Pero sí, debemos partir del análisis histórico. Sin él,
demasiadas veces se tachará de fascista a la democracia burguesa y su aparato
represivo, y esta confusión teórica no puede sino conllevar en el plano
práctico estrategias muy sectarias que alejen a los trabajadores de las ideas
antisistema. Gramsci puede orientarnos en esta búsqueda, ya que sufrió en sus
propias carnes la dictadura fascista de Benito Mussolini en Italia.
Desgraciadamente las ideas de este revolucionario han
sufrido una compleja reconstrucción. Basta hacer un pequeño repaso de las
ediciones del autor en castellano para cerciorarse de la gravedad del tema.
Pues el mismo Jordi Solé i Tura —padre de la constitución, partidario del
“Borbón y cuenta nueva” y ex ministro socialista— firma la mayoría de los
prólogos.
Los cuadernos que redactó Gramsci en la cárcel fascista,
escritos en un lenguaje críptico y metafórico para pasar la censura, han
permitido invertir sus análisis hasta negar los principios revolucionarios del
autor.
Para evitar confusiones y especulaciones sobre lo que
pensaba o no Antonio Gramsci vale la pena citar algunos pasajes escritos el año
1926 en “La Situación Italiana y las Tareas del PCI”.
“El fascismo, como movimiento de la reacción armada que se propone el objetivo de disgregar y desorganizar a la clase trabajadora para inmovilizarla, entra en el cuadro de la política tradicional de las clases dirigentes italianas, y en la lucha del capitalismo contra la clase obrera. Por este motivo, aquél se ve favorecido en sus orígenes, en su organización y en sus caminos, indistintamente por todos los viejos grupos dirigentes...”
El sistema de
producción
Gramsci, usando el materialismo histórico, analiza la
sociedad como un bloque histórico, donde una estructura económica —los medios
de producción y las relaciones humanas que se dan en su entorno— es sustentada
por una superestructura ideológica, un sistema político y un sistema de valores
que permiten reproducir constantemente el sistema de producción.
“…el hecho de haber encontrado una unidad ideológica y organizativa en las formaciones militares en las que revive la tradición de la guerra o que sirven en la guerrilla contra los trabajadores, permite al fascismo concebir y ejecutar un plan de conquista del Estado en oposición a los viejos estamentos dirigentes.”
Para Gramsci la hegemonía era el consenso superestructural
creado por las clases dirigentes para mantener en equilibrio la contradicción
creada en la estructura económica entre los empresarios y los trabajadores.
Esta hegemonía tiene dos vertientes, la ideológica y la física. Cuando el
consenso ideológico no es favorable a los intereses capitalistas la hegemonía
física se totaliza, haciendo de la fuerza, la represión y la muerte el nuevo
pilar político.
“En sustancia, el fascismo modifica el programa de conservación y reacción que siempre ha dominado la política italiana solamente con un modo distinto de concebir el proceso de unificación de la fuerza reaccionaria. A la táctica de los acuerdos y los compromisos sustituye el propósito de realizar una unidad orgánica de todas las fuerzas de la burguesía en un solo organismo político bajo el control de una única central que debería dirigir conjuntamente el partido, el gobierno y el Estado.”
Cuando la estructura económica y el consecuente beneficio
privado de los capitalistas son amenazados debe calibrarse el sistema político,
financiando a otros partidos o cambiando totalmente las reglas del juego.
Fascismo y democracia burguesa son pues dos sistemas políticos distintos pero
encuadrados dentro del mismo sistema económico y sus intereses.
Este cuadro teórico, aquí solo esbozado, es, como todo el
marxismo, una herramienta, no un dogma. Debe contextualizarse y adaptarse a las
realidades contemporáneas para ser una herramienta de lucha efectiva. De este
diálogo entre pasado y presente nacerán nuestras mejores armas, las ideas.
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