
Finian Cunningham
Como un bravucón en el patio de una escuela, el presidente
Barack Obama muestra el poderío militar de EE.UU. mientras visita rápidamente
la región Asia-Pacífico. El ímpetu nominal del viaje fue la cumbre del Foro de
Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), realizada
en Hawái la semana pasada. Pero en lugar de discutir “economía” (la E en APEC),
el enfoque destacado para Obama y su séquito parece hacer sido la “guerra” – y
en particular el establecimiento de líneas de batalla frente a China.
Las relaciones irascibles con China no son nada nuevo para
Washington en vista de las recientes arengas estadounidenses sobre comercio y
finanzas, pero lo que señala la altisonancia de Obama es una siniestra
intensificación de la agenda militarista hacia Beijing.
Como si incorporara a subalternos y lacayos en su pandilla,
el presidente estadounidense ha procedido desde Honolulu con paradas en
Australia, Indonesia y otros sitios. En vista de la primacía del poder
económico de China en el hemisferio, se podría haber considerado apropiado que
Obama hiciera una cordial visita a Beijing para discutir cooperaciones y
políticas para reanimar la economía global. Pero no fue así. La omisión de
China en ese importante viaje estadounidense parece ser un desaire deliberado
hacia Beijing y un mensaje a la región: que hay que aislar y cercar a China. Es
la esencia de un belicismo evidente.
Como era de esperar la flagrante agresión es suavizada y
presentada de modo agradable por los medios dominantes occidentales. Al informar
sobre la beligerancia unilateral de Obama en la APEC, el Washington Post se
lamenta: “Por más que trate de concentrar a los dirigentes de Asia y el
Pacífico en la forja de nuevas cooperaciones económicas durante una cumbre
regional, el presidente Obama ha pasado gran parte de su tiempo en reuniones
privadas con sus homólogos discutiendo otra preocupación urgente: la seguridad
nacional [es decir, el poder militar de EE.UU.]”
El Financial Times informa fuera de aliento: “Barack Obama
no pondrá un pié en China durante su gira por la región de Asia-Pacífico… pero
el rápido ascenso económico y los progresos militares de ese país serán el
trasfondo de casi todo lo que haga en el viaje”.
Nótese que es la aseveración de que son los “progresos
militares” de China los que provocan las preocupaciones de China, no la
observación más razonable y realista de que Washington es el que golpea los
tambores de guerra.
El FT sigue diciendo: “El Pentágono trabaja silenciosamente
en una nueva estrategia apodada concepto Batalla AireMar, diseñada para
encontrar modos de contrarrestar los planes chinos de denegar acceso a las
fuerzas de EE.UU. a los mares que rodean China”.
En cuanto a “mares que rodean China” hay quien podría pensar
que es enteramente aceptable que Beijing “deniegue acceso a fuerzas de EE.UU.”
Pero no, parece, para los amanuenses del FT y de otros medios dominantes
occidentales, que transforman ofensa estadounidense/defensa china en ofensa
china/defensa estadounidense. Se podría imaginar cómo informarían los mismos
medios si China anunciara que se propone patrullar con barcos de guerra
nucleares frente a California.
Como señalara previamente Michel Chossudovsky en Global
Research, las reservas inexplotadas de petróleo y otros minerales del Mar del
Sur de China constituyen un importante motivo de las maniobras de EE.UU. China
puede tener derechos territoriales naturales a esos depósitos y tiene una
reivindicación mucho más válida a esa riqueza que EE.UU., cuyas refutaciones al
respecto parecen arrogantes en el mejor de los casos y provocadoras en el peor.
De nuevo, uno podría imaginar la reacción de EE.UU. y de los medios dominantes
si China le echara el ojo a los campos petrolíferos y de gas frente a Alaska.
Pero en esto existe una agenda geopolítica mayor, como ha
analizado consistentemente
El creciente militarismo de EE.UU. en Asia-Pacífico es uno
con la globalización de la guerra por EE.UU./OTAN y sus aliados. El cambio de
política es, como nos dice sin convicción el Washington Post: “que EE.UU. se
reafirma como líder en Asia-Pacífico después de años de concentrarse en guerras
[ilegales] en Medio Oriente”.
Sin embargo, no se trata de una dinámica que pueda ser vista
como de alguna manera normal y aceptable. Es, como hemos señalado, una escalada
de la agresión por potencias “adictas a la guerra” como norma.
Arriba en la lista negra está China. Las guerras criminales
de Washington en Iraq y Libia han apuntado en particular a aislar a China de sus
legítimas inversiones en energía en Medio Oriente y el Norte de África (y
África en general). Esto en sí tiene que ser visto por Beijing como un
flagrante ataque contra sus activos en el exterior. No satisfecho, al parecer,
con el logro de ese desposeimiento de vitales intereses energéticos chinos,
Washington lanza ahora su insaciable apetito directamente al dominio de China.
Pero semejante agresión sin precedentes es presentada por el gobierno de EE.UU.
y los obedientes medios dominantes como un derecho natural en el cual la
negativa de la otra parte es presentada de modo perverso como “planes militares
para denegar acceso”.
La visita de Obama a Australia en esta semana apunta
indudablemente a darle un vuelto a la amenaza contra China. En Darwin, el presidente
de EE.UU. está supervisando la apertura de una base que presenciará por primera
vez a marines de EE.UU. capaces de realizar juegos de guerra en suelo
australiano. A miles de kilómetros de China, este evento puede parecer trivial
a primera vista. Pero luego se nos dice que la acción tiene el propósito de
estacionar a militares estadounidenses “fuera del alcance de misiles balísticos
chinos”. La insinuación es inequívoca y amenazante: China es una amenaza
inminente. De alguna manera, sin lanzar ninguna acción agresiva, se hace que
repentinamente China parezca como si estuviera dispuesta a lanzar misiles
balísticos contra instalaciones de EE.UU.
Es tentador calificar de “inoperante” esta dinámica de la
guerra global encabezada por EE.UU. Pero, de modo inquietante, no es solo
inoperante. La dinámica de la guerra global es una función del colapso del
capitalismo y de la democracia en EE.UU. y Europa (la brutal represión policial
contra manifestantes de Ocupad en todo EE.UU. es una evidencia de esto último).
La guerra contra el mundo es el resultado lógico de este sistema fracasado,
como ya nos lo ha mostrado la historia con los horrores de la Primera y de la
Segunda Guerra Mundial.
Karl Marx señaló una vez: “La historia se repite, primero
como tragedia, después como farsa”. Para impedir otra “farsa” en la cual se
repitan los horrores de la historia, tenemos que cuestionar de una vez por
todas la raíz del problema: el capitalismo.
Texto
original en inglés: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=27709
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Finian Cunningham es colaborador de Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Finian Cunningham es colaborador de Global Research