
Paco Gómez Nadal
El destello haitiano duró 48 horas: lo que el sex appeal
noticioso de un dramático aniversario aguantó. Crónicas descarnadas, imágenes
tópicas, haitianos incapaces de sobrevivir por sí mismos, críticas a la
lentitud de la llamada “reconstrucción” sin apuntar culpables claros, y unos
cooperantes siempre valerosos a los que hay mucho que agradecer. Eso fue lo que
se contó el 12 de enero, dos años después del terremoto que recordó el sismo
colonial al que está expuesto el primer país independiente de las Américas.
¿Hay algo más? Si la historia de Haití es la de las paradojas de la
geopolítica, no podía ser menos la conmemoración del terremoto que el 12 de
enero de 2010 acabó con unas 300.000 vidas y lastró aún más el futuro de la
mitad francófona de La Española.
Pocos medios relataron que este 12 de enero
cientos de haitianos se manifestaron por las calles de Puerto Príncipe
exigiendo vivienda y políticas sociales al presidente Michel Martelly y a su
recién estrenado primer ministro, Garry Conille. Era difícil que el cantante
pop reconvertido en mandatario y que el asesor personal durante años de Bill
Clinton pudieran escuchar las reclamaciones porque estaban en los actos
oficiales celebrados en Morne St. Christophe, en la ciudad de Ti Tanyen, al
norte de la capital.
No estaban solos Martelly y Conille. Allí se reunieron con
el enviado especial de Naciones Unidas para Haití, el ex presidente de Estados
Unidos Bill Clinton, con el ex dictador Jean Claude Duvalier, conocido como
Baby Doc, y con el ex general golpista Prosper Avril.
En la protesta popular, el secretario de la Plataforma de
Organizaciones Haitianas de Derechos Humanos, Antonal Mortimé, rechazó “la
política imperialista” que disfraza la “reconstrucción”. No es difícil conectar
esa denuncia con la imagen paradójica no publicada de Clinton estrechando la
mano de Baby Doc en el acto oficial, quien, desde su regreso al país hace 13
meses, está en un supuesto y laxo arresto domiciliario. Paradójico apretón de
manos porque Jean-Claude (dictador entre 1971 y 1986) tiene un largo prontuario
de “torturas, desapariciones forzadas, muertes bajo custodia, detenciones
arbitrarias y homicidios”, según el último informe de Amnistía Internacional
“Usted no puede matar la verdad”. O quizá, sólo quizá, todo es más lógico de lo
que parece porque Clinton, además de ser el enviado de la ONU en Haití, tiene
una vieja relación con este país y sus modelos de fracaso.
Bill Clinton era el inquilino de la Casa Blanca cuando se
decidió invadir Haití en 1994 para deponer al golpista Raoul Cédras y llevar a
la presidencia al electo Jean-Bertrand Aristide (al que luego desbancó otra
invasión de Estados Unidos en 2004). También es el que reconoció ante el
Congreso de su país hace dos años que la estrategia política estadounidense
había arruinado a los campesinos haitianos y provocado una grave y permanente
crisis alimentaria. Las lágrimas de aquella comparecencia las secó a punta de
giras a Haití con diseñadores de moda, actores y presentadores de televisión en
una especie de “humanitarian washing” de máxima rentabilidad (como la
escandalosa campaña de la diseñadora de moda Donna Karan). Por último, Clinton
es el mismo que en octubre de 2009 llevó a 200 inversores para convencerlos de
utilizar Haití como centro para sus maquilas y ensambladoras aprovechando el
bajo coste de la mano de obra y el acta Hope II, firmada en 2008 y que permite
la exportación a Estados Unidos sin impuestos durante diez años. La del ex
presidente estadounidense no era una propuesta innovadora, en realidad ese fue
el modelo “productivo” de la dinastía de los Duvalier durante los 29 años que
se sostuvo en el poder con la ayuda de Washington.
La reconstrucción
interesada
Ese Clinton es el gran responsable de coordinar las ayudas
internacionales como presidente de la ahora temporalmente paralizada (por los
desencuentros con el Parlamento de Haití) de la Comisión Interina para la
Reconstrucción de Haití y, por si faltaba algo, es uno de los ejecutivos
estadounidenses que forma parte del Consejo Presidencial de Haití para el
Crecimiento Económico. Unas ayudas prometidas de las que, según hemos escuchado
hasta la saciedad, sólo ha llegado el 50%. No ha sido tan notorio el extraño
hecho de que sólo el 1% de las ayudas a la reconstrucción hayan sido
gestionadas por el Gobierno o por organizaciones haitianas, según denuncia
Haití Grassroots Watch.
Quizá por eso no es tan paradójico que antes de abrazarse
con Baby Doc en Morne St. Christophe, el pasado 12 de enero, Clinton viajara
con el primer ministro Conille y con el representante de la ONU, el chileno
Mariano Fernández, a inaugurar la nueva fábrica de Timberland en el flamante
Parque Empresarial Caracol, que le costó a la cooperación unos 190 millones de
dólares. Caracol está ubicado muy cerca de Ouanaminthe, en la frontera con la
República Dominicana, de donde aprovecha la energía eléctrica y otras
infraestructuras, y desde que se inauguró en noviembre de 2011 ya ha estrenado
la maquila de la asiática textil SAE-E (que exporta sólo a Estados Unidos) y la
flamante maquila de Timberland. Garet J. Brooks, ejecutivo de la empresa de
zapatos todo terreno de lujo, se mostró orgulloso de dar empleo a 159 personas
a un salario de 5 dólares al día (con suerte unos 120 dólares al mes), que
coserán botas que se venden en Estados Unidos a una media de 220 dólares el
par.
David Wilson, analista y autor del libro Políticas de
inmigración: Preguntas y respuestas, apunta una teoría menos “samaritana”: Para
el plan de la ONU no quiere crear puestos de trabajo, sino reubicarlos.
Mientras un inmigrante haitiano en Estados Unidos puede ganar un salario digno
y ayudar a los suyos, un haitiano que trabaja en las nuevas maquilas de la
reconstrucción está condenado a la pobreza. Paul Colier, economista de la
Universidad de Oxford y autor de un interesante estudio para la Secretaría
General de la ONU, cree que la clave del proyecto de Clinton está en los
fundamentos propicios de Haití: “la pobreza y mercado de trabajo relativamente
no regulado”, “los costos laborales que son competitivos con China [y la mitad
de Dominicana]” y que “está a las puertas de Estados Unidos”. Haití es la
“única economía de bajos salarios en la región”, escribía Collier para The New
York Times, lo que convierte a sus maquilas en las únicas competitivas.
Ejército y seguridad
jurídica
Las grandes inversiones que buscan la ONU, la Fundación
Clinton y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) precisan de “seguridad”.
El mantra de la seguridad y de la seguridad jurídica rellenan los discursos
oficiales. Por ejemplo, el nuevo ministro de Exteriores de Haití, Laurent
Lamothe, justificó la insistencia de Martelly en levantar al extinto ejército
del país de esta forma: “Los empresarios quieren sentirse seguros, y sus
edificios deben estar protegidos. A fin de que se sientan seguros, deben tener
el personal para salvaguardarlos”.
También la disculpa de la seguridad es la que justifica la
presencia en Haití de la tercera misión militar más numerosa de la ONU en el
mundo (después de Darfur y Congo): 12.270 efectivos que han costado en los
últimos dos años unos 1.500 millones de dólares.
La “seguridad jurídica” y “física” para los inversores es
fundamental, pero es paradójico que se invierta tanto (el presupuesto anual de
la Misión de la ONU en Haití -Minustah- dobla al del Gobierno de ese país) en
el país menos violento de la región. Haití tiene una tasa de muertes violentas
de 6,2 por cada 100.000 habitantes mientras que República Dominicana tiene una
tasa de 28; Brasil y Puerto Rico de 26,2; México, 18 o Venezuela, 67. Es
posible que sólo sea para los inversores porque los ciudadanos de Haití le
tienen miedo a la Minustah. Las denuncias por violaciones, abuso sexual,
intercambio de comida a cambio de drogas, alcohol o sexo, o uso excesivo de la
fuerza se han multiplicado desde que la Minustah llegara a Haití en 2004 a
poner orden en el caos que dejó sembrada la última invasión estadounidense. Lo
que la misión de estabilización de la ONU ha distribuido sin pudor ha sido el
Vibrio Cholerae, la cepa del cólera que llegó con los cascos azules nepalíes y
que ya ha matado a casi 7.000 personas y ha afectado a otras 514.000. El
informe científico encargado por la
propia ONUconfirmó en mayo de 2011 este extremo, pero los altos mandos de la
Misión siguen negando los hechos.
Entre la ocupación y
los fantasmas
El círculo se cierra. Es difícil entender el modelo de
intervención extranjera tras el terremoto. Clinton informó que de los 2.400
millones de dólares de financiación humanitaria recibidos, “el 34 por ciento
fue reembolsado de nuevo a los propios entes donantes civiles y militares para
la respuesta al desastre, el 28 por ciento se le dio a las agencias de las
Naciones Unidas y organismos no gubernamentales (ONG) para determinados
proyectos de la ONU, el 26 por ciento fue entregado a los contratistas privados
y otras organizaciones no gubernamentales, un 6 por ciento se presentó como
servicios en especie a los beneficiarios, el 5 por ciento a la comunidad
internacional y las sociedades nacionales de Cruz Roja, un 1 por ciento se
presentó al Gobierno de Haití, cuatro décimas de un 1 por ciento de los fondos
se destinaron a organizaciones no gubernamentales de Haití”.
Algunas organizaciones, como Oxfam, insinuaron en estos días
que con el Gobierno haitiano no se puede contar mucho: son desordenados y
caóticos, corruptos… ya se sabe. Lo que no se planteó en el debate sobre la
reconstrucción es el hecho de que Michell Martelly es presidente porque así lo
decidió la Organización de Estados Americanos, que coló al cantante pop en la
segunda vuelta electoral de forma irregular. Martelly, antes conocido como
Sweet Mickey, era descrito por Francisco Peregil en El País de este descarnado
modo: “Estudió hasta el Bachillerato, intentó sin éxito estudiar varias carreras
y fue expulsado del Ejército de Haití por dejar embarazada a la hija de un
general, aprendió a tocar de oído los teclados y se convirtió en el rey del
ritmo kompa en su país”.
También contaba Peregil que Martelly era buen amigo de altos
mandos de los escuadrones de la muerte de los Duvalier y después hemos visto
cómo eligió de primer ministro a Garry Conille, amigo personal y asesor de
Clinton y con relaciones familiares con el viejo régimen sangriento.
Los líderes sociales más críticos en Haití ven una relación
directa entre el modelo de gobierno, el modelo de cooperación internacional y
la presencia de Duvalier en el país. Didier Dominique, dirigente de la Central
Sindical Batay Ouvriye, hace acusaciones muy graves. Recuerda que Conille es
hijo de un macout duvalierista, que uno de los hijos de Duvalier está
trabajando en el gabinete de Martelly (Nicolas Duvalier, de 28 años, es asesor
personal de Martelly), así como varios ex altos cargos del gobierno dictatorial
de Baby Doc. Según el sindicalista, Martelly “aplica los mismos métodos de
Duvalier, o sea, la fuerza y la dictadura. Por ejemplo, en el campo los
duvalieristas regresan a recuperar sus tierras. Y, ahora, con la policía y la
Minustah, los latifundistas de antes vuelven a hacer una contrarreforma
agraria. La Minustah da apoyo al desalojo de los campesinos de sus tierras”.
En todo caso, en un país-maquila no caben campesinos y en el
promisorio futuro del que construirán los inversores extranjeros del que suele
hablar Martelly no habrá espacio para resentimientos… ni para fantasmas.
Paco
Gómez Nadal es periodista. En FronteraD ha escrito, entre otros, los reportajes
Haití, de la catástrofe a la hecatombe y La grosera realidad. Crisis en Panamá.
En FronteraD mantiene desde hace más de dos años el blog Otramérica. Es el
principal impulsor de la web Otramérica
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