

Édouard Glissant abre su monumental obra de ensayos de 1981 El discurso antillano con una osada declaración: “Martinica no es una isla de la Polinesia”. Con ello, insiste en la importancia de la especificidad de Martinica ante la extinción cultural con que amenazaba la Departamentalización. También conocía que con anterioridad, en Cuaderno de un retorno al país natal, Aimé Césaire había interpretado el lugar de ese país en el Caribe en términos de una Polinesia acosada por la agonía.
La referencia de Césaire a la Polinesia le hacía imposible a Glissant asir la complejidad geográfica e histórica de “lo real antillano”, porque la metáfora polinesia veía la esencia del Caribe en función de otro archipiélago. La referencia de Césaire al Caribe como una “Polinesia” pudiera muy bien guardar relación con la pasión de los surrealistas por el Pacífico como zona de lo mágico y lo irracional.
No se olvide que André Breton, en su construcción del “otro” exótico, elevaba la condición del arte de Oceanía por encima de todos los demás.