
Isaac Risco
En septiembre de 2010 se
volvió a encontrar un explosivo de la Segunda Guerra Mundial en Berlín. Una
bomba aérea de 500 kilos de peso, presuntamente de procedencia estadounidense.
En alemán se les llama "Blindgänger", algo así como “bomba ciega”, un
explosivo “durmiente” que no estalló tras su lanzamiento décadas atrás y que
yace por lo general a varios metros de profundidad. El escritor W. G. Sebald,
gran impulsor del debate de la memoria en las letras germanas, da algunas
cifras en las primeras páginas de su ensayo "Guerra aérea y
literatura", de 1999: 131 ciudades bombardeadas, algunas una única vez,
otras en varias ocasiones. Vistos como una inevitable escalada tras la vesánica
“guerra total” anunciada por los nazis, los bombardeos de ciudades como Dresde
han sido criticados sin embargo también a menudo como un exceso, como un
castigo innecesario contra la población civil de un país al borde de la derrota.
Eran más o menos las seis
de la tarde cuando el tráfico se paralizó en el este de Berlín. La doctora
Katerine Neuber, que volvía a casa desde un hospital en el distrito de
Köpenick, se quedó atascada en la avenida que sube hasta Ostkreuz, la vieja
estación de trenes construida en el siglo XIX en la época del emperador
prusiano Guillermo I. La vía estaba atiborrada de vehículos. Más o menos a la
misma hora, Anna Renner oyó que alguien llamaba a su puerta. Era la policía.
“¿Qué hice?”, se preguntó la lingüista de 29 años antes de abrir. Su
apartamento estaba a pocos metros de Ostkreuz. Anne Klingbeil, licenciada en
Literatura, recibió en cambio una llamada telefónica un par de kilómetros más
allá, en el centro de Berlín. “¡Están bloqueando las calles y pronto van a
cerrar el puente!”, le dijo su tía, con la que debía encontrarse poco después
en su casa cerca de Ostkreuz. La tía se marchaba antes de que ya no pudiera
salir de la zona, porque tenía que tomar un vuelo. La doctora Neuber, en tanto,
oyó en la radio de su coche por fin lo que ocurría, después de la primera
noticia sobre los problemas de tráfico: era una bomba.
Ese 30 de septiembre de
2010 se había vuelto a encontrar un explosivo de la Segunda Guerra Mundial en
Berlín. Una bomba aérea de 500 kilos de peso, presuntamente de procedencia
estadounidense. En alemán se les llama Blindgänger, algo así como “bomba
ciega”, un explosivo “durmiente” que no estalló tras su lanzamiento décadas
atrás y que yace por lo general a varios metros de profundidad.
El hallazgo se había
producido a eso de la 1:30 de la tarde, durante trabajos de perforación al pie
de la torre de agua aledaña a Ostkreuz. La antigua estación llevaba más de un
año en obras de modernización y los obreros cavaban la zanja para un muro de
contención de las vías del tren cuando descubrieron el proyectil oculto en el
lecho de la tierra. Dos horas y media después, a las cuatro de la tarde, la
policía decidió cerrar la estación y despejar el área por completo para los
expertos. El radio de evacuación era de 500 metros. Al igual que el 6 de abril,
cuando ya se había descubierto una bomba de 250 kilos en la misma zona, los
especialistas consideraron que no era posible transportar el explosivo y que
tendrían que intentar desactivarlo en el mismo lugar. A las 9:30 de la noche,
señalaba pocos minutos después el diario BZ en internet, los policías Thomas
Grabow y Thomas Mehlhorn consiguieron neutralizar el detonador. Unas 10.000
personas habían sido evacuadas antes de sus viviendas.
Cuando abrió la puerta,
los policías le dijeron que se tenía que marchar, cuenta Anna Renner. “Me fui a
casa de una amiga. Pero también había colegios y gimnasios donde uno podía
buscar refugio”. Anne Klingbeil intentó llegar a su casa después de hablar con
su tía, pero tuvo que bajarse una estación antes por el cierre de Ostkreuz e
hizo a pie el último tramo. “Las calles estaban cerradas para los coches”,
recuerda. “Fui al café internet de la esquina. Primero estaba todo cerrado sólo
hasta un calle más allá, pero cuando estaba en el café oí pasar a un coche con
altavoces que decía que la zona iba ser evacuada, que debíamos ir a una escuela
en la calle Frankfurter Allee”. “Hay té y mantas”, decía el altavoz, mientras
avanzaba lentamente entre los bloques de pisos. “En el café internet, claro,
hubo revuelo entre la gente”, dice Anne Klingbeil.
Al salir intentó llegar a
su apartamento. “Delante de mi casa había una cinta de color blanco y rojo. Y
un policía apoyado en la pared, hablando por teléfono”. No parecía alarmado. Le
preguntó si podía acceder al edificio. “Me preguntó dónde vivía, pidió que le
mostrara mi documento de identidad y me dijo que podía entrar”. Estaba
tranquila, solo un poco triste porque no había podido ver a su tía, que vivía
en Londres. Tenía cosas que hacer en casa. “Me puse a preparar un pastel,
porque tenía un cumpleaños ese día”.
A ciegas
No se registraron
víctimas esa noche en Berlín. Sí los hubo en cambio cuatro meses atrás, en el
estado federado de Baja Sajonia, donde tres expertos murieron mientras
intentaban desactivar por la noche un explosivo en la ciudad de Gotinga. Aunque
los accidentes no son habituales cuando se encuentra un Blindgänger de la
Segunda Guerra Mundial, a veces ocurre alguno. Güteschutz Kampfmittelräumung,
una asociación de compañías privadas dedicadas a la desactivación de
explosivos, enumera otros casos: un hombre de 40 años que murió en marzo de
2009 tras manipular una granada rusa que había encontrado en su parcela en las
afueras de Potsdam, al sur de Berlín. Su acompañante resultó herido de
gravedad; 17 heridos en septiembre de 2008 después de que una excavadora se
topara con una bomba estadounidense de cinco quintales de peso en Hattingen, en
la cuenca del Ruhr. La explosión esparció las esquirlas en hasta 500 metros a
la redonda; o la muerte de un obrero que trabajaba en una carretera en octubre
de 2006 en Aschaffenburg, Baviera. El tractor con el que aparejaba el suelo
para la expansión de la vía se partió en dos debido a la detonación de la bomba
oculta en el terreno, recogía la prensa local. La conductora de un automóvil
que pasaba por la zona quedó en estado de shock.
“En realidad no hay
muchos accidentes”, dice Jürgen Plum, gerente de P-H-Röhll, una empresa privada
dedicada a la desactivación de explosivos en la Cuenca del Ruhr, en el oeste de
Alemania, una de las zonas más afectadas por los Blindgänger. En la región
estaban las “fábricas de armamento de los alemanes”, explica Plum los duros
bombardeos aliados durante la guerra. En los años que lleva trabajando en la
desactivación de explosivos, desde 1967, no recuerda haber vivido de cerca
muchos accidentes. Se le ocurre uno en el que estuvo implicada indirectamente
su propia empresa, en los años 80. “El servicio de desactivación estatal tenía
que recoger una granada inglesa de una de nuestras centrales. Estaban
examinando y limpiando la granada cuando explotó. Hubo un muerto y tres heridos
de gravedad”, dice. “Me puedo acordar porque conocía a la gente. Eran todos
trabajadores del servicio estatal”.
Además del área de la
cuenca del Ruhr, también las grandes ciudades alemanas de la época fueron
ferozmente bombardeadas por la aviación aliada durante la Segunda Guerra
Mundial. Berlín, Hamburgo, Dresde. También Colonia o Aquisgrán, dice Plum. El
escritor W. G. Sebald, gran impulsor del debate de la memoria en las letras
germanas, da algunas cifras en las primeras páginas de su ensayo Guerra aérea y
literatura, de 1999: 131 ciudades bombardeadas, algunas una única vez, otras en
varias ocasiones. Solo la Royal Air Force británica, apunta, lanzó un millón de
toneladas de explosivos en 400.000 vuelos sobre la Alemania nazi. Aunque es
difícil estimar el número exacto de bombas que no detonaron, “se puede partir
de que la tasa de Blindgänger fue de entre 10 y 15 por ciento”, dice Plum.
Otra de las localidades
especialmente afectadas por los bombardeos fue Oranienburg, en el estado
federado de Brandemburgo, al norte de Berlín. “Tiene que ver con que es la zona
por la que avanzó el Ejército Rojo”, explica Plum. La pequeña localidad
prusiana de Oranienburg se convirtió además en el siglo XX en un importante
centro industrial de la Alemania imperial y después del Tercer Reich. A partir
de 1935, las plantas Henkel empezaron a construir aviones ahí. Durante la
guerra se sumaron además varias fábricas de armamento, según los archivos de la
emisora regional RBB.
Antes del avance de las
fuerzas soviéticas, los bombarderos británicos y estadounidenses se encargaron
de bombardear en 1944 y 1945 las plantas en Oranienburg de Henkel y Auer, ésta
última uno de los lugares donde se llevaban a cabo los proyectos con uranio de
los nazis para la fabricación de bombas de nuevo generación.
Se estima que unos 16.000
explosivos cayeron del cielo en Oranienburg en esos años. En las calles de la
localidad del extrarradio berlinés, una zona residencial con casas de dos plantas
y numerosos parques en la actualidad, aparecen a menudo Blindgänger. “Aquí se
encuentran bombas a cada palmo”, asegura Sebastian Krause, que fue maestro en
una escuela de Oranienburg hasta 2011. En el colegio siempre se puede encontrar
a alguien que cuente anécdotas al respecto, dice.
Wolfgang Spyra, experto
de la Universidad Técnica de Cottbus, cifró en un estudio de 2008 en más de 300
el número de Blindgänger aún ocultos en los suelos de Oranienburg. Muchos de
ellos tenían temporizadores con sistemas químicos que podrían causar la
detonación en cualquier momento, según Spyra. Peligros susceptibles a
incidentes fortuitos o al paso del tiempo, en cierta forma, trampas tendidas a
ciegas en el lecho terrestre de toda Alemania.
Cerca a la Allianz Arena,
el estadio de fútbol del Bayern de Múnich, se encontró en enero de 2011 un
Blindgänger que tuvo que ser desactivado con una detonación controlada debido
al peligro que implicaba el intentar transportarla. Y en Berlín se estima entre
3.000 y 4.000 el número de bombas no detonadas. También el fondo del Mar
Báltico, escenario de combates de guerra y dominio de las fuerzas de Hitler en
los años 40, está regado de minas marinas y munición que no estalló nunca.
“El problema en el agua
es que en algún momento las coberturas de la munición estarán oxidadas por
completo y las sustancias explosivas emitidas, altamente tóxicas, llegarán al
medio ambiente”, dice Plum. “Puede tardar 10 o 50 años, pero en algún momento
estarán a punto. Entonces se verterán las sustancias explosivas.”
Además del servicio
estatal de cada Land o estado federado, en Alemania hay unas 40 firmas privadas
dedicadas a la desactivación de explosivos, estima Plum. Algunas son compañías
grandes, otras pequeñas empresas que operan con dos o tres especialistas
artificieros. “En principio, la desactivación de explosivos es en Alemania cosa
de los Länder, cada uno procede de forma distinta”, explica el jefe de
P-H-Röhll. El de Renania del Norte-Westfalia, el estado donde opera su firma,
es considerado un “modelo ejemplar”, señala. El Land de la cuenca del Ruhr y la
antigua zona metalúrgica germana cuenta con un servicio estatal que asume todos
los costes de un proceso de desactivación. Las oficinas de otros Länder tienen
en cambio solo “la tarea de llevarse o desactivar la munición, el resto del
trabajo tiene que ser asumido por empresas privadas”. La extracción y todas las
posibles labores adicionales. Y el propietario del terreno donde se encontró el
Blindgänger tiene que asumir los gastos, que pueden variar de acuerdo al tipo
de munición.
Las bombas, por lo
general, son siempre desactivadas en el mismo lugar. “Excepto que no se pueda”,
dice Plum, o que el proceso implique un alto riesgo para los artificieros.
Entonces se las transporta o se realiza una detonación controlada en el sitio
del hallazgo. En otros casos depende del tamaño. A las granadas, en principio,
se las puede manipular con seguridad. “Se las transporta y se las guarda en
recintos especiales y cuando los depósitos están llenos se las lleva a las
plantas de desarme. Ahí se las fracciona y se las quema en grandes hornos”,
explica el experto.
Las críticas a las
autoridades son habituales en un país con entramados burocráticos tan complejos
y enrevesados como Alemania. Spyra, por ejemplo, reclama búsquedas sistemáticas
para limpiar determinados terrenos de Blindgänger y no solo reacciones a
hallazgos concretos, como en Ostkreuz. Una opción sería revisar y comparar
detalladamente viejos documentos de los bombardeos y mapas antiguos de las
ciudades. Algo, sin embargo, que cuesta dinero. “Me parece que es parte de la
calidad de vida de esta ciudad que se preste importancia a esas informaciones y
que se incluyan en medidas estratégicas” de urbanismo, dijo Spyra públicamente
hace unos meses sobre la situación en Berlín. Otro factor son las distintas
competencias de las autoridades y las disputas sobre quién debe financiar en
muchos casos las labores de desactivación, el gobierno central o el respectivo
Land. La diferenciación está planteada en las leyes alemanas, recuerda Spyra,
según las cuales el gobierno federal asume solo los costes por la retirada de
“medios de combate” del antiguo Reich germano, mientras los Länder son
responsables de los restos dejados por los aliados.
Técnicos como Plum
también critican que los bajos presupuestos condicionen las labores de
desactivación. El experto se queja de los trabajos se paguen a menudo por
tarifas estándares por cada metro cuadrado, una compensación que a su juicio no
se corresponde con el valor real del trabajo. La duración de un proceso de
desactivación puede variar mucho. “En Renania del Norte-Westfalia se pagan los
trabajos por hora”, dice, pero en los estados del este de Alemania las tarifas
son por metro cuadrado, independientemente del despliegue y las dificultades de
cada labor. “Lamentablemente eso no ha cambiado”, agrega Plum, que se queja
desde hace años de las bajas tarifas.
Un legado alemán
También en otros países
se registran de vez en cuando hallazgos. En marzo de 2011, las autoridades
polacas encontraron unas 400 bombas de la Segunda Guerra Mundial en el
balneario de Kolobrzeg, otro de los escenarios del frente del este en la costa
de la antigua Pomerania alemana a mitad del siglo XX. La mayoría de explosivos
estaba a una profundidad de 1,5 metros en las playas frecuentadas por turistas,
alguno incluso apenas a 30 centímetros bajo la arena. La firma P-H-Röhll ha
asumido también alguna vez trabajos de desactivación en Bélgica y Austria. Y la
munición que dificulta los trabajos para los gasoductos Nord Stream, que
bombearán gas desde la localidad rusa de Vyborg hasta la germana Lubmin y de
ahí al resto de la Unión Europea a partir de 2011/2012, está regada casi por
todo el lecho del Mar Báltico. Pero los Blindgänger son en esencia un problema
alemán.
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Dresde fue destruida por la Royal Air Force en cuatro incursiones aéreas con más de 3.500 aviones. Las cifras oficiales actuales parten de unos 25.000 muertos |
Como los japoneses con
los movimientos sísmicos, se podría decir, los alemanes están habituados a
convivir con los hallazgos de bombas. Estos pueden ser vistos también como
parte de un complejo más grande, el marco histórico de la convulsa primera
mitad del siglo XX germano. No en vano los masivos bombardeos de área de los
aliados en los años finales de la Segunda Guerra Mundial, recordaba W. G.
Sebald, causaron una destrucción sin precedentes y fenómenos como las
“tormentas de fuego” que arrasaron las ciudades alemanas. Sobre todo a la
táctica del llamado area bombing de los británicos se le atribuye gran parte de
los estragos. La destrucción de Dresde en febrero de 1945, por ejemplo,
ejecutada por la Royal Air Force en cuatro incursiones aéreas con más de 3.500
aviones. Las cifras oficiales actuales parten de unas 25.000 víctimas mortales
tras la operación.
Vistos como una
inevitable escalada tras la vesánica “guerra total” anunciada por los nazis,
los bombardeos de la metrópoli del barroco alemán han sido criticados sin
embargo también a menudo como un exceso, como un castigo innecesario contra la
población civil de un país al borde de la derrota. El propio Winston Churchill
se distanció tras la destrucción de Dresde de los area bombings, considerados todavía
en 1941, en pleno apogeo nazi, como la única vía posible para derrotar a
Hitler. Para frenar el avasallador avance alemán, esbozaba entonces Churchill
en una misiva a su ministro de Producción de Aviones durante la guerra, Lord
Beaverbrook, es necesario “un ataque absolutamente devastador y exterminador
con bombarderos pesados… contra la patria de los nazis”. En su ensayo, Sebald
especifica también una amenaza concreta a la que respondía la directriz: la
destrucción de Londres con la que fantaseaba el dictador alemán en 1940. “¿Ha
visto alguna vez un mapa de Londres?”, reconstruye el escritor una charla en la
cancillería del Tercer Reich, en la que Hitler aleccionaba a Albert Speer sobre
la vulnerabilidad de la capital británica a un ataque con bombas incendiarias.
“¿Y qué podrán hacer con sus bomberos una vez que haya empezado (el fuego)?”.
Las consecuencias de los
bombardeos plantean en Alemania, en particular, un difícil ejercicio de
memoria. Se trata de un recuerdo envenenado, enfrascado en el dilema de si es
correcto o no tratar ciertos aspectos de lo ocurrido. No es sencillo hablar de
las represalias sufridas por la población alemana a manos de las fuerzas
aliadas. En un país que ha sabido asumir quizá mejor que ningún otro las culpas
de su pasado, los mayores tabúes se suelen erigir en torno a la otra cara de la
tragedia: el sufrimiento propio. Como una analogía al problema de los
Blindgänger ocultos bajo la tierra, se trata más bien de un recuerdo que aflora
esporádicamente a la superficie desde las profundidades del alma germana. De un
“legado alemán”, según la formulación usada a menudo por historiadores,
investigadores y periodistas para comentar los hallazgos de bombas. Aunque no
tocan directamente el tema de los Blindgänger, los debates históricos de las
últimas décadas son una buena muestra de esas dificultades.
Sebald fue uno de los
primeros en abordar abiertamente el sufrimiento de la población alemana tras
los bombardeos aéreos, no tanto para criticar al otro bando por la brutalidad
de la guerra, sino para apuntar al trauma impronunciable de las bombas. Unas
conferencias dictadas en la universidad de Zúrich en 1997, de las que surgiría
después el ensayo Guerra área y literatura, dieron pie a un acalorado debate
sobre si el “pueblo de los verdugos” tenía siquiera el derecho moral a hablar
de su propio dolor. El texto de Sebald se centra en lo que el escritor
consideraba el fracaso de las letras germanas en reflejar las terribles
experiencias de los bombardeos. El recuerdo de “la destrucción de las ciudades
alemanas –señalaba– no encontró lugar en el subconsciente de la nueva nación
que se estaba formando”.
El debate se encendió
poco después de las conferencias. ¿Había fracasado de verdad la literatura
alemana al callar sobre las consecuencias de los bombardeos? Aunque empezó como
ponencia universitaria, el asunto se convirtió pronto en objeto de una amplia discusión
en diarios y revistas a nivel nacional. En el epílogo escrito para el libro,
Sebald recuerda las numerosas cartas que recibió en los meses posteriores a la
conferencia. Muchas de ellas eran de ciudadanos anónimos que rememoraban sus
pavorosas vivencias en los sótanos y búnkeres donde se refugiaban durante los
bombardeos, rodeados de mujeres musitando frases sin sentido o de algún anciano
aferrado “inexplicablemente” a una lámpara de mesa de noche que llevaba
consigo. Otros remitentes preferían en cambio explayar sus propias hipótesis
sobre el silencio colectivo respecto a los bombardeos. Algunos le enviaron sus
propios trabajos literarios sobre lo vivido, que mantenían guardados en un
cajón, o detalles de sus planes para escribir al respecto, y otros lo
criticaban duramente por difundir tesis que consideraban erróneas.
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Colonia fue bombardeada con grandes daños materiales y humanos |
El periodista Volker Hage
publicó pocos meses después de la conferencia un artículo en la revista Der
Spiegel en el que citaba a autores que sí habían escrito sobre los bombardeos;
a Alexander Kluge, por ejemplo, que publicó en 1977 el relato Ataque aéreo
contra Halberstadt el 8 de abril de 1945, o a Gert Ledig, cuya novela sobre el
bombardeo de una ciudad alemana anónima, Represalia, ignorada tras su aparición
en 1956, volvió a ser editada e incluso traducida a idiomas como el inglés, el
francés y el español tras el debate iniciado por Sebald. La discusión matizó
finalmente algunos de los aspectos de Guerra aérea y literatura, pero incluso
críticos como Hage reconocieron que Sebald tenía parte de razón. Se habían
escrito cosas, sí, pero el tema había pasado casi inadvertido en comparación
con la dimensión de la tragedia. Para Hage, los problemas estaban sin embargo
más en la recepción de las obras, ignoradas por el público y la crítica, que en
la producción.
El historiador Jörg
Friedrich publicó además en 2002 el ensayo El incendio. Alemania en la guerra
de bombas 1940-1945, especialmente crítico con el Reino Unido por los area
bombings. Su tesis respecto a que los británicos causaron más estragos en
Alemania durante la guerra que viceversa fue comentada con dureza por la prensa
germana, que protestó por formulaciones como la de “crematorios”, fácilmente
asociable al Holocausto, para referirse a las víctimas de los bombardeos
calcinadas en los búnkeres. Era otra vez la conciencia de la culpa histórica
alemana, aunque potenciada quizá también por el malestar de tener que hablar de
las penurias sufridas en carne propia.
Toda la historia de la
República Federal, fundada sobre las ruinas del Tercer Reich en 1949, ha estado
marcada por esos remordimientos. Y es difícil que todo debate serio no caiga
pronto bajo sospecha de adolecer de la visión sesgada y el revisionismo de la
extrema derecha. Un peligro real, por otra parte. De una de las cartas
recibidas en 1998, Sebald recordaba por ejemplo una que le parecía
especialmente absurda por hablar de un complot para privar a Alemania de su
herencia cultural con los bombardeos. El remitente creía en una conspiración
internacional orquestada por judíos con el objetivo de preparar la
americanización de la sociedad germana en la posguerra, apuntaba el escritor,
fallecido en un accidente automovilístico en 2001. “Parece estar pese a todo en
su sano juicio y vive aparentemente en buenas condiciones sociales”,
reflexionaba también sobre autor de la misiva.
El fenómeno se extiende
hasta la política. “Los alemanes sabemos muy bien quién empezó la guerra y
quiénes fueron sus primeras víctimas”, recordaba en 2004 el ex canciller
Gerhard Schröder para rechazar las exigencias de restitución de desplazados
germanos que perdieron las tierras que Polonia recibió en compensación por las
atrocidades sufridas a manos del Tercer Reich. Y el veterano político
socialdemócrata Cornelius Weiss formuló en 2005 una frase que bien podría
explicar el estoicismo con el que se afronta a menudo el problema de los
Blindgänger. Weiss, entonces padre de la Cámara como político de más edad en el
parlamento regional de Sajonia, no dudó en subrayar la incontestabilidad de la
culpa histórica de su país en una réplica a la pequeña formación filonazi del
NPD: “Al final, el fuego volvió al país de los incendiarios”, describió la
destrucción de Dresde en 1945. El NPD había calificado antes los feroces
bombardeos de área en la metrópoli sajona como un “holocausto de bombas”.
Hoy, más de 60 años
después de la guerra, se estima que la desactivación final de todos los
Blindgänger tardará aún mucho tiempo. “En tanto se han erradicado las grandes
superficies con explosivos en Alemania, pero en las ciudades, donde fueron los
bombardeos, pasarán también todavía décadas antes de que se puedan encontrar
todos”, estima Jürgen Plum. Para los optimistas, hacía también cuentas para la
televisión RBB el historiador Laurenz Demps en junio de 2011, podría tratarse de
unos 50 años. “Y hay pesimistas que dicen que pasarán todavía al menos cien
años hasta que se haya encontrado la última”, agrega. Hasta entonces, las
bombas seguirán apareciendo a menudo donde menos se las sospecha, como en el
lago que recuerda Anne Klingbeil de su infancia.
Era antes de la caída del
Muro, y sus padres llevaron a un grupo de niños a celebrar el cumpleaños de su
hermano y de ella con un picnic en el campo. “Yo soy de Mecklemburgo, de
Güstrow, y por ahí hay muchos lagos”, cuenta. Cerca está también el Primerburg,
un antiguo destacamento militar bombardeado por la aviación estadounidense en
1945. “Estuvimos toda la tarde solos en el lago. Al frente estaba un pescador
en un pequeño muelle, seguro que era también de un pueblo cercano”, recuerda.
Cuando volvían más tarde a casa vieron un fuerte despliegue de policías y
bomberos. “Al día siguiente oímos que justo ese pescador había descubierto una
bomba, justo en ese lago. Mis padres estaban aterrados, porque tenían en ese
momento la responsabilidad de muchos niños”, señala. También la doctora
Katerine Neuber tiene en tanto su propia anécdota sobre ese particular legado
alemán. “Para el trayecto que dura normalmente 25 minutos necesité varias
horas”, cuenta sobre el revuelo en Ostkreuz por el Blindgänger. “Aunque he oído
a menudo noticias sobre hallazgos de bombas en la radio, desde entonces puedo
imaginarme muy bien lo que eso significa todavía hoy en día”.
Isaac Risco es periodista y escritor. En FronteraD
ha publicado, entre otros, Perú, la democracia que le teme a su pueblo y Forget
Vargas Llosa
Fuente: http://www.fronterad.com/?q=una-herencia-explosiva&page=0,0
Fuente: http://www.fronterad.com/?q=una-herencia-explosiva&page=0,0