
Cecilia Soto
La ONU ha escogido por
razones de visibilidad el 31 de octubre como la fecha en la que presuntamente
seremos siete mil millones de seres humanos sobre nuestro planeta. Se trata
apenas de una convención para darle relevancia al tema poblacional porque en realidad
no se sabe bien si ya sumamos los siete mil millones o si los alcanzaremos en
uno o dos años. Lo importante es que, a diferencia de hace menos de dos
décadas, cuando el crecimiento poblacional era percibido como una amenaza y se
creía religiosamente que el planeta contaba con una dotación fija de recursos
naturales, hoy existe un clima intelectual que permite recibir ese siete y sus
nueve ceros, con optimismo: además de la placentera actividad que resulta en
embarazos y nacimientos, algo ha hecho bien la humanidad que ha permitido una
tasa sostenida de crecimiento poblacional.
En 1845, a los 24 años de
edad, Federico Engels, el inseparable
colega de Carlos Marx, acabó con la tesis de Thomas Malthus, que sostenía que
mientras que la población crecía geométricamente, la producción de alimentos
sólo lo hacía aritméticamente, provocando cada tanto tiempo hambrunas entre la
población “sobrante”. Engels planteó que la misma existencia de esta población
“sobrante” demostraba que la agricultura crecía geométricamente, pues de otra
manera la población no podría haber sobrevivido sin comer y postuló que el
potencial productivo de la agricultura era “inconmensurable” si las condiciones
sociales permitieran la aplicación de la ciencia y el crecimiento de la productividad
de los agricultores.
Poco más de 130 años
después, el Banco Mundial, en obediencia a la élite americana y europea,
intentó con bastante éxito rescatar y acicalar el cadáver de Thomas Malthus y
convertir en paradigma la existencia de una supuesta “bomba poblacional”,
ubicada en los países del entonces llamado Tercer Mundo, que amenazaba la
existencia misma del planeta, cuyos recursos naturales eran “escasos y finitos”. Julian Simon, un economista
americano, inició desde 1970 una cruzada intelectual en la que —al igual que
Engels aunque a Simon se le ubica en la “derecha” — demolía todos y cada uno de
los argumentos de los neomalthusianos.
La cuestión fundamental
que demostraron tanto Engels como Simon y cuya prueba es la existencia y el
desarrollo de nuestra especie es que los recursos naturales no existen per se.
Es la práctica humana, a través de sus avances científicos y tecnológicos, la
que define en diferentes épocas y de diferentes maneras, qué es un recurso
natural, cuál es su importancia estratégica
y qué deja de tener importancia en determinado momento del desarrollo.
Desde esta perspectiva, los recursos naturales sólo son relativamente finitos
según se definan por la tecnología prevaleciente. Ejemplo de ello son las
chapopoteras que en tiempos prehispánicos apenas servían para pintura
ornamental. La tecnología de finales del siglo XIX y del siglo XX convirtió a
los hidrocarburos en recursos energéticos de primera importancia. Hoy la
tecnología de aguas profundas define como hidrocarburos comercialmente
accesibles a recursos que antes era impensable explotar.
El descubrimiento de
tecnologías que permitan ensanchar el abanico de recursos que sostengan a
determinada población no es algo ineluctable como lo demuestran el colapso
demográfico de la civilización maya hacia el año mil de nuestra era o el que
encogió a la población europea a la mitad en los siglos XIII y XIV debido a la
peste, ambas catástrofes vinculadas con graves alteraciones ecológicas y
económicas.
Por ello, el fomento de
las condiciones en las que florezcan la ciencia y la tecnología se revela como
fundamental para sustentar el crecimiento y mejorar las condiciones de vida de
la población. Las revoluciones tecnológicas provocan una aceleración de la tasa
de crecimiento poblacional que luego se modera y se estabiliza. No sabemos
cuántos seres humanos llegará a albergar nuestro planeta hasta estabilizarse,
lo que sí sabemos es que tendremos que salir de aquí en unos cuatro mil
millones de años porque nuestra estrella, el Sol, acabará el combustible del
que se alimenta, el hidrógeno. Y entonces sí, como Buzz Lightyears, “al
infinito y más allá”.
Título original: “Siete mil millones y los que
siguen”
Fuente: http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=778550
Fuente: http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=778550