
Daniel Monsalve Araneda
A estas alturas, no resulta casual que cada vez que se da a conocer alguna encuesta o estudio de opinión, la clase política y sus instituciones aparezcan con un alto porcentaje de rechazo. Ya hace cinco o seis años atrás diferentes estudios reflejaban por una parte un cierto malestar ciudadano y por otra, una apertura, aceptación y apoyo a determinados temas culturales, de carácter valórico, como la Píldora del Día Después, aborto terapéutico, matrimonio entre parejas del mismo sexo, etc., es más, diversos personeros de la vida pública nacional habían hecho presente sus puntos de vista sobre aquel “malestar” que se venía incubando en el cuerpo social: “Chile no va a cambiar mientras las elites no suelten la teta”, afirmaba el empresario Felipe Lamarca (La Tercera Reportajes, domingo 9 de octubre de 2005, p. 4), “Nuestra educación eterniza la desigualdad” decía el abogado Carlos Peña (La Nación Domingo, semana del 12 al 18 de febrero de 2006, p. 7),“El conflicto social llegó para quedarse” comentaba el jesuita Antonio Delfau (La Nación Domingo, semana del 12 al 18 de agosto de 2007, p. 10), “No es bueno que la elite sea homogénea”aseguraba el Rector de la Universidad Alberto Hurtado, Padre Fernando Montes (La Tercera Reportajes, domingo 29 de julio de 2007, p. 13), “La educación le ha costado al país dos décadas de una inequidad intolerable” apuntaba el ingeniero Mario Waissbluth (La Tercera Reportajes, domingo 7 de septiembre de 2008, p. 16) “La conformidad del establishment es inaceptable”alegaba el historiador Alfredo Jocelyn Holt (La Nación Domingo, semana del 14 al 20 de septiembre de 2008, p. 59) y “Hay un problema de fatiga del sistema político” apuntaba el abogado Pablo Ruiz-Tagle (La Nación Domingo, semana del 1 al 7 de marzo de 2009, p. 10) y así podríamos seguir enumerando otras apreciaciones y comentarios sobre el tema.