Especial para Gramscimanía |

Rolando “El Negro” Gómez
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Nota del Editor: ¿Quien es John Frum? |
Lo anterior no debería en principio aplicarse a los procesos políticos y sociales. Sin embargo lamentablemente se aplica.
La presidenta argentina, electa con una abrumadora mayoría
histórica de votos, acaba de pronunciar su juramento de aceptación del
cargo…basado en tres entes intangibles: Dios, Patria y…Él.
Dios no existe, y por lo tanto difícilmente la nueva
presidenta pueda ser castigada en su incumplimiento por tal ente
imaginario. En todo caso –haciendo acá
una terrible concesión bipolar- dios sería un ente “del más allá”, no de este
mundo, por lo que la nueva presidenta tiene garantizada una larga vida sin
castigo alguno, en caso de incumplir. De
hecho, varios de los genocidas que gobernaron Argentina anteriormente hicieron
también su juramento sobre el mismísimo ente inexistente, y muchos de ellos
escaparon al castigo en “esta vida”.
Con respecto a “La Patria”, se trata de otro ente
imaginario, no-perenne, en constante evolución y cambio, nunca eterno, y sin
duda alguna cuya definición depende del prisma con el que se observe el
mundo. Marx y Engels escribieron en su
manifiesto que “los obreros no tienen patria”, y la realidad de la lucha de
clases mundial sigue dándoles la razón hasta el día de hoy. Pero… ¿sobre qué “patria” juró la
presidenta? La historia argentina
reciente nos ha dado varias opciones de prismas que podríamos usar: patria
procesista, patria rompebolas que hay una sola, patria sojera, patria grande,
patria futbolera, patria militar, patria celestial, patria chacarera, patria
montonera, madre patria, patria financiera, patria metalúrgica, patria
inmobiliaria…¡y hasta patria socialista! (nadie nunca habló de “patria
obrera”. No hubieran podido.)
¿Qué prisma usa Cristina Fernández? Queda claro que no tiene mucha
importancia. El devenir histórico de la
lucha de clases puede hacer cambiar el prisma sin ningún reparo por la
solemnidad de un juramento, ya que se trata de un ente imaginario. Otro juramento, que de incumplirse, quedará
sin castigo.
La particularidad de este juramento solemne es que se hizo
también sobre otro ente inexistente, fallecido: Él.
Todo ser humano tiene el absoluto y pleno derecho a doler
sus deudos. En esto coinciden
psicólogos, psiquiatras, junto con tanatólogos, religiosos y gente común.
Pero de allí a hacer del duelo personal un hecho religioso,
político y social, hay un gran trecho.
Transformar el pronombre personal en tercera persona en un morfema de
profundo significado religioso es mucho más que un simple gesto de duelo. En el contexto de un juramento por el cargo
de Presidente Constitucional de la República, se transforma en manipulación
emocional. Al margen de que “Él” ya no
está; está muerto, y por lo tanto tampoco puede de ninguna manera hacer cumplir
un juramento o reclamar su cumplimiento, el manejo lingüístico del morfema está
dirigido a exaltar la “virtud del dogma”, y no aquella de la reflexión y la
crítica.
Coherente con lo anterior, los diarios argentinos han
informado recientemente de otros dos hechos similares: el primero, un diputado
del honorable senado bonaerense se tatuó en su brazo la cara de “Él”. Un comentario sobre esto daría para un ensayo
aparte sobre el carácter de este individuo, quien declaró a la prensa que “(yo)
necesitaba tenerlo en mi piel”. Vaya
representante de una ideología.
El segundo hecho: otro diputado, también bonaerense, hizo el
pasado 13 de octubre del 2011 una propuesta de ley proponiendo que el día de la
muerte de “Él” sea declarado “Día de la revelación política (sic) juvenil”,
argumentando que “Él” contribuyó al “resurgimiento de la militancia de las
juventudes políticas”. No voy a
referirme al hecho de que esta propuesta es una ofensa y un desprecio total a
la juventud argentina pensante. Noto
simplemente el hecho de que se fabrica una “revelación” de “Él”. No enseñanzas, no ideas que se pueden citar,
no escritos que se deben leer, no proceso cognitivo al que la juventud debe
llegar de manera crítica e independiente.
No; se trata de una “revelación”.
La connotación (y la manipulación) religiosa es aberrante.
Aparentemente, en las postrimerías de las jornadas de masas
que estallaron el 19 y 20 de diciembre del 2001, un container de cargo fue
abandonado en la esquina de Balcarce e Hipólito Yrigoyen, al lado de la casa
del gobierno argentino.
Al término de esas jornadas, luego de que les liberaran sus
ahorros, algunos nativos volvieron a sus balcones y le pidieron a sus empleadas
domésticas que guardaran las cacerolas.
Otros nativos, un poco más numerosos, volvieron a sus fábricas y
universidades y siguieron en su tarea de construir una alternativa política
independiente de los obreros, incluyendo jóvenes nativos que no necesitaron
revelación alguna.
Un tercer grupo, abrumadoramente mayoritario, cuando vio la
bonanza (aparente, real, y ¡ojo!, también la obscenamente acumulada) que trajo
el posterior salvataje del capitalismo argentino luego de su crisis histórica
más profunda, comenzaron a venerar a John Frum.
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Omar Montilla |
Nota del
Editor
Una curiosa consecuencia
de la expansión norteamericana por las islas del Pacífico Sur durante la
Segunda Guerra Mundial fue la proliferación de los llamados cultos del cargo, que
surgieron del asombro de los indígenas ante la acumulación de material bélico y
objetos de consumo que habitualmente acompañaban a la invasión. El culto cargo
de las Nuevas Hébridas en general, y de la isla de Tana en particular, es el de
John Frum quién, según los aborígenes del lugar, les invitó a abandonar la
religión cristiana impuesta por misioneros británicos para volver a sus viejos
ritos. Los antropólogos afirman que John Frum no es sino el recuerdo
distorsionado de los soldados americanos que se presentaban diciendo algo como
: "Soy John, de Ohio" o "soy John, de Nueva York" (que en
inglés viene a ser I´m John from...). El culto predecía además que, algún día,
John Frum volvería y traería con él toneladas de cargo.
En 1976 llegó a Tana Antoine Fornelli, un pescador corso que había servido en el maquis de Vercors durante la Segunda Guerra Mundial y, al terminar ésta, había abierto una armería en Lyon, con cuya venta decidió comprarse una plantación en las Nuevas Hébridas que había visto anunciada en un periódico. En Tana Fornelli descubrió un verdadero paraíso donde dedicarse a su mayor pasión, la pesca submarina, y enseguida se hizo amigo de los indígenas, que lo iniciaron en sus ritos secretos. En 1970 Fornelli sugiere a los indígenas declarar la independencia y abandonar los ritos cristianos impuestos por los misioneros británicos. Forma un consejo con los cinco jefes de aldea de la isla y les da una bandera azul con una estrella verde en el centro. Los indígenas, en agradecimiento, le nombran "Señor de la piragua", que es como conocen a sus reyes, en 1974, y su figura queda totalmente asimilada a la de John Frum. Pocos meses después, los británicos le detienen y le encarcelan en una isla cercana durante 18 meses, prohibiéndole expresamente volver a Tana. Desde su prisión, Fornelli declara la guerra a Gran Bretaña y Francia (ambos países tenían la isla de Tana en condominio).
En 1990 Fornelli regresa a Tana, al ser reconocida su independencia, vuelve a ser "Señor de la piragua" y termina así de cumplir la promesa que hizo el mítico Frum.
En 1976 llegó a Tana Antoine Fornelli, un pescador corso que había servido en el maquis de Vercors durante la Segunda Guerra Mundial y, al terminar ésta, había abierto una armería en Lyon, con cuya venta decidió comprarse una plantación en las Nuevas Hébridas que había visto anunciada en un periódico. En Tana Fornelli descubrió un verdadero paraíso donde dedicarse a su mayor pasión, la pesca submarina, y enseguida se hizo amigo de los indígenas, que lo iniciaron en sus ritos secretos. En 1970 Fornelli sugiere a los indígenas declarar la independencia y abandonar los ritos cristianos impuestos por los misioneros británicos. Forma un consejo con los cinco jefes de aldea de la isla y les da una bandera azul con una estrella verde en el centro. Los indígenas, en agradecimiento, le nombran "Señor de la piragua", que es como conocen a sus reyes, en 1974, y su figura queda totalmente asimilada a la de John Frum. Pocos meses después, los británicos le detienen y le encarcelan en una isla cercana durante 18 meses, prohibiéndole expresamente volver a Tana. Desde su prisión, Fornelli declara la guerra a Gran Bretaña y Francia (ambos países tenían la isla de Tana en condominio).
En 1990 Fornelli regresa a Tana, al ser reconocida su independencia, vuelve a ser "Señor de la piragua" y termina así de cumplir la promesa que hizo el mítico Frum.