Raúl Henao
¿Es Medellín una ciudad mítica a la par -pero a diferente
escala- que París? Roger Caillois, ese autor inquietante y siempre indefinible
(André Breton lo calificaría sucesivamente de “literato de viejo cuño”,
“brújula mental”, “espíritu lúcido y audaz”) al que los latinoamericanos
debemos la traducción francesa de Jorge Luis Borges y una espléndida Antología
del Cuento Fantástico (Editorial Suramericana. Buenos Aires, 1969). Nos señala
al respecto que un espacio urbano reviste dicha connotación sólo si consigue
conjurar los poderes de la memoria y la imaginación a su favor, configurándose
como resistente o irreductible al paso inexorable del tiempo. En lo que a
París, Mito Moderno se refiere, Caillois enumera los valiosos aportes que en
tal sentido le hicieron algunos de los grandes poetas y novelistas del siglo
XIX, como Lautréamont, Baudelaire, Hugo o Balzac, al igual que los autores más
notorios del folletín y la novela negra y policíaca.

Ya en otra parte he aventurado una respuesta afirmativa a
este interrogante tomando como referencia la medular Improvisación etimológica
en torno a Medellín (El Espectador -MD- Bogotá, 1995) del poeta y sociólogo
persa Djahanguir Mazhari, que parece despejar todas las dudas o incógnitas
suscitadas alrededor del significado del nombre de la ciudad – un topónimo
procedente de la Extremadura española – al relacionarlo con la antigua Medina,
la ciudad santa de Arabia Saudita, donde hace ya dos milenios confluyeron la
cultura islámica y la mazdeísta de los medas y persas:
“El término Medaen (ciudades) es el plural de Medina, pero
en árabe además del plural múltiple existe el dual. Ciudades gemelas o duales
se dice Medellín (Medinein). Los musulmanes al atravesar el continente africano
hasta llegar a España fueron regando por el camino por lo menos una Medina en
cada país en memoria de la ciudad santa de Arabia Saudita. Hay Medina en Malí.
Medina el Fayoun en Egipto, Medina del Campo en España, y además otra ciudad
dual llamada Medellín; al parecer esta ciudad hospitalaria y hermosa (...) es
también una ciudad dual o gemela constituida originalmente por las poblaciones
de Bello e Itagüí: de modo que no es tan descabellado pensar que el topónimo
Medellín provenga del plural de “Medina” (Medineh en persa) que a su vez
arraiga en sonoridades surgidas de lo más profundo de la historia humana”.
A este propósito, resulta pertinente remarcar la importancia
que los pueblos de la antigüedad – incluyendo la antigüedad clásica concedían
al nombre de fundación de las ciudades en general, al que revestían de un
prestigio mágico o mítico (más que religioso) por creerse era revelador de una
idiosincrasia particular, de un destino prefigurado que afectaba de modo
irrecusable las vidas de quienes las habitan temporal o permanentemente.
En el caso específico de Medellín, es obvio que el nombre de
la ciudad alude de modo latente o manifiesto a un mito dual, de oposición de
los contrarios por el nexo aparentemente gratuito – pero en realidad modélico o
paradigmático – con aquella ciudad del Asia menor, donde inicialmente se
profesaba (o profesó) la religión mazdeísta: un culto y doctrina esencialmente
dualista, de oposición frontal de bien y el mal, la luz y la oscuridad, Dios y
el diablo (al Mazdeísmo se atribuye la invención del diablo) que de modo
hegemónico, en un momento determinado de la historia, se impone en toda
Mesopotamia, incidiendo significativamente en religiones posteriores como el
Judaísmo o el Islamismo. A los medas – nos dice Mazhari – fundadores de
Eckbatana, una de las primeras metrópolis de la humanidad, se debe también el
concepto de civilizado (ciudadano) por oposición a bárbaro (nómada, no-meda)
concepto retomado por los griegos y los romanos, que posteriormente adquiere
una importancia relevante en todo el mundo occidental.
Para quienes hemos nacido o vivido desde siempre en Medellín,
resulta evidente el carácter antagónico, dualista, conflictivo, maniqueo de la
ciudad, al enfrentar a cada paso situaciones extremas de la condición humana
que rara vez se reconcilian en una síntesis esclarecedora o por lo menos
creativa. Ciudad plutónica como la denomina uno de sus escritores actuales,
donde los aspectos oscuros, tenebrosos de la realidad se vuelven asunto
cotidiano (hombre vea yo le digo, vivir en Medellín es ir uno rebotando por
esta vida muerto. Yo no inventé esta realidad, ella me inventó a mí – Fernando
Vallejo, La Virgen de los Sicarios. Página 89) también en ella – y más que en
otras ciudades iberoamericanas – se vuelve posible, por pura antítesis, tener
la vivencia de la luz y la claridad paradisíacas. Eso parece haberle sucedido al
poeta neozelandés Ron Riddell (Auckland, Nueva Zelandia. 1949) autor del libro
El Milagro de Medellín y Otros Poemas (Todográficas Medellín, 2002) que reúne
poemas escritos en Nueva Zelanda y en Colombia respectivamente. El poeta quien
fuera invitado a participar en el XI Festival Internacional de Poesía, el año
2001; ha regresado ya dos veces a esta ciudad que, confiesa, lo ha hechizado o
encantado (lo que ocurre por lo general cuando el “encanto” se personifica en
la figura de una mujer amada) y de la que contrariamente a los poetas locales
que sólo perciben su lado oscurantista e inquisitorial, él ha captado su
aspecto luminoso o paradisíaco, corroborando quizás a Barbey de Aurevilly en
eso de afirmar que el infierno es el cielo en hueco.
Al lado de hermosos poemas escritos en un lenguaje
transparente, con una penetración cuasi-mística del paisaje andino y
neozelandés, El Milagro de Medellín es un poema relativamente extenso, donde
nos paseamos por calles laberínticas, plazoletas desiertas o abarrotadas de
gente, templos e iglesias (Medellín tiene 150 iglesias “mal contadas” nos dice
Fernando Vallejo) paraderos de buses, bares y cafés ruidosos. Todo ello, a lado
y lado de un río olvidado, que por mucho tiempo sirviera de alcantarilla a la
ciudad, pero que el poeta visionario entrevé como Un río de fiesta y fábula.
Y ahí reside –repito– el mérito de Ron Riddell, en
señalarnos en su poema que podemos, sobreponer la admiración a la decepción. La
devoción a la injuria, la esperanza a la desesperación, y elevar los corazones
con el vuelo de las palomas de los parques y las plazas públicas, en
prosecución de la montaña mística o de la pálida luz azul del nuevo día. Pero
previamente nos pone como condición que aceptemos mirarnos en la ciudad como en
un espejo, porque tal como ella es, somos nosotros mismos. Debemos, en
consecuencia, superar el fardo de violencia maniquea y desarraigo ancestral,
legados de la conquista y la colonia española, y aprender a habitar la ciudad
como prójimo, amándonos a nosotros mismos en ella.
Medellín, mi esperado sueño de novia, Medellín, mi amante
largo tiempo perdida.
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http://cultural.argenpress.info/2012/01/medellin-la-ciudad-mitica-de-ron-ridell.html |