
Nechi Dorado
El mundo andaba
despatarrado, sufría una crisis brutal no sólo en lo económico, sino hasta en
lo moral. Se debatía el planeta dentro de márgenes indescriptibles, ya que las
bestias eran las que decidían. Quienes debían realmente hacerlo, si nos
situáramos dentro de los parámetros de la normalidad del raciocinio, debían
acatar las órdenes corruptas y escandalosas que nacían en la cueva abominable
donde históricamente germinaron las semillas de la tirria más absurda.
Las bestias se adueñaron
hasta de la historia y lo hacían porque sí, porque les daba la gana. Las suyas
eran órdenes de alimañas bípedas muy difíciles de desacatar ya que eran
impuestas a fuerza de pólvora y estruendo.
Sonido arrojado desde
muchos miles de kilómetros de altura por aviones no tripulados, medio
fantasmas, medio invisibles, medio silenciosos, totalmente espantosos.
Aparecían ronroneando, apenas, por la antesala del crimen sobre un cielo que se
iba desgajando lentamente.
![]() |
Vea el video del horror |
Babeaban colmillos
venenosos bien torneados, comparables a perlas. De no ser por la ponzoña que
contenían, uno hasta hubiera podido pensar que eran dientes humanos. Estaban
enmarcados en rostros plastificados donde los músculos estáticos atrofiaron la
posibilidad de dibujar sonrisas.
Muchos años atrás, en un
pueblo sojuzgado como lo son tantos pueblos, apareció un hombre, no sé si bueno
o malo, eso correspondería que lo hubiera juzgado su pueblo por ser el que lo
hubo elegido. Pero la baba envenenada de los que se consideraban dueños del
planeta, brotó a borbotones e impidió que pudiera continuar su labor emprendida
con ahínco y con apoyo popular.
Ese hombre, al cual se le
adjudicaron crímenes y castigos, no tuvo lugar a sentencia, no hubo banquillo
de los acusados, para él, tampoco hubo jueces ni fiscales. Simplemente se
descargó la ferocidad del peso inescrupuloso de la prepotencia.
La misma prepotencia con
la que se metieron en su tierra arrasándolo todo, bajo un lema que resulta
inadmisible: “derechos humanos”, falacia que encubría otra cuestión muchísimo
más profunda, ya que muchas acciones en semejante despatarre, la llevan a cabo
los “humanos derechos”, los que no soportan que un pueblo emerja de su olvido.
Ese hombre declarado
monstruo por los monstruos, cuando tenía veintisiete años pensó que su patria
merecía otro destino. Tras eso fue, comandando el derrocamiento de la monarquía
que sumía a su gente. Proclamó su Jamahiriya, la que posibilitaría el basamento
de lo que pasaría a ser la llamada República Arabe Unida y para colmo de males
nacionalizó la explotación de la riqueza que parían las entrañas de su tierra:
el petróleo.
Supo decir NO con la
firmeza de quien sabe a qué se niega.
-No caminaremos más por
las cunetas, cuando un italiano se cruce en nuestro paso, dijo un día, dando
con ello la primer palada que abriría su propia tumba, de a poquito.
Dijo NO a la miseria en
que estaba revolcado su pueblo. Y dio la segunda palada.
Dijo NO a las compañías
extranjeras enriquecidas con su petróleo. La tumba iba tomando forma.
-¡Vaya locura la del
“tirano”! dijeron a coro los moralistas del mundo que se hicieron cruces ante
las decisiones de un hombre y su pueblo y no dudaron en aplicar contra ellos un
escarmiento ejemplificador. Para concluir la tarea macabra, acudieron al sonido
estrepitoso de los misilazos arrojados donde más terror diseminara.
-El desparpajo de ese
hombre es demasiado, dijeron los monstruos mientras se revolcaban en su
monstruosa cofradía. Lo dijeron en diferentes idiomas porque los horrores
también se reproducen y atraviesan fronteras unificando a Babel con un léxico
común que entienden todos.
¡¡¡¡Boooommmmmmmmm!!!!
¡Cómo para no entenderlo…!
Partió el matonaje hacia
el lugar donde moraba el hombre, aunque para ello fue necesario que el blanco
primario fuera el pueblo sobre el que cayó la destemplanza predecible, en
clarísimo intento demoledor hasta llegar al objetivo prefijado, el petróleo.
Una ¿mujer? hermosa,
tanto como lo era su madre que aún vive arrinconada sobre una estatua gigante
de cobre, acero y concreto, de ojos tan claros que parecían pedacitos de color
arrancados al cielo porque todo lo suyo fue arrancado a otros, dejó rodar su baba
repugnante por la comisura de sus labios malditos, de los cuales cayeron tres
palabras.
-Lo quiero muerto, escupió, utilizando el
beneficio sin límite de su BlackBerry.
¿Qué otra cosa que no
fuera la muerte podría haber convocado el esperpento?
No habían pasado las
horas de un día y su agónica noche, para que un coro de gestión armagedónica,
fantoche de carne contaminada, comenzara a gritar alegremente:
-¡El ha muerto! Y el
anuncio se fue reproduciendo
-¡He’s dead!
-¡I morti!
-¡Les morts!
-¡Die Toten!
Y los que tuvieron la
oportunidad de evitar cargar tantas muertes sobre los huecos donde debería
haber existido su conciencia, con tan sólo dos letras, NO, que vetaran la
masacre, también dijeron:
- мертвых
Y estaban diciendo –¡El
ha muerto!
Luego se hicieron los
llorones dejando deslizar lágrimas de siliconas. El mundo fue testigo de que el
hombre no había muerto sino que había sido asesinado de la manera más brutal,
digo, si acaso decir asesinado no contuviera todo el dolor de un corazón humano,
por supuesto, no derecho.
Puede espantarnos, o no,
una muerte.
Puede espantarnos, o no,
cuando esa muerte aparece desenrollando imágenes imborrables.
Pueden espantarnos, o no,
las víctimas o los victimarios.
¡Debe espantarnos, sí o
sí, ese culto exacerbado, irrefrenable, hacia la muerte!
Y mucho más debe
espantarnos cuando la reverencia se abre paso motorizando su llegada en el
momento preciso de la ejecución programada.
¡Rió la hiena! ¡Ay,
perdón! ¿Qué culpa tiene la hiena? Debí decir, rió la Culebra envenenada ante
la impávida mirada de un planeta convertido, de repente, en testigo
involuntario de un magnicidio cometido por los mismos que dijeron:
-¡El ha muerto!
Un Premio Nóbel de la
Paz, ironía de la vida, se apresuró a celebrar vanagloriándose de su triunfo
pírrico, desde su rostro de acero donde los músculos yacían paralizados, cuyos
ojos parecen dagas listas para ensartarse a traición hasta en la historia, Sí,
paradójicamente dije un Premio Nóbel de la Paz…
Culebra y monstruo
festejaron un linchamiento que fue globalizado ipso facto. El hombre arrastrado
por una “muchedumbre” de diez personas llamadas “rebeldes”, tocaba con su mano
izquierda su rostro curtido por los rigores del desierto, notando que la vida
se le escapaba por agujeros de redondez milimétrica, precisa.
Pocos días atrás, desde
algún lugar en su tierra despedazada, lloró a su hijita de tres años, temible
terrorista del futuro a la que había que asesinar para que el hombre dejara de
fortalecer su Jamahiriya.
También lloró, uno a uno,
a sus otros hijos, jóvenes equivocados por seguir los yerros de su padre. Las
bestias incentivan la subordinación y el acatamiento pero no de los hijos hacia
sus padres, sino ¡hacia ellas!
Engordaron los bolsillos
de las empresas de telefonía móvil gracias a los mensajes que contenían el
espanto que se producía en el norte del África.
-¿Hacía falta lincharlo
en las narices del mundo en el que no todos celebran las masacres y dónde
todavía quedan corazones capaces de odiar la muerte y capaces de repudiar un
crimen donde sea que se cometa?. Preguntaron algunos en medio de una
perplejidad inenarrable.
Los videos fueron la
demostración cabal de la decrepitud de una organización motora, creadora de
¡OTAN tos genocidios en su historia!
-¿Es que todavía no se
entiende que al mundo lo impulsaron a realizar un giro acrobático y que tiene
un dueño, y que ese dueño tiene secuaces y que los secuaces son leales y entre
todos son capaces de argüir que se pueden transformar a su gusto las ideas? Se
preguntaron otros con la misma inquietud.
La novia blanca del
Mediterráneo viste su ropa hecha jirones, salpicada de sangre, enmudecida ante
las imágenes de odio generadas un día de locura occidental, colectiva,
programada, mientras las serpientes se enroscaban en las torres de petróleo
cuyo contenido debía ir a parar a los arcones de las mafias terroristas
norteamericanas y europeas.
Jamahiriya está en su
tierra contra la OTAN y sus ratas rebeldes, dijeron los libios, pero hubo OTAN
tos odios.
OTAN to escarnio.
OTAN to genocidio
dirigido que sacudió las vísceras de la parte del mundo que no hizo oídos
sordos ante el estallido de las bombas inteligentes y de los misiles
teledirigidos cayendo sobre cuerpos desarmados. Sobre niños, mujeres, hombres,
ancianos. Sobre escuelas y hospitales. Sobre el alma de los que son capaces de
sentir dolor aunque la herida desgarre allá lejos.
-El ha muerto, siguieron
repitiendo desde los medios orales, escritos, televisivos. Mostraban la
denigración saltando las barreras del horario de protección al menor,
imponiendo taxativamente la implantación del terror que se perpetró en el norte
del Africa, pero tal vez mañana se encamine hacia otros lugares.
Celebraban periodistas
ultracatólicos el linchamiento del “tirano”, olvidando en su paroxismo, el
quinto mandamiento que parece que tiene la fuerza de inclinarse hacia un solo
lado.
Los que no vieron nada,
no escucharon, o estaban abocados a otros menesteres fueron los líderes de las
iglesias y cultos religiosos, es comprensible porque a esos no les interesa la
política… Tampoco ese quinto mandamiento.
-Roguemos que no haya
sido asesinado, babeó la Culebra mientras un micrófono abierto a destiempo,
grabó su alegría dejándola descubierta.
En un país obeso de
petróleo lincharon a un hombre. En el mismo instante nació un héroe en parto
forzado. Héroe de apenas dieciocho años ejecutor del disparo final que atravesó
la sien de ese hombre cuyo crimen fue uno más entre tantos. Declararon la
heroicidad del sicariato, como ocurre en tantos lados donde ese poder execrable
se impone a derechazos.
El Coronel ha tenido
quien lo filme, lo hicieron esos a quienes la muerte sirve de sustento a sus
repulsivas vidas.
El ha muerto, siguen
diciendo. ¡Han muerto tantos! Los pozos petroleros están a buen resguardo, se
encargó de su custodia una bestia que actuó en concomitancia con otras de su
misma calaña.
El cuerpo del hombre
sigue en la cámara frigorífica de un shopping, a su lado yace el cuerpo de su
otro hijo.
¡Pucha que está llena de
ironías esta historia!
Nota: Cualquier similitud
con personajes o situaciones de la vida real no es mera coincidencia. Todo pasó
hace pocos días, las hojas de la historia venidera contarán con un nuevo
capítulo en el que el odio seguirá siendo el personaje central. Irá reptando de
tierra en tierra, de pueblo en pueblo, derribando fronteras, ensangrentando
mapas, desparramando luto y vergüenza.
Lamentablemente no habrá
que esperar mucho. Hace apenas unas horas, sicarios enviados por el laboratorio
de irrespeto donde se acumulan OTAN tos desprecios, irrumpieron en la casa de
otro hombre de ochenta años, en Beni Walid, sabio erudito según las leyes de su
tribu.
Cometió el mismo error
que cometiera ese hombre, antes mencionado. Su vida se escapó también por los
agujeros de doce tiros que reventaron contra su pecho. No había escopetas ni
pistolas en su casa. Mucho menos armas nucleares.
La organización del
terror sigue su paso descargando fósforo blanco, arrastrando las sombras de
espectros malditos que andan desbocados por este mundo unipolar.
-Pero, ¿el fósforo blanco
no está prohibido por la Convención sobre Armas Químicas? Preguntó un joven que
se notaba desconcertado.
-Sí, le respondieron,
está prohibida. ¿Y qué?