
El silencio mediático nacional e internacional, secundado por una oposición
interna huérfana de mensaje político y sentido de estado, no logró
eclipsar la relevancia histórica que
tiene la constitución de la CELAC. El que haya nacido en Caracas es un desagravio
a Bolívar, quien murió viendo derrumbar el sueño de la unión, torpedeada por
quienes conspiraron para privilegiar la relación colonial con el imperio
naciente de EEUU. Es también un reconocimiento al liderazgo de Venezuela y del
Presidente Chávez como el principal propulsor contemporáneo del proyecto
bolivariano de la unidad regional.
En poco más de una década,
con constancia y tesón, el
Presidente Chávez fue abriéndole paso a esta iniciativa, batallando contra el
ALCA e impulsando la construcción de
PETROCARIBE, del ALBA y la
UNASUR, empero, también de
TELESUR y el BANCO DEL SUR. Fue una escalada paciente, con respeto a la soberanía
de cada país, tolerante y respetuosa de
las diferencias políticas, buscando la unidad en la diversidad. Se logró, sin
prisa pero sin pausa, aun cuando queda mucho camino que andar hasta su
consolidación.
La CELAC ha sido posible porque existen condiciones
objetivas derivadas de la crisis sistémica del capitalismo y de la decadencia
del imperialismo. También, de la
existencia de condiciones subjetivas
evidenciadas en los cambios que ha tenido el mapa político de ALC, resultantes
del viraje progresivo de sus gobiernos
hacia una izquierda democrática, antiimperialista, pluricultural y libertaria. La urgente necesidad
de crear mecanismos mancomunados de defensa de las secuelas de la crisis
periódicas del capitalismo y del contagio de los descalabros financieros que
estas conlleva, ha originado una tendencia entre países de economías altamente
dependientes, a protegerse mutuamente de
las vorágines recurrentes que desencadenan
la economía de “casino” con epicentro en Wall Street.
De nuevo ha crecido el protagonismo de los pueblos y, los regímenes dictatoriales, abiertos o
encubiertos a través de democracias representativas formales, están quedando
atrás. Con el declive del neoliberalismo, brilla otra vez en Nuestra América la
luz de la independencia, la soberanía y la democracia.