
Ricardo San Esteban
“Nada espiritual puede darse sin extensión”: Baruch Spinoza [Benedicto Espinosa]
Esta frase, de aquel genial pensador que fuera Baruch
(Benedicto) Spinoza (Espinosa) proveniente de una familia expulsada de la
Península Ibérica, indica que no puede haber espíritu sin materia o alma sin
cuerpo. Las ideas no vagan, es evidente, por la estratósfera ni por las
regiones supralunares esperando algún castigo para penetrar en los cuerpos de
los terrestres.
Existe un dicho, todo tiene que ver con todo, y que refleja
una gran sabiduría popular pues es sabido que los seres, objetos, pensamientos,
procesos, energías y campos se hallan conectados entre sí, y por lo mismo,
interactúan, reflejan, y son -de una u otra forma- ellos mismos y también el
mundo que los rodea. Y esas conexiones no existen de cualquier manera, sino que
obedecen a procesos complejos, contradictorios, unidireccionales e irreversibles,
en donde, por ejemplo, la albúmina puede pasarse al ácido nucleico pero no a la
inversa, y por ello mismo su salto cualitativo es irreversible.
Y esto que se da en lo que llamamos la naturaleza, se da
también en las ideas, visiones del mundo, categorías, concepciones, teorías y
prácticas sociales, vale decir, nada es para siempre, ni en espíritu ni en
materia.
Nosotros interactuamos a través de formas con otras formas
y, en diferente plano, también lo hace la naturaleza y así hemos penetrado
–hasta cierto punto- en los entresijos de la denominada materia, materia que se
nos “invisibiliza” en el micromundo pero que, y esto es muy palpable en la
sociedad humana, interactúa a través de formas visibles y está en nosotros
descubrir, a través del comportamiento de esas formas visibles –es decir,
personas- las leyes y rasgos esenciales de procesos y cosas.
Aun en las primitivas formas de vida que aparecieron sobre
la caliente geografía terrestre, existía esa propiedad de la concatenación
inteligente -que no alcanzaba, por supuesto, a ser conciencia en el sentido
humano- actuando en el comportamiento de los organismos unicelulares con la
atracción y la repulsión originadas por la irritabilidad; o la contracción
debida al oleaje marino, como es el caso de los espongiarios.
Se descubrió hace ya mucho tiempo, precisamente, un
principio de transmisión neuroide en las esponjas, pese a carecer ellas de un
sistema nervioso. Y se ha visto que constituye una forma secundaria del
comportamiento, pues se origina en la irritabilidad, la atracción y la
repulsión.
De lo que se trata, pues, es de aceptar la capacidad
universal de interinfluenciar en forma activa, interna y externa, de todo el
mundo exterior e interior. Pero el solo hecho de reflejarlo no otorga a las
esponjas ni menos a las piedras la virtud de crear sustantivos comunes o
conceptos.
En la escala animal, hasta llegar al hombre, existe una
facultad cada vez más profundamente reflexiva y ni el hombre ni sus modernas
herramientas se quedan en la superficie del reflejo. Así lo demuestran las
nuevas evidencias acerca de la existencia de conexiones a todo nivel, además
del papel fundamental de la probabilidad. Del hecho de que en condiciones de no
equilibrio existan señales recorriendo todo el sistema, en el que elementos de
la materia “leen”, y cuentan con algún tipo de sensibilidad. A ello se agrega
todo lo concerniente a la informática y la cibernética.
La dialéctica o lógica natural, como decía Lafinur,
constituye una práctica empírica fundamental y de ahí debemos partir.
El gaucho con su
caballo
Para buscar un ejemplo sencillo, supongamos que un criollo
está observando un caballo con ánimo, quizá, de comprarlo. Primero lo observa a
bulto, y luego lo analiza detalle por detalle, para saber si es joven o viejo,
veloz o lento, bueno para la silla o para tracción.
El tiene en su cabeza la imagen del caballo ideal, imagen
que ha construido a lo largo de su vida y de los relatos de sus antepasados, y
entonces procede a confrontar al caballo real -aquel que tiene delante de sí-
con el otro imaginario.
El caballo visible es ese animal que entra por sus ojos, por
su tacto. Es el caballo real quien le sirve de punto de partida para construir
un silogismo, al tratar de compararlo con el caballo ideal.
Por ejemplo el criollo analiza que este caballo tiene las
patas finas, y que todos los caballos que tienen las patas finas son veloces,
por lo tanto, este caballo tiene que ser veloz. Pero, hombre práctico, no
arriesgará un juicio definitivo hasta que lo vea correr, es decir, hasta que la
práctica le indique que está en lo cierto. Por eso concuerda con aquel dicho
del Martín Fierro: para conocer a un rengo, lo mejor es verlo andar.
El hombre primitivo, cuando vio al antecesor del primer
caballo -más primitivo que él, por supuesto-, no exclamó ahí pasa un caballo,
sino que seguramente reflejó al objeto y luego dedicaría una larga serie de
representaciones para identificarlo y posteriormente una larga frase para
nombrarlo. Pensaría o diría algo así como ahí va eso con cuatro patas, pelos,
cola y cabeza. Al proceder a atraparlo, le habrá agregado el atributo y que
sirve para comer y con cuyo cuero me abrigo.
Con el correr del tiempo el hombre tomaría todas las facetas
del animal y trataría de juntarlas en una sola palabra que tuviese la virtud de
reflejarlas sin necesidad de estar nombrándolas a todas ellas cada vez que lo
necesitaba; de ahí surgiría el pensamiento o representación caballo, la palabra
caballo, el sustantivo común caballo, el concepto caballo.
En la observación inmediata, el hombre jamás habría
encontrado al caballo abstracto o ideal. Debió ver, sin duda, diferentes
animales de distinta forma y color, pelaje, patas, más rápidos o más lentos,
más altos o más bajos.
Al aumentar su conocimiento respecto del mundo circundante,
sin duda le resultaría cada vez más difícil nombrar los bichos en forma
individual, como lo pudo hacer hasta ese momento: eso con cuatro patas, crines,
cola, cabeza, que come hierba, que sirve para alimentarnos y abrigarnos con el
cuero...de color alazán o tobiano...más alto que otro que vi esta mañana.
Y tendría dificultades al hallar varios caballos de un mismo
color o con características similares. ¿Cómo distinguir uno del otro, y cómo
designar a todos los de una misma especie y género?
Debemos tener en cuenta que el mundo animal de entonces no
se componía solamente de equinos, y que por tanto el hombre primitivo debía
separar cuidadosamente a aquellos de los demás animales. Llegar a la palabra
caballo y al concepto caballo significó un largo proceso de generalización.
Es decir, debió tener en cuenta lo singular -el caballo
individual-, ir de allí a lo particular -algunos caballos- y luego a lo
universal -todos los caballos-, con lo que culminaría la generalización.
Recorrió así las categorías de individuo, especie y género,
para separar al caballo de los demás animales y distinguirlo entre los de otra
especie y género. Y ese proceso de generalización se fue dando a través de
juicios, de razonamientos, que constituyen formas de pensar en donde se enlazan
y desarrollan conceptos.
Aquel largo proceso de generalización, con sus etapas
intermedias, no obedeció a una invención o capricho del hombre, sino al
desarrollo de leyes objetivas del conocimiento, basadas, a su vez, en la
realidad. El concepto caballo no es solamente el fruto de un largo proceso de
generalización, sino también el resultado de un largo proceso evolutivo.
El hombre venía observando a muchos seres, objetos y
procesos distintos, con propiedades diversas y diversa naturaleza, a partir del
contacto que con ellos tenía para cubrir sus necesidades o para defensa. La
naturaleza y el hombre actuaron para que de los primitivos animales surgiera
uno que les fuese útil en grado sumo. De la evolución, selección natural y
humana surgió objetivamente el caballo y el concepto respectivo.
Por ejemplo, la distinción entre el reino animal, el vegetal
y el mineral sin duda habrá sido ligada a sus urgencias vitales. Dentro del
reino animal -del cual formaba parte, y continúa haciéndolo, aunque algunos lo
hagamos en mayor medida que otros- encontraba las mayores acechanzas y también
muchos recursos para sobrevivir.
Su subsistencia exigía distinguir entre los diversos géneros
y especies -no con afán científico, precisamente- pues debía conocer cuáles
eran comestibles y cuáles venenosas; cuáles más feroces, más lentas o más
rápidas, domesticables o no.
En aquellos tiempos, confundir un caballo primitivo con un
tigre dientes de sable hubiese constituido no solamente un error lógico, sino
también patético.
Como en sus tiempos decía Juan Crisóstomo Lafinur, y del
cual ya hemos hablado, el ser humano en guerra contra la naturaleza, debía
procurarse un asilo contra las injurias (se refería a las necesidades, RSE):
ved ahí el móvil único de sus ideas, de sus invenciones, y la causa primera de
su ilustración y de su filosofía.
Como se puede ver, Lafinur colocaba a la naturaleza en
primer término, y a las ideas como subsidiarias de aquélla, generadas por las
necesidades del hombre.
Explicaba que en el proceso de su entendimiento debió
recurrir a la confrontación, confrontación que él veía constantemente en la
naturaleza.
Es decir, que él debía comparar, pongamos por caso, unos
animales con otros, separar y enfrentar en su inteligencia los distintos objetos
que lo rodeaban.
Su primer paso, como decía Hegel, fue superar lo concreto
inmediato, determinarlo y dividirlo. Efectivamente, esa división y
determinación debían surgir dentro de una relación, en unidad.
Y tal relación que unificaba y contraponía los conceptos no
era sino la frase, una frase común que obedecía a una determinada forma de
pensamiento donde se aseveraba o se negaba algo de algo. En el ejemplo que
veíamos, decir aquel animal es un caballo constituía un juicio. Para llegar a
formularlo, el hombre había partido de comparar los diversos animales,
uniéndolos, para separar luego -sobre la base de sus cualidades- el concepto de
caballo de todos los otros. Después, realizar la comparación cuantitativa, es
decir, si uno de los animales era más alto o más bajo, más veloz o más lento
que otro u otros.
La separación que operaba el hombre en su intelecto, sin
embargo, constituía una separación relativa, ya que al pensar aquel animal es
un caballo, procedía a unir lo particular -en este caso, el sustantivo caballo-
con lo universal, es decir, con el concepto de animal. Unía lo específico con
lo genérico, y de esta manera la comparación se daba en unidad de contrarios.
El hombre había reunido así en su pensamiento incipiente:
todos los animales que tenían crin y cola, cuatro patas con cascos, carne
comestible y cuero para abrigarse, y de todos ellos hizo un solo animal ideal.
Partió, eso sí, de la existencia de uno y otro caballo
concreto -de lo singular o individual-, llegó a lo particular, donde ya
comenzaba a realizar una abstracción, para finalmente arribar a lo universal,
es decir, a lo abstracto por antonomasia.
No podemos saber si el proceso histórico siguió ese orden
estricto, pero indudablemente sí lo hizo el proceso lógico.
El caballo que el hombre primitivo comenzó a conocer tenía
un determinado color, tamaño, cualidades. El caballo en general, aquél que
surgió después de observar a miles de animales con iguales o disímiles
características, y por centurias, no tenía color ni tamaño, no se hallaba
pastando en los prados sino que existía solamente en la cabeza del hombre.
Sin embargo, no era un invento suyo, pues el concepto
caballo surgía de atributos que eran comunes a todos los animales de la misma
especie y que al generalizarlos se reunían en uno solo, perdiendo entonces
algunos elementos no esenciales (color, tamaño), pero ganando en el contenido
esencial, ya que con un solo vocablo o concepto nombraba a millones de animales
de similar característica, como lo eran los caballos que vagaban entonces por
los suelos y aquellos que vagarían en los milenios venideros.
Así es como los conceptos, siendo generales, guardaban sin
embargo en su interior lo singular y lo particular, constituyendo una unidad de
contrarios entre lo singular y lo general.
Volviendo al tema, el concepto caballo no podía haber
surgido si no existiesen los caballos singulares, inmediatos, vivos,
relinchantes. Es la realidad la que suministra la base del conocimiento. Se
trata del punto de partida y del de llegada, del punto permanente de
referencia, y aun habría que agregar que también se trata del punto intermedio.
En la necesidad de procurarse el sustento, el abrigo, el ser
humano debía penetrar inevitablemente en la realidad objetiva (en la que de
hecho habita y de la cual es parte) y observar los nexos y elementos comunes de
una misma naturaleza y de otras diferentes, agruparlos entre sí o dividirlos,
según los casos, para luego utilizarlos o transformarlos.
Así comienza el conocer. Y, por cierto, el conocimiento no
está dado de una vez y para siempre. El hecho de haber formulado el concepto
caballo, por ejemplo, no significó que dicho concepto permaneciera inalterable
en su contenido a través de la historia. Muy por el contrario, fue cambiando
con la evolución, el desarrollo de las fuerzas productivas y el conocimiento.
La primera impresión
¿es la que vale?
Si en un principio el contenido del concepto caballo se
refería a atributos más o menos externos, como la posesión de crines, cola,
cabeza, cuatro patas, de ser herbívoro, posteriormente ese contenido se
profundizaría o enriquecería.
Es sabida la importancia que tuvo el caballo en poder de los
pueblos originarios, cuando aprendieron a domesticarlo, pues ahí se generaliza
como medio de transporte, de combate y de fuerza motriz.
Ahí el contenido del concepto caballo se ha ampliado, pues
ya se trata de un animal esencial para el transporte, el trabajo y la guerra.
Vale decir, que los conceptos abstractos van cambiando su
contenido -o lo van profundizando- a medida que avanza el desarrollo de las
fuerzas productivas y el del conocimiento, vinculado a ellas en última
instancia. Tal cosa demuestra que los conceptos no son inmóviles y eternos,
apartados de la realidad.
Y así, aquel concepto caballo hoy ya no posee la importancia
y el contenido que tuvo en la organización nacional y ha comenzado su
declinación al ser superado por otros medios de trabajo, de transporte y
-lamentablemente-, de guerra.
Y ocurrirá que, como especie, solamente permanecerá por sus
atributos deportivos o por preservaciones de orden ecológico. Y el concepto
caballo reunirá esas cualidades actuales, con lo cual podemos ver que la
realidad objetiva y las abstracciones corren por caminos, en cierto sentido,
paralelos.
Refiriéndose a la evolución de las especies, Florentino
Ameghino escribía en 1884 (1) que podemos no sólo reconstruir los tipos
primitivos de donde derivaron las formas actualmente existentes, sino también,
por medio de cálculos matemáticos, predecir el descubrimiento de nuevas formas.
Sabemos que la primera impresión recibida no constituye la
verdad, pues la verdad no reside en el comienzo, sino que es un proceso que
sigue al desarrollo de la propia naturaleza. La veracidad es problemática -en
nuestra impresión inicial no llega ni siquiera a esto- pero esa impresión
inicial es la puerta de acceso.
Y la primera impresión que el hombre tiene de una cosa no es
la verdadera -por varias razones que no vamos a dilucidar ahora- y hasta el más
corto ciudadano sabe que nunca hay que llevarse por primeras impresiones, o por
un conocimiento superficial de la cosa.
Para explicarnos el proceso de abstracción y generalización
es menester indagar en su causa real, y esa causa real no se halla en el propio
pensamiento, sino más allá de lo que podría ser su límite.
De haber surgido un pensamiento en nuestra cabeza -y lo
acabamos de ejemplificar someramente-, es porque tal pensamiento obedece a algo
objetivo que lo motivó. No existen las ideas innatas, aunque sí una
codificación genética que trasmite ideas y situaciones de generación en
generación, pero que va siendo actualizada de acuerdo a una realidad
contemporánea inexorable.
La raíz de la interacción del mundo exterior con lo
abstracto constituye un proceso que va más allá de los propios mecanismos del
humano conocimiento -naturalmente histórico-; ello sin negar la cognoscibilidad
de esa raíz.
Es que la fuente de lo abstracto no se halla dentro del
cerebro, ni siquiera en la propia capacidad de abstracción del ser humano, sino
que constituye una parte objetiva de toda la naturaleza (sin caer por esta
afirmación en el hilozoísmo).
No sólo en cuanto a reflejarse en el pensamiento humano,
sino en esa acción de autoconocimiento delegada por dicha naturaleza en el homo
sapiens.
Hay quienes afirman que lo abstracto es reflejo del mundo
objetivo, razonamiento cierto. Pero no solamente es reflejo, sino que también
-y al mismo tiempo- es parte de ese mundo.
Ocurre que el pensamiento constituye una necesidad del
hombre en tanto que elemento de la naturaleza; naturaleza que se halla fuera,
dentro y en el ser humano. Por tanto, el proceso de abstracción es un hecho
objetivo, necesario, fundamental, de la concatenación general del mundo, de la
cual el hombre participa.
Lógicamente, esa concatenación general se expresa a través
de acciones particulares diversas y de la propia organización del mundo, pero
no podemos ignorar que una de las más importantes acciones resulta ser el
proceso de abstracción general.
Anteriormente hablábamos de la primera impresión que una
persona recibe, señalando que ella aún no significa el conocimiento de la
verdad. Se trata, simplemente, del inicio del camino de una verdad incierta o
problemática pero que ya debe tener granos de verdad absoluta.
Para ello, la explicación de la ley de identidad concreta
aplicada a los razonamientos de Marx en su Introducción General a la Economía
Política de 1857-58 (2) es muy interesante pues allí dice que Das Konkrete ist
konkret, weil es die Synthese von vielen Bestimmungen und dass daher ist die
Einheit des Mannigfaltigen (Lo concreto es concreto porque es la síntesis de
muchas determinaciones y que, por tanto, es unidad de lo múltiple). Cabe acotar
que esta definición era propia de un momento histórico en el proceso del
conocimiento, una visión media –que aun cabría designar cuasi empírica- del
mundo y que, como hemos señalado en muchos de nuestros trabajos, se profundizó
enormemente luego de la aparición de las teorías cuánticas y otras, pero de
igual manera conserva, para esa visión empírica, validez actual.
El mecanismo de la abstracción tiene infinitos peldaños
temporales y espaciales y obedece a distintos grupos de leyes objetivas, las
cuales son inherentes al propio desarrollo del mundo, de las que el
conocimiento humano asimila sus fenómenos como así también los fundamentos de
tales fenómenos, es decir, las regularidades, la concatenación y la dialéctica
de los procesos. Primero copió inconscientemente -junto a los fenómenos y sus
leyes- la metodología que de su desenvolvimiento se derivaba; posteriormente,
procedió a estudiarla y a vertebrar inconscientemente el proceso lógico de la
abstracción.
La abstracción abstracta y la abstracción concreta están
mediando entre la apariencia y la esencia, lo que constituye un hecho objetivo.
Y luego de la esencia está el fundamento, como razón suficiente de la propia
naturaleza, una razón suficiente que tampoco es eterna ni absoluta.
Los diversos niveles de abstracción son parte fundamental
del mundo y no sólo del lenguaje humano corriente o inclusive del conocimiento
en sus etapas empíricas y científicas. El conocimiento en general es más amplio
que la lógica y que todo el discurso humano, pues actúa objetivamente y se
trata de una interacción de cada nivel entre sí y de éste a todo nivel entre
los elementos del universo y del ser humano cuando éste piensa y cuando no
piensa.
Ciertos vulgarizadores peroran sobre los problemas del
lenguaje como aspectos insolubles para expresar los fenómenos del micromundo,
porque el macromundo sería uno y el micromundo, otro, diametralmente opuesto,
Desean hablar sobre la estructura de los átomos pero no pueden hablar de los
átomos en el lenguaje corriente, y de ahí concluyen que lo mejor es acudir a la
intuición mística, o equipararlos a la danza de los dioses.
Si bien a cada nivel estructural de la materia le son
inherentes sus leyes y propiedades, que no puede reducirse a otro, no existe un
macro y un micromundo en el que cada parte vaya por su lado. Ambas teorías
constituyen un gran poema hecho como un cóctel explosivo de realidad y
fantasía. La interacción -ha escrito Engels- es la verdadera causa finalis de
las cosas. En todo caso, existen visiones, enfoques o teorías que estudian los
distintos niveles de organización de la materia.
En realidad, la pluralidad de estructuras, de
interconexiones y la pluralidad de niveles existentes en la naturaleza, en la
sociedad y en el pensamiento no pueden ser plenamente expresados en el lenguaje
corriente, pero de ahí no se sigue que dicha dificultad los torne imposibles de
designar o, más grave, los haga desaparecer o haga desaparecer la objetividad
con la que nos deberíamos manejar con el mundo.
Dichas pluralidades son vastísimas: siguiendo con el ejemplo
del agua, que dábamos en el artículo anterior, pensamos en algo muy simple, la
nucleación de una gota de agua en un vapor sobresaturado. Tenemos niveles por
debajo y por encima del volumen crítico, y al tal volumen se le suele llamar
dimensión embrionaria. Una gota es inestable, mientras que por encima de este
volumen, aumenta y transforma el vapor en líquido. Este efecto de nucleación se
da en cualquier estructura disipativa y su aparición suele atribuirse a dos
efectos antagónicos. Por un lado, el mundo exterior actúa como un campo medio
que tiende a amortiguar la fluctuación a través de las interacciones que se
producen en los límites de la región fluctuante. En el caso de las pequeñas
fluctuaciones, los efectos del contorno predominan y las fluctuaciones remiten
a él. Por el otro, en las fluctuaciones a gran escala, los efectos de contorno
son despreciables.
Notas
1) Ameghino Florentino, Buenos Aires, ed. Tor, s/f. En 1884
publicó ''Filogenia'', una obra teórica en la que desarrolla su concepción
evolucionista, de neto corte lamarckiano, y propicia, con intuición precursora,
la fundación de una taxonomía zoológica de fundamentos matemáticos. Poco
después tuvo Cátedra de Zoología de la Universidad de Córdoba.
2) Karl Marx, Introducción General a la Crítica de la
Economía Política/1857, introducción de Umberto Curi, Cuadernos de Pasado y
Presente, traducción de José Aricó y Jorge Tula, Córdoba, Argentina., digitalizado
en Buenos Aires (Hemos elegido esta traducción que creemos es más o menos
certera, para no complicar a los lectores con las versiones en alemán, que
nosotros hemos consultado en su idioma original). Se trató de unos cuadernos
titulados Grudrisse der kritik der politischen okonomie (rohentwurf) mejor
conocidos como Grundrisse. Ver también G. Lukács, Historia y conciencia de
clase. Obras completas, T. III. Ed.Grijalbo. México, D. F., 1969. Lukács
redactó un nuevo prólogo, que se agrega a la edición española, firmado en
Budapest, 1967.Los Gmndrisse fueron publicados inicialmente en Moscú, en 1939.