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La princesa y el guisante Sara Ruano |
La noche es la oscuridad, la amenaza, un mundo no controlado
por la razón, y todos los niños la temen. Llega la hora de acostarse y, a causa
de ese temor, no quieren quedarse solos en sus camas. Es el momento de los
cuentos, que son un procedimiento retardatorio. Quédate un poco más, es lo que
dicen los niños a los adultos cuando les piden un cuento. Y el adulto, que
comprende sus temores, empieza a contárselo para tranquilizarles. Muchas veces
improvisa ese cuento sobre la marcha, pero otras recurre a historias que ha
escuchado o leído hace tiempo, tal vez las mismas que le contaron de niño los
adultos que se ocupaban de él. En esas historias todo es posible, que los
objetos vivan, que hablen los animales, que los niños tengan poderes que
desafían la razón: el poder de volar o de volverse invisibles, el poder de
conocer palabras que abren las montañas, el poder de burlar a gigantes y brujas
y de ver el oro que brilla en la oscuridad de la noche. Lo maravilloso hace del
mundo una casa encantada, tiene que ver con el anhelo de felicidad. El adulto
quiere que el niño que ama sea feliz y ese deseo le lleva a contarle historias
que le dicen que es posible encontrar en el mundo un lugar sin miedo. Son
historias que proceden de la noche de los tiempos.
Han pasado de unas
generaciones a otras, y se mantienen tan sugerentes y nuevas como el día en que
fueron contadas por primera vez. El que narra, escribe Walter Benjamin, posee
enseñanzas para el que escucha. La enseñanza de La Bella y la Bestia es que hay
que amar las cosas para que se vuelvan amables; la de La Bella durmiente que en
cada uno de nosotros hay una vida dormida que espera despertar alguna vez; la
de La Cenicienta, que lo que amamos es tan frágil como un zapatito de cristal,
y la de Hansel y Gretel que hay que tener cuidado con los que nos prometen el
paraíso, con frecuencia esas promesas son una trampa donde se oculta la muerte.
Peter Pan nos dice que la infancia es una isla a la que no cabe volver; Pinocho, que no es fácil ser un niño de verdad; La Sirenita que no siempre tenemos alma y que, cuando esto ocurre, se suele sufrir; y Alicia en el País de las Maravillas, que la vida está llena de repuestas a preguntas que todavía no nos hemos hecho.
Peter Pan nos dice que la infancia es una isla a la que no cabe volver; Pinocho, que no es fácil ser un niño de verdad; La Sirenita que no siempre tenemos alma y que, cuando esto ocurre, se suele sufrir; y Alicia en el País de las Maravillas, que la vida está llena de repuestas a preguntas que todavía no nos hemos hecho.
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Caperucita roja por Galia Zin'ko |
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Blancanieves por Benjamin Lacombe |
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El paseo de Rosalia por Pat Hutchins |
C. G. Jung ha dicho que uno de los dramas del mundo moderno
procede de la creciente esterilización de la imaginación. Tener imaginación es
ver el mundo en su totalidad. Los cuentos permiten al niño abrirse a ese flujo
de imágenes que es su riqueza interior y aprender la realidad más honda de las
cosas. Toda cultura es una caída en la historia, y en tal sentido es limitada.
Los cuentos escapan a esa limitación, se abren a otros tiempos y otros lugares,
su mundo es transhistórico. Por eso sus personajes son eternos peregrinos, como
el alma de los niños. "Alma se tiene
a veces. / Nadie la posee sin pausa / y para siempre", escribe Wislawa
Szymborska. El poder de la poesía es dar cobijo a esa alma que busca un sitio
donde pasar la noche antes de volverse a marchar. Y es en los cuentos de hadas
donde se narran, de una forma más pura, esas andanzas del alma.
Título original: “Una casa de palabras”
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http://www.elpais.com/articulo/opinion/casa/palabras/elpepiopi/20120108elpepiopi_11/Tes |