
Parece que los hechos nos van dando la razón. La guerra
contra Afganistán se mostró a todas luces injusta e injustificable. Pero,
enloquecidos una vez más, se fueron a
ella. Y quisieron persuadirnos de que
había razones para ir a ella. Pero,
inútilmente. La gente sabe que el camino de la guerra es bárbaro e inhumano. Lo
han estando gritando a diario centenares
y centenares de soldados caídos en Irak y en Afganistán hasta hoy. El desfile
televisivo de los muertos agitaba la conciencia de la sociedad estadounidense y
Bush, para tapar lágrimas y silenciar protestas, decidió prohibirlo.
Está claro que, en este momento, el imperialismo
estadounidense sigue siendo -todavía- padrino del mundo. Pero, por muy padrino
que sea, se le puede replicar que la política de las naciones no se mide por
sus palabras (la retórica de sus promesas y supuestos ideales), sino por la
realidad de sus hechos. Y los hechos
lucen en Estados Unidos una cartelera
ingente de invasiones, golpes de Estado, apadrinamiento de dictaduras, derrumbe
de regímenes democráticos, asesinatos de líderes populaes, etc.
Nadie quizás tan
indicado para hablar de esto como Robert Browman, que antes de ser obispo había
sido piloto de cazas militares y realizó 101 misiones de combate en la guerra de
Vietnam. Escribió a Bill Clinton:
«Usted ha dicho que somos blanco de ataques porque defendemos la democracia, la libertad, los derechos humanos. ¡Eso es absurdo! Somos blanco de terroristas porque, en buena parte del mundo, nuestro gobierno defiende la dictadura, la esclavitud y la explotación humana. Somos blanco de terroristas porque nos odian. Y nos odian porque nuestro gobierno hace cosas odiosas. ¡En cuántos países agentes de nuestro gobierno han destituido a líderes escogidos por el pueblo cambiándolos por dictaduras militares fantoches que querían vender su pueblo a sociedades multinacionales norteamericanas! Hemos hecho eso en Irán, en Chile y en Vietnam, en Nicaragua, y en el resto de las «repúblicas bananeras» de América Latina. País tras país, nuestro gobierno se opuso a la democracia, sofocó la libertad y violó los derechos del ser humano. Esta es la causa por la cual nos odian en todo el mundo. Por esta razón somos blancos de los terroristas. En vez de enviar a nuestros hijos e hijas por el mundo a matar árabes y obtener así el petróleo que hay bajo su tierra, deberíamos enviarlos a reconstruir sus infraestructuras, beneficiarlos con agua potable, alimentar a los niños en peligro de morir de hambre. Esta es la verdad, señor Presidente. Esto es lo que el pueblo norteamericano debe comprender» (National Cattholic Reporter, 2 de octubre de 1998).
Con no menor fuerza escribe el mundialmente conocido teólogo
Leonardo Boff:
“Si miramos la historia de más de un siglo, nos damos cuenta de que el Occidente como un todo, y particularmente los Estados Unidos han humillado a los países musulmanes del Medio Oriente. Controlaron sus gobiernos, tomaron su petróleo y montaron inmensas bases militares. Dejaron tras de sí mucha amargura y rabia, caldo cultural para la venganza y el terrorismo. Lo terrible del terrorismo es que ocupa las mentes. En las guerras y las guerrillas se necesita ocupar el espacio físico para triunfar efectivamente. En el terror, no. Basta ocupar las mentes, distorsionar el imaginario e introyectar miedo. Los estadounidenses ocuparon físicamente el Afganistán de los talibanes e Irak, pero los talibanes ocuparon psicológicamente las mentes de los estadounidenses. Se realizó desgraciadamente la profecía que hizo Bin Laden el 8 de octubre de 2002: «Estados Unidos nunca más se sentirá seguro, nunca más tendrá paz». Hoy es un país rehén del miedo que se ha difundido”.
Estados Unidos se
sale por todos los lados del Orden Internacional de la ONU. No respeta la
soberana igualdad de las naciones. Su camino para seguir manteniendo su
hegemonía es otro: las armas, sus ejércitos, sus flotas, sus más de 800 bases
militares en todo el mundo, su refinada tecnología militar con un presupuesto
mayor al resto del mundo, su poder mediático que controla el 80 % de las
agencias mundiales y las espantosas guerras últimas de Irak y n Afganistán. (No
ignoro todo lo que ha supuesto de novedad y esperanza la llegada de Obama a la
presidencia de Estados Unidos, pero como es fácil entender Obama tiene el cargo
y no el poder. Ese poder es más que él y le circunda con todo su peso,
estructuras e intereses en contra) .
Si nos permitieran conocer los horrores perpetrados en os
últimos 12 años en Irak y Afganistán, podríamos contemplar a qué extremos de
vileza y barbarie hemos llegado: uso de bombas nuevas espeluznantes, hambrunas
masivas, desplazamientos agónicos desesperados, bloqueo de la ayuda
internacional, más de 30 bombardeos diarios indiscriminados. ¡Verdadero
genocidio!
Y todo esto, para que el mundo entienda que no hay otra
ruta:
“Cuando en nuestras posesiones se cuestiona la quinta libertad (la libertad de saquear y explotar) los Estados Unidos suelen recurrir a la subversión, al terror o a la agresión directa para restaurarla” (Noam Chomsky).
Esta realpolitik
suele ir acompañada del hecho de que otros Gobiernos occidentales con
experiencia larga en esa asignatura, aparecen cómplices y serviles. Reverencian
al emperador. Y aunque Obama vaya por otro camino, se notan clavados en los
huesos de Europa los dictados imperialistas.
Todos recordamos cómo el 15 de febrero de 2003 resonó en
España y en el mundo entero, un NO
atronador contra la guerra; era la voz del pueblo (proveedor de las
víctimas). Momentos como ese del 15 de febrero levantaron muchas esperanzas,
parecía apuntar allí un nuevo horizonte que cerraba para siempre la fosa del
odio: partidarios de la vida, nunca jamás de la muerte.
¿No habremos de volver a la calle, a las plazas públicas, al
universo entero, ahora que parecen sonar de nuevo los tambores de guerra contra
Irán, y unir corazones, gargantas, manos
y pies para impedir que una élite ensorbebecida promueva el estallido de una
nueva locura? ¿No es hora de ir preparando otro 15 de febrero?
La humanidad es una. O nos salimos de la dialéctica perversa
del eje del Bien y del Mal ( buenos y malos) o el odio y la guerra son
imparables. El punto de mira es la humanidad global, no Occidente ni Oriente,
no los unos contra otros, sino todos unidos para construir entre todos una vida
y convivencia dignas, justas, libres y pacíficas.
Es un sueño, pero tenemos recursos para hacerlo efectivo.
¿Qué no se podría haber hecho en el Tercer Mundo con el presupuesto de EE. UU.
de setecientos mil millones de dólares al año,
que supera al resto del mundo? O atendemos a los problemas reales de la
humanidad o seguiremos sembrando de miseria, esclavitud y guerras desquiciantes
el planeta tierra. El aliento más primigenio de nuestro ser confirma que el
mundo no es excluyente nidisociador sino integrador y solidario; o convivimos
como hermanos o seguiremos exterminándonos como lobos al calor de las fogatas
de la guerra.
El tiempo del
endiosamiento particularista (nación, raza, religión, clase, género ) pasó. No
sirve para el futuro. La vocación de la familia humana es la UNIDAD.
“Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombre no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. El psicoanálisis no tiene motivo para avergonzarse por hablar aquí de amor, pues la religión dice lo propio: Ama a tu prójimo como a ti mismo. La guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra no es una repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia inconstitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir” (S. Freud).
Benjamín
Forcano es sacerdote y teólogo.
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