
Michel Rogalski
La amplitud del control
que se opone al término "desmundialización" o
"desglobalización" proporciona la justa medida de su lado
intolerable para todos aquellos que, desde hace décadas, se ufanaban de la
maravilla de la globalización, aunque los hechos acumularan, día tras día,
síntomas de su fracaso. Es posible juzgarlo por la proliferación de burlas:
absurda, irrealista, reaccionaria, subalterna, acusada de propagar una ilusión
demagógica, un concepto superficial y simplista, una fábula, un tema provocador,
de alentar un retroceso nacional que solo puede conducir al modelo de Corea del
Norte. No se ha ahorrado nada.
La movilización de los think tanks y de los políticos
emergentes en el “Círculo de la razón” no puede menos que asombrar. Cumplen con
su papel para que la alternancia se mantenga en alternancia y, sobre todo, que
no se transforme en alternativa. Las fuerzas que participan de ese Círculo,
como un disco rayado, repiten circularmente, a pesar de las evidencias, las
ventajas de la globalización. Por el contrario, uno no puede dejar de
sorprenderse de que otros, en nombre de la ideología altermundista, cuyo
balance luego de diez años tiende a desvanecerse, por miedo a perder lo poco
que les queda de sus “fondos de comercio”, juntan sus voces a las de los
primeros con bastante mala fe. Pero el debate no se halla ya confinado a
la izquierda de la izquierda puesto que ha sido invitado a la pugna
presidencial. Lo que es normal por cuanto implica el necesario análisis de los
últimos treinta años. Querer sofocar ese debate sería un gran error político.
Sería ocultar la riqueza potencial inherente a todo debate sobre una salida ordenada del túnel de la austeridad fabricado a golpes de deflación salarial, de deslocalizaciones, de la invención de “limitaciones externas” buscadas por nuestras élites y cimentadas sobre una antedicha racionalidad superior de esencia mundial, de construcción europea a partir de la importación de las formas más exacerbadas de la globalización, a menudo bajo el pretexto de resistir y considerándose incapaz de proteger, de promover al sector social o de controlar las finanzas.
Es lo de lo que se trata
actualmente, retomar y profundizar la oposición a la bifurcación planteada en
1983 que sacrificó los adelantos sociales en aras de la construcción europea.
Magnífico debate cuyo desafío no se centraba ni sobre personas ni sobre puestos
y que ha sido relanzado hoy en día por las crisis de 2008 y su actual
contragolpe alimentado por las deudas soberanas, la incertidumbre sobre el euro
y las preguntas sobre las formas de imaginar la construcción europea. Y si la
desmundialización interpela fuertemente a Europa, es porque esta región del
mundo se ha convertido en un concentrado –un laboratorio– de
la desglobalización, y en lugar de ser apacible concentra todos sus
excesos. No hay lugar para el asombro. Es en ese espacio donde se ha
desarrollado más el comercio de cercanías. En el que la interdependencia es
mayor, en el que se han transferido fragmentos íntegros de la soberanía nacional,
en el que una gran parte de los países decidieron adoptar una misma moneda y un
Banco Central independiente de los gobiernos y finalmente en el que se han
acumulado numerosos instrumentos de configuración económica (Acta única,
Tratado de Maastricht, Pacto de Estabilidad, etc.) para encorsetarlos
finalmente en el Tratado de Lisboa. Al ampliarse a 27 países, Europa modificó
brutalmente las condiciones de competencia, importó también brutalmente la
diversidad de la globalización y se marginó de la posibilidad de asegurar la
menor protección de los pueblos sobre los que planea la sombra de la
austeridad.
Es por todo eso que los
debates que suscita el tema de la desmundialización son esenciales. Están
simplemente relacionados con las condiciones necesarias para llegar a una
ruptura con el neoliberalismo globalizado de los últimos treinta años que como
una aplanadora destruye todo a su paso. Porque, ¿es posible soportar durante
más tiempo la estrategia deliberadamente establecida por el capital de instalar
trabajos precarios y no protegidos y huir de quién había impuesto la “coacción”
de las conquistas sociales? Todo se intentó con las consecuencias
conocidas, desde las deslocalizaciones masivas hasta la organización de
flujos migratorios, pasando por la libre circulación de los capitales
especulativos y desestabilizadores, el generalizado libre comercio de las
mercaderías, la deflación salarial y su corolario con el endeudamiento de
los hogares, la sumisión a las señales de los mercados, de preferencia internacionales.
De este debate surgen con fuerza algunas cuestiones centrales cuya riqueza se
querría sofocar.
- Nos explican que es
necesario ser pacientes y que nuestros males procederían de una situación de
entre dos en las que estaríamos inmersos. El Estado-Nación se halla herido,
pero aún respira mientras que la economía mundial no habría llegado aún a
establecerse y estaría haciendo esfuerzos para dotarse de un gobierno global (o
europeo). De modo que acumularíamos los defectos de la erosión de las fronteras
sin estar aún en condiciones de beneficiarnos de las ventajas de haberlas
superado. Esta “transición” que se viene desarrollando desde hace treinta años
por el momento solo ha alumbrado crisis y cada vez se encuentra menos en
condiciones de probar que la expansión del neoliberalismo a escala mundial
sería salvadora. La expectativa de un gobierno mundial para resolver los
problemas engendrados por su búsqueda corre el riesgo de hundirse. Y es
evidentemente insoportable para los pueblos. Salir de este carril proponiendo
una verdadera opción, significa para todos los países entrar en un
proceso de desmundialización. ¿Es necesario esperar que esto cambie en
Europa o en el mundo para que cambie entre nosotros? O en todo caso, ¿es
necesario emprender la acción de modo unilateral considerando su aspecto
conflictivo y prepararse para ello? No olvidemos que la Europa que se ha
construido ha servido siempre de ganga viscosa destinada a reducir la
amplitud de la oscilación de la balanza de las alternancias y jugar así el
papel de Santa Alianza, reemplazando al Muro de dinero de los años 20. De modo
que rechazar la antimundialización, vendría a subordinar todo cambio en Francia
a eventuales e improbables evoluciones europeas y mundiales. Este planteo
conduce a abordar la inevitable cuestión del ejercicio de la soberanía, es
decir de la necesaria superposición entre el perímetro donde se practica
la democracia y el del dominio de la regulación de los flujos económicos y
financieros. Se impone el marco nacional. ¿Por qué la “relocalización” en la
región sería el límite aceptable, deseada la Europa federal y la soberanía
nacional vilipendiada? ¿Por qué el odio al Estado-Nación que habría que atenazar
por arriba y por abajo? La izquierdas latinoamericanas han demostrado que el
marco nacional pude permitir sustanciales avances sociales, como una mancha de
aceite y hacer posible la cooperación.
- La sumisión tiene una
racionalidad considerada superior porque es mundial, lo que nuestras élites
llaman el “condicionamiento exterior”. Que no es otra cosa que la consecuencia
de lo que fue querido y buscado. La mundialización que cae sobre nuestras
cabezas es la que se difundió a golpes de desregulaciones, de libre comercio
furioso, de privatizaciones, de deslocalizaciones, de circulación descontrolada
de capitales y mercancías, de financiarización, de endeudamiento de los pueblos
y de los Estados. Choca con las conquistas sociales históricamente logradas que
se convierten así para nuestros globalizadores en “condicionamientos internos”
que ponen frenos a sus objetivos y de los que por lo tanto deben desembarazarse
para responder a las órdenes de los mercados. La competencia internacional se
convierte en el arma de lo antisocial y devasta territorios. El mérito del
debate sobre la desmundialización es mostrar los lógicos enfrentamientos
de las lógicas de las dos condicionantes, una fabricada para luchar mejor con
la otra e identificar a los ganadores (los factores móviles: capital y
finanzas, grandes empresas, mafias) y a los perdedores (los factores fijos:
pueblos y territorios).
- Las consecuencias en
las políticas económicas que se deben adoptar se ubican en el corazón del
debate. El aumento del pedido de protección concierne prioritariamente al
conjunto de las conquistas sociales archivadas durante los Treinta Gloriosos,
agregadas las del capital nacional maltratado por la competencia salvaje.
Un período que conoció las protecciones tarifarias, algunos controles de
cambio, innumerables devaluaciones que no significaron repliegue nacional,
cierre o adopción de un modelo norcoreano. Crecimiento, elevación del nivel de
vida, pleno empleo estuvieron bien en el centro de lo que se nos querría hacer
ver hoy en día como un horror “nacional-proteccionista” La crisis actual
convoca el regreso del Estado como principal actor económico. No existe
protección posible si no se le confía un papel acrecentado, tanto en cuanto al
perímetro de sus intervenciones como de la naturaleza de las mismas. En fin,
¿es necesario volver a satisfacer las necesidades del mercado interno o a la
errática deriva del mercado mundial? ¿Adonde se ubican las fuentes del
crecimiento de nuestro país? ¿En nuestro territorio o en la exportación? Un
país puede intentarlo pero si todos lo hacen al mismo tiempo las ventajas desaparecen.
Fue esta estrategia que no se puede generalizar la que se propuso a los
países del tercer mundo en los años 70 y provocó las crisis de la deuda y las
políticas de austeridad que sobrevinieron.
- Se argumentará que
existe una forma de globalización deseable, la de los intercambios culturales,
el turismo, el conocimiento, los saberes, la cooperación entre los pueblos, la
de todo lo que hace a la densidad de la vida internacional o de un espacio
público de ese nivel en construcción. Pero no la mezclemos con lo que es el
objeto de nuestro actual debate, el necesario bloqueo de la expansión del
neoliberalismo a escala mundial. No matemos a los mensajeros que nos traen la
mala nueva, miremos en cambio los diferentes signos que atestiguan los límites de
la actual fase, comenzando por el anuncio realizado por la CNUCED sobre una
reducción del 8% en el comercio mundial en el primer trimestre de 2011.
Michel Rogalski es economista del CNRS, director
de la revista Recherches Internationales.
Traducido para Rebelión por Susana Merino
Fuente: http://www.legrandsoir.info/demondialisation-le-debat-interdit.html
Traducido para Rebelión por Susana Merino
Fuente: http://www.legrandsoir.info/demondialisation-le-debat-interdit.html