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Honoré de Balzac por David Levine |
Paloma Torres
Al escribir sobre un
libro que ha resistido ya al paso del tiempo, que ya se le ha impuesto, el
crítico lo tiene algo más fácil, pues no ha de aventurarse a juzgar si las
páginas que tiene delante sobrevivirán o se olvidarán. Un clásico despliega un
universo creativo de reconocido valor ante el que resulta sencillo simplemente
constatar y asentir. Pero, al mismo tiempo, qué difícil leer El coronel
Chabert, de Honoré de Balzac, que ha reeditado Funambulista, aislándolo
precisamente de lo anterior, del maestro ya conocido y del resto de personajes
de La comédie humaine, permitiendo solo que se le meta a uno dentro, sin
prejuzgarla, la triste historia del Coronel Chabert, que una vez muerto decide
volver a tocar las puertas de los vivos y suplica un reconocimiento:
“– Caballero –le
dijo Derville-, ¿a quién tengo el honor de hablar?
– Al Coronel
Chabert.
– ¿A cuál Chabert?
– Al que murió en Eylau-
respondió el anciano. Al oír esta singular frase, el procurador y su pasante se
dirigieron una mirada que significaba: ‘¡Es un loco!’”.
La primera lectura ha de
ser siempre pura, enfrentándose el lector al texto sin pensar en ninguna
otra cosa, atendiendo solo a la voz de un coronel desfigurado, anciano no por
los años sino por la vida, que ganó grandes batallas para Napoleón y que,
herido, quedó sepultado en un foso de muertos, y despertó y consiguió alcanzar
la superficie; “yo mismo no comprendo hoy cómo pude atravesar ese montón de
carne que ponía una barrera entre la vida y yo”.