
Víctor Flores Olea
Hay una buena mayoría de estadunidenses y personas de otras
partes que apuestan a la no reelección de Barack Obama como residente de la
Casa Blanca. Hasta cierto grado, no por él mismo, sino por el conjunto de
ultraconservadores que lo rodean desde el principio y que han condicionado su
gobierno. Una vez más se prueba que un presidente de la república, en todas
partes, vive prisionero de las fuerzas vivas que lo rodean, y que no es fácil
escapar de ellas. Como si hubiera un destino fraguado de antemano que se
impusiera inexorablemente.
No diría necesariamente que Barack Obama va a tejer los
embustes de George Bush ni se ha definido como un político de graves mentiras y
representante de la extrema derecha en Estados Unidos. Pero sí es obvio que su
programa de gobierno, expresado en sus diferentes discursos preelectorales,
anunciaba un gobierno mucho más liberal del que hemos presenciado. Pero esos
compromisos fueron echados por la borda con una prisa que resultó increíble y
que desilusionó a la mayoría de ilusionados que votaron por él.
Uno tras otro fueron mordiendo el polvo. Primero, la
esperanza de que suspendiera las arteras invasiones a Irak y Afganistán.
Segundo, el repudio formal a las tesis de Bush sobre las invasiones
preventivas, que realmente destruían desde sus bases el derecho internacional y
permitían el ejercicio del derecho de los más fuertes y agresivos. Tercero,
respecto de México y América Latina, la eliminación de la confianza de que el
vecino disminuyera el estilo de imperialismo superagresivo al que nos tiene
acostumbrados e inaugurara un nuevo trato que se acercara mínimamente al New
Deal de Franklin D. Roosevelt. El trato a los migrantes mexicanos no sólo ha
sido una aspiración de viraje fundamental para nosotros, sino también para
América Latina en su conjunto. Todo esto se ha quedado en una retórica vacía
que muchos mexicanos y latinoamericanos han interpretado como una burla
inaceptable.
Es otro de los casos en que el imperio se confirma a sí
mismo, y resulta ingenuo e imposible pensar con los vecinos del norte en un
trato justo y relativamente equilibrado. Todo indicaría que el terrible ataque
terrorista de 2001 ha dejado, probablemente para siempre, una herida abierta en
la sociedad estadunidense que será muy difícil de sanar. En cuanto al destino
negativo de las últimas encuestas no hay duda de que el mediocre manejo de los
enormes problemas económicos de Estados Unidos ha sido factor decisivo en la
disminución en picada de las preferencias electorales de la ciudadanía de ese
país.
El ataque keynesiano a ese problema resultó limitado y
entonces en buena medida frustrado. A mi entender, en crisis económica, Keynes
propone gastar o invertir dinero gubernamental para estimular la expansión de
los mercados internos, y no para hacer más ricos a los ricos. En cierta forma
su objetivo es redistributivo y alentador del trabajo y del ingreso entre los
más necesitados socialmente. Barack Obama y sus asesores modificaron
rotundamente hace dos años esa intención profunda y entregaron miles de
millones de dólares sin control alguno para el salvamento de bancos y
financieras. Otra vez la concentración brutal y el dinero público para los más
adinerados. Parece el destino fatal del capitalismo su tentación de acumular
aun cuando sea en las más extravagantes condiciones.
Se llegó a la quiebra de centenares de miles de compañías o
el gasto descontrolado y desregulado que se lanzaron a acumular riquezas sin
ningún freno ni contención. El capitalismo ha vivido recientemente una etapa de
trampas y procedimientos destinados al saqueo de los otros, y más exactamente
de la sociedad en su conjunto, que lo ha llevado a un sistema de apuestas de
casino en que absolutamente se ha olvidado la dignidad y la moral en que un día
pensaron también Kant y Adam Smith como características de esta etapa de la
historia.
El problema grave reside, sin embargo, en que por ningún
lado aparece la autocorrección prometida por los jefes del capital. Al
contrario, en su condición actual el sistema no parece encontrar freno alguno a
sus excesos, sino multitud de puertas abiertas para asaltos multiplicados.
La cuestión es que no parece haber ninguna barrera legal o
moral capaz de detener el afán de lucro y la explotación de los otros. De ahí
que las oposiciones al sistema capitalista se presenten siempre, en verdad, con
argumentos rudos o radicales. La lucha de clases está planteada. La cuestión no
es el problema que se presente siempre como un enfrentamiento duro y directo,
sino que se degrada, como ya se habrá entendido, a una batalla entre valores y
principios de carácter cultural que luchan por las hegemonías. Opino que tal es
el momento que vivimos en México. El enfrentamiento, que es real pero también
virtual, es un enfrentamiento más sutil y al mismo tiempo más arriesgado. En él
no están sujetos sino a poderes fácticos y a formaciones sociales que por
definición son más huidizos que los otros.
Por lo anterior quiero significar que la actual lucha de
clases se ha abierto, pero que no se han abierto al mismo nivel las luchas por
las alternativas sociales. Y es que las luchas cultural y política combinadas
son más complejas que las directas luchas de enfrentamiento; son como las que
mencionaba Gramsci al hablar de luchas de posiciones enfrentadas a las luchas
de movimientos, como ocurría en Lenin.
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