
Vicky Peláez
“Cuando el oro apoya una causa, la elocuencia
es impotente”: Publilius
Syrus
La historia del mundo ha
estado ligada siempre al oro, metal que ha actuado como un perpetuum módem de la evolución de las civilizaciones. En la mítica
universal el sol y el oro fueron identificados con mandato divino. Y el oro
significaba la señal de alteza de su poseedor discernida por la voluntad
celeste. Es decir, desde el comienzo de las civilizaciones el oro ha sido un
símbolo y, por supuesto, un instrumento de poder y causa de sangrientas luchas por poseerlo.
El oro ya era sagrado
desde la edad de cobre (4,500 A.C.). Para los griegos y romanos sus dioses
estaban hechos de oro, de acuerdo a Ernesto Milà. Según el poeta griego Homero,
la túnica, la balanza y el látigo de Zeus eran de oro igual como el escudo de
Apolo, las riendas de Artemis, las sandalias de Atenea y el látigo de Poseidón.
El historiador y biógrafo romano, Caius Suetonius escribió que el edificio
destinado a glorificar a Mitra, que en Persia e India era el dios de la luz
solar, estaba cubierto de oro. Para otras culturas, como la judía, el oro era
más terrenal a pesar de todos los esfuerzos de Moisés de darle el símbolo
divino. El mismo Abraham, según Génesis, era rico porque poseía oro y rebaños.