
Juan Torres López
Este texto resume una
exposición más completa y documentada sobre las tesis del decrecimiento que
publicaré en un libro próximo. Aquí trataré de mostrar de la manera más breve e
intuitiva posible algunas inconsistencias que a mi modesto modo de ver presenta
el concepto de decrecimiento, aunque quisiera señalar antes que nada que tengo
una gran simpatía por las personas que lo defienden. Comparto su paradigma de
cambio social anticapitalista basado en el desarrollo de nuevas formas de
producir, de distribuir, de consumir y de pensar. Simplemente discrepo del
concepto de decrecimiento que utilizan para definir tales estrategias porque
creo que carece de rigor, que no puede hacerse operativo, porque creo que no
responde a la realidad del capitalismo de nuestros días y porque, por esas
razones, me parece que solo puede servir para estimular una creencia o simples
acciones testimonialitas pero no para combatir eficazmente el capitalismo.
El mito del crecimiento pero al revés
Quienes defienden el
decrecimiento pueden decir que están pensando en otra cosa pero es innegable
que cuando utilizan ese término están hablando de disminuir los indicadores que
miden la dimensión cuantitativa y monetaria de la actividad económica y más
concretamente el PIB.
Es verdad que los
decrecentistas nos dicen que además de eso, además de reducir el PIB, la
producción y el consumo, el decrecimiento es algo más (redistribución,
decrecimiento solo para los ricos, valores de austeridad...) pero eso no niega
la mayor: el decrecimiento es, antes que nada, la disminución de la magnitud
que mide la producción, el consumo o ambas cosas a la vez.
Para los defensores
ortodoxos de la economía convencional, todo lo que tienen que hacerse para que
las economías funcionen bien es recurrir al “termómetro” del crecimiento y
hacerlo crecer. Naturalmente, como les pasa a los decrecentistas en el lado
contrario, ningún economista ortodoxo defensor del mito del crecimiento
admitiría que se limita a promover solamente que crezca la actividad porque
afirmaría que no es suficiente con crecer sino que siempre hace falta algo más:
una combinación apropiada de mercado y estado, instituciones eficientes,
incentivos adecuados, etc.
Se quiera o no, defender
el concepto de decrecimiento es recurrir al mismo instrumento, al termómetro,
aunque -a diferencia de los ortodoxos- para decirle ahora al enfermo que sus
males desaparecen simplemente si baja su temperatura, la tasa de crecimiento.
El concepto de
decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo
que propone
El segundo gran problema
que plantea el concepto de decrecimiento es que hay que hacerlo operativo. Si
se le dice a la sociedad que la solución a sus problemas es que decrezca la
producción y el consumo debe decírsele en qué cuantía concreta deben bajar
porque, lógicamente, no puede dar igual que baje un 5 que un 50 o un 500%.
Para ser consecuente con
la propuesta de decrecimiento que se hace, éste ha de manifestarse en una
determinada variación negativa de una magnitud concreta que lo refleje. Más
exactamente, en una magnitud que exprese la cantidad total de la producción y
del consumo que ha de decrecer para poder determinar así en qué cantidad
proponen que se reduzca.
Es decir, el
decrecimiento necesita exactamente el mismo tipo de indicador que necesitan los
partidarios del crecimiento y, de hecho, en los ejemplos que utilizan se
refieren incluso al mismo término: el Producto Interior Bruto. Un indicador
sobre cuyas carencias y limitaciones no creo que sea necesario insistir aquí.
Los partidarios del
crecimiento lo utilizan porque asumen una ficción: que la actividad económica
es solo el proceso de producción/consumo de bienes y servicios con expresión
monetaria. Y el problema del concepto de decrecimiento es que, al utilizar
también el PIB como magnitud de referencia, se está asumiendo también esa
ficción, aunque los decrecentistas no quieran reconocerlo.
Para responder a esta
objeción, los decrecentistas responden que entonces, en lugar de utilizar el
PIB, podrían recurrir a otro indicador.
Pero la cuestión estriba
en que es sencillamente imposible disponer de un indicador que proporcione ese
“cómputo final” que nos indique lo que ocurre con “la economía en conjunto”.
La razón de esta
imposibilidad es que los factores que inevitablemente hemos de tomar en
consideración si queremos poner sobre la mesa una propuesta política integral
de progreso social (monetarios, materiales, físicos, energéticos, éticos,
emocionales...) y no una puramente economicista (basada en una simple medición
de la actividad con expresión monetaria), son heterogéneos y no se pueden
integrar en una magnitud homogénea que proporcione un resultado de crecimiento
o decrecimiento que sea inequívocamente satisfactorio o indiscutible.
Un concepto “ricocéntrico”
Cuando se plantea la
estrategia del decrecimiento se suele poner cuidado en señalar que se trata de
que disminuya la producción y el consumo de los ricos. Pero también aquí
aparecen varios problemas.
En primer lugar, es muy
difícil, por no decir imposible, poder separar la producción y el consumo de
“ricos y pobres” (o de mujeres y hombres, que también sería pertinente, por
cierto) sobre todo, cuando no se está haciendo por parte de sus defensores un
análisis de clases sociales o de género del decrecimiento.
En segundo lugar, yo creo
que, aunque analíticamente fuese posible (que creo que no lo es y desde luego
los defensores del decrecimiento no demuestran que lo sea), discernir entre la
producción y el consumo de los ricos y el de los pobres que debe subir o bajar
independientemente uno del otro, la población empobrecida tendría muchas
dificultades para asumir como propio un proyecto que se presenta como de
reducción general de la posibilidad de satisfacer en mayor medida sus
necesidades.
Lo diré más claro
anticipándome a lo que señalaré más adelante: lo que necesita la inmensa
mayoría de la sociedad que hoy día está insatisfecha y que se supone es lo que
debería apoyar un movimiento como el del decrecimiento es que crezca la
producción de bienes y servicios a su disposición, y no al contrario. Aunque
eso haya que hacerlo, eso sí, con otro modo de producir, de consumir y de
pensar.
En este punto se me
podría argumentar que una gran parte de las clases trabajadoras son consumistas
y que están dominadas por la ideología del consumo y el gasto y que lo que
acabo de decir contribuiría a exacerbar aún más ese fenómeno. Pero, aunque no
puedo desarrollar este asunto aquí, creo que se podría argumentar fácilmente
que el consumismo no tiene que ver con la cantidad de bienes disponibles o
efectivamente dispuestos. Se puede ser consumista con un salario de 700 euros
mensuales pero lo que precisamente demuestra eso es que para combatir el
consumismo no basta con disminuir la provisión de bienes, sino que más bien es
necesario, por el contrario, es que crezca la de aquellos que pueden contribuir
a la mejor formación, a la autonomía personal, al buen criterio, etc. de los
seres humanos. Aunque, lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin
provocar daños añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta.
Un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual
En el trasfondo de la
propuesta del decrecimiento late la idea de que el capitalismo ha provocado un
crecimiento de la producción inmenso e insostenible que se debe detener. Y
quien escucha la propuesta del decrecimiento en general no puede sino confirmar
la idea de que la abundancia sin límite de nuestra sociedad va a provocar un
gigantesco descalabro que hay que tratar de parar.
En mi opinión, eso es
otro error de graves consecuencias políticas porque no me parece cierto que la
Humanidad viva en la civilización de la abundancia. El daño al medio ambiente,
el peligro indudable que nuestro modo de vivir y de organizar la sociedad
produce en el planeta hipotecando la vida y el bienestar de las generaciones
futuras no se deben a que se produzca demasiado para todos y haya, por tanto,
que detener la producción y el consumo de todos, sino a que se produce y se
consume mal y de una forma muy desigualmente distribuida entre los distintos
seres y grupos humanos.
Los datos que nos indican
que una parte importantísima de la población mundial carece de los bienes más
esenciales son bien conocidos y no me voy a detener en ellos.
Ni siquiera es correcto
afirmar que las economías capitalistas estén registrando tasas elevadas de
crecimiento. De hecho, lo que viene ocurriendo es lo contrario y conviene
explicarlo bien a la población y a la hora de hacer propuestas políticas. Las
políticas neoliberales han provocado precisamente una disminución de los ritmos
de crecimiento de la actividad económica incluso medidos a través del PIB
provocando así más desempleo y carencias de todo en gran parte de la población
(y no solo en la posesión de bienes superfluos sino en la disposición de
educación, sanidad, cuidados, cultura...).
No nos confundamos: el
capitalismo neoliberal produce mucho pero para pocos, muy poco para muchos y,
sobre todo, bastante mal para todos.
El error que yo encuentro
en el discurso de los partidarios del decrecimiento es que confunden la
insostenibilidad que produce un mal modo de producir y una lógica desigual de
reparto con un problema de cantidad. Se falla al caracterizar la realidad y
entonces se aplica la terapia inadecuada.
Por eso, la alternativa
no puede ser simplemente disminuir cuantitativamente la actividad económica
sino producir lo necesario de otro modo y distribuir con justicia, y para ello
reorientar la actividad económica hacia la satisfacción que tiene que ver con
la vida humana en el oikos, liberándola de la esclavitud que le impone el
mercado al universalizar el intercambio mercantil y el uso del dinero (la “puta
universal”, como Marx recordaba que lo llamó Shakespeare) como equivalente
general.
Ni siquiera debería
darnos miedo el verbo crecer. Todo lo contrario. Es deseable crecer (e incluso
creo que ello comporta un mensaje más humano y optimista) en la satisfacción de
las necesidades humanas, en la producción de todo aquello que las satisface de
un modo equilibrado y natural. Hacer crecer la satisfacción solidaria y
pacífica de las necesidades humanas no es algo indeseable sino una aspiración
lógica que no tenemos derecho a frustrar, aunque, eso sí, tenemos que aprender
a conjugarla en la práctica con la austeridad, con el equilibrio, con el amor a
la especie y a la naturaleza y, sobre todo, con el respeto indeclinable al
derecho que todos los seres humanos tenemos a estar igual de satisfechos que
los demás y que es el que obliga a negociar y establecer de un modo democrático
la pauta del reparto de la riqueza.
Una propuesta desmovilizadora y políticamente inocua, aunque esté llena
de buenas intenciones
El problema de confundir
la naturaleza del capitalismo de nuestros días no solo lleva a proponer una
estrategia inadecuada para resolver el problema objetivo de la destrucción
ambiental y del mal uso de los recursos. Además, comporta un discurso que
confunde a la población, que le impide entender la naturaleza del mundo en que
vive y que, al proponerle medidas que nunca pueden resultar atractivas cuando a
la mayoría de ella tiene insatisfechas la mayor parte de sus necesidades, no
permite concitar apoyo ni generar movilización política suficientes para
cambiar el estados de cosas actual.
Como dice José Manuel
Naredo, un término con pretensiones políticas (como el de decrecimiento) que
pretende articular un enfoque económico alternativo al actualmente dominante
“necesita tener a la vez un respaldo conceptual y un atractivo asegurados, de
los que carece el término decrecimiento (...) De ahí que el movimiento ecologista
que defiende el decrecimiento tiene que empezar a ponerle apellidos para que el
objetivo resulte inteligible y razonable desde fuera del enfoque económico
ordinario” (José Manuel Naredo, “Luces en el laberinto”, La Catarata, Madrid
2009, pp. 214-217).
Conclusión
Todo lo que acabo de
señalar no quiere decir que la actividad que despliegan los defensores del
decrecimiento sea inútil. Entiendo, como dije al inicio de este texto, que el
discurso añadido a la propuesta del decrecimiento y que implica la puesta en
práctica de nuevas relaciones de consumo (formas distintas de producción, y
nuevos valores humanos de solidaridad, austeridad, justicia, cooperación, etc.)
es hoy día imprescindible. Pero mientras la formulación que dé pie a este
discurso y a estos valores sea la del decrecimiento tal y como hoy se mantiene,
y a la que he dedicado este texto, lo que en mi opinión se estará generando
será un movimiento en torno a una creencia y no en torno a un concepto riguroso
y que pueda ser llevado a la práctica de modo coherente con dicha filosofía. Se
estará promoviendo un movimiento testimonial, muy necesario sin duda y ejemplar
si se quiere desde el punto de vista del compromiso personal y colectivo, pero
que nunca podrá promover una solución efectiva, operativa y políticamente
viable frente a los problemas contra los que se quiere actuar. En definitiva,
con el precario arsenal teórico del que hoy día dispone el decrecimiento podrá
ser un movimiento atractivo pero que solo puede ofrecer una creencia, una apuesta
moral, una filosofía o una práctica personal, como acabo de decir, muy valiosas
pero incapaces de concretarse en un proyecto político y, por tanto, en una
acción social colectiva realmente transformadora.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada
de la Universidad de Sevilla. Miembro del Comité Científico de ATTAC España. www.juantorreslopez.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138191&titular=sobre-el-concepto-de-decrecimiento-
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138191&titular=sobre-el-concepto-de-decrecimiento-