
Eduardo Jordá
1
La concesión del premio
Nobel a un poeta siempre suele provocar la misma reacción de desconcierto. Aún
recuerdo las bromas que se produjeron en una tertulia radiofónica cuando
alguien leyó la noticia de que se le acababa de otorgar el premio Nobel a Seamus
Heaney (“¿Pero quién coño es ese tío?”, dijo un periodista especializado en
información parlamentaria). También recuerdo los penosos juegos de palabras que
hicieron algunos periodistas sobre Wislawa Szymborska en otra tertulia de la
radio (“¿Sin vodka? ¿O es sin boca? A ver, repite ese nombre, que no lo he
entendido bien”). Y estoy seguro de que las mismas bromas desdeñosas se
produjeron cuando ganaron el Nobel Czeslaw Milosz, Joseph Brodksy, Derek
Walcott o Jaroslav Seifert. “¿Pero quién coño es este tío?”. “A ver, repite ese
nombre, que no lo he entendido bien”.
Imagino que eso es más o
menos lo que ha ocurrido en España con la concesión del Premio Nobel de
Literatura al poeta sueco Tomas Tranströmer. En España calculo que había
quinientas personas –mil, si nos ponemos optimistas- que hubieran leído alguno
de sus poemas o que conocieran su nombre. Ni una más. Pero eso es lo habitual
cuando se trata de poesía, de buena poesía, se entiende. La poesía interesa
poco al lector medio porque no distrae ni permite pasar el rato, sino que exige
un alto esfuerzo de atención y de concentración, un esfuerzo que no es muy
distinto del trabajo de atención y concentración que exige componer un poema.
El buen lector de poesía debe participar con sus cinco sentidos en la lectura
de un poema, y de alguna forma debe recomponerlo en su interior y revivirlo y
reconstruirlo con la ayuda de su memoria y su imaginación y su experiencia
vital. Se dirá que eso es lo mismo que hace un buen lector con una novela o un
relato, y es cierto, solo que el poema exige mucha más contribución por parte
del lector: mucha más atención ensimismada, mucha más vibración interior, mucha
más memoria estremecida. Sin esas aportaciones que surgen de lo más profundo
del lector es imposible entender la buena poesía. Un lector mediocre puede
disfrutar con Joaquín Sabina, pero solo el buen lector puede disfrutar con
Tomas Tranströmer. Es tan simple como eso.
2
La biografía de un poeta
nunca explica por completo su poesía, pero la ilumina y nos la hace entender
mejor. Sabemos que el abuelo de Tomas Tranströmer era práctico de puerto. De
niño, Tranströmer coleccionaba insectos y estaba fascinado por la Historia
Natural (la mirada de Linneo no anda muy lejos de la mirada de Tranströmer). Su
familia procedía de una isla del Báltico. En el colegio, un compañero de clase
se dedicaba a maltratarlo y a hacerle la vida imposible. Su padre se fue de su
casa cuando Tranströmer era niño, y el abuelo que había sido práctico de
puerto, y que tenía 71 años más que su nieto, fue su padre sustitutivo, su
amigo, su protector y su compañero de juegos. Más tarde, Tranströmer estudió
Psicología y trabajó como monitor en centros de reclusión de delincuentes y en
hospitales. Y al mismo tiempo, Tranströmer aprendió a tocar el piano. Y un día,
cuando tenía 60 años, Tranströmer sufrió un ictus que le paralizó medio cuerpo
–el costado derecho- y también le impidió hablar. Pero él siguió tocando el
piano con la mano izquierda.
¿Se pueden conectar
estos hechos? ¿Son válidos para juzgar una obra poética? Sí y no. Pero podemos
reconstruir con ellos esa figura secreta que revela el espíritu de una vida,
como esa figura en la alfombra de la que hablaba Henry James. Y entonces vemos
en Tomas Tranströmer una serie de presencias que lo acompañan, o por decirlo de
otro modo, una serie de motivos musicales que se repiten a lo largo de su vida.
Primero, abandono y pérdida, pero también afecto y comprensión. Y luego el
deseo no de ayudar ni de proteger, sino de comprender. Y la música que suena
siempre al fondo de esa vida, pero hay que tener cuidado con esa música, porque
no es una música altiva ni orgullosa, sino una música pudorosa que escucha y
comprende, en vez de anunciarse a sí misma o recrearse en sí misma. Y también
recorre esa vida una mirada que une pasado y presente, todo lo vivo y todo lo
muerto, porque esa mirada detecta la presencia de lo desconocido bajo la
superficie de las cosas, igual que el niño Tranströmer había detectado la
presencia de los insectos bajo las rocas y las hojas secas de un jardín. Y por
último, en esa vida, está el mar, una presencia constante del mar sacudido por
las tormentas y las heladas que se abatían sobre la isla del Báltico donde el
abuelo de Tranströmer era práctico del puerto. Pero ese mar de Tranströmer no
es solo agua salada, sino un elemento mucho más complejo, ya que ese mar, de un
modo inexplicable que solo puede explicar la poesía de Tranströmer, también
está habitado por los insectos y los sueños y los recuerdos.
Así que podemos
imaginar a Tranströmer como alguien que posee la mirada de Linneo, pero que
también escucha a un delincuente juvenil mientras echa de menos a su padre y
recuerda los giros arcaicos con que le hablaba su abuelo, aquel práctico del
puerto que tenía 71 años más que él. Y cuando Tranströmer acaricia las teclas
de un piano con su mano izquierda, sabemos que está escuchando la música que
surge del piano con la misma atención con que Linneo contemplaba las campánulas
de la tundra que acabarían siendo la Linnaea borealis en sus estudios
de botánica. Porque la imaginación de Tomas Tranströmer es una fuerza magnética
que se desplaza con gran facilidad a través del agua y del hielo, pero también
a través de la música, y el pasado olvidado, y la superficie de las cosas. Y la
energía que desprende esa fuerza magnética se condensa en los sueños, unos
sueños de una materialidad tan densa como el hielo, o incluso la electricidad
estática que precede a una tormenta. O la luz remota que llega de una
constelación.
3
Una noche de los años 50,
en Huelva, Tranströmer levantó la vista al cielo y vio un grupo de estrellas
que formaban la imagen de un caballo: “un caballo silencioso, centelleante y
negro”, un caballo que había arrojado a su jinete y que ahora vagaba libre por
el cielo. A aquel grupo de estrellas que nadie había visto, Tranströmer decidió
darle el nombre de una constelación: ‘El Caballo’. Y así lo contó en un poema
que tituló en español, ‘Caprichos’, en su libro Secretos en el camino. Por
entonces, Tranströmer era un joven de veintipocos años que acababa de graduarse
en Psicología y trabajaba en un centro para delincuentes juveniles. No sé por
qué, pero me imagino a Tranströmer intentando hacerles ver a los chicos del
reformatorio que bastaba con que se pusieran a mirar con intensidad, más allá
de los muros, más allá de las rejas, para que vieran un gran caballo que corría
sin jinete por el cielo.
4
Casi todos los estudios
que se han publicado sobre Tranströmer lo definen como un poeta metafísico. En
rigor, si nos atenemos al significado aristotélico del término “metafísica”,
toda la poesía es por fuerza metafísica, porque cualquier poema trata de unos
temas que no pueden ser verificados por la experiencia científica. Pero el
término, a lo largo del siglo XX, ha adquirido un significado nuevo, porque
ahora se refiere a la poesía que indaga la existencia de Dios. Y para ser un
poeta metafísico no hace falta creer en la existencia de Dios, sino tan solo
hacerse la pregunta y ahondar en ese hueco, en ese misterio, que plantea la existencia
de una dimensión superior a la nuestra o una realidad trascendente que no es la
de este mundo. En este sentido, Machado y Juan Ramón Jiménez y Cernuda son
poetas metafísicos, aunque no lo son ni Lorca ni Alberti. Y tampoco lo sería
Ángel González, aunque sí Claudio Rodríguez.
Tranströmer no es un
hombre creyente –o si lo es, nunca lo ha expresado en sus poemas-, pero su
poesía está impregnada de una misteriosa presencia de lo divino. Quizá su
costado derecho, el paralizado, no cree en ninguna realidad trascendente, pero
el costado izquierdo, el que puede tocar el piano, no deja de hacerse
preguntas. Y a veces encuentra una respuesta: “Y el Dios de lo profundo llama
de lo profundo: ‘¡Libérame! ¡Libérate a ti mismo!’”, dice uno de sus poemas. La
poesía de Tranströmer vive en lo profundo. Y allí siempre hay un Dios, aunque
sea un Dios asustado que gime para que lo liberen de su obligación de ser Dios.
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Y aquí entramos en el
dominio de los sueños, tan importante en Tranströmer. En uno de sus poemas
inspirados por sus sueños, Tranströmer escribió: “Existía la belleza de los
milagros”. Me gusta ese verso. Tranströmer sabe que los milagros solo ocurren
en los sueños, pero mientras el sueño dure, y la poesía lo registre, ese
milagro es real. Y entonces cesa la angustia. Y la oscuridad retrocede. Y los
muertos resucitan. Y Dios vive. Y el piano suena con todas sus notas, porque la
mano derecha, la muerta, la inútil, la que ya no sirve para nada, de pronto
también está acariciando las teclas del piano. Y todo lo vivo, todo lo que
existe, vive ahora en lo profundo, allí donde sí hay Dios.
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A causa de la presencia
de los sueños, se suele asociar la poesía de Tomas Tranströmer con el
surrealismo o el imaginismo de los años 20, pero esa asociación es un error. Es
cierto que la poesía de Tranströmer está hecha de imágenes, de una larga cadena
de imágenes que se acoplan y se fecundan y se destruyen, de una forma muy
parecida a como se acoplan y se fecundan y se destruyen los insectos que viven
bajo las rocas y las hojas secas. Pero las imágenes de Tomas Tranströmer no son
gratuitas ni caprichosas –y en el fondo banales-, como ocurría en el
surrealismo, porque hay una conexión lógica que las une, por muy subterránea
que sea esa conexión. Un poema de Tranströmer contiene este verso: “Con mil
manos que conectan en falso la anticuada central telefónica de los nervios”. La
central telefónica de los nervios. He aquí una metáfora poderosa de la
inteligencia conectiva de un poeta.
8
En los ideologizados años
60, Tranströmer fue criticado en Suecia por su falta de compromiso político.
Pero esa misma falta de compromiso político es una garantía de autenticidad
creativa. En una sociedad más o menos estable, en una sociedad sin graves
problemas, manifestar el compromiso político con determinadas ideas –de
izquierda o de derecha- siempre es una forma de engañar a los demás y de
engañarse a sí mismo. En el fondo de su corazón, el artista verdadero desconfía
de las ideas. Sabe que se puede hacer poesía con un abuelo que habla un idioma
arcaico. O con un piano tocado por una sola mano. O con un niño que mira
asombrado un termitero. Pero no se puede hacer poesía con nada que tenga que
ver con la lucha por el poder.
Jesús alzó una moneda
con perfil de Tiberio;
un perfil sin amor,
el poder circulando.
con perfil de Tiberio;
un perfil sin amor,
el poder circulando.
El perfil sin amor de una
moneda de Tiberio. He ahí el compromiso político de Tomas Tranströmer. El
altivo desdén ante el poder circulando.
9
La obra de un poeta no
termina en sus libros, sino que también contiene la historia de cómo los hemos
leído. Hace unos veinte años leí los primeros poemas de Tomas Tranströmer en un
libro que me regaló una amiga irlandesa: Orna McSweeney, que vivía cerca de
nuestra casa, en la costa de Sligo. El libro era una antología de poesía
universal,The Rattle Bag, hecha por dos poetas que fueron muy amigos, Seamus
Heaney y Ted Hughes, los dos merecedores de ganar el Nobel aunque solo lo
obtuvo uno de ellos, Seamus Heaney, ya que Ted Hughes había sido el marido
infiel de Sylvia Plath y todo el mundo lo culpaba del suicidio de su esposa en
un frío día de febrero de 1963. Para mí, Ted Hughes es un poeta colosal y
bastante mejor que su amigo Heaney, pero era evidente que nunca podría ganar el
premio Nobel, porque de alguna forma había sido proscrito por las feministas de
medio mundo, así que los académicos de Estocolmo, que suelen ser gente
precavida, procurarían olvidarse de él para no buscarse problemas. Y así fue:
Ted Hughes se murió sin haber ganado el premio, en 1998, después de haber
publicado un libro magistral, Cartas de cumpleaños, dedicado justamente a
la memoria de Sylvia Plath.
Pero en la antología de
Hughes y Heaney había una pequeña sorpresa: tres poemas de un sueco que para mí
era desconocido, Tomas Tranströmer. No recuerdo en qué lugar los leí, tal vez
en el ferry que iba de Irlanda a Bretaña, pero sí recuerdo que en aquellos
poemas había un tren detenido en medio de la nieve, y un coche que derrapaba en
una carretera helada, y una frase que subrayé a lápiz hace al menos quince
años, “Los muelles envejecen más deprisa que los hombres”, y que ahora que he
visto cómo yo mismo iba envejeciendo, aunque fuese mucho más despacio que los
muelles de madera, todavía me parecía mejor que la primera vez que la leí.
Luego leí otros poemas de Tranströmer en inglés, en muy buenas traducciones de
Robert Bly, y me encontré con una poesía empapada de hielo, silencio, barcos e
islotes, una poesía que me pareció muy nórdica –y lo digo porque no todos los
poetas nórdicos tienen que parecerlo, y ahí está, para demostrarlo, el danés
Henrik Nordbrandt, que parece un poeta mediterráneo-, ya que en ella aparecía
una quietud que no sé por qué asocié con la fe luterana, esa fe de iglesias
austeras y paredes desnudas y hombres vestidos de negro. Pero lo sorprendente
de aquella poesía era que esa misma quietud parecía traspasada por una luz muy
carnal y hasta barroca, como si la poesía de Tranströmer fuera un paisaje helado
iluminado por un enorme arco iris.
10
Mientras escribo estas
notas sobre la poesía de Tomas Tranströmer, estoy escuchando a Glenn Gould
tocando una sonata de Scriabin (la número tres en fa menor). Y se me ocurre que
la poesía de Tranströmer opera algo muy parecido a lo que hacía Glenn Gould con
la sonata de Scriabin. Glenn Gould no amaba demasiado la música romántica ni
simbolista. Scriabin, además, era un músico con fama de raro que componía unas
piezas sombrías y empapadas del misticismo morboso tan típico de finales del
siglo XIX. Al final de su vida, que no fue muy larga, Scriabin trabajaba en una
pieza orquestal que había decidido llamar Mysterium. Ese Mysterium pretendía
fundir todas las artes humanas en una sola y debía obrar sobre la humanidad el
efecto de un nuevo Apocalipsis. Scriabin se había propuesto representar su Mysterium en
el Himalaya, porque quería que fuera una nueva religión que anunciase a los
cuatro vientos la llegada de una Nueva Era. El proyecto de Scriabin nunca se
realizó, por supuesto, pero Scriabin estaba convencido de que algún día
llegaría a ser posible.
Glenn Gould desdeñaba los
delirios visionarios de Scriabin, y es posible que desdeñase también su música
sombría y arrebatada que de algún modo estaba destinada a sonar en el Himalaya
para anunciar a la humanidad la llegada de una Nueva Era del Espíritu. Glenn
Gould prefería la música de Bach, que a él le gustaba interpretar de un modo
muy peculiar, con el tempo mucho más lento, para que adquiriera una
resonancia más abstracta y misteriosa.
Cuando tocaba la sonata
de Scriabin, Gould la sometía a un proceso de abstracción. La hacía más fría,
más racional, más nítida. No quería que sonara en el Himalaya, sino en un
estudio de televisión, entre cables y micrófonos. No quería que anunciara una
Nueva Era, ni un Apocalipsis, sino que se adentrase en el gran enigma de este
mundo con el propósito de dispersar la oscuridad y de aclararnos qué hay allí. El
gran enigma es el título del último libro de Tranströmer, publicado en
Suecia en 2004.
Cito esto porque
Tranströmer –ya lo he dicho- es pianista. Y su poesía hace con la vida lo mismo
que hacía Glenn Gould con la música de Scriabin. La hace más nítida, más
transparente. La ilumina con la fuerza de un haiku, solo que la luz que utiliza
Tranströmer es una luz nórdica, una luz polar, una luz que a menudo tiene la
fuerza de un relámpago.
11
“Siento esa hondura en la que uno es amo y cautivo, como Perséfone”.
He aquí a Tranströmer. La hondura. Y el poeta que es amo y cautivo de esa
hondura. Como Perséfone, la reina de los muertos que algún día regresa al reino
de los vivos. Y como un piano que alguien toca con una sola mano, porque ahora
ya todos sabemos que existe la belleza de los milagros.
Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956) es
narrador y poeta. Vive en Sevilla desde 1989. Sus últimos libros son la novela Pregúntale
a la noche y el libro de poemas Pero sucede. En FronteraD escribe el
blog Terra Incognita.
Fuente: http://www.fronterad.com/?q=tomas-transtromer&page=0,0
Fuente: http://www.fronterad.com/?q=tomas-transtromer&page=0,0