
La imputación de complicidad con terroristas ha dado pie a
clausura de medios, encarcelamiento, tortura y aun asesinato de periodistas en
muchas partes del mundo
David Brooks
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Ver nota de El Negro Gómez sobre Brooks |
Son sólo algunos de decenas de ejemplos –todos denunciados
por las principales organizaciones internacionales de derechos humanos y
defensa de la libre expresión– de cómo la acusación de “terrorismo” o de
“cómplice del terror” contra periódicos y periodistas ha justificado
detenciones, cierre de medios, desapariciones, asesinatos, amenazas y aun
tortura en todo el mundo: de Estados Unidos a Etiopía, de Colombia a las ex
repúblicas soviéticas, de España a Turquía.
Además de justificar guerras y muertes de cientos de miles
de civiles, campos de concentración (Guantánamo), “rendiciones” (secuestro y
encarcelamiento clandestino en terceros países), tortura y operaciones
encubiertas de todo tipo contra países y poblaciones enteras (Irak, Afganistán,
Somalia, Palestina, Chechenia, el País Vasco, la población negra de Sudáfrica
durante el apartheid), la etiqueta de terrorismo frecuentemente se usa para
descalificar y exponer la vida de críticos, opositores y reporteros (desde
movimientos de resistencia, opositores de regímenes, el macartismo) que se
atreven a informar algo más que las versiones oficiales.
Desde el poder
Quién define quién es terrorista o no depende de los que
tienen el poder. Vale recordar que los fundadores del talibán y los integrantes
de Al Qaeda fueron llamados, en los ochenta, “luchadores por la libertad” y
“equivalentes morales a nuestros padres fundadores” por nada menos que el
presidente Ronald Reagan cuando los invitó a la Casa Blanca, en momentos que
batallaban contra el régimen “terrorista” de la Unión Soviética. Igual los
movimientos de liberación fueron llamados “terroristas” por regímenes
dictatoriales que afirmaban defender a la “patria”, como en Argentina, Uruguay,
Chile, Brasil, El Salvador, España, o más recientemente el derrocado régimen de
Hosni Mubarak, en Egipto, o la retórica permanente de Israel. Nelson Mandela y
su organización, el Congreso Nacional Africano, fueron calificados de
“terroristas” por el régimen blanco sudafricano y por Washington y otros
gobiernos durante la lucha contra el apartheid.
Sobre todo después del 11 de septiembre de 2011, cuando
George W. Bush reafirmó la “guerra contra el terrorismo” (la primera
proclamación de una guerra contra el terrorismo fue la de Reagan, que incluyó
Centroamérica), medios y sus trabajadores han sido tachados una y otra vez de
“cómplices” o “colaboracionistas” de “terroristas”, tanto por contrincantes
como por gobiernos.
Reporteros sin Fronteras, el Comité de Protección a
Periodistas, Human Rights Watch y otras organizaciones de defensa de
comunicadores y derechos humanos han documentado decenas de casos que continúan
hoy día.
Espionaje de Álvaro
Uribe
Tal vez el caso reciente más notable fue cuando el ex
presidente de Colombia Álvaro Uribe acusó de cómplices del terrorismo a reporteros
del Washington Post en agosto de 2011. En respuesta a un reportaje de cómo el
gobierno de Uribe había destinado la asistencia estadunidense antinarcóticos a
unidades de inteligencia para realizar “operaciones de espionaje y campañas de
difamación contra jueces de la Suprema Corte, opositores políticos de Uribe y
agrupaciones de sociedad civil”, el ex presidente, en su cuenta de Twitter,
escribió: “Qué tristeza que a nuestro gobierno lo difamen simpatizantes del
terrorismo”.
Uribe envió una carta al editor del Post, que se publicó,
donde afirmó que los reporteros habían actuado de manera imprudente y sin rigor
al “presentar acusaciones difamatorias y poner en peligro la imagen de Colombia
y mi administración sin una evaluación imparcial de los actos y testimonios”.
Subrayó que él siempre había promovido, como parte esencial de la “democracia”,
la libertad de expresión.
Pero cuando esa libertad de expresión fue contraria a su
posición, su primera reacción fue acusar a sus críticos de “simpatizantes del
terrorismo”. Su respuesta provocó una llamada de atención del Comité de
Protección de Periodistas (CPJ) en Estados Unidos, que expresó su
“preocupación” por los comentarios de Uribe, que “podrían poner en peligro a
los periodistas Juan Forero y Claudia Julieta Duque [que junto con Karen
DeYoung escribieron el reportaje para el Post] y poner en jaque a la libertad
de prensa en el país”. Recordaron que Uribe no sólo los acusó de “simpatizantes
del terrorismo”, sino también de “cómplices de guerrilleros izquierdistas”.
Carlos Lauria, encargado del programa para las Américas del CPJ, afirmó que
“Uribe tiene que abstenerse de hacer acusaciones sin base contra periodistas
[Forero y Duque]. En el contexto de Colombia, tales comentarios son
extremadamente peligrosos”.
No fue la primera vez que Uribe motivó quejas de defensores
de periodistas. En múltiples ocasiones había acusado de estar ligados al
enemigo a reporteros en su país que se atrevían a revelar asuntos contrarios a
la línea oficial u ofrecer voces disidentes . Por ejemplo, en febrero de 2009,
CPJ y Human Rights Watch enviaron una carta al presidente, donde le escriben:
“Objetamos las acusaciones que usted y otros integrantes de alto rango de su
gobierno hicieron esta semana vinculando al periodista colombiano Hollman
Morris al grupo guerrillero izquierdista Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia. Esas serias afirmaciones ponen en peligro la vida del periodista y
ponen en jaque la libertad de prensa en su país”.
Le recuerdan que su ministro de Defensa acusaba a Morris de
ser “cercano a los guerrilleros”, mientras el procurador general, por órdenes
del presidente, anunció que iniciaría una investigación criminal por posibles
nexos de Morris con el terrorismo. Uribe acusó a Morris de “esconderse detrás
de su periodismo para ser un cómplice pasivo del terrorismo”. CPJ y Human
Rights Watch instaron a Uribe a que se retractara y que él y su gobierno se
abstuvieran “de acusar a miembros de los medios de tener nexos con actores
armados, sin ninguna prueba”.
Pero el caso de Morris es aún más complicado. Washington
aparentemente aceptó las acusaciones de “cómplice del terrorismo” que Uribe y
su gobierno lanzaron contra un periodista que había informado repetidamente
sobre los nexos de paramilitares derechistas con altos funcionarios del
gobierno de Uribe. A mediados de 2010, funcionarios consulares estadunidenses
en Bogotá informaron a Morris que su visa para viajar la Universidad Harvard
–donde había sido invitado a estudiar después de que se le otorgó la
prestigiosa beca Nieman– le había sido negada conforme a normas de la Ley
Patriótica relacionadas con actividades terroristas, reportó Frank Smyth, del
CPJ. Fue la primera vez en la historia de la Fundación Neiman que a un periodista
se le prohibía viajar a este país no por el gobierno de su país, sino por
Estados Unidos.
Múltiples organizaciones, desde el CPJ a Human Rights Watch,
el Open Society Institute, la Unión Americana de Libertades Civiles, el PEN, la
Asociación Interamericana de Prensa y hasta la OEA solicitaron que el
Departamento de Estado revirtiera su decisión. Finalmente ganaron y a Morris se
le otorgó la visa. Inmediatamente después fue de nuevo amenazado de muerte.
De Etiopía al País
Vasco
Hay muchos casos más en el mundo, donde medios y periodistas
han sido atacados por gobiernos u otras entidades con la acusación de cómplices
del terrorismo.
En noviembre pasado, un juez de Etiopía acusó a seis
periodistas de “terrorismo” según las leyes antiterroristas de ese país (con
ello, ahora son 10 los acusados desde junio), reportó el CPJ. Los cargos eran
“ayudar, asistir y apoyar a un grupo terrorista”, según el gobierno, pero el
CPJ y otros afirman que los cargos carecen de pruebas, y señalan que por lo
menos dos de ellos habían sido detenidos anteriormente por reportajes críticos
de las acciones represivas del gobierno. En 2009, dos de ellos, editores de un
rotativo, cerraron su periódico después de amenazas de arresto. A escala
global, Etiopía es uno de los países que más han encarcelado periodistas o los
han enviado al exilio.
Dos periodistas independientes suecos fueron arrestados en
julio en Etiopía y acusados de vínculos con “terroristas” mientras viajaban con
unidades de un movimiento separatista calificado de terrorista por el gobierno,
informó The Guardian. Reporteros Sin Fronteras instó al gobierno a anular los
cargos de “apoyo a grupo terrorista”, al subrayar que ambos detenidos “son
periodistas reconocidos que no tienen nada que ver con terroristas”.
En 2010, después de que hace siete años el periódico vasco
Euskaldunon Egunkaria fue obligado a cerrar cuando los cinco periodistas que lo
dirigían fueron acusados de vínculos con el terrorismo, en este caso con ETA,
un juez del Tribunal Nacional finalmente descartó los cargos presentados
primero en 2003 por falta de cualquier prueba. Reporteros Sin Fronteras, entre
otras organizaciones, había denunciado durante los últimos años la clausura del
periódico motivada por las acusaciones de terrorismo.
Al parecer, periodistas y medios son frecuentemente acusados
sin pruebas de ser cómplices de “terrorismo”, obligando a los acusados –si es
que no están encarcelados, torturados, desaparecidos o exiliados– a comprobar
su inocencia en un mundo que desde 2001 está preparado para matar primero y
hacer preguntas después, en esta proclamada “guerra contra el terrorismo”.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/12/05/mundo/035n7mun
Nota de Rolando Gómez, El Negro
La historia de David Brooks es una curiosidad en sí. Es corresponsal de La Jornada en USA. No
tiene nada que ver con el ultraconservador que escribe en The New York Times,
excepto que son homónimos.
Este David (no "Dáivid") es hijo, nacido en México, de May Brooks; una gringa (comunista, judía) que se asiló por estos lares escapando persecución maccartista en los años cincuenta, y dicen que tenía una librería en el centro de Ciudad de México.
El periodista de La Jornada Luis Hernández Navarro publicó por acá un simpático libro titulado "Sentido Contrario": cortas biografías de periodistas, luchadores sociales y pensadores contemporáneos. Entre ellos, le dedicó un corto homenaje a "la otra gringa", May Brooks.
David tal vez no escribe muy bien. Su estilo es demasiado "áspero". Pero es él también un "otro gringo"; un estadounidense anti-imperialista a su manera. Se puede leer a menudo en La Jornada.
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Foto: David Brooks |
Este David (no "Dáivid") es hijo, nacido en México, de May Brooks; una gringa (comunista, judía) que se asiló por estos lares escapando persecución maccartista en los años cincuenta, y dicen que tenía una librería en el centro de Ciudad de México.
El periodista de La Jornada Luis Hernández Navarro publicó por acá un simpático libro titulado "Sentido Contrario": cortas biografías de periodistas, luchadores sociales y pensadores contemporáneos. Entre ellos, le dedicó un corto homenaje a "la otra gringa", May Brooks.
David tal vez no escribe muy bien. Su estilo es demasiado "áspero". Pero es él también un "otro gringo"; un estadounidense anti-imperialista a su manera. Se puede leer a menudo en La Jornada.