
La crisis
capitalista se agudiza. Y el aspecto más chirriante de la crisis es que las
poblaciones de los países más desarrollados se enquistan en una actitud
conservadora, prosiguiendo una evolución histórica que conduce directamente
hacia el desastre. La situación tiene elementos en común con lo que sucedió
hace 80 años en la famosa crisis del 29 que llevó al auge del fascismo y la
Segunda Guerra Mundial, solo que en una fase más avanzada de la decadencia
capitalista –lo que se manifiesta especialmente en el desastre
ecológico-ambiental.
Los Estados
de los países desarrollados, los que configuran el bloque dominante -me refiero
a los que forman la Alianza Atlántica más Japón, Australia y los aliados árabes
del Golfo Pérsico-, continúan implementando las políticas neoliberales que han
conducido a la crisis económica, lo que es un índice del agotamiento
capitalista. La mayoría de los ciudadanos aceptan la situación con resignación:
la victoria electoral de los partidos liberales y las políticas liberales de los
partidos socialistas, son una buena muestra de esa realidad.
En esa
coyuntura ha surgido una movilización global de la ciudadanía, que ve peligrar
los derechos sociales conquistados en las últimas décadas. Se trata de una
respuesta de la sociedad ante los manejos liberales de la economía, que
privatizan los bienes públicos empobreciendo a las clases populares y medias.
Una reacción necesaria y saludable ante la crisis y sus consecuencias para las
clases trabajadoras. Pero este movimiento de masas con carácter defensivo,
carece de un auténtico programa de transformación social y debido a su
espontaneidad e inmadurez está atravesado de numerosas contradicciones e
incoherencias.
Si queremos
entender el verdadero significado de la coyuntura y por qué la mayoría de la
población se muestra indiferente ante la pérdida de los derechos sociales, no
debemos olvidar que la privatización de la economía viene desarrollándose desde
hace décadas al hilo de la globalización económica. ¿Hasta qué punto esa
globalización ha reportado beneficios a las poblaciones europeas integradas
dentro de la economía consumista?
En una
economía globalizada, cuando los bienes que consumimos son producidos en la
otra parte del mundo, necesitamos medir el bienestar con parámetros de justicia
internacional y no sólo por los deseos consumistas de las masas –pongo por
ejemplo el Informe Planeta Vivo 2010, que recoge el Índice de Derechos Humanos
elaborado por el PNUD-. En esa perspectiva internacional las poblaciones de los
países desarrollados son claramente capas privilegiadas de la humanidad. Como
indicó Marx en su tiempo, sólo desde una perspectiva global podemos alcanzar a
entender el funcionamiento del capitalismo. Por eso los análisis basados en el
Estado nacional yerran a la hora de diagnosticar la enfermedad del capitalismo
y sus soluciones.
En esa
atonía generalizada, hay algunas buenas noticias, insuficientes tal vez, pero
algo es algo. El movimiento de protesta contra el neoliberalismo se ha
convertido en una revuelta global y ha despertado un pequeño fulgor de gente
joven contra un destino que se prevé tremendo. Con propuestas reformistas y no
tan reformistas, con enormes inconsecuencias y contradicciones, con métodos de
organización elementales, con toda la ingenuidad de un movimiento que está
empezando y necesita mucho camino por delante para madurar.
Pero hay que
reconocer que esa movilización es un conglomerado nada homogéneo de gentes de
toda ideología. El Vaticano anunciaba el 24 de octubre que está del lado de los
indignados, y solicita un control internacional de la economía, rechaza el
neoliberalismo y pide tasas a las transacciones financieras, como ATTAC. Hay
que reconocer que la Iglesia tiene un análisis de la realidad mucho más certero
que nuestros gobiernos socialistas.
Cada vez más
intelectuales reformistas están comenzando a comprender que ya no hay margen
para el reformismo: el capitalismo más duro está imponiendo sus condiciones de
existencia a millones de seres humanos. Como diría Brecht, primero vinieron a
por los africanos, luego a por los asiáticos, luego les tocó a los
latino-americanos y ahora nos toca a nosotros. Pero el reformismo carece de la
perspectiva internacional que es esencial en el análisis marxista del
capitalismo.
Habrá que
ver si ese reformismo emerge del limbo de las buenas intenciones. Criticar las
políticas neoliberales por su ineficacia, es algo evidente en nuestros días;
pero cuando llega la hora de la verdad, la mayoría se pliega a las exigencias
del poder dominante. En mi opinión, la guerra de Libia ha sido un auténtico
desastre para la izquierda europea, que ha comulgado con ruedas de molino con
tal de salvar su alma progresista. Pues a esos izquierdistas les ha sucedido
como al cristiano escrupuloso, tan preocupado con su salvación que se acaba
condenando
Hay dos
excepciones notables a esa falta de pulso político entre los ciudadanos
europeos –y del llamado ‘mundo libre’-: Islandia y Grecia. Islandia, un país
pequeño que no pertenece a la UE, ha hecho una auténtica revolución
democrática, poniendo en cuestión el poder del capital financiero y elaborando
una nueva constitución. Grecia ha sufrido más que otros países las convulsiones
de la crisis, pero la respuesta de los trabajadores y el pueblo ha sido
contundente, poniendo en riesgo todo el sistema político europeo. La última
noticia es que se le va a perdonar la mitad de la deuda al Estado griego, de
forma que pueda afrontar la crisis con más recursos. Es una prueba de que los
trabajadores solo pueden mejorar su situación mediante la combatividad contra
el capitalismo.
Es una
triste desgracia que nuestros progresistas dependan de los partidos socialistas
y quizás ahora con la crisis puedan despertar a una nueva comprensión de los
problemas sociales. En España han cambiado el fetiche Zapatero por Gaspar
Llamazares. Pero el PSOE es en última instancia la única institución que mueve
masas en España, sin contar a la Iglesia y la Monarquía. Y es que este PSOE se
parece al falangismo del viejo régimen franquista en su papel de controlar los
sindicatos; ya no es el partido que fundó Pablo Iglesias y defendió la
República. ¿De verdad podemos estar vislumbrando un principio de cambio en la
política del Estado español?
En el Reino
de España todo parece controlado. Una respuesta afirmativa a esa pregunta antes
formulada, podría explicar que tras la movilización popular haya vencido la
derecha más rancia en el Reino de España y vaya a vencer de nuevo el próximo
20N. Las importantes movilizaciones de
los indignados no han sido capaces de arañar la costra del poder capitalista.
En esa tesitura se van a celebrar unas elecciones generales en el Estado
español, para las que nadie se espera grandes sorpresas: la victoria de la
derecha está cantada, porque en realidad lo mismo da que gobiernen éstos o los
otros. Ya que, en efecto, la política del partido socialista en los últimos
tres años ha sido nefasta en numerosos aspectos –y cuesta verdadero trabajo
encontrar algo que pueda ser salvado de su gestión, si es que lo hay-. Los
trabajadores, en situación angustiosa como consecuencia de los cinco millones
de parados y la depresión económica, se abstendrán o incluso votarán a la
derecha con la esperanza de que gestione mejor la economía.
Creo que a
la movilización popular le será debida una de las pocas cosas buenas que pueden
pasar en estas elecciones que se avecinan, y es que el bloque
liberal-monárquico PP-PSOE baje en el porcentaje de sufragios, y haya una
dispersión del voto hacia partidos pequeños rompiendo la dinámica perversa del
bipartidismo conservador. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones: entre esos
partidos pequeños hay uno tan ambiguo como la UPyD de Rosa Díez, que capaz es
de colocarse como tercera fuerza en Madrid.
En efecto la
situación es complicada. Y entre los muchos problemas que tenemos aquí, el más
agudo puede ser la falta de sólidas organizaciones obreras, capaces de plantear
cara a los manejos del capital. Lo más crítico entre los intelectuales de
izquierda se dedica a recordarnos la teoría del bienestar; pero no me parecen
que acierten en el diagnóstico de la situación: la teoría marxista clásica de
los ciclos de sobreproducción y los desequilibrios inherentes al capitalismo,
tiene explicaciones bastante más acertadas que éstas. Y la teoría política del
imperialismo, que nuestros intelectuales de izquierda ignoran supinamente,
explica mucho mejor la política internacional que las elucubraciones sobre la
democracia formal representativa del Estado de Derecho.
En estos
últimos treinta y pico años de neoliberalismo radical el Estado nacional ha dejado
de tener capacidad para controlar la economía y depende de la actuación de los
grandes capitales, como se está viendo estos años con la forma descarada de
actuación de los bancos y las agencias financieras. No se puede volver hacia
atrás la historia: sólo la construcción de una agencia política internacional
podría controlar a los grandes holdings de empresas transnacionales. Hoy
hay dos modelos para esa agencia internacional: la ONU y el Banco Mundial –con
el Fondo Monetario Internacional-. Y dos bloques de países que luchan por
dominar la escena política: el bloque del capitalismo imperialista agrupado en
la OTAN apoyado por sus aliados; y el bloque emergente alternativo del BRIC
(Brasil, Rusia, India y China) con sus aliados. Y todo el mundo sabe dónde se
encuentra la clase que está produciendo la riqueza para la humanidad actual.
Esas son las
circunstancias. Ahora cada cual tiene que actuar en conciencia.