
Immanuel Wallerstein
Durante las protestas en la plaza Tahrir en noviembre de
2011, Mohamed Alí, de 20 años, respondió a la pregunta de un periodista –de por
qué estaba ahí– diciendo: Queremos justicia social. Nada más. Es lo menos
que merecemos.
La primera ronda de movimientos asumió múltiples formas por
todo el mundo, la llamada Primavera Árabe, los movimientos de ocupación que
comenzaron en Estados Unidos y luego se diseminaron por un gran número de
países, Oxi en Grecia y los Indignados en España, las protestas
estudiantiles en Chile y muchos otros.
Todos fueron un logro fantástico. Lo que han alcanzado puede
medirse en un extraordinario artículo escrito por Lawrence Summers en el Financial
Times, el 21 de noviembre: La inequidad no puede ya mantenerse a raya con
las ideas habituales. Éste no es un argumento por el que se le haya conocido a
Summers con anterioridad.
En el artículo anota dos puntos importantes, considerando
que personalmente él ha sido uno de los arquitectos de las políticas económicas
mundiales de los últimos 20 años, las que nos han puesto a todos en esta aguda
crisis en la que el mundo se encuentra ahora.
El primer punto es que ha habido cambios fundamentales en
las estructuras económicas mundiales. Summers dice que el más importante
es el fuerte viraje en la recompensa que el mercado hace a una pequeña minoría
de ciudadanos en relación con las recompensas disponibles para la mayoría de
los ciudadanos.
El segundo tiene que ver con dos clases de reacciones
públicas ante esta realidad: una es la de los que protestan, y otra la de
quienes siendo muy fuertes están contra los que protestan. Summers dice que él
está contra lapolarización que es lo que, según él, hacen quienes
protestan. Pero luego dice: Al mismo tiempo, aquéllos que muy rápidamente
etiquetan cualquier expresión de preocupación por la creciente inequidad como
algo fuera de lugar o como producto de la lucha de clases, está todavía más
fuera de base.
Lo que el artículo de Summers indica no es que él se haya
convertido en exponente del cambio social radical –lejos está de eso– sino más
bien que está preocupado por el impacto político del movimiento mundial en pos
de justicia social, especialmente en lo que él llama el mundo industrializado.
Considero esto un logro del movimiento en pos de justicia social.
La respuesta a este éxito han sido unas cuantas concesiones
menores aquí y allá, pero luego una creciente represión por todas partes. En
Estados Unidos y Canadá ha habido un sistemático despeje de todas las ocupaciones.
La virtual simultaneidad de estas acciones policiacas parece indicar alguna
coordinación de alto nivel. En Egipto, los militares han resistido cualquier
dilución de su poder. En Grecia e Italia las políticas de austeridad fueron
impuestas por los decretos de Alemania y Francia.
La historia, sin embargo, está lejos de haber terminado. Los
movimientos desarrollan un segundo viento. Los manifestantes volvieron a ocupar
la plaza Tahrir y al mariscal de campo Tantawi le están dando el mismo
tratamiento de desdén que dieron a Hosni Mubarak. En Portugal, el llamado a una
huelga general de un día paralizó por completo el sistema de transporte. Una
huelga anunciada en Gran Bretaña en protesta por los recortes de las pensiones
esperaba reducir el tráfico en Heathrow en 50 por ciento, lo que tendría
repercusiones mundiales, dada la centralidad de Heathrow en el sistema del
transporte mundial.
En Grecia, el gobierno ha intentado exprimir a los
pensionistas pobres instaurando un enorme impuesto en su recibo de luz, y
amenazan cortar la electricidad si no pagan. Hay resistencia organizada. Los
electricistas locales están devolviendo ilegalmente la energía eléctrica, pues
cuentan con la incapacidad del reducido personal municipal para hacer que se cumpla
su ley. Es una táctica que se ha utilizado con éxito en el suburbio de Soweto
en Johannesburgo desde hace ya 10 años.
En Estados Unidos y Canadá, el movimiento de ocupación se ha
diseminado de los centros de las ciudades a los campus universitarios. Y los ocupas están
discutiendo lugares alternativos que ocupar durante los meses del invierno. La
rebelión estudiantil en Chile ya se expandió a las escuelas secundarias.
Debemos resaltar dos cosas acerca de la presente situación.
La primera es que los sindicatos –como parte de lo que ha estado ocurriendo,
como resultado de lo que ha estado ocurriendo– se han vuelto mucho más
militantes y mucho más abiertos a la idea de que deben ser participantes
activos en el movimiento mundial en pos de justicia social. Esto es cierto en
el mundo árabe, en Europa, en Norteamérica, en el sur de África y aun en China.
Lo segundo que hay que resaltar es el grado en que los
movimientos por todas partes han podido mantener su énfasis en una estrategia
horizontal. Los movimientos no son estructuras burocráticas, sino coaliciones
de múltiples grupos, organizaciones y sectores de la población. Siguen
trabajando duro en debatir constantemente sus tácticas y sus prioridades, y
están resistiéndose a volverse excluyentes. ¿Funciona esto todavía con
suavidad? Por supuesto que no. ¿Funciona esto mejor que reconstruir un nuevo
movimiento vertical, con un liderazgo claro y disciplina colectiva? Hasta
ahora, claro que ha funcionado mejor.
Debemos pensar en las luchas mundiales como una larga carrera,
en la que los corredores tienen que usar su energía sabiamente con tal de no
desgastarse mientras mantienen la mira en el objetivo final, una clase
diferente de sistema-mundo, mucho más democrático, mucho más igualitario que
nada de lo que tenemos ahora.
Traducción:
Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/12/03/opinion/022a1mun
© Immanuel Wallerstein
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/12/03/opinion/022a1mun