto discurso empresarial: el mito de la nación virtuosa que
debe enseñar a vivir a los manirrotos europeos, los perezosos griegos, los
sensuales franceses y los demás fantasmas del panteón de complejos nacionales.
Mantenido todo eso, que la periferia europea se desmorone y
se vaya al infierno, es un dato periférico para lo principal, que es 2013.
Incluso cuanto mayor sea la ruina ajena, más se incrementará la diferencia de
Alemania con la periferia, lo que alimentará el temeroso consuelo de su
población que hoy sostiene el consenso esencial en materia de crisis: “por lo
menos a nosotros no nos va tan mal”.
Alemania no es lo
peor: lo peor es España
Se dirá que todo esto es necio, y lo es, pero no es lo más
necio: lo más necio es lo nuestro.
Si en la línea alemana hay por lo menos una lógica
político-exportadora, que podíamos calificar de irresponsable, temeraria y
corta de miras, ¿cómo calificar el disciplinado seguidismo masoquista de los
gobiernos de Francia, España y los demás, que ni siquiera defienden vanos
intereses nacionales y consienten una política que incrementa su crisis?
En España ni siquiera ha habido un “mea culpa” por el
ladrillo. Ningún aeropuerto inútil o destrucción del litoral ha llevado a nadie
a la cárcel. Al revés, el discurso político del actual partido del gobierno
reivindica aquella “etapa de crecimiento”, que el actual partido de la
oposición nunca puso en cuestión.
No sabemos si hay un “plan” para esta crisis, más allá de la
evidente voluntad de aprovecharla para acabar con el desmonte del Estado social
y del consenso europeo de posguerra, pero hemos de ponernos de acuerdo en una
cosa: en la Europa de hoy la estupidez es internacional.
Frente a la división de una Europa en países virtuosos y
manirrotos, que pretende disolver problemas sociales en cuestiones nacionales,
hay que constatar la absoluta unidad de la estupidez europea como primer paso
del internacionalismo ciudadano.
Y una cosa más: los reyes son los padres.
Los “mercados” son
los bancos
Dicen por doquier que hay que ayunar y matar a la abuela
porque es improductiva, que hay que ponerse los pañales para ir al trabajo bien
disciplinado e intimidado por el paro y aceptar injusticia y explotación en
nombre de la “competitividad”, porque así lo exigen “los mercados”. Dicen que
“los mercados somos todos”. No, los mercados son quienes los gestionan y los
manejan: son los bancos, los fondos de inversión, las agencias de calificación,
etc., etc. Si los reyes son los padres, los mercados son los bancos. Así,
cuando alguien le diga que hay que hacer algo, “porque lo exigen los mercados”,
échese la mano a la cartera porque se la están robando.
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