
Especial para Gramscimanía |
Decía
el filósofo marxista Manuel Sacristán, que Antonio Gramsci (1891-1937) es un
clásico. Y él interpretaba esa idea, diciendo que su lectura tiene derecho a
estar de moda en cualquier época. Gramsci es un autor que siempre dirá algo a
todas las corrientes de pensamiento en todas los momentos de la historia humana.
Y eso le coloca incluso por encima de la matriz marxista de su pensamiento;
esto es, por encima del marxismo escolástico y el marxismo programa de
investigación científica. Ya que como es notorio en la filosofía posmoderna,
desde los albores del siglo XX sabemos que toda teoría científica tiene fecha
de caducidad –y que toda ideología
es caduca se sabía ya desde los primeros escritos de Marx y Engels a mediados del XIX-.
es caduca se sabía ya desde los primeros escritos de Marx y Engels a mediados del XIX-.
Que
los textos de Gramsci tengan esa característica de clásicos de la filosofía
política –como le sucede al El príncipe de Maquiavelo o a la Utopía de Tomás Moro-, no
elimina que una lectura contextual de su pensamiento nos enriquezca el sentido
de sus palabras y nos amplíe la profundidad de su discurso. Su figura es la de
un dirigente del proletariado revolucionario a principios del siglo XX -la
época de la revolución soviética-, fundador y miembro de la dirección del
Partido Comunista de Italia, que pasó los once últimos años de su vida preso en
las cárceles fascistas, donde murió por una enfermedad grave a los 46 años.[1]
Baste
una nota para hacernos una idea del calvario de Gramsci en prisión. En 1933
describía su estado en una carta a su cuñada Tatiana Schucht desde la cárcel de
Turi:
no te escribo más que unas pocas palabras. El mismo martes, a primera hora de la mañana, al levantarme de la cama, me caí al suelo sin conseguir levantarme ya por mis propios medios. Todos estos días me he quedado en cama, con mucha debilidad.
Sus
principales textos fueron escritos en esas difíciles circunstancias entre 1929
y 1935, se salvaron casi milagrosamente de caer en manos de los fascistas
gracias a los compañeros comunistas de cautiverio. De ese modo, pudieron ser recogidos
más tarde por sus editores en varios volúmenes bajo el título Quaderni dal
carcere (hay diversas traducciones al castellano de carácter parcial). Es la
escritura de esos cuadernos en la cárcel, lo que hizo de Gramsci uno de los
principales pensadores italianos del siglo XX. Sus ideas y puntos de vista
alimentaron la extraordinaria trayectoria del PCI de la posguerra mundial,
alcanzando la mayoría electoral del pueblo italiano en la década de los 70. Ese
partido sufrió su posterior descomposición final, después del hundimiento del
Bloque del Este el llamado ‘socialismo real’, pero su desarrollo político
modernizó y democratizó la sociedad italiana, hasta hacer necesario el
‘aggiornamento’, la puesta al día de la propia Iglesia católica.
El
filósofo italiano Benedetto Croce, idealista y conservador, le rindió un
merecido homenaje reconociendo la enorme distancia que le separaba de Gramsci:
tuvo alta dignidad de hombre y aceptó peligros, persecuciones, sufrimientos y
muerte por un ideal. Efectivamente, son los ideales los que mueven nuestras
mejores acciones, y no es aventurado que es de ahí de donde nace el enorme
valor de la obra de Gramsci.
Croce,
un importador de la filosofía de Hegel a la cultura italiana, fue el filósofo
que transmitió a Gramsci sus instrumentos conceptuales. Antes de ser marxista,
nuestro autor fue idealista, hasta el punto de que saludó la revolución
soviética de 1917 con un artículo titulado La revolución contra ‘El Capital’,
así con mayúsculas y entrecomillado, y jugando al tiempo con la ambigüedad de
la frase. Pues el joven Gramsci había entendido que Marx era el inspirador de aquella
socialdemocracia que traicionaba los ideales socialistas embarcándose en la Primera Guerra Mundial. Pero
también consideraba que Marx había sido el continuador consecuente del idealismo
alemán; y fue, pues, el idealismo de sus conceptos filosóficos, lo que le hizo
alinearse desde el primer momento con la línea leninista que denunciaba la
guerra capitalista en la
Conferencia de Zimmerwald.
No
se trata, evidentemente, de un idealismo burgués -ya sea en forma deciochesca o
romántica del XIX, el cual jugó un importante papel en la época de las
revoluciones liberales hasta 1848-. El espíritu de Gramsci fue socialista y
demócrata desde su adolescencia, a causa de una oscura rebelión interior por
las condiciones de miseria que tuvo que padecer en su niñez. Por eso su
recepción del idealismo alemán se encuentra emparentada con la ‘crítica de la
crítica crítica’ que realizó el joven Marx. Se trata de una interpretación
historicista de la dialéctica, como proceso de desarrollo de la humanidad en
medio de sus contradicciones, que lleva a la superación de la explotación y la
miseria de las clases dominadas, mediante el salto revolucionario a un orden
social nuevo.
Como
señala Lenin en su comentario a la filosofía de Hegel: ¡saltos!, ¡saltos!, ¡la
naturaleza da saltos! No es que el
cosmos tenga forma de batracio, sino la constatación de la validez perenne de
una idea tan antigua como el razonamiento humano: en determinadas condiciones, pequeñas
diferencias cuantitativas son capaces de producir grandes diferencias
cualitativas. De ahí que el periódico de Plejanov y Lenin se llamara en cierto
momento Iskra, la chispa.
Y
no es posible reducir esa idea de manera positivista, postulándola como una
orientación hermenéutica para la investigación científica –que lo es y muy
importante-. No es posible, porque hay hombres que como Gramsci han dado la vida
por ella, y pueblos que como el ruso asaltaron el cielo teniéndola por divisa.
Creyeron verdaderamente que podrían cambiar el mundo instaurando la justicia en
las relaciones sociales a través de la acción revolucionaria. La idea de que
podemos ser mejores aspirando al ideal, es necesaria para una mejora efectiva
de nuestras realidades mundanas. Y quien ignore el inmenso esfuerzo de la
humanidad por superar su estado de postración en el mundo de la naturaleza, no
merece ser llamado humano.
La
aspiración a los ideales no es mera confusión mental que pueda resolver
mediante un análisis lingüístico, para dejarnos tan tranquilos mientras las
cosas se arreglan solas gracias a la mano divina del mercado. Porque al hacer
ciencia social, nos estamos jugando la vida –como prueba fehacientemente la
historia humana y especialmente la biografía de Gramsci-; y no basta con la
ciencia positiva para dejarnos la piel por el camino: nuestra curiosidad no da
para tanto –no en general, aunque haya humanos para todo-.
Para
tratar lo humano en su total dignidad, solo acertaremos siendo humanos –ni dios
puede en eso ayudarnos, ni debe-; y para serlo necesitamos añadir a la ciencia
poesía, ideal, amor, y todo lo que conlleva de pasión, entrega y sacrificio.
Cuando de lo social se trata, somos morales… o no somos nada.
El
idealismo de los textos hegelianos nutrió de hambre de futuro y sed de justicia
a aquella generación de marxistas que promovió la gran época revolucionaria de
principios del siglo XX. Como también podemos comprobar en Historia y
conciencia de clase de George Lukács –el tercer gran autor de la época-.
Hoy
sabemos que aquellos hombres fueron demasiado optimistas, las gloriosas luchas
en las que se vieron envueltos son hoy polvo de la historia,… y creemos andar
con los pies sobre la tierra. ¡Ojala que eso no signifique que arrastramos
también nuestros pensamientos por el suelo! Andar como hombres es andar de pie
con la cabeza hacia el cielo.
Decía
Marx en su primera tesis sobre Feuerbach, que así como el materialismo proporciona
al ser humano un buen sentido de la realidad, el idealismo representaba el lado
activo de la humanidad, su capacidad para transformar la naturaleza. Y en
efecto, ¿no es el maravilloso idealismo del pueblo cubano, su entrega sin reservas
a la solidaridad internacional, su sacrificio en aras de la justicia y la
libertad para todo ser humano, su defensa intransigente de los Derechos Humanos
y la legalidad internacional, la mayor esperanza de la humanidad en estos
tiempos de tanta tribulación y desasosiego?
Pero
es claro que no todo es poesía. Necesitamos la ciencia: reconozcamos que la
sociología positivista y la economía de mercado –dos ciencias sociales al
servicio del capital-, así como la revolución informática de la industria
capitalista –que se produjo como una aplicación de los descubrimientos de la
lógica formal-, permitieron al imperialismo cantar victoria en la lucha de
clases del siglo XX cuando cayó el muro de Berlín. Aunque la partida todavía no
haya terminado…
En
todo caso, con el desarrollo del capitalismo neoliberal y posmoderno, la
coyuntura histórica se vuelve cada día más difícil. Así que no nos está
permitido equivocarnos. Es sabido que la ciencia capitalista tiene sus propios
valores: el individualismo egoísta y el valor de cambio. Da que pensar el éxito
que ha tenido esa reducción de la humanidad a un espectro en las hojas de
cálculos empresariales. Es la victoria del instinto de muerte, una tendencia
suicida que puede acabar con la vida en el planeta Tierra durante el siglo XXI
de nuestra era.
En
el terreno moral, válganos como ejemplo esa voluntad de Gramsci por continuar
su lucha anticapitalista a través de la escritura en las cárceles fascistas. Esa
lucha estaba preñada de futuro. Pero no minimicemos el legado científico que
nos transmiten sus textos. Conceptos importantes para comprender la vida social
de las clases subalternas, las formas de su lucha política por la emancipación y
las vías para obtener la victoria con la construcción de la nueva sociedad
socialista: bloque histórico (alianzas de clases), intelectual orgánico (el
papel de los intelectuales), Estado obrero (el poder organizado del
proletariado que garantiza el tránsito al socialismo), guerra de posiciones y
guerra de movimientos (estrategia y táctica de la lucha de clases), el análisis
de las instituciones para autoorganización de las clases subalternas (partido,
sindicato, sociedad civil), etc.
En
esos conceptos está contenida una de las lecciones más certeras de la filosofía
política moderna, acerca de las posibilidades y los medios para la construcción
del socialismo en las sociedades que han alcanzado un cierto nivel de
desarrollo capitalista. Más que el asalto leninista del poder estatal en la
fase de la acumulación primitiva de capital, es la paciente labor de
construcción de una sociedad alternativa que crece en el interior del viejo
modo de producción; como decía Marx que aparecieron las ciudades durante la
Edad Media , en los poros mismos de la
sociedad feudal. Ese desarrollo no excluye la revolución socialista, pero exige
un largo trabajo de preparación política.
Hoy
sabemos que la transición al socialismo es un largo proceso histórico. Sin
duda, ya ha comenzado, pero no sabemos cuando culminará y bajo qué formas
alcanzará su plenitud histórica. El voluntarismo político de los leninistas del
siglo XX quiso acortar el proceso, quemar etapas, adelantar acontecimientos; se
alimentó del cientificismo progresista de la burguesía revolucionaria y vivió
con el deslumbramiento de la conciencia al descubrir el secreto de la historia
en la teoría de Marx.
Pero
hay que saber que toda la ambigüedad de la teoría de Marx, no es más que la
garantía de la libertad humana. El reconocimiento del determinismo con que
evolucionan los acontecimientos históricos sirve de fundamento a la acción
humana en la conquista de la libertad. No otra cosa es la filosofía
racionalista desde los primeros pensadores en la Grecia clásica: si quieres
ser libre, conócete a ti mismo.
Pues
el motor de la historia es la economía: el desarrollo de las fuerzas
productivas determina el devenir de la humanidad –verdad inapelable-. Pero la
economía es la actividad colectiva de la sociedad sobre la naturaleza, una
acción organizada por mujeres y hombres que se reúnen, discuten, se pelean y se
ponen de acuerdo para actuar; la economía es en sustancia política, economía
política. Sobre esa base filosófica, los clásicos marxistas de aquella tercera
generación subrayaron el subjetivismo revolucionario. La reflexión de Gramsci
se dirige entonces a comprender los rasgos esenciales del sujeto humano de la
historia: el concepto de personalidad individual, los grandes movimientos
intelectuales que alimentaron las clases subalternas, el valor de la cultura
popular y el folklore, la forma del conocimiento y el método científico, el
significado del progreso y el desarrollo económico, etc. Y a través de esa
investigación el propio Gramsci elaboró una crítica de los fundamentos de la
ciencia política con su reflexión sobre la filosofía de la práctica, el
materialismo dialéctico –‘sentido común afinado por la reflexión crítica’-.
Por
todas esas razones, y otras que seguro olvido, Gramsci es un clásico marxista y
su lectura es imprescindible para quien quiera contribuir con su estudio a la
construcción un verdadero futuro humano.
Notas
- El juez fascista excarceló a Gramsci seis días antes de morir, gravemente enfermo por una afección pulmonar. A causa de una caída en la infancia, o por padecer desde niño una enfermedad, Gramsci tenía una salud frágil, padecía una deformación de columna y medía solo metro y medio