
Ni remotamente pretendo ser original.
Hace más de ochenta años un hombre todavía joven, comunista italiano, Antonio Gramsci, "un cerebro que hay que paralizar" como había dicho Mussolini, desde las cárceles del fascismo escribió una de las obras más extraordinarias de la historia del pensamiento revolucionario y del marxismo: Cuadernos de la cárcel.
Hace más de ochenta años un hombre todavía joven, comunista italiano, Antonio Gramsci, "un cerebro que hay que paralizar" como había dicho Mussolini, desde las cárceles del fascismo escribió una de las obras más extraordinarias de la historia del pensamiento revolucionario y del marxismo: Cuadernos de la cárcel.
Por eso Gramsci es un clásico y grave error comete el que
pretende apresuradamente enterrar a los clásicos. Siempre resucitan ante la
cólera o el asombro de sus enterradores, siempre podemos dialogar con ellos,
siempre tienen algo que enseñarnos.
Más en estos tiempos, cuando después de
anunciarnos la muerte de las ideologías y el fin de la historia, de tantas
traiciones, deserciones y arrepentimientos ideológicos, las viejas y siempre
vigentes ideas que nos hablan de verdades y de luchas inagotables salen de
nuevo poderosas y airosas de las tormentas de la historia.
Leyendo de nuevo a Gramsci y a otros grandes intelectuales
marxistas coetáneos que tratan de comprender lo que pasa en nuestras sociedades
capitalistas en crisis, me encontré con esta idea de la dominación sin
hegemonía, y me pareció que podía ayudarnos a entender mejor lo que ocurre en
Costa Rica.
Después de los años cuarenta y hasta finales del siglo
pasado se constituyó en nuestro país un bloque de poder, que construyó su
dominación con un amplio consenso de la sociedad, por su capacidad de impulsar
en la sociedad políticas en una dirección que no sólo servía a sus intereses,
sino que también beneficiaba a amplios sectores de las clases subordinadas. A
esa capacidad de gobernar siempre con la fuerza que está implícita en la lógica
del sistema, pero sin violencia abierta le llamaba Gramsci hegemonía, que no
entendía únicamente como superioridad cultural que conduce al consentimiento político,
sino también el momento de la dominación social clasista que siempre acompaña a
este consentimiento.
Claro que hay que recordar que esa hegemonía se impuso
después de reprimir e ilegalizar durante 27 años al Partido Comunista y a los
sectores más organizados y combativos del movimiento obrero y popular, y en el
clima de la Guerra Fría y de sus alineamientos.
Fueron largas décadas de dominación con hegemonía.
Colocar fechas fijas es siempre un tanto arbitrario, pero
podríamos decir que la crisis de esa hegemonía empezó a agrietarse durante las
luchas contra el Combo del ICE. Por primera vez desde la fundación de la
Segunda República, un proyecto de ley que había sido aprobado en primer debate
con una amplísima mayoría en la Asamblea Legislativa, fue derrotado en las
calles por un levantamiento popular que durante 17 días prácticamente paralizó
al país. Algo se había roto e iba a ser imposible coserlo en el futuro, a lo
sumo tratarían de ponerle remiendos pasajeros.
El bloque en el poder seguía dominando, ganando elecciones e
imponiendo sus políticas, pero iría perdiendo lentamente la hegemonía. Vencían
pero no convencían. La desconfianza y el descrédito de las instituciones del
sistema van a crecer paulatinamente y no van a salir del pozo.
El TLC fue otro hito en ese proceso de descomposición y
desgaste. Ganaron recurriendo al terror psicológico, a la mentira, al miedo, en
un fraude que se fraguó antes de que la ciudadanía depositara su voto en las
urnas. Antes Arias había dado el golpe de la reelección y había ganado una
presidencia acompañada de denuncias y sospechas de fraude por parte de un
amplio sector de la sociedad.
Hoy dominan sin hegemonía. Ni quieren ni pueden llevar a
cabo políticas que beneficien a las mayorías, como se constata con el crecimiento
de la desigualdad social, de la pobreza y de la corrupción.
Está abierto desde hace tiempo un período de conflictos y de
lucha que se podría prolongar mucho tiempo, ahondando la crisis y el progresivo
uso del autoritarismo y de la violencia para mantener la dominación, pero que
también podría encontrar salidas para la constitución de un nuevo bloque de
poder de signo popular y democrático en capacidad de ganarse la adhesión de las
mayorías y abrir otra alternativa para Costa Rica.
Ese terreno es el que estamos pisando, donde el camino de
esperanza sólo se puede construir desde una lucha y una voluntad política, con
un saber crítico orientado hacia el cambio y capaz de oponerse a la dominación
y al saber del antagonista, ese bloque con más grietas cada día y con más
tentación de recurrir a la violencia.
José
Merino del Río, ex diputado, Presidente del Partido Frente Amplio
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