
Javier Aparicio Maydeu
Aventura alguna que otra
conjetura, sí, pero en realidad el incontestable interés que reviste K. reside
en su voluntad de glosar los textos de Kafka de la mano de una exégesis que
haga las veces de aparato de notas al pie que iluminen la obra kafkiana sin necesariamente
interpretarla. El propósito esencial de Calasso en esta ocasión no es otro que
el de evitar cualquier sobreinterpretación de unos textos que, por su
ambigüedad semántica tanto como por su falta de apoyaturas espacio-temporales,
invita a la especulación y a la defensa a ultranza de lecturas desaforadas,
interpretaciones cautivas de tal o cual escuela crítica o devaneos y
hermenéuticas que azuzan la imaginación más de la cuenta.
Calasso llama al sentido
común del lector competente y lo invita a disfrutar con una lectura ad litteram
de las principales obras del autor de La metamorfosis, que por otra parte se
movió siempre en escenarios cotidianos de la vida doméstica, más obsesionado
con trascender su realidad diaria en los textos que con sacar baldíos frutos de
la fantasía ("nombrar lo mínimo y en su pura literalidad. Era necesario
limitarse a lo más cercano, circunscribir el área de lo nombrable. En aquello
que se nombra —una taberna, una diligencia, una oficina, una habitación— se
concentraría una energía inaudita"). Fijémonos en la obsesión por el
detalle, en la reiteración, en el uso del espacio como signo y ya no como
decorado, sugiere Calasso, quien recuerda cargado de razón que el narrador
checo leyó con deleite a Dickens y a Dostoyevski, que no debiera caer en saco
roto que su interés por relatos fantásticos como los que concibió Poe fue nulo,
y que escribió El castillo (1922) con un estilo que los preceptistas más
puntillosos adscribirían todavía a un realismo más o menos canónico despojado,
eso sí, de la tiranía de la mímesis. Que el lector lea a Kafka no dejándose
tentar, en fin, por lecturas sesgadas constituye el empeño principal de K.,
última entrega de esa suerte de tetralogía que nació en 1983 con Las ruinas de
Kash, un ensayo sobre el poder con hechuras de relato cuya forma experimental y
transgenérica vienen a compartir los demás títulos, y que ha continuado con su
libro más aclamado y más novelesco, Las bodas de Cadmo y Harmonia (1988),
eruditísimo paseo por la mitología griega, y Ka (1996), aquel espeso tratado en
torno a las religiones hindúes que disuadió a muchos de sus lectores de
acompañarlo en una aventura que algunos llegaron a tildar de complacida
chinoiserie, pero que, tras la lectura de La literatura y los dioses (2000) y
ahora de K., adquiere una coherencia palmaria en el conjunto de su obra, que
persigue por encima de todo una lectura transversal e interdisciplinar aún
sumamente escasa en nuestro ámbito, si bien imprescindible a la hora de
entender el alcance de textos complejos como los de Kafka, por ejemplo, para
los que dice que resultan "mucho más importantes los textos indios que los
occidentales, mucho más que Hegel".