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Walter Benjamin por Germaine Krull |
La muerte de Walter Benjamin en una habitación de un hostal
de Portbou en septiembre de 1940 tiene
un halo de misterio. Aunque el certificado de defunción la atribuya a una
hemorragia cerebral, generalmente se ha aceptado que se trató de un suicidio.
Según relata Scholem, Benjamin “estaba
convencido de que una nueva guerra mundial entrañaría la utilización de gas letal
y traería consigo, por tanto, el fin de toda civilización” y durante la aciaga
década de 1930 el exilio, la precariedad material, el horror ante los
acontecimientos y la decadencia física le hicieron alimentar a conciencia la
idea del suicidio
Hay quien sostiene que Benjamin fue asesinado por agentes
estalinistas, pero no existen pruebas que confirmen esa teoría de conspiración.
Lo único que tenemos es el testimonio de una mujer que atravesó los Pirineos
con él por la ruta Lister, Henny
Gurland, que en una carta nos lega el
angustiado relato de sus últimos días y
su muerte. En Walter Benjamin. Historia de una amistad (1975), Gershom Scholem
la reproduce y la toma por “la única noticia auténtica de los sucesos ligados a
su muerte”. Fue escrita el 11 de octubre
de 1940 a Arkadi Gurland, un colaborador del Instituto de Horkheimer y reenviada por Adorno a
Scholem en 1941:
“…Te habrás enterado sin duda de nuestra espantosa experiencia con Benjamin. Él, Joseph y yo habíamos partido de Marsella para hacer juntos el viaje. Yo había entablado en Marsella bastante amistad con él, de modo que me consideró apropiada como compañera de viaje. En el camino de los Pirineos nos encontramos con la señora Birmann, su hermana la señora Lipmann y la señora Freund, del Tagebuch. Esas doce horas supusieron para todos nosotros un esfuerzo atroz. El camino nos era totalmente desconocido, y en parte tuvimos que recorrerlo trepando a cuatro patas. Por la tarde llegamos a Port-Bou y fuimos a la gendarmería para solicitar nuestro visado de entrada. Durante una hora estuvimos nosotros tres, junto a otras cuatro mujeres, llorando, porfiando, suplicando desesperados ante los funcionarios, mostrando nuestros documentos perfectamente en orden. Todos estábamos catalogados como sans nationalité, y se nos dijo que desde hacía algunos días se había publicado un decreto que prohibía dejar entrar en España a gente sin nacionalidad. Se nos permitió pasar una noche en un hotel, soi-disant bajo vigilancia, y se nos presentaron tres policías que nos debían acompañar a la mañana siguiente hasta la frontera francesa. Yo no disponía de otro documento que mis papeles americanos, para Joseph y para Benjamin, esto significaba el internamiento en un campo de concentración. Así pues, nos retiramos presos de desesperación a nuestras habitaciones. A la mañana siguiente, hacia las 7, la señora Lipmann subió para avisarme de que Benjamin me había llamado. Éste me confesó que la víspera por la noche, hacia las 10, había ingerido grandes cantidades de morfina y que yo debía tratar de presentar el asunto como una enfermedad…
No se sabe exactamente dónde están sus restos, porque fue
enterrado de manera anónima y cuando Hannah Arendt visitó el cementerio en 1941 no encontró por ningún lado el nombre
de su amigo. Con el tiempo se improvisó
una tumba turística, en vista de que cada vez más admiradores buscaban un lugar que identificar
con el mito. Gershom Scholem no se dejó emocionar por la belleza del lugar y
así lo manifiesta al final del libro en el que relata su amistad con Benjamin: “Ciertamente, el lugar es hermoso; pero la
tumba es apócrifa.”
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Paul Klee Angelus Novus |
Las otras personas que cruzaron los Pirineos con él dibujan
la figura de un hombre débil y cansado, aquejado de dolencias cardiacas, que
tenía que parar cada diez minutos para descansar porque se asfixiaba. La guía de
viaje Lisa Fittko cuenta que iba aferrado a una maleta de la que él decía que
contenía su más valiosa pertenencia.
Muchos han querido interpretar, nutriendo el mito benjaminiano, que ahí llevaba
las páginas aún no impresas y condenadas a ser póstumas de Las tesis sobre Filosofía de la Historia, lo cual es bastante
lógico, dado que las escribió unos meses antes. Lo qué pasó con esa maleta es
otro enigma.
El cuadro de Paul Klee Angelus Novus (1920), que le
inspirara la novena reflexión de las Tesis sobre Filosofía de la Historia era
otra de las más preciadas pertenencias para Benjamin. Lo compró en 1921 y se lo
llevó con él a su exilio en París, pero antes de partir para su último viaje lo
dejó a cargo de Bataille. Acaso su ángel de la Historia, el que se ve
arrastrado por un huracán hacia el futuro sin poder virarse hacia adelante
porque contempla horrizado el pasado que se aparece como “una catástrofe única”
que se amontona hasta el cielo, sepa exactamente cómo murió Walter Benjamin, si
es que pudo mantener sus desorbitados ojos abiertos.
Título
original: “La celda de Portbou”