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Cornelius Castoriadis |
Luis Roca Jusmet
El movimiento de los
indignados está planteando un cuestionamiento de la supuesta democracia de los
paises que se reclaman de ella. El movimiento se justifica por sí mismo pero
merece la pena retomar teorías democráticas radicales que pueden darlos instrumentos
para esta demanda de democracia real. Agradezco a Jordi Torrent, gran conocedor
de Castoriadis, sus interesantes comentarios y puntualizaciones sobre el
artículo.
Uno de los grandes
teóricos de la democracia como proyecto emancipatorio es Cornelius Castoriadis
(1922-1997). Presento aquí una introducción al autor y a su propuesta.
Cornelius Castoriadis
nace en Constantinopla el año 1922. A los 15 años se afilia a las Juventudes Comunistas.
Estudia Derecho y Economía y participa en la resistencia antinazi desde la
ocupación de abril de 1941. Este mismo año funda un grupo clandestino para
reformar el PC griego, aunque al año siguiente optará por el troskysmo,
adhiriéndose a la organización liderada por Spiros Stinas. El año 1945 llega a
Francia, se afilia al PCI troskysta pero pronto funda con Claude Lefort una
tendencia disidente.. En 1948, después del V congreso, rompen con el partido y
fundan el grupo “Socialismo y barbarie”, activo hasta el año 1967. Los análisis
teóricos del grupo serán muy innovadores en el campo de la izquierda, ya que
optan por un socialismo autogestionario, criticando el papel dirigente de los
partidos. Y cuestionan el papel del Estado, al que presentan como una
estructura burocrática y antidemocrática. El grupo se autodisuelve y Castoriadis
abandona la práctica política directa para dedicarse a la filosofía y al
psicoanálisis, mientras ejerce de profesor de Filosofía en la École des Hautes
Études en Sciencies Sociales entre 1980 y 1995. Murió el año 1997, a los 75
años.
Podemos considerar que la reflexión sobre la democracia es el hilo conductor de la reflexión política de Cornelius Castoriadis desde que se disuelve “Socialismo y Barbarie”, recogiendo además todo el rico debate acaecido en el interior del grupo. Este planteamiento radical de la democracia se contrapondrá a los planteamientos marxistas de tipo althusseriano que consideran la democracia como un instrumento de la burguesía. Para Castoriadis la democracia y el socialismo son el único proyecto emancipatorio posible, ya que se basan en la autonomía y en la autogestión. La voluntad revolucionaria de Castoriadis se mantendrá a lo largo de su vida y de su obra en este proyecto, eje de la continuidad en su maduración personal y política. Pero es necesario recuperar el contenido radical de la palabra democracia en contra de su apropiación por parte de oligarquía liberal.
Podemos considerar que la reflexión sobre la democracia es el hilo conductor de la reflexión política de Cornelius Castoriadis desde que se disuelve “Socialismo y Barbarie”, recogiendo además todo el rico debate acaecido en el interior del grupo. Este planteamiento radical de la democracia se contrapondrá a los planteamientos marxistas de tipo althusseriano que consideran la democracia como un instrumento de la burguesía. Para Castoriadis la democracia y el socialismo son el único proyecto emancipatorio posible, ya que se basan en la autonomía y en la autogestión. La voluntad revolucionaria de Castoriadis se mantendrá a lo largo de su vida y de su obra en este proyecto, eje de la continuidad en su maduración personal y política. Pero es necesario recuperar el contenido radical de la palabra democracia en contra de su apropiación por parte de oligarquía liberal.
Castoriadis plantea
desde Socialismo y Barbarie un proyecto global autogestionario
contrapuesto a la jerarquía. El texto “Autogestión y jerarquía” lo
escribió en colaboración con Daniel Mothe, uno de los obreros que animaron
Soicalismo y Barbarie. El texto fue publicado originariamente en el número de
julio-agosto de 1974 de “Aujourdui”, del sindicato C.F.D.T., que defendía una
opción autogestionaria. El texto “Autogestión y jerarquía” se encuentra en el
libro La exigencia revolucionaria. La definición precisa de jerarquía es
la de la división estricta entre una minoría que dirige (decide) y una mayoría
que obedece (ejecuta). Los primeros tienen un poder y unos privilegios que no
tienen los segundos. En la sociedad actual disponen del poder los expertos y
los políticos profesionalizados que supuestamente representan a un colectivo
que no los controla. Es una sociedad tecnocrática políticamente dirigida por
una oligarquía, sea totalitaria o liberal. Se supone que sólo una minoría es
competente para la función directiva, que ejerce además un poder coercitivo
para resolver los conflictos. La autogestión es una alternativa en la cual las
decisiones son colectivas y la sociedad es capaz de dirigirse a sí misma pero
la autogestión implica necesariamente información y formación por parte del
grupo. Pero la autogestión es algo más que gestión colectiva, es autonomía, es
la autoinstitución de una sociedad por ella misma, la autocreación consciente y
colectiva del propio imaginario social, es decir las propias significaciones
imaginarias. A medida que Castoriadis va madurando su proyecto político
autogestionario cada vez lo vincula más a la democracia. Se contrapone a la
concepción marxista que considera que los derechos son burgueses y formales y
están establecidos en interés del capitalismo, como ideología para ocultar la
explotación. La historia demuestra, dice Castoriadis, que la democracia y los
derechos adquiridos son producto de la lucha popular anterior a este sistema
económico y que no son una justificación política del mercado.
La democracia es la única
isonomía, es decir la única manera de plantear la igualdad para todos delante
de la ley. Es por definición socialista, autónoma y libre y sólo ella
posibilita un espacio social autogestionario donde la libertad sea efectiva,
social y concreta. Los objetivos de la democracia, es decir, de la política son
la igualdad y la libertad, que no son contrapuestos sino complementarios.
Implica necesariamente una participación instituyente en el poder. En contra de
lo que plantean los anarquistas (y en cierto sentido también Marx) las
instituciones explícitas de poder son necesarias en cualquier forma social. No
tiene sentido para Castoriadis plantear la sociedad como contrato, acuerdo o
pacto ya que el individuo es un producto social. Sin socialización no hay seres
humanos y ello implica instituciones y significaciones imaginarias colectivas
que van conformando el individuo social. El poder es la capacidad de legislar,
de ejecutar, de gobernar y de zanjar litigios. La ley es necesaria pero en la
democracia es producto de la autonomía social basada en la autonomía
individual. Esto quiere decir que es el conjunto de la sociedad la que crea,
mantiene y transforma estas instituciones y autogestiona esta ley. La autonomía
es la libertad bajo una ley hecha por todos. Planteando la democracia como un
proyecto socialista autogestionario Castoriadis se contrapone al proyecto
democrático-liberal. Aunque la discusión entre Castoriadis y el liberalismo
está implícita en toda su elaboración teórica sobre la democracia es
interesante el texto que transcribe la conferencia dictada el 13 de mayo de
1995 en el Collège International de Philosophie en el que respondía a una
ponencia de Richard Rorty. Está publicado en castellano bajo el título de
“Respuesta a Richard Rorty” en el libro titulado Una sociedad a la
deriva.La primera crítica sería la de la separación que establece el
liberalismo entre el espacio privado y el espacio público, tal como se ve
claramente en uno de sus principales teóricos, John Stuart Mill. (1997).
Castoriadis mantiene la separación entre el espacio privado (Oikós), el
privado/público (Ágora) y el totalmente público (Ecclesia). No podemos eliminar
el espacio intermedio del Ágora porque es el propiamente político, ya que es el
lugar donde los ciudadanos hablan cotidianamente de los problemas públicos.
Implica una libertad de palabra, de pensamiento y de crítica sin límite que
tiene como función una permanente reflexión colectiva. El paralelo del espacio
público es el tiempo público, que es una reflexión crítica sobre la propia
historia (cómo en la Oración fúnebre de Pericles). De manera contraria
reducimos la libertad y la propia historia a una narración personal y dejamos
la política, en el mejor de los casos, a una gestión basada en el principio
moral de la compasión.
La otra crítica es que la
democracia ha de estar total y necesariamente vinculada al bien común y el
único sentido aceptable del pluralismo es la aceptación de diferentes
interpretaciones de cómo defender este bien común. En ningún caso podemos
considerar que la democracia es el espacio donde cada grupo social defiende sus
intereses particulares La democracia no puede ser instrumental, una supuesta
canalización de los intereses particulares en los que gana la mayoría como
plantea el utilitarismo liberal. Esto no quiere decir, por supuesto, que no
tengan que existir mecanismos para la protección de las minorías, pero planteado
en términos de derechos no de intereses. Tampoco está de acuerdo con la
concepción liberal de la libertad, que la entiende como indeterminación, es
decir cómo capacidad de elección. Castoriadis (2007) afirma que para él la
libertad es creación y que ésta es determinación. En este sentido podríamos a
vincular a Castoriadis con Kant, porque aunque éste dice que la base de la
libertad es la indeterminación la única forma de ejercerla es autodeterminarse
a través de la decisión, en este caso con la ley moral (1996). Las sociedades
autónomas, es decir democráticas, son las únicas que permiten la política, ya
que éste es un ejercicio colectivo. Son necesarias instituciones que ejerzan un
poder, pero éste no determina la existencia de un Estado, que es un peligro
para la democracia. Los orígenes históricos de la Democracia y del Estado son
totalmente diferentes, mientras que la primera es un invento griego, el Estado
lo es en cambio de sociedades radicalmente antidemocráticas: Mesopotamia, Este
y Sudeste asiático y la Mesoamérica precolombina. Es un aparato burocrático
jerárquicamente organizado que es necesario que desaparezca con la realización
del proyecto democrático.
Castoriadis defiende la
necesidad de las instituciones, pero critica las instituciones burocráticas, en
la medida en que éstas son jerárquicas y se separan de la sociedad. Las
instituciones deben ser democráticas, lo cual quiere decir que es la propia
sociedad la se organiza establemente con una función social. Otra cuestión es
el de la cultura democrática, tema que también es fundamental en su contenido.
En primer lugar plantea la necesidad de considerarla como algo para cualquiera
y por tanto no elitista. En segundo lugar Castoriadis critica la teoría
estalinista de la cultura como algo burgués. En el debate el filósofo griego
formula una definición provisional de cultura, que la identifica con el
imaginario social, más allá de la dimensión instrumental y técnica.
Castoriadis mantiene sin
ambigüedades que la democracia es un invento estrictamente griego retomado
posteriormente en la Europa moderna. La democracia nacería así con la
filosofía, que es también específicamente griega y cuyo precedente podemos
encontrarlo en el propio Homero, que es quién introduce la noción
de imparcialidad. Es la capacidad de una sociedad de autoinstituirse,
es decir, de dotarse del poder de crearse a sí misma. Esto implica la aparición
de una mirada crítica que puede juzgar, elegir y decidir lo que considera mejor
para sí misma. Lo que no acaba de precisar Castoriadis es la relación
contradictoria entre la práctica democracia y la aparición de la filosofía. Es
evidente, y sobre ello Castoriadis insiste repetidamente, que hay un relación
entre la aparición de la democracia y la de la filosofía, como expresiones de
una sociedad que reflexiona críticamente sobre sí misma, que se acostumbra a la
argumentación y que no acepta el poder de la tradición. Pero hay un elemento
contradictorio en la filosofía política de Platón aparezca como crítica a la
democracia.
En la democracia
originaria griega, los gobernantes son resultado del azar y no de la elección,
ya que consideran que ésta, al buscar los mejores, está inspirada en un
principio aristocrático. Sólo los expertos pueden ser elegidos bajo el criterio
de seleccionar el mejor en función de su capacidad técnica. Pero la política es
una capacidad universal propia de cualquier ciudadano y el poder de representar
al colectivo debe basarse exclusivamente en la responsabilidad delante de los
iguales. La política es opinión, no es un saber como diría Platón, ni una
técnica, como dirían los tecnócratas modernos. El planteamiento democrático
griego se basa en la separación radical entre el gobierno (política) y la
administración (técnica). No hay continuidad, sigue Castoriadis, entre la
democracia (que se corresponde con el primer registro) y el Estado (que
corresponde al segundo). El límite necesario para la autonomía es la
autolimitación, ya que no hay ninguna Ley divina ni natural que la fundamente.
El ejemplo griego, concluye Castoriadis, es el de una democracia con contenido,
en el cual la política es el intento de vivir en común con la Sabiduría, en la
Belleza y queriendo el Bien común.
El deseo y la práctica de
la igualdad social y política de los griegos lo presenta Castoriadis como una
singularidad excepcional en el imaginario social global de la
Humanidad. La noción de imaginario es uno de los conceptos
centrales de la filosofía de Castoriadis. La formulación teórica más elaborada
la encontramos en La institución imaginaria de la sociedad, que
escribió en 1975.Si continuamos históricamente nuestro recorrido histórico y en
contra de un tópico interesado el cristianismo no tiene nada que ver con la
fundamentación de la igualdad social y política. Lo único que plantean los cristianos
es la Igualdad ante Dios como posibilidad universal de Redención.
Pero la Iglesia ha justificado siempre la desigualdad social y política y ya
Cristo dijo que “Su Reino no era de este mundo.” y que “hay que dar a Dios lo
que es de Dios y al César lo que es del César.” Es a partir del siglo XI, con
las comunas medievales donde empieza a resurgir, hasta su reinvención a partir
de la Revolución francesa. Aquí aparece otra cuestión polémica con Charles
Tilly (2007), uno de los grandes representantes de la escuela estadounidense de
la sociología histórica. Aunque estará de acuerdo con Castoriadis en que la
democracia es un experimento europeo con raíces en Atenas considerará que no
podemos hablar propiamente de ella hasta el siglo XVII.
Para Castoriadis la referencia,
a pesar de sus limitaciones, sigue siendo la Grecia antigua en general y la
Polis ateniense en particular. La noción de democracia aparece en el
imaginario griego como la matriz básica de la que surgen los conceptos, las
creencias que determinarán las normas y las instituciones de un país.
Castoriadis vuelve aquí sobre sus temas claves pero enriquecidos con unas
aportaciones nuevas. La primera es el planteamiento de que la democracia es un
ejercicio basado en la supuesta sinceridad y no en el presupuesto moderno de
que una cosa es lo que se dice y la otra lo que se hace. Hay un compromiso
entre la palabra y la verdad, tema que también tratará de una manera
complementaria Michel Foucault (2004) La segunda es la consideración de que en
el imaginario griego el hombre queda definido por su mortalidad, por su
finitud, lo cual convierte la vida humana en trágica. El peligro es
laHybris, la desmesura que lleva necesariamente al desastre. No es una Ley
externa la que marca el límite, ya que éste lo ponemos los humanos en función
del mesotes, el sentido de la medida. Esto supone una tensión
permanente en nuestras decisiones, ya que nunca tienen garantías de ser las
acertadas. El tercer aspecto es la ontología griega que considera que el Ser
está siempre entre el Caos y el Cosmos. El Ser no es por tanto necesariamente
ni bueno, ni racional ni justo. La idea contraria la formulará Platón y se
consolidará con el cristianismo.
La conclusión de
Castoriadis es que hay que aprender de los griegos sin pretender volver a
ellos. Aunque ve la democracia griega como superior a la moderna que se
desarrolla en Europa a partir de los siglos XI-XII, considera que en esta
segunda etapa hay planteamientos que superan a la primera. Una es la
universalidad de la democracia, es decir de la ciudadanía. La otra es que la
democracia, es decir la política, se extiende a todos los ámbitos. Para los
griegos la propiedad y la familia están en el ámbito privado que no entra en
este registro.
A partir del final de la
Segunda Guerra Mundial, en los años 50, Castoriadis es consciente que el poder
tecnocrático, burocrático, mediático y económico es el principal peligro para
el proyecto democrático. Hay una aceptación de esta situación basada en un
conformismo generalizado producido por la sociedad de consumo. Hasta la Segunda
Guerra Mundial existían los conflictos sociales y políticos. Cada vez más
rápido se desplaza la política hacia el marketing. Es el dominio de lo que
Castoriadis llama la insignificancia. Ya no hay ideas políticas, sólo eslogans
publicitarios que aunque supuestamente defienden ideologías contrapuestas en
realidad son formas similares de gestión tecnocrática del Estado.
La democracia es un
régimen, no sólo un procedimiento formal. Necesita una serie de condiciones, de
contenidos, cómo son la equidad, la educación y la cultura democrática. La
democracia no es una reglamentación formal es una manera de vivir en la que
todos somos ciudadanos con una autonomía sólo limitada por el respeto a la
autonomía del otro. Esta autonomía implica participar en las decisiones y las
tareas públicas, ya que no podemos contraponer la ética, como ideal de vida
personal, a la política, como ideal social. La autonomía y la autogestión se
complementan y juntas forman este régimen democrático, que es no sólo una forma
sino también un contendido. Me parece que este planteamiento es actual por su
radicalidad y abre un horizonte teórico muy interesante para todos los
movimientos que reclaman hoy una democracia real.
Estamos actualmente en
una oligarquía liberal, un sistema electivo de carácter elitista con grupos
sociales bien protegidos en posiciones de poder. Su paradigma es la
partitocracia. Las reglas del juego entre partidos están producidas por las
oligarquías que dominan sus estructuras jerárquicas. Son instituciones
burocráticas, no instituciones democráticas. Los políticos profesionales hacen
politiquería, no política. La política implica acceder al poder para gobernar
pero hoy no se gobierna, sólo se gestiona y con diferente retórica todos lo
hacen de manera parecida. Los políticos profesionales representan grupos de
poder y sobre todo se representan a sí mismos. Es una contra-educación
democrática porque se le dice a la gente que la política es cuestión suya, de
expertos. La democracia no puede ser representativa porque no podemos delegar
en otro la capacidad de decisión y menos de una manera inequívoca, no
revocable, cada cuatro o cinco años. Los supuestos representantes, además, no
tienen poder ya que el poder decisorio y único lo tiene la oligarquía que
controla el partido dominante. Éste impone sus decisiones en el Parlamento y
gobierna en el mal llamado poder ejecutivo, que no se dedica a ejecutar las
leyes sino a gobernar al margen de ellas, ya que la mayoría de decisiones no
están especificadas legalmente. Es también el proceso, iniciado en los años 60,
de la privatización. Las gentes se han replegado en sus casa,, en su vida
familiar o solitaria. Los valores dominantes son el dinero, la tecnociencia y
la burocracia. La globalización manifiesta de una forma muy clara que la
democracia es incompatible con el capitalismo a nivel mundial deciden cada vez
más poderes financieros anónimos. La política se devalúa convirtiéndose en
marketing y el juego económico se parece cada vez más a un casino.
La primera aportación de
Castoriadis al debate sobre la democracia es el de su propia definición y su
origen. El debate que plantea Castoriadis es a partir de una concepción de
democracia como sociedad autoinstituida, es decir capaz de cuestionar y de
decidir sobre sus instituciones. Aceptar que en la historia de las diversas
sociedades se han dado experiencias democráticas implica cuestionar la
concepción teórica de Castoriadis. Aquí se plantea un debate muy interesante
que podemos enriquecer en función de aportaciones que Castoriadis no cita.
Pierre Clastres, una década más joven que Castoriadis y que murió muy
prematuramente plantea en una serie de textos bien articulados entre sí y
basados en su experiencia en las sociedades primitivas indias. Clastres de la existencia
de una sociedad sin Estado como modelo auténticamente democrático. Aunque hay
un planteamiento paralelo al de Castoriadis en su crítica radical del Estado,
lo que defiende el antropólogo es que la democracia existía en algunas
sociedades primitivas y no sólo en Grecia. Pero Castoriadis defiende
explícitamente que las sociedades primitivas son heterónomas y no autónomas.
Aunque en estas sociedades no existieran jerarquías, faltaría la capacidad
reflexiva de autoinstituirse, de cuestionar las propias instituciones, que es
lo esencial en la democracia. Dice explícitamente que en las sociedades
primitivas estudiadas por Clastres sólo se habla de los mejores medios para
administrar lo existente, que nunca puede cuestionarse. Desarrollando la línea
abierta por Clastres un antropólogo contemporáneo llamado David Graeber plantea
otras experiencias para cuestionar la afirmación de Castoriadis. Otros autores
como Sen, Dussell o Appiah plantean igualmente ejemplos históricos que también
cuestionan esta concepción eurocéntrical . Creo que aunque sea interesante
recoger todas estas críticas al planteamiento demasiado exclusivista de
Castoriadis sí hay que reconocer con éste la importancia del cuestionamiento
crítico de las propias normas en una sociedad democrática.
Hay que saber cómo
avanzar en la lucha por este proyecto democrático emancipatorio que es el de la
autonomía y el de la autogestión. Lo primero que señala Castoriadis es que la
democracia es incompatible con el capitalismo. La lógica del capitalismo es la
de la acumulación de capital y el Estado-nación es el instrumento que necesita
para hacerlo. Hay una oligarquía económica, política y cultural que es la que
gestiona esta lógica y lo hace manteniendo una relación jerárquica que le da
poder y privilegios. La democracia como poder autogestionario es contraria y
por tanto debe enfrentarse a esta lógica y a esta oligarquía, sea dictatorial o
liberal. Hace falta una revolución que transforme las instituciones, es decir
que convierta las que son jerárquicas y burocráticas en democráticas y
autogestionarias. Hay aquí una línea que reivindica la política contra el
Estado, cuya desaparición sería necesaria. Pero la cuestión es por supuesto
cómo transformar las instituciones jerárquicas, sean directamente políticas o
económicas. Descartadas las revoluciones violentas inspiradas en el comunismo y
también el reformismo social que mantiene intactas las instituciones
jerárquicas, queda un camino por crear, por inventar. Hay que olvidarse de la
ilusión compartida por anarquistas y marxistas, dice, de eliminar el poder de
la sociedad. El poder es necesario pero no lo es el Estado, con lo cual hay que
pensar en instituciones democráticas que ejercen un poder sin separarse de la
sociedad ni jerarquizarse internamente. El tema de la relación entre poder y
jerarquía conduce a Castoriadis a la defensa relativa del primero frente a la
crítica absoluta del segundo. Es una polémica fundamental que la ideología
políticamente correcta oculta no reconociendo la jerarquía existente en el
capitalismo liberal y no dando herramientas, por tanto, para luchar contra
ella. Castoriadis y Foucault eran de la misma generación pero se ignoraron
mutuamente. Seguramente si se hubieran tomado en serio uno al otro podría haber
surgido un debate fructífero.
Otra cuestión clave es
por supuesto cómo vinculamos la democracia con un sistema económico, que en
todo caso debe ser alternativo al capitalismo. La democracia como emancipación
debe liberarse de la servidumbre económica que le ata al capitalismo. La lucha
de la democracia contra el capitalismo conduce necesariamente a la pregunta por
el sistema económico que puede conciliarse con ella. Aquí por supuesto no hay
recetas porque el comunismo es un error teórico y un desastre práctico. La
democracia, por otra parte, no es contraria al mercado: eercado y la
planificación deben autogestionarse de manera equilibrada por la sociedad y
para ello no hay fórmulas: cada sociedad debe crear su manera de hacerlo. Es la
combinación del poder del Capital y de la burocracia del Estado la que se opone
a la democracia, porque no hay un poder popular posible, no hay posibilidad que
la sociedad se autogestione frente a esta lógica del capitalismo. Daniel
Blanchart explica en el artículo “Castoriadis y la revolución” (2007) la
tendencia excesiva de centrarse en la crítica a la burocratización como el
enemigo central de la democracia. Blanchart sostiene, por el contrario, que el
problema central es el que sostiene Marx en El Capital. Las relaciones de
mercantilización de todos los aspectos de la vida humana son los que imponen
relaciones más jerárquicas entre los que deciden y los que se someten a las
decisiones. La sociedad, dice Blanchart, no es cada vez más burocrática sino
cada vez sometida a la red de la lógica de la mercancía.
Podríamos intentar
comparar la teoría de Castoriadis con las de John Stuart Mill para ver
sorprendentes puntos comunes. Digo supuesto, porque como señala Appiah (2008),
el texto al que me referiré, Sobre la libertad, tiene ideas muy potentes
que están más allá del utilitarismo. Mill separa radicalmente la esfera privada
de la esfera pública. La primera es la de la libertad, en el que cada cual
traza creativamente su propio camino. La esfera pública es la de la moral, las
leyes y las decisiones sobre asuntos públicos. ¿No es similar la autonomía de
Castoriadis a la libertad de Mill? La diferencia podemos encontrarla en el
tercer espacio que define Castoriadis y es el que se olvida el liberalismo, que
es el espacio privado/público de la discusión, de la deliberación política de
los ciudadanos. Chantal Mouffe, que es también una interesante teórica de la
democracia, le plantea a Castoriadis la necesidad de defender la democracia
representativa frente a la directa para resguardar el pluralismo y la libertad
individual (Castoriadis, 2007). Castoriadis le contesta certeramente que sí que
hay que garantizar estos dos aspectos pero la democracia representativa no es
ninguna garantía, ya que lo que ésta refleja son partidos que defienden
intereses diferentes. Hay que buscar el bien común, dice Castoriadis, y no
entender la sociedad como unos individuos que se unen para llegar a acuerdos en
sociedad. Los individuos, dice Castoriadis, no existen sin la sociedad porque
son creados por ésta. Somos seres sociales que hemos de buscar nuestro camino
pero en un marco social, que es el único que nos permite vivir de forma humana.
Hay que evitar, como decía Mill a partir del análisis de Tocqueville, la
tiranía de las mayorías. Esta no es la puesta en práctica de lo que quiere la
mayoría sobre las cuestiones públicas sino la imposición de las mayorías sobre
las minorías. Castoriadis presupone una cultura democrática en la que se busque
lo mejor para la sociedad. Siguiendo la conversación con Mouffe Castoriadis se
desmarca de Rousseau y de su idea de voluntad general, que plantea la sociedad
como un Uno y no como un conjunto heterogéneo que debe buscar la mejor solución
posible para los problemas comunes.
La cuestión de la cultura
democrática me lleva a un último tema. Participación política, cultura
política, debates políticos, sistema educativo que forme el ciudadano, valores.
Todo esto es necesario, dice Castoriadis, porque no puede haber democracia sin
estas condiciones. La igualdad es consecuencia de la democracia y ésta es muy
difícil. La exigencia de igualdad es excepcional, aparece en pocas sociedades,
en Grecia y en la Europa moderna, nos dice Castoriadis. Pero ¿y si cómo dice
Rancière fuera la democracia un escándalo porque parte de la igualdad de los
humanos parlantes y pensantes y no considera por tanto la igualdad un objetivo
sino el punto de partida? ¿Y si la democracia dice que cualquiera puede
gobernar y no los que han llegado a tener una determinada formación? ¿Y si la
democracia no es tampoco un régimen sino el movimiento permanente de los
excluidos en cualquier régimen que se establece como tal ?.