Tengo querencia por algunos estudiosos y literatos polacos.
Durante mi formación caí rendido a los pies de Wladislaw Tatarkiewicz y su
“Historia de seis ideas”, un compendio de estética que debería ser de obligada
lectura para todo aquel que tenga el más mínimo interés en el arte, en
cualquier arte. Stanislaw Lem o Czeslaw Milosz ocupan un lugar privilegiado en
mi biblioteca. Y ya desde hace tiempo sigo a uno de los grandes sociólogos de
nuestro tiempo, Zygmunt Bauman. El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar
un compendio de escritos de este filósofo bajo el título, quizás demasiado
contundente, de “Daños colaterales”, una frase desafortunada que el
Departamento de Estado USA ha popularizado de manera desgraciada en los últimos
diez años.
El título no es lo único parcialmente negativo de esta
publicación. El ser un compendio de artículos hace que se repitan ideas y datos
con el paso de las páginas, lo que merma la unidad estilística de la obra. Por
otro lado, Bauman ha ahondado menos de lo que pueda parecer en las
“desigualdades sociales en la era global” y el editor se ve obligado a
introducir escritos acerca del Holocausto y el mal que, estrictamente, no
acaban de encajar con el propósito de la obra.
Hasta aquí lo que se puede decir de malo de esta selección,
y que en nada es achacable al Príncipe de Asturias del 2010. A partir de aquí,
una serie de constataciones y reflexiones acerca de un sistema (al que podemos
etiquetar como “capitalista”) que no parece funcionar de manera engrasada. Dato
que ofrece Bauman y que puede servir de onagro para demoler las murallas de ese
sistema: “Tanzania obtiene 2.200 millones de dólares por año, que reparte entre
25 millones de habitantes. El banco Goldman Sachs gana 2.600 millones de
dólares, que luego se dividen entre 161 accionistas”. En “Del ágora al mercado”
hay unos cuantos ejemplos más igualmente sangrantes.
Y lo peor es que el empobrecimiento social se ha transmitido
a los individuos que forman las unidades del sistema. Bauman utiliza hábilmente
(y en varias ocasiones) el argumentario de Ulrich Beck. Ya no hay motivaciones
para trabajar en la verdadera democracia. Desde Estados Unidos se ha sostenido
el adagio de que la democracia solo puede desarrollarse en el marco del sistema
capitalista. Bauman no llega a hacer “la” pregunta, pero deja al lector en
disposición de hacerla: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de democracia? ¿A
la continua participación en los asuntos ciudadanos para la que el ágora
ateniense es referente? ¿O al depósito inconsciente de un voto en una urna cada
dos o cuatro años? En realidad, los individuos de la postmodernidad han sido
“librados cada vez más a sus propios recursos y a su propia sagacidad” y
“obligados a idear soluciones individuales a problemas generados socialmente”.
Los que mandan no salen mucho mejor parados de los estudios
del sociólogo de Poznan. Marx no tenía razón: los dueños del futuro no son los
propietarios de los “medios de producción”. En realidad, y según Bauman, los
verdaderos jefes son ahora aquellos que dirigen las “relaciones productivas”,
las acciones de otras personas. Y lo hacen bajo unos criterios de
competitividad extremos, tan poco humanos en el sentido visto anteriormente
como los Estados que sustentan a las grandes corporaciones. El “Mene, Tekel, Upharsin”
(“contado, pesado, repartido”, las únicas palabras que Dios escribió con sus
manos y que, literalmente, hacen referencia al comercio en la antigua
Babilonia) ha sido sustituido por la fórmula “tu último logro es la medida de
tu mérito”. Es una condensación económica de lo que Bauman llama la “modernidad
líquida”.
A modo de coda, me atrevo a trazar un paralelo que Bauman no
ha delineado. En “Historia natural del mal” aparece el conocido “experimento de
Milgram”, que demuestra que en determinadas condiciones la obediencia a la
autoridad está por encima de otros principios éticos. Hasta ahora, los
resultados de ese experimento se han aplicado al estudio de circunstancias como
la burocratización del Holocausto personificada por Adolf Eichmann. Quizás sea
el momento de pensar si Milgram va a estar presente en nuestras relaciones de
todos los días con el jefe y los Estados que nos hacen afrontar una crisis
generada por los más ricos y ambiciosos.
Título original: “El sistema pernicioso”