
Nadie sabía decirle que no a Lee Miller. Así fue como logró
desembarcar junto a las tropas aliadas en Normandía, convertida en corresponsal
de guerra de la revista Vogue, si alguien puede imaginarse semejante cosa.
Digo, que una revista de modas cubriera la guerra contra Hitler enviando al
frente a una ex modelo vestida de combate. Pero Lee Miller no era una modelo
cualquiera: de hecho, se trataba de la primera mujer que había pasado de un
lado de la cámara al otro.
En su América natal había sido la primera Chica
Kotex (es decir, la imagen del “escandaloso” primer aviso de compresas
femeninas aparecido en una revista “de categoría” –eso sí: fotografiada por el
gran Steichen); luego había partido a París, donde se convirtió en musa y
amante de Man Ray además de enloquecerlo de celos con su promiscuidad; luego se
internó en una clínica en Suiza hasta alcanzar su peso “ideal” (con 45 kilos
tendría, según ella, las proporciones perfectas para que su cuerpo armonizara
con el del diminuto millonario egipcio Aziz Bey y así poder casarse con él) y
vaya a saberse cuánto tiempo habría tardado en aburrirse de sus exóticos
pasatiempos en El Cairo (coleccionar serpientes y amantes, correr carreras
nocturnas de camellos por el desierto, organizar con sus amigotes raids de
saqueo en las excavaciones arqueológicas, que consistían en robar piezas de una
pirámide para plantarlas distraídamente en otra), si el estallido de la Segunda
Guerra no la hubiese confinado en Inglaterra.
Durante el bombardeo de Londres, Miller convenció a Vogue de
hacer producciones de modas en la calle, entre los escombros. Como ninguna otra
modelo se atrevía, posaba y se sacaba las fotos ella misma en las calles. Las
fotos que entregaba a la revista daban mucha menos importancia a la modelo y
los vestidos que al telón de fondo (una de sus imágenes más poderosas era la de
una iglesia bombardeada, de cuyo pórtico salía una cascada de escombros como si
fueran feligreses a la salida del oficio dominical), de manera que los de Vogue
habrán respirado aliviados cuando Miller logró colarse en el contingente de
prensa que acompañaría el desembarco en Normandía. Pero no se esperaban lo que
sucedió después.
A fines de abril de 1945, Miller entró junto con las tropas
aliadas en el campo de concentración de Dachau. Esa misma tarde, junto a su amigo
y amante Dave Scherman, fotógrafo de la revista Life, consiguió forzar la
entrada de la residencia secreta de Hitler en Munich, sobre la
Prinzregentenplatz (según dijo después, llevaba anotada la dirección desde que
había desembarcado en Normandía). Envió a Vogue dos rollos de fotos realizados
esa jornada: uno era de fotos tomadas por ella, el otro era de fotos de ella
tomadas por Scherman. En el primero se veían imágenes estremecedoras de cuerpos
famélicos apilados unos encima de otros, con los ojos aún abiertos y la mueca
de la muerte deformándolos. Miller rogó a Vogue que tuvieran el coraje de
publicarlas y que titularan la nota con una sola palabra, en tamaño catástrofe:
“CREANLO”.
En el otro rollo, enviado por equivocación, se veía a Miller desnuda
en la bañadera de Hitler. En el piso, a sus pies, yacían sus borceguíes
embarrados y su uniforme de combate hecho un bollo. Cabe aclarar que en el
momento en que Miller trataba de que el agua desprendiera de su cuerpo los
horrores de Dachau en aquella bañadera de Munich, llegaba desde Berlín la
noticia de que Hitler se había suicidado. Un fotógrafo actual las exhibiría
juntas en díptico, y el curador de dicha muestra nos explicaría cómo “dialogan”
ambas imágenes, pero aquélla no era una época de dualidades dialógicas sino de
dicotomías antagónicas, y Miller quedó en la Historia no por las fotos que
sacó, sino por aquella imagen que la mostraba desnuda en la bañadera de Hitler.


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Título original: “No más fotos”
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-186329-2012-01-27.html |