
Hay que pensar la política estando a la altura de los
tiempos. Para lograrlo, es preciso
superar algunos prejuicios en torno a lo “correcto” que obliga a apoyarnos en
autores que pueden ser controvertidos. Es lo que hace Slavoj Zizek en el libro
que estoy leyendo: Repetir Lenin (Akal, Madrid, 2004).
En este caso se trata de
repensar a Lenin intentando salvar su pensamiento político que fuera una
aplicación a la teoría y la praxis política de Marx, al que actualizó para
servir de orientación en los cambios que llegaron a ocurrir en la Rusia
revolucionaria. Dejando al margen las etiquetas, en gran parte justificadas, de
Lenin autoritario o terroristas, hay elementos en su pensamiento que Zizek
rescata, como es el de saber posicionarse en un ámbito de la verdad que se
sitúa fuera de los límites de la política convencional “democrática”.
No se
trata de, si seguimos en esto al leninismo, adoptar posturas políticas no
democráticas sino por el contrario, de saber enmarcar las democracias
tradicionales dentro de un juego político de corte liberal que no considera lo
suficiente cómo dicho juego es determinado por la economía capitalista. Lenin
supo romper con la ilusión liberal de la democracia pero para pensar de nuevo
la democracia. Si, en efecto, repensamos el ideal democrático hemos de
percatarnos de cómo hay una forma general, estructural, que imprime su sello a
los contenidos políticos, y de que esa forma es exterior al discurso y régimen
propiamente político, pues proviene de la economía. Esta intuición de raigambre
marxista sugiere que si elaboramos una teoría política debemos aspirar al
estudio de lo que ocurre en la economía actual y, en lo que hasta la fecha nos
obliga a dar un salto insalvable ya que existe un abismo discursivo entre ambos
ámbitos, en el ámbito político. Zyzek explica que entender uno de ellos desde
el otro no es un buen método para comprender el todo que forman y que por ahora
nos vemos obligado a hacer teoría económica, por un lado, y teoría política,
por el otro. Esto ha conducido a varias enfermedades como son el economicismo o
la teorización política de corte liberal que ve en lo político aislado de lo
económico la clave para resolver los problemas sociales. Así pues, Lenin sirve
como cuestionamiento de este último exceso “politicista” en el pensamiento.
Además de esto, Zizek
especifica varios aspectos en los que el pensamiento de Lenin resulta
sugerente. Por ejemplo, la lectura que se hace de la Revolución de Febrero como
una revolución fracasada (hemos visto en este blog anteriormente que así nos lo
relata Trotsky) que hubo de superarse con una revolución de la revolución, que
ocurrió en Octubre. Lejos de ser Octubre de 1917 un golpe de Estado dado por
una minoría bolchevique que supo manejar a las masas para tomar el poder, lo
que teorizó Lenin y lo que acaso ocurrió, fue que la masa traicionada e
insatisfecha con un gobierno que legitimado por el asalto de Febrero (o sea, en
principio acorde con la masa que había hecho la Revolución de Febrero) tuvo que
dar a los febreristas su propia medicina. Así, la doctrina política que
seguramente usaban los febreristas servía a la legitimación de algo que
llamándose revolucionario y democrático excluía a las masas. Desde una óptica
externalizante la valoración del gobierno de Febrero resultaba en un saldo poco
democrático, contra todas las apariencias. De hecho, hemos visto que Trotsky
describe cómo en la ocupación de cargos políticos y el ascenso prevalecían los
elementos burgueses interesados en establecer un juego típicamente liberal (de
cambios de contenidos pero no de forma, en las palabras de Zyzek, o sea, de
cambio de personajes y partidos pero dentro de un mismo marco capitalista
intocable). Lenin tuvo la virtud de no dejarse engañar y de ver este peligroso
truco de los prestidigitadores de la política. Se busca, en el mundo liberal,
una justicia y una libertad que ya están predefinidas dentro de unos términos
que se aceptan implícitamente y que deslegitima, desde un punto de vista
filosófico, lo que nace de ellos. Según Zyzek es como cuando tratamos de resolver
el problema ecológico sin cuestionar el capitalismo, de manera que todos los
recursos que la lógica y la técnica ponen a nuestra disposición llevan gato
encerrado. Algo así sucedió con el gobierno de Robespierre que según la
perspectiva psicoanalítica-lacaniana de Zyzek, recurrió a la violencia y al
Terror al saberse impotente, al comprobar la impotencia de la política para
resolver los problemas que se les planteaba, los cuales apuntaban a la economía
(tierra, propiedad privada, capitalismo). La hybris liberal es, repito, la
pretensión de resolver los problemas sociales políticamente y no echando mano
de las necesarias transformaciones radicales en la economía que hoy, podríamos
decir, pasarían por al menos una regulación parcial redistributiva y que garantizara
los recursos mínimos para todos. Sólo esto, que parece una cuestión de grado,
cuantitativa, ya supone una transformación cualitativa, por la que nuestro
mundo capitalista, tal como lo conocemos, daría un giro radical. Aquí, no
obstante, todo se juega (como suele ocurrir en filosofía) en los matices y
entraría de pleno la discusión en torno a la socialdemocracia (denostada y
denunciada acremente por Lenin), la planificación total centralizada (que dio
problemas muy difíciles de resolver como el no ajuste de la producción a las
necesidades o la baja producción en algunos casos) y sistemas autogestionarios
más federalistas. En cualquier caso, lo que hay ahora es una economía trucada
en la que el mercado no sólo no es lo libre que se dice, sino que está regulado
para los monopolios y grandes corporaciones que, como el viejo Estado
soviético, imponen precios y condiciones. Esto es lo primero que habría que
abordar como prerrequisito a la hora de instaurar un régimen democrático. Hay
que distinguir la democracia de la democracia liberal que se basa en la
propiedad privada, como se vio crudamente en las brutales privatizaciones de
Yeltsin al final de la URSS que consistieron en dar el poder de hecho a
corporaciones, monopolios privados, ex agentes y altos cargos de la URSS y
mafiosos, en la medida en que se hicieron con el control de la riqueza en
Rusia.
El punto que hay que
pensar detenidamente es si la necesaria transformación en la economía puede
hacerse desde la legalidad que suele imperar en los países liberales. Yo intuyo
que la respuesta es que no. En esto se basa, precisamente, la falsedad de
nuestras democracias que se definen dentro de unos términos estrechos, dentro
de un campo de juego delimitado y más allá del cual se descalifica lo que
existe (como extremismo, violencia, radicalismo, guerra, etc.). Así, la
maquinaria liberal está hecha de manera que su funcionamiento ciega y expulsa a
lo que la amenaza, contando para ello con todo un aparato legitimador que
monopoliza el ideal de la democracia entendiéndolo como alternancia de nombre y
partidos (dentro del límite). Es el imperio del cambio en el que todo permanece
igual, típico del capitalismo. Esto no ocurre como la también típicamente
capitalista fantasía conspiranoia sugiere, con personajes malvados tirando de
los hilos, sino que, al menos eso dice Zyzek, es la maquinaria en sí, el
“sistema”, el que va produciendo un mundo para sí. De nuevo creo que, como hace
Habermas, hay que estudiar bien lo que ocurre en la economía de mercado, para
detectar sus dinamismos y sobre todo detectar cómo éstos impregnan las esferas
no económicas de la vida entre las cuales está, por supuesto, la política. El
capitalismo crea una subjetividad que sublima lo que no son sino resultados de
un régimen económico concreto, de unas relaciones sociales de producción dentro
de un modo de producción (diría el modo más ortodoxo de entenderlo). Esto lo
vimos con el gran teórico de la subjetividad capitalista que fue el joven
Lukács de Historia y conciencia de clase. Como ocurre con la mercancía,
mistificada y convertida en fetiche, cuyo valor de cambio (valor adquirido en
el contexto de una economía de mercado) oculta su valor de uso, hay ideaciones y objetos que componen un
universo ideológico propio de la forma de vida y la economía capitalista. Esto
supone una clave hermenéutica para entender por ejemplo el arte y, como hizo
Adorno, bucear trabajosamente para ver la apariencia como apariencia y no como
esencia. Porque fundamentalmente, en el mundo burgués se da la confusión entre
apariencia y esencia (fetichismo de la mercancía, de nuevo). Las cosas no las
vemos como realmente son sino en la forma de emociones o creencias
“universales”. Así, dice Zyzek, el famoso antisentimentalismo de Lenin puede
entenderse como una reacción contra la trampa que él sabía que había en muchas
de las fantasmagoría edulcoradas y románticas. Hay una suerte de misticismo que
confunde las abstracciones con realidades supuestamente eternas y que Lenin,
desde su fuerte materialismo, combatió tanto intelectualmente como
biográficamente.
Pero sí hay un tipo
de universalismo que funda la lucha política que sería el de una forma común
subyacente a toda esa variedad de contenidos que se ha dado en llamar
“multiculturalismo”. En el mundo de la “diversidad” puede esconderse, como
tanto se dice, una espantosa homogeneidad, la del pensamiento único y, sobre
todo, la de una misma estructuración económica capitalista. Es esta
estructuración la que Zyzek denomina “verdad”, porque es la Verdad de nuestro
mundo capitalista, una verdad formal que proteicamente adquiere todas las
apariencias que confunden al espectador y crea la ilusión de muchas esencias
culturales. Yo creo que, ciertamente, a día de hoy, toda la diversidad cultural
está absorbida por el capitalismo y que en éste se halla la clave que habría
que seguir para entender las ideaciones y figuraciones de nuestro mundo, de
nuestra ciencia y de nuestra filosofía. Así, la forma “democrática” liberal y
la forma capitalista ocultan más que posibilidad, reprimen más que liberan,
mutilan más que hacen florecer. Frente a esto, y siguiendo el ejemplo de Lenin,
Zyzek aboga por una política de la verdad que capte y aborde consecuentemente
dicho núcleo de nuestra existencia. Pero para captar esta verdad hay que posicionarse
con claridad y firmeza en lo que queremos realmente, para desde ahí definir el
poder, la política y el Estado. Porque no olvidemos que el politólogo liberal o
el economista liberal ya lo han hecho.