
Jesús Silva-Herzog Márquez
En 1546 un joven que todavía no cumplía los 18 años redactó uno de los ensayos políticos más filosos y perturbadores de todos los tiempos. Etienne de la Boétie arremetía contra el animal sumiso en que se ha convertido el ser humano. No es el hombre una criatura dispuesta a la libertad sino un aspirante a la esclavitud. De la Boétie encarnó la amistad para Montaigne y a éste le debe la preservación de su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Montaigne lo publicó e incluso le hizo espacio entre sus ensayos, considerando esta declamación como la pieza más valiosa de su libro.
Sostiene el Discurso que la política ha arrancado a los hombres el impulso natural de ser libres. Los ha habituado al sometimiento, a tal punto que han perdido contacto con el nervio de la resistencia y la madera de la dignidad. Mucho podríamos aprender de los animales más brutos: los peces se dejan morir cuando se les saca del agua; los animales se enfrentan a sus captores con garras, picos, cuernos y patas. Muerden, patean, arañan, pican, dan coletazos. Pero los hombres, con docilidad, se otorgan a sus tiranos: les prestan brazos para torturar a sus hermanos y hasta se disponen a elogiarlos. El vicio de la sumisión no nace, sin embargo, de la cobardía. No es el temor a ser aporreados lo que inclina la cabeza de los hombres ante la sombra del poderoso. El pueblo en realidad no es víctima, sino artífice de su propia esclavitud. La servidumbre del hombre es producto de su propia voluntad. ¿Cómo es posible que los hombres deseen rendirse ante el poder? ¿Cómo entender esa asociación de palabras tan aparentemente opuestas: sumisión y voluntad? Se pensaría que la servidumbre es el asalto de la fuerza, la imposición de una violencia exterior que vence la resistencia de los débiles. Pero De la Boétie delinea un argumento que nos repugna: el amo procede del esclavo.