
Rodrigo Agulló
La intervención de la OTAN en la reciente guerra civil en
Libia –presentada como una nueva operación humanitaria– ha planteado
interrogantes entre muchos ciudadanos, que no acaban de entender esta
implicación europea en un conflicto de consecuencias inciertas para toda la
región. ¿Por qué se defienden los derechos humanos en unos sitios sí y en otros
no?, ¿dónde están las credenciales democráticas de los rebeldes libios?,
¿cuáles son los auténticos intereses en juego?
El papel de Francia ha sido determinante a la hora de
definir la posición europea. Y para decidir la posición francesa todo parece
indicar que el filósofo francés Bernard-Henry Lévi jugó un papel de primera
línea, por su interlocución directa con Sarkozy y muy por encima del Ministerio
de Asuntos Exteriores francés.[1] ¿Quien decía que los intelectuales ya no
cuentan en política? En El Manifiesto publicamos hace algún tiempo un retrato
de este personaje, que es en realidad el retrato de un tipo de intelectual
“comprometido”, siempre al servicio de los poderes hegemónicos.
Todo discurso ideológico necesita iconos de carne y hueso.
El discurso de los poderes hegemónicos ha tenido durante casi tres décadas a
uno de sus más fotogénicos paladines en la persona de un filósofo y escritor
francés: Bernard-Henry Lévy (“BHL”, nombre de marca).
La “invención” de BHL tuvo lugar en París en los años
setenta, cuando la industria del prêt-à-porter intelectual facturó una
corriente de pensamiento bautizada como los “nuevos filósofos”, con BHL como
figura de proa. Hace ya muchos años este perejil de todas las salsas
mediático-bienpensantes ganó en España cierta notoriedad, cuando pasó por los
platós del recordado programa de José Luis Balbín “La Clave”, y con el
desparpajo de sus veintitantos años le propinó una espectacular somanta
dialéctica a un desprevenido Santiago Carrillo (por aquel entonces intocable
rey del mambo de la Transición), de la que el líder comunista salió tambaleando
y pidiendo árnica. Y es que la fuerza original de los “nuevos filósofos”
consistía en la denuncia radical del carácter totalitario y criminal de los
regímenes comunistas. Algo para lo que tampoco había que ser un genio, pero
que, dicho en aquel entonces por un grupo de “jóvenes airados” de la izquierda,
podía tener su gracia.
Lo que los nuevos filósofos venían a escenificar es la
ruptura del izquierdismo sesentayochista con el marxismo. La sustitución de las
ásperas rigideces del materialismo dialéctico —y sus fastidiosas luchas de
clases— por la nueva religión de los derechos humanos, el liberalismo
libertario y sus corolarios de buen rollito y consumismo a gogó. La verdadera
originalidad del grupo consistía en que, en vez de llamar a las cosas por su
nombre, reprochaban al comunismo el ser una especie de “fascismo rojo”, y por
lo tanto condenable junto al “fascismo pardo”. Con esta gentil pirueta
terminológica descargaban a la izquierda de una embarazosa herencia, al tiempo
que preservaban su inmaculado nombre. Y de paso, “fascista” pasaba a ser todo
lo que no les gustase. Todos fascistas, pues. Y así, tres décadas se han pasado
denunciando al fascismo.
En la estela libertaria de la nueva izquierda, estos “nuevos
filósofos” partían de una denuncia sumaria del poder, todo poder, como algo
intrínsecamente perverso. Pero ello no les impidió monopolizar durante años el
poder mediático, cultural y político, a través de su fructífera colusión con
los poderes establecidos en la economía, los medios y la política. Un ameno
tiovivo de prebendas, favores y gentilezas mutuas. Filósofo de corte, showman y
capitoste mediático, el genio de BHL está en su dominio de la puesta en escena,
en su peculiar personificación del arquetipo del intelectual engagé en la
sociedad del espectáculo. En perpetua pose de j´accuse, y con una troupe de fotógrafos
y estilistas zumbando a su alrededor, este antifascista profesional es uno de
los que más han hecho para ahogar todo debate de ideas en un piélago de
admoniciones y condenas morales, siempre desde las bambalinas de los poderosos.
En cuanto al contenido de su obra, ésta es la demostración de que el medio es
el mensaje: verbosidad catequística y pedagógica, banalidades en brillante
envoltorio de papel couché. Todo muy en consonancia con el personaje. Que
conceptualmente todo sea una boñiga, poco importa si está bien presentada y
perfumada. Al fin y al cabo es francesa.
Una de las recientes deposiciones de BHL se titula Ce grand
cadavre à la renverse, algo así como “Ese gran cadaver caído de espaldas”. Se
refiere a la izquierda. La cosa se inscribe en esa literatura
jeremíaco-ombliguista de la izquierda que se autoanaliza, tan frecuente desde
la caída del muro de Berlín. No tendría mayor importancia si no fuera porque
nos ofrece una buena síntesis sobre la autopercepción de esa izquierda
post-sesentayocho que viene moldeando la cultura hegemónica desde hace años.
Nos ofrece una síntesis de cómo la izquierda caviar se piensa a sí misma. Y,
además, ofrece algunas pistas sobre las evoluciones ideológicas que apuntan al
futuro.
¿Por qué BHL se proclama de izquierdas? Resumiendo, por una
razón sentimental: la izquierda es su familia. Y lo es porque en su conciencia
—en la de BHL— se agitan un conjunto de imágenes, un conjunto de hechos y un
conjunto de reflejos.
El conjunto de imágenes: el Frente Popular francés en 1936,
la revolución de los claveles portuguesa en 1974, agitación estudiantil en
Italia, revueltas populares en México, los bombardeos y el sufrimiento en
Bosnia. El compromiso por un mundo mejor.
Los hechos: el recuerdo de Vichy y la colaboración. La
guerra de Argelia. Mayo del 68. El Affaire Dreyfus (Zola pronuncia su célebre
J´accuse). Es decir: la rebeldía frente a la injusticia.
Y los reflejos. Un conjunto de “antis”: anticolonialismo,
antirracismo, antifascismo. Y varios “a favor”: el sesentayochismo, los
derechos del Hombre, la defensa del individuo por el Derecho y la Justicia (lo
que en la cultura política francesa se denomina “dreyfusismo”).
Estos reflejos, según BHL, deben combinarse por toda persona
de izquierdas en las proporciones justas. Por ejemplo: un anticolonialista no
suficientemente antifascista o no suficientemente pro-derechos humanos se
mostraría indiferente ante las tiranías tercermundistas. Un sesentayochista
(“prohibido prohibir”) no suficientemente antifascista relajaría la vigilancia
ante las trasgresiones de la corrección política, o sea ante la expresión de
ideas inconvenientes (“fascistas”, “racistas”, etc.).
Y así sucesivamente. Las combinaciones son múltiples, y dan
lugar a una complicada casuística, con un hilo orientador que pasa por el
magisterio moral de BHL, a cuyas instrucciones todo ciudadano bienpensante
queda emplazado.
Hemos dicho magisterio moral, porque lo que BHL hace no es
más que moralismo. En efecto, vemos que, según sus tesis, ser de izquierdas
consiste básicamente en: A) una actitud sentimental (las “imágenes” recurrentes
y los sentimientos que nos provocan). B) el recurso a un pasado que no pasa —la
“Memoria histórica”. C) un batiburrillo que termina condensándose en un gran
“Anti”: el “antifascismo”. En resumen: sentimentalismo, las batallas del abuelo
y antifascismo. Instrumento este último —el antifascismo— un tanto
antidemocrático, puesto que se utiliza sistemáticamente para descalificar al
discrepante, ya sea de derechas o de izquierdas. Y es que esta izquierda
“moral” habla en nombre de la humanidad. Y aquel que la contraríe en algo, se
coloca fuera la humanidad. Y al lado del fascismo. En palabras del propio BHL,
“el que ataca a BHL, en realidad ataca a algo más”. Pues claro que sí, BHL: ¡al
género humano!
La indignación moral de BHL se revuelve —en el libro citado—
contra la izquierda de nuestros días, a la que el autor acusa de estar “enferma
de derechismo” (y como no, de “fascismo”). Y ello, por haberse despistado en la
correcta combinación de los ingredientes arriba señalados.
Para BHL, la izquierda actual es un “campo de ruinas”,
porque tras haber roto con una de las versiones de la tentación totalitaria, el
comunismo, ha caído de lleno en otra tentación totalitaria: la extrema derecha.
La izquierda actual es víctima de: su fascinación por la nación y la bandera,
de su antieuropeísmo, de su antinorteamericanismo, del antiliberalismo, del
antisemitismo y de lo que él llama “islamo-fascismo”. BHL se revuelve contra
los altermundialistas, contra los partidarios de Hugo Chávez y Evo Morales.
Llama cretinos a los que dicen que defender la nación y la bandera también
puede ser de izquierdas (tiene una curiosa obsesión con esto de la nación y la
bandera, aunque parece que no tanto si se trata de las de Israel o de Estados
Unidos). Lanza sospechas contra filósofos como Slavoj Zizek (¡por marxista!
-como es sabido Marx era “reaccionario” a fuer de hegeliano), contra
Braudillard (¡por criticar a Estados Unidos!), contra Sloterdijk (¡por
recuperar a Carl Schmitt!). Si todos hacen juego al fascismo…, ¿serán
fascistas?
BHL carga con especial énfasis contra el antiliberalismo de
la izquierda. Señala que el verdadero liberalismo nunca defendió el mercado
desregulado, y que por el contrario exige reglas y pactos: “¡el liberalismo no
es el mercado, es el contrato!” (voilà la formule). Con ello, se evita la
complejidad de tener que distinguir entre diferentes tipos de liberalismo
(político, económico, social, cultural), se carga casi un siglo de historia
intelectual, y de paso sitúa en los márgenes del liberalismo a Hayek, Milton
Friedman, Von Mises y a la Escuela austriaca.
En una cosa, BHL sí es mucho más coherente que gran parte
del resto de la izquierda caviar: en reivindicar sin complejos la filiación
izquierdista de Adam Smith, Rousseau, y del liberalismo originario. Para BHL,
la auténtica bandera de la izquierda debería ser arrancar “el buen liberalismo”
de las garras de la derecha. Pero es que esa tradición de “buen liberalismo” y
de Estado de bienestar ya fue asumida hace más de un siglo por la derecha. Y si
ésa es toda la bandera de la izquierda, ¿quieres entonces explicarnos, BHL,
dónde está en la práctica la diferencia con la derecha? ¿En una colección de
“imágenes” y “reflejos” sensibleros? ¿A qué viene seguir dando la monserga con
la izquierda? Al menos, otros compadres de los “nuevos filósofos” (como André
Glucksmann) ya sacaron sus conclusiones, y pasaron a apoyar a Sarkozy sin
mayores problemas.
Sabemos en nombre de qué BHL se indigna tanto: en nombre del
sueño libertario sesentayochista de individuos emancipados y autónomos. El
ideal cosmopolita de democracia cívica y sujetos racionales, emancipados de
todo lastre identitario en un universo nómada. Un proyecto luminoso que no
acaba de cuajar, porque está cortado a la medida de unos cuantos privilegiados.
Y lo que tenemos, un mundo convulso con sus desigualdades, su desamparo ético,
sus afanes de identidad y su islamismo-fascismo bajo las mismas narices de
todos los BHLs de turno, es en gran parte la hechura de esa izquierda divina
que lleva décadas ejerciendo el monopolio cultural e impartiendo doctrina. ¿Y
qué? ¿No quedamos en que el sesentayocho venía a cuestionar todos los valores
establecidos? ¿Y qué esperaban ellos, los sesentayochistas? ¿Acaso ser intocables?
Personajes como BHL, si no existieran, habría que
inventarlos. A través de sus anatemas y excomuniones, señalan en cada época,
con la precisión de una brújula, la vía de salida de los campos trillados del
conformismo mental. Y usted, querido lector, que es persona de espíritu
inquieto, al que le atrae el olor a azufre, seguramente ya habrá sacado su
conclusión. Habrá que leer a Zizek, a Sloterdijk o a Braudillard.
P.D
Añado esta Nota (el texto precedente es de hace tres años)
para dejar constancia de que, en esta primavera de 2011, BHL ha invadido Libia.
Como el interesado revela a bombo y platillo en su libro La guerre sans
l´aimer, al ver por la tele los ataques gadafistas sobre los rebeldes libios,
BHL decidió “pasar a Libia”. Tras convencer a Sarkozy para recibir a los
rebeldes del Consejo de Transición, todo fue rodado: resolución de la AGNU e
intervención de la OTAN. Durante la guerra en Libia, BHL (según su propio
relato) asesoró a los rebeldes, les escribió los discursos, actuó de enlace con
las autoridades francesas y participó en la elaboración político-militar de los
planes estratégicos (!)
Se trata de un acontecimiento de importancia capital porque
marca la metástasis de BHL desde su condición de simple intelectual a la de agente
historico-universal en sentido hegeliano. Desde su legitimidad como garante de
los derechos humanos y su Verdad revelada, BHL ya no se limita a designar a los
infieles para la acción del brazo secular, sino que él mismo ejerce la labor de
juez y de verdugo, de conciencia moral y de brazo ejecutor y musculado que
administra pena de garrote vil o de linchamiento a los rebeldes contra el orden
moral (el de los poderes hegemónicos, claro). Un papel como anillo al dedo para
este filósofo-Rey y millonario. Y de izquierdas, por supuesto.
Nota
[1] Así lo revela el interesado en una entrevista en
Philosophie Magazine n.º 55, diciembre 2011, pp. 36-41, y en su libro (de
reciente aparición en Francia): La guerre sans l´aimer. Journal d´un écrivain au coeur du printemps
libyen (Grasset).