
Alberto Montero Soler
Ayer domingo se reunía en
Bruselas el Consejo Europeo para no llegar a más conclusión para resolver la
crisis de la eurozona que aquella que viene reiterando como una salmodia para
evitar enfrentar su responsabilidad como instancia de gobierno colegiada de la
Unión Monetaria: los países periféricos deben seguir profundizando sus planes
de ajuste. Punto y final.
Sin embargo, mientras
esto ocurría, la propia troika (BCE, la Comisión Europa y el FMI) comenzaba a
dudar de si la dosis de esa medicina que se ha aplicado en el caso griego, y
que ha recomendado a todos por igual con independencia de cuál sea la
enfermedad, no habrá sido excesiva (porque, por supuesto, plantearse la
posibilidad de que la medicina no hubiera sido la adecuada es absolutamente
impensable).
En efecto, en un
documento confidencial de la troika de hace un par de días se procedía
a una revisión de las previsiones sobre el escenario al que se enfrentará la
economía griega durante los próximos años con la intención de anticipar cuáles
pueden ser las consecuencias de las desviaciones de esas previsiones sobre la
“sostenibilidad” de la deuda griega.
Una revisión que, por
otro lado, parte del reconocimiento explícito de que la situación en Grecia ha
empeorado mucho más de lo previsto en anteriores evaluaciones como consecuencia
de las medidas de ajuste impuestas por la troika. A pesar de ello, no se
realiza ningún atisbo de autocrítica al respecto y el documento se limita a
reconocer que los efectos del ajuste, en lugar de producir un incremento
positivo en los niveles de productividad como se esperaba (¡!), están
resultando en una profundización de la recesión como consecuencia del proceso
de deflación de precios y salarios que está teniendo lugar. Dicho lo cual, y
evidentemente sin el menor atisbo de propuesta de cambio del recetario, habida
cuenta de que el aplicado hasta el momento no sólo está matando al enfermo sino
que ni siquiera garantiza lo que tanto les preocupa, la sostenibilidad de la
deuda pública, pasan a reevaluar el escenario para ver qué tendría que hacer
Grecia para conseguir dicho objetivo.
El escenario que se
ofrece entonces es dantesco a poco que uno piense que detrás de las cifras del
informe se está implícitamente hablando del bienestar, el empleo o la salud de
millones de personas, a pesar que no se realice ni la más mínima mención a
ninguna de esas cuestiones en el documento. Parece que Grecia fuera un país sin
ciudadanos, sin habitantes, un país de ruinas arruinado del que hubiera huido
toda vida humana.
De entrada, y tras
atribuir la responsabilidad a la falta de celeridad en la aplicación de las
reformas por parte del gobierno griego, el informe plantea que el PIB caerá en
2011 en un 5,5% y en un 3% en 2012, no esperándose un leve crecimiento de un
1,25% hasta 2013-2014 y, si las reformas tienen el efecto esperado sobre el
crecimiento (algo que puede ser muy discutible dado que, por ejemplo, los
ingresos esperados de las privatizaciones a acometer entre 2010 y 2020 se han
sobreestimado, según los nuevos cálculos, en más de 20 mil millones de euros),
éste sería algo superior al 2,5% entre 2015-2020. Una vez agotados los efectos
de esas reformas y privatizado todo lo privatizable, se espera que la economía
griega crezca a una media anual del 1,6% entre 2021 y 2030.
Lo preocupante no es sólo
el raquítico crecimiento esperado de la economía helena sino que, además y
nuevamente con la única preocupación en mente de asegurar la “sostenibilidad”
de su deuda, ese escaso crecimiento deberá compatibilizarse con superavit
primarios en las cuentas públicas superiores al 4% del PIB hasta 2025.
Entre tanto, el acceso de
Grecia a la financiación en los mercados estará vedada porque desde la troika
se entiende arbitrariamente (como explícitamente se señala en el documento) que
los mercados se negarán a prestarle fondos en tanto no consigan tres años consecutivos
de crecimiento, tres años de superávit primario por encima del 4% y siempre y
cuando el nivel de la deuda pública caiga por debajo del 150%. ¿Por qué estas
condiciones? Nadie lo sabe. Eso sí, se prevé que ello no ocurra antes de 2021.
Entre tanto, sus necesidades de financiación ascenderán, en condiciones
“normales” a más de 252 mil millones de euros que necesariamente deberán ser
aportados desde el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera.
Lo más grave es que, a
pesar de todos esos esfuerzos, cualquier desviación de las estimaciones de la
troika como producto de errores en sus cálculos o de impactos negativos sobre
la economía griega durante algún momento de ese largo período se traduciría en
que la deuda se haría “insostenible”. Y el cinismo llega a su máxima expresión
cuando entre los posibles impactos negativos se considera la posibilidad de una
profundización de la recesión que el plan de ajuste de la propia troika está
imponiendo y que, en su caso, elevaría las necesidades de financiación hasta
los 450 mil millones de euros.
Ello siempre y cuando no
se produzca una negociación con los acreedores privadores de manera que éstos
se avengan a una quita sobre los bonos griegos de en torno al 50 ó el 60% de su
valor, en cuyo caso, el monto total de la financiación europea se situaría en
torno a los 220 mil millones de euros.
Dicho todo lo cual a uno
no le queda más remedio que preguntarse qué deben estar pensando los griegos
ante este escenario desolador: con unas tasas de crecimiento raquíticas durante
lustros; con un proceso de deflación acelerado de sus precios y salarios; con
unas estructuras de bienestar en proceso de desmantelamiento porque hay que
destinar las partidas de gasto público que permitían atenderlas a generar un
superávit primario para pagar los intereses de la deuda; en definitiva, con un
proceso de ajuste que va a durar, si todo va bien, al menos veinte años.
Ante este panorama, un
ciudadano griego difícilmente puede pensar algo distinto a que su país carece
de futuro en el seno de la Unión Monetaria Europea y que quizás tenga alguno
saliéndose de ella, abandonando el euro, recuperando su moneda y la soberanía
plena sobre todos sus instrumentos de política económica y, sobre todo, dejando
de mercadear con las condiciones de vida de sus ciudadanos para tratar de
convencer a los mercados y a unas instituciones que sólo velan por los
intereses de éstos de que pagarán todas sus deudas.
Evidentemente los costes
de una salida del euro serían muy elevados, nadie lo pone en duda y nadie debe
llamarse a engaños al respecto. Pero Grecia está en un punto en el que debe
decidir si prefiere una muerte lenta en el seno del euro o una operación
quirúrgica rápida que le permita recuperar la salud después de un periodo de
convalecencia que, estoy seguro y ahí está el caso argentino para corroborarlo,
siempre será inferior a la duración de la agonía que tan generosamente ofrece
la troika.