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Ahmadineyad ofrece una conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana |
En un esfuerzo por vencer el aislamiento, el presidente de
Irán Mahmoud Ahmadineyad desplegó un periplo por cuatro países
latinoamericanos: Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador. Repudiada por Estados
Unidos y manipulada por la gran prensa internacional, la gira sirvió para
mostrar lo que muchos sabíamos: al imperio no le interesan los argumentos,
prefiere la guerra.
Obviamente, Ahmadineyad no viajó 15 000 kilómetros dejando
su país al borde de la guerra para hablar de negocios, vender tractores ni
comprar uranio, fue a lo que le interesa: a hablar de paz y a promover cerca de
Estados Unidos una agenda alternativa. Fidel Castro lo confirmó: “En el
encuentro de ayer observé al Presidente iraní absolutamente sosegado y
tranquilo…del tema bélico apenas habló...”
Ahmadineyad, Castro, Chávez ¡Vade
Retro! La diplomacia imperial recuerda la Epístola los Hebreos destinada a
predicar a los conversos. El G-8, el G-20 y otros foros multilaterales se
reúnen para hablar entre ellos y dar fe de lo seguro que están de saber cómo
manejar a adversarios con los cuales nunca hablan ni negocian. Así ocurre con
Siria e Irán para citar los casos más recientes. ¿Por qué no convocar a un
conclave vinculante del G-20 o del Consejo de Seguridad + Ahmadineyad?
En Cuba hemos vivido esa experiencia: en 50 años 11
presidentes norteamericanos, cuatro de los cuales se reeligieron formando 14
administraciones, nunca hicieron la menor gestión para hablar con Fidel Castro
y escuchar sus argumentos. Ellos tuvieron mucha voluntad para imponer sus
puntos de vista y ninguna para escuchar los del otro. Los resultados están a la
vista.
Lo curioso es que en ese mismo período, miles de
personalidades de todos los colores políticos, cientos de ellos
norteamericanos, entre los que estuvieron figuras tan conspicuas e
insospechadas de déficit intelectuales o ingenuidad política como Ernest
Hemingway, Robert McNamara, George McGovern, Wayne Smith, así como brillantes
periodistas, abogados, diplomáticos, congresistas, catedráticos, profesores,
líderes religiosos, generales y otros que quedaron satisfechos con los
argumentos del líder cubano, aun cuando no compartieran sus motivaciones
ideológicas ni sus proyectos políticos.
El Papa polaco, Juan Pablo II, conocedor de los entresijos
del socialismo real, al parecer aburrido de la cháchara acerca de la presunta
intolerancia religiosa de Fidel Castro, hizo las maletas, tomó el báculo, se
fue a La Habana y todo cambió, obrando así los milagros que sólo el diálogo
franco y directo pueden obrar.
¡Apréndase del Papa!
¡Apréndase del Papa!
Hablar entre consortes, amigos o socios tiene sentido aunque
carece de meritos diplomáticos, lo tiene en cambio dialogar con los adversarios
y alcanzar mediante la negociación aquello que la guerra y la arrogancia no
pueden ofrecer. Si alguna vez Obama dijera que está dispuesto a hablar con
Irán, Corea, Siria, Venezuela o Cuba, aconsejaría a los líderes concernidos
preguntarle dos cosa: ¡Hora y lugar!
Durante décadas hemos escuchado diatribas más o menos
argumentadas acerca de decisiones políticas que aunque fallidas tuvieron el
merito de promover diálogos y hacer concesiones para tratar de impedir la
guerra.
No incurriré en el error de defender lo indefendible aunque
puedo contextualizar la “Política de Apaciguamiento” desplegada por los
primeros ministros de Gran Bretaña y Francia, Arthur Neville Chamberlain y
Edouard Daladier, para tratar de contener a Hitler sin ir a la guerra y la
actuación de Stalin que pagando altos precios políticos hablaron y pactaron con
sus enemigos acuerdos que a la postre resultaron inútiles, no por culpa de
quienes arriesgaron su credibilidad en aras de la paz, sino por la doblez y la
mala fe del fascismo.
En la búsqueda de la paz, cuando no se trata de retorica y
propaganda sino de respuestas ante crisis concretas, las horas y la moderación
son decisivas, los líderes implicados actúan en tiempo real y echan sobre sus
hombros responsabilidades inmensas, se necesita de voluntad política, entereza
y talento, no para concertar con los aliados la agresión, sino para dialogar
con los adversarios y ganar la guerra evitándola, no para usar la fuerza, sino
para abstenerse de hacerlo.
Cuentan que Antonio Maceo, el más intrépido de los generales
del Ejército Libertador de Cuba durante el exilio en Costa Rica, fue humillado
por un petimetre. El combatiente que nunca vaciló en cargar al machete contra las
columnas realistas se abstuvo de responder violentamente y comentó: “Necesité
más valor para contenerme del que hubiera requerido para aplastarlo”. Cierta o
no la anécdota es preciosa.
Hay muy pocas personas habilitadas para aconsejar al
presidente de Estados Unidos, el hombre políticamente más poderoso del planeta;
alguno de ellos debiera decirle: “¡Hable usted con Ahmadineyad!”. “No pierda la
oportunidad de pasar a la historia no por arrasar con bombas siete mil años de
civilización, sino por haber evitado otro holocausto”. Allá nos vemos.