Lenin llegó en tren al centro de la revolución; Según las
crónicas apareció en la estación de Finlandia (Petrogrado) el 3 de abril de
1917. Nueve años más tarde, Walter Benjamin tomará notas sobre un mapa plantado
en los alrededores del Kremlin (Moscú); en el mapa hay decenas de lucecitas que
indican todas las ciudades que visitó Vladimir Ilich en vida. El mausoleo ya
había sido levantado en el corazón del imperio, pero Lenin debía ser inmortalizado
en todo el espacio ruso.
El territorio ruso no
es sólo cuantitativamente vasto, sino cualitativamente infinito, amorfo y
contradictorio. Como una aglomeración de periferias (poliperiferias), el
espacio ruso incluye culturas europeas, mediterráneas, islámicas, budistas,
mongolas, túrquicas, chinas o circasianas, por citar sólo unas cuantas.
Se dan, además, otras características que hacen aun más particular la concepción de dicho espacio: la ausencia de barreras naturales concretas, la dispar distribución de la población, las malas comunicaciones, y cierta suspensión o provisionalidad en la unión del espacio (ya que la cohesión es establecida por el poder del Estado más que por la condensación de culturas -Vladimir Kaganski).
Las distancias son muy grandes y las barreras naturales
demasiado vagas. Esto reconcilia a los rusos con el poder central, que siempre
aparece como referencia. También condiciona el modelo de desarrollo económico
del país (basado en recursos naturales y depredador), y la actitud hacia las
instituciones (pueblos Potemkin).
La posibilidad de escapar hacia nuevas tierras “libres” tuvo
varios resultados paradójicos: reducida consciencia cívica, separación radical
entre autoridades y pueblo, limitada responsabilidad de las instituciones
(Alexánder Ajiézer).
Según George Nivat cierto nomadismo pervive en la cultura
rusa (arquetipo de inestabilidad), pero "a los rusos no les importa
moverse porque en todas partes encontrarán lo mismo, en todas partes es posible
oler a Rusia", escribió Sergéi Soloviev.
Para Alexánder Herzen "Rusia es más un sujeto
geográfico que una autoridad histórica". El imperio ruso fue consecuencia
y víctima de su territorio. En última instancia, la extensión territorial no
sólo condicionó la no democratización del país, sino la propia confusión
identitaria (Geoffrey Hosking). Así, nación e imperio se mezclaron en el
imaginario ruso, en base a la interacción cultural y a la continuidad del
territorio (Mark Bassin).
Ya desde su origen,
la Rus’ era entendida como un espacio más que como un Estado (incluso bajo el
yugo mongol pervivió la idea de “Russkaya Zemlia” como remanente identitario
espiritual y lingüístico).
Consecuentemente, el
desarrollo de Rusia no fue un acto político, o económico, sino espacial. El
intento europeizador de Pedro I -la instalación simbólica de una capital en el
margen occidental y el desplazamiento de los bordes continentales hacia Oriente
(del Don a los Urales), acabó por propiciar la extensión hasta el Pacífico, y
lo que debía haber sido metrópolis europea y colonia sub-desarrollada derivó en
imperio euro-asiático.
La exclusividad rusa quedó entonces legitimada mirando a un
mapa. Su destino era manifiesto, su soberanía mística, y su territorio inmenso.
En dicho mapa perviven varios referentes espaciales -los Urales, la línea del transiberiano, el lago Baikal, los montes caucásicos, el Mar Negro y por supuesto el Volga; Y aun así, en el imaginario ruso el movimiento aniquiló la cultura del espacio.
La falta de sentido espacial persiste (vaguedad en las
distancias y en las fronteras, requerimiento de registro de residencia, escala
inhumana de las ciudades, extrema desigualdad regional…); tras el colapso de la
URSS (síndrome post-imperial) la carencia se vio aun acrecentada. Para Sergéi Medvedev,
esta falta de sentido espacial es juez y parte en la irracionalidad de la vida
cotidiana rusa, aunque hay quien prefiere describirla como la última broma de
Gógol.
Este libro es una colección de paisajes narrados, junto a
una tesis (evocadora) sobre la invasiones del territorio asiático (con
Alejandro Magno como leitmotiv). Respetando el canon ruso, el relato se inicia
con un viaje a Tuvá, para preparar la estancia de un grupo de jubilados
norte-americanos interesados en chamanismo.
Las descripciones y anécdotas son de carácter geo-poético, sumando
periodismo y antropología.
Para el autor, Asia aparece como un enamoramiento, como el
sueño de un paisaje, creando una especie de eurasianismo alejandrino que
–paradójicamente- puede acabar en pesadilla (síndrome de los Urales).
"Para dar con Asia no basta con alcanzar Pervouralsk y
recordar que justo aquí, en los Urales, pasa la frontera simbólica que corta
nuestro doble continente, con sus dos maneras de respirar. Nada de eso. En
términos geográficos, Asia se asoma a veces más lejos a veces más cerca (es
probable que el Volga sea una divisoria más exacta), pero lo importante es que
esa divisoria atraviesa la conciencia" (Pág. 17).
"Gengis Khan le preguntaba a su consejero Toniukuk a qué se debía dar preferencia, y este le contestaba sin dudarlo que sólo en el movimiento perpetuo está contenida la fuerza: El haber resistido siempre se lo debemos justamente a que somos nómadas, a que nos movemos en busca de agua y de hierba, no tenemos residencia fija y vivimos de la caza" (Pág. 59).
"Asia: la belleza primigenia. Europa: una belleza manual. Asia: un espacio abierto de par en par en todas las direcciones y un tiempo no realizado, un tiempo que se diría que nunca se ha desplegado, que no conocía la historia y se había conservado intacto desde la creación del mundo, como una potencia abierta al desarrollo de un argumento histórico. Europa: un espacio bloqueado y un espacio fijado tantas veces, que la densidad de sus marcadores produce una sensación de ahogo, como si te faltara el aire" (Pág. 67).
![]() |
http://rusiahoy.com/articles/2012/01/11/espacio_ruso_un_idioma_y_varias_maneras_de_respirar_15140.html |