
Vicenç Navarro
En la mayoría de países
de ambos lados del Atlántico norte no existe plena conciencia entre la
población de la extraordinaria concentración de riqueza existente en estos
países, resultado de la aplicación de políticas neoliberales por parte de sus
gobiernos en los últimos 30 años. La desregulación de los mercados, incluyendo
los financieros (que ha significado que las rentas superiores de tales
sociedades y sus instituciones financieras no tengan limitaciones en sus
comportamientos especulativos) y los laborales (forzando una disminución de los
salarios y de la protección social, lo que conlleva un descenso de las rentas
del trabajo con el consiguiente aumento de las rentas del capital, del cual
derivan sus rentas los sectores más pudientes de la sociedad), así como las
bajadas de impuestos (que han beneficiado predominantemente a tales sectores
más pudientes), han facilitado una concentración de las rentas y de la
propiedad que ha alcanzado un nivel que no se había visto desde principios del
siglo XX, y que afecta negativamente la vida económica y política de tales
países.
En EEUU, el investigador
que ha estudiado más este fenómeno es el profesor George William Domhoff, que
ha documentado cómo en aquel país el 1% de la población (los superricos) posee
el 43% de todos los activos financieros, es decir, acciones (38%), valores
(60%) y participaciones (62%). En realidad, si añadimos los ricos a los
superricos, vemos entonces que el 10% de la población posee el 90% de tales
activos y más del 80% de las propiedades inmobiliarias (excepto la vivienda
habitual de los propietarios). Un indicador de esta concentración de la riqueza
y de las rentas que de ella derivan es el enorme crecimiento del consumo de
lujo. Las ventas de la versión más cara del automóvil Mercedes-Benz y Cadillac
en EEUU y Porsche en Europa han alcanzado niveles nunca vistos antes. Mientras,
las rentas del trabajo han ido disminuyendo en ambos lados del Atlántico como
porcentaje de las rentas totales del país y, paralelamente, la pobreza ha ido
aumentando.
El incremento en la
polarización de la sociedad no está pasando desapercibida. Pero la población no
es plenamente consciente del elevado grado de concentración de la riqueza. Así,
cuando el canal de televisión público de EEUU (PBS) emitió el documental Land
of the Free, Home of the Poor (16-08-11) mostrando la enorme disparidad de la
propiedad, hubo una sorpresa generalizada. Según una encuesta entre una muestra
representativa de la población estadounidense, el 90% creía que el 20% de la
población (los superricos, los ricos y los grupos de profesionales de renta
alta) poseía el 60% de la riqueza de aquel país. La concentración de la
riqueza, sin embargo, es mucho más acentuada de lo que la población asume: el
10% (ricos y superricos) tiene más del 90% de la riqueza. Un tanto semejante
ocurre en España.
La justificación de las
políticas públicas neoliberales que favorecen a los superricos y ricos es que
ellos son los que invierten y crean riqueza y empleo. Ahora bien, como señala
acertadamente el economista de la Universidad de Cambridge Ha-Joon Chang en su
libro 23 things they don’t tell you about capitalism, el nivel de riqueza y
bienestar de un país no depende de la concentración de la riqueza, sino de cómo
se utiliza esta. Cuando son los propios ricos y superricos los que deciden
primordialmente cómo se utiliza la riqueza, la sociedad tiene problemas graves.
El superrico y rico invierte, no para crear empleo, sino para conseguir más
dinero. Y como puede sacar más dinero de las actividades especulativas (que no
crean empleo) que de las inversiones productivas (la economía real que produce
bienes y servicios), resulta que se crea muy poco empleo. De ahí que Ha-Joon
Chang señale que quien debe guiar la utilización de tal riqueza, evitando sus
usos no sociales, es la ciudadanía a través del Estado. Y la prueba de ello es
evidente. Cuando el capital estuvo altamente regulado (1945-1980) y las
diferencias de renta y riqueza entre las clases sociales eran mucho menores que
ahora, resultado de políticas redistributivas realizadas por los estados, la
riqueza global y el bienestar social crecieron mucho más rápidamente que
durante el período neoliberal (1980-2011) cuando el capital, y muy en especial
el financiero, pudo hacer lo que quiso. La Gran Recesión es resultado de ello.
Esta concentración a
favor de una minoría –los ricos y superricos– se hace a costa de la mayoría,
tal como muestran los siguientes hechos: las rentas del capital han aumentado a
costa de la reducción de las rentas del trabajo; los recortes de impuestos que
han beneficiado primordialmente a los ricos y superricos han supuesto
reducciones muy notables de los servicios públicos del Estado del bienestar
tales como sanidad, educación y otros servicios utilizados por las clases
populares; su enorme influencia sobre los estados y sobre las instituciones
internacionales (como el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Europea, el BCE y
la OCDE) explica también que se estén imponiendo políticas que, favoreciendo
sus intereses, están dañando enormemente el bienestar de la población,
reduciendo derechos sociales y laborales; y su influencia sobre los estados
explica también las enormes ventajas fiscales y ayudas públicas que reciben de
los estados (como el rescate de los bancos realizado con dinero público), a la
vez que se oponen al aumento del gasto público, incluyendo el gasto público
social, que beneficia a las clases populares.
En otras palabras, tales
sectores pudientes (que representan minorías muy reducidas de la población)
viven mejor a costa de que otros, la mayoría, vivan peor. Esta es la definición
de lo que se llama explotación. Así de claro.
Fuente: Público