
Alejandro Patat
El interés y la curiosidad por los cementerios que siente el
ensayista italiano Giuseppe Marcenaro nació, según cuenta el mismo autor
en Cementerios.
Historias de lamentos y locuras , luego de una visita al mausoleo de los
Ben Sedik, en el sur argelino, donde reposan los restos de la familia que más
combatió la colonización extranjera del país africano. Pero ni la atmósfera
alucinada de ese monumento suspendido en el paisaje inmóvil del desierto, ni el
respeto que impone la percepción de lo sagrado condujeron a Marcenaro a una
indagación filosófica o poética acerca de la muerte. En su largo viaje a lo
largo de más de veinte años por los cementerios, Marcenaro se propuso
"descubrir domicilios banales y tomar la vida como viene. Buscaba el
propio lugar en el mundo. Un lugar definitivo. Sin entusiasmos. La revelación
final de la fragilidad de cada cosa".
En efecto, el viajero no frecuenta, como millones de
turistas, los cementerios "masivos", señalados en las guías, en busca
de "caros extintos", sino que se adentra en la memoria de ciertos
muertos y de ciertos vivos, afectos a la muerte. Así, una variopinta serie de
casos desfila por el libro: Helen Hanff, bibliófila estadounidense que viaja
por primera vez a Londres en 1971, para visitar la librería cerrada desde la
cual, durante una vida entera, sus fieles libreros le habían mandado con
devoción los ansiados volúmenes.
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Tumba de Rimbaud |
La ciudad espectral de Charlesville, que
custodia los restos de Rimbaud. La tumba de Brecht, sepultado junto a su
esposa, quien, tras años de infidelidad conyugal del marido, excluyó del último
reposo a todas sus amantes. La Plaza Roja y el cementerio de Novoideivich,
"verdadera enciclopedia rusa". La escultura de Victor Noir, en el
Père Lachaise, cuyo abultado sexo es religiosamente tocado por las novias de
París el día de sus bodas, para exorcizar una vida erótica lamentable. La
travesía fúnebre de Walter Benjamin hacia Port-Bou, la pérdida de su último
manuscrito y la fosa común. El cementerio judío de Praga, con su espasmódica
superposición de lápidas. No faltan macabras historias de necrófilos,
fetichistas, perversos, deprimidos y lunáticos.
Tres breves relatos cierran el libro: la actual construcción
del Memorial de la Sangre Esparcida en Ekaterinburgo, donde tuvo lugar la
matanza de los Romanov; la triste historia de la muerte de John Kipling, el
hijo del famoso novelista, y la espeluznante "urbanización" forzada
de la colosal Ciudad de los Muertos, en El Cairo, ocupada por familias
paupérrimas, que establecieron en cada bóveda una casa, un negocio, un bar.
La cifra del libro es el amargo e irónico desencanto. Lejos
resuena el eco de la famosa Elegía de Thomas Gray, que con temblor romántico
cantaba a la muerte en un cementerio campestre, y aún más distante la poesía
de Los sepulcros de Ugo Foscolo, que invocaba con melancolía
"la correspondencia de amorosos sentidos" entre los vivos y los
muertos y evocaba la memoria de los grandes que construyeron la patria. El
libro pareciera más bien recordar con inteligencia que así como en la vida se
mezclan la comedia y la tragedia, de la misma manera el cementerio reclama una
visión indulgente y socarrona del más allá y del más acá. Y sobre todo, a
través de una pormenorizada descripción de túmulos, reliquias, huesos, cenizas
y todo tipo de tráfico fúnebre (basta recordar el itinerario asombroso del pene
de Napoleón), el volumen intenta poner de relieve la máxima locura humana: el
anhelo por sobrevivir a la propia muerte.
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http://www.lanacion.com.ar/1436818-sobrevivir-a-la-muerte |