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Antonio Gramsci por David Levine |
Georg H. Fromm
§1. En un importante ensayo, Francisco Fernández Buey1 traza un lúcido cuadro de las peripecias de la noción de materialismo en el pensamiento de Antonio Gramsci, desde sus precoces escritos juveniles hasta los Cuadernos de la cárcel, para concluir que aún en sus textos más maduros, Gramsci no logró trascender –superar – del todo el lastre del idealismo filosófico en el cual se formó inicialmente. Por ello, no puede menos que concluir lapidariamente al respecto: “[...] no puede considerarse al Gramsci de los Cuadernos un materialista en sentido propio.”2 Y los planteamientos gramscianos que aduce en apoyo de esta conclusión3 no admiten discusión posible.
§2. Una vez establecido esto, queda todavía el urgente problema hermenéutico, a saber: ¿cómo es posible que el gran marxista italiano –con el desarrollo de su formación teórica y su rica experiencia práctica a la cabeza de los comunistas luchando de frente con las huestes fascistas– haya permanecido hasta el final lastrado por resabios idealistas en su cosmovisión?
Lo primero que habría que señalar es que el joven Gramsci sufrió la poderosa influencia del idealismo de Benedetto Croce, nada menos. En la cultura italiana de fines de siglo XIX y comienzos del XX, Croce jugó un papel –salvando las distancias de rigor– comparable al que jugó Hegel entre los intelectuales alemanes de la primera mitad del siglo XIX. Pero con una diferencia crucial, a saber: el abismal desnivel –en riqueza, variedad y sofisticación– que salta a la vista entre la cultura filosófica alemana en la que se formó el joven Marx y la italiana que le tocó como marco intelectual/cultural al joven Gramsci. En efecto, en la Alemania de ese momento se había dado uno de los más extraordinarios movimientos en la historia de la filosofía, a saber, el desarrollo del Idealismo Alemán, que a partir de la filosofía crítica de Kant, se desarrolla vertiginosa y polifacéticamente en los múltiples y variados sistemas elaborados por Fichte y Schelling, para desembocar, luego, en el ingente sistema de idealismo absoluto de Hegel.